Los hombres perciben que las mujeres han cambiado mucho en las últimas décadas. Observan que ellas han conseguido objetivos en el ámbito de la igualdad, tanto en lo público como en lo privado. La legislación intenta compensar la histórica desigualdad, yendo por delante de la realidad. Pero hay mucho camino por andar y así conseguir la igualdad de oportunidades, de derechos y deberes. Muchos hombres están convencidos de que el proceso es imparable, porque repara agravios históricos injustificables. Lo que no está tan claro para muchos hombres, es que este proceso sea totalmente justo, sobre todo en la determinación de la custodia de los hijos en los divorcios y en algunas situaciones de acusaciones falsas por violencia machista, que perjudican a la lucha de mujeres y hombres por la igualdad.

Hay un grupo de hombres que nunca aprenderá a respetar la igualdad, que sigue oprimiendo, abandonando, insultando y hasta matando a las mujeres. También hay quienes intentan practicar la igualdad o los que la practican pero consideran que hay asuntos por resolver. Algunos jueces y juezas siguen dejando a un lado a algunos hombres responsables a la hora de asignar la custodia de los hijos en los divorcios en los que no hay acuerdo de pareja. O sea, utilizan el machismo que estima que los hijos son de las madres. La custodia compartida debería ser la fórmula más igualitaria, cuando sea aconsejable. Además, algunos hombres piensan que se debería tener en cuenta en los casos de violencia de género la presunción de inocencia y el art. 14 de la Constitución. Sin embargo, hay que decirlo, la defensa de la vida de la mujer es un bien más preciado, que hay que prevenir con más medios materiales y personales. Otros jueces y juezas, suponemos que la mayoría, responsables y juiciosos, nunca mejor dicho, que aplican la ley de forma individualizada, luchan por la verdadera igualdad en sus instrucciones y/o sentencias, “separando el grano de la paja”, teniendo en cuenta el sentido común, además de todo tipo de indicios y pruebas.

El hombre tiene que olvidar que el poder y el control social es cosa suya. Tiene que asumir que la naturaleza no puede servir de coartada para justificar las diferencias de género, que no hay más identidad masculina que la que determinan las diferencias biológicas. En general, considera inadecuada y obsoleta la educación que recibieron, transmitida también por sus madres. Un número creciente se debate entre los modelos que representan sus progenitores y los que reclaman los tiempos que les toca vivir. La mayoría intuye que hay que cambiar y en alguna medida han empezado a hacerlo presionados por el medio y por sus parejas, pero se resisten porque lo viven como una pérdida de privilegios. Otros siguen en la comodidad. Los hay que exageran lo que han evolucionado. Hay a quienes les cuesta valorar lo beneficioso que es para ellos y para la relación de pareja, compartir las tareas domésticas, el cuidado de los/as hijos/as, los ingresos y la vida afectiva, a través de una división equitativa del tiempo de ocio y de trabajo.

Queda mucho por hacer para llegar a la igualdad. Vivir y educar en la igualdad es la mejor medicina. Hay que llegar al punto de encuentro, al umbral de la igualdad, donde hombres y mujeres compartan los mismos deberes y derechos, las mismas oportunidades. Ni más, ni menos. Los poderes públicos -parlamentos, gobiernos y tribunales- tienen su responsabilidad. Legislar, ejecutar o aplicar las leyes desde y para la igualdad es su principal tarea.

Por Luciano Lozano Muñiz