En 1966 un bombardero y un avión cisterna colisionaron encima de estas barriadas almerienses. Cayeron 4 bombas termonucleares, de las cuales se dispersaron con los vientos casi 9 kg. de plutonio. La “Zona 0” afectada fue limpiada parcialmente, aunque los gobiernos implicados dijeron a la población que todo había quedado limpio. La realidad es que apenas recogieron una cuarta parte de la tierra contaminada, de la que se llevaron a los EE.UU. solo un 3% del total. El resto fue enterrado en al menos dos fosas. A los habitantes se les dijo que todas sus tierras habían sido descontaminadas perfectamente: un engaño intolerable.
Con el paso del tiempo gran parte de las partículas radiactivas fueron dispersadas por los vientos y lluvias torrenciales. Mientras, Palomares se convirtió en uno de los pocos laboratorios vivos para el estudio y repercusión de estas sustancias en las personas y en el medioambiente. El plan se denominó en clave “Proyecto Indalo”, realizado sin que conste que fueran informados adecuadamente los seres humanos afectados, como marca preceptivamente la Bioética.
Según datos del Consejo de Seguridad Nuclear, resta casi medio kilo de plutonio esparcido por las 4 parcelas valladas que han sido restringidas a todo uso. Según el Plan de Recuperación de Palomares, la remediación y limpieza definitiva de estos terrenos supondría un trabajo continuado de 3 años. Cualquier dosis radiactiva, por pequeña que sea, puede producir efectos a largo plazo, por tanto, no hay ninguna dosis segura.
Hoy día la zona se ha desarrollado vertiginosamente gracias a la laboriosidad de sus gentes, a pesar del estigma y mala prensa de los terrenos contaminados.