Desde que en el año 1974 se construyó la Estación de Valdezcaray, el pequeño enclave de la Sierra de la Demanda en donde se asienta se ha convertido en un auténtico agujero negro en el que periódicamente se entierran considerables cantidades de dinero público. Ubicada en las cumbres más elevadas del Sistema Ibérico riojano, ya en el límite del dominio esquiable, sus laderas se encuentran claramente expuestas a los vientos dominantes del norte y noroeste. Estos vientos húmedos, y en muchos casos cálidos, provenientes del mar Cantábrico desbaratan año tras año el manto de nieve que se pretende aprovechar, por mucho que numerosos cañones de nieve artificial lo intenten evitar.

Millonarias inversiones, empleadas en destrozar el relieve singular de alta montaña y en instalar decenas de cañones, no pueden impedir que las altas temperaturas de las últimas décadas, quizás agravadas por el tan controvertido y casi seguro cambio climático, impidan la creación y el mantenimiento de la nieve artificial. Como consecuencia, la elevada inversión de las sucesivas remodelaciones, cada una de ellas convertida en la solución definitiva a este problema endémico de la estación, se la llevan los vientos cantábricos y de paso tambien se lleva los dineros empleados año tras año en mantener abierta una estación sin nieve ni gente.

Sin embargo, esta inversión pública ha sido aprovechada hábilmente por los intereses privados para conseguir pingües beneficios a costa de la especulación urbanística en los terrenos cercanos a los pueblos del Valle del Oja. Asistimos impotentes al desarrollo desorbitado de las urbanizaciones en los núcleos de Ezcaray, Valgañón o Zorraquín, en algunos casos con grandes impactos paisajísticos como las urbanizaciones de éste último pueblo a media ladera que han destrozado la belleza de la cuenca del río Ciloria. Vemos desaparecer de este modo un paisaje de prados húmedos y bosques atlánticos, singular ejemplo representativo en el interior de la Península de los paisajes de la Cornisa Cantábrica y único en el ámbito territorial de La Rioja.

La representación gráfica de este proceso de dilapidación económica y de destrozo ecológico consistiría e imaginar una máquina autonómica enterrando el dinero público en lo alto de la Sierra de la Demanda para que, a continuación, con las lluvias descienda por los arroyos de montaña y aflore, finalmente, en las urbanizaciones privadas del Valle del Oja engrosando el dinero de los especuladores. Pero es que además esta política de mantenimiento a ultranza de la Estación de Valdezcaray y de apoyo al modelo de desarrollo urbanístico- turístico del Valle del Oja es tremendamente insolidario con el resto de las zonas de montaña de La Rioja.

Mientras la comarca de Ezcaray se desarrolla de forma insostenible el resto de las Sierras riojanas sufre la ausencia de la inversión pública en políticas de desarrollo territorial, salvo en la construcción de embalses por supuesto. Y, como una mancha de aceite, el vacío demográfico se extiende sobre el territorio serrano, y cuyos casos más extremos serían el Alto Najerilla y el Cameros Viejo, auténticos “desiertos humanos”. En estas comarcas las luces de emergencia hace ya muchos años que se encendieron al quedar tan solo una escuela en cada una de ellas, escuelas amenazadas constantemente con el cierre por falta de niños. ¿Hay acaso alguna posibilidad de desarrollo de una comarca en la que ya no queden niños?.

La pregunta obligada que habría que hacerse ante esta situación sería: ¿qué hubiera pasado si todo el dinero público invertido en la Estación de Valdezcaray se hubiera repartido en políticas de desarrollo territorial sostenible entre el resto de las comarcas serranas? Quizás, menos desastres ecológicos, menos urbanizaciones especulativas, más gente viviendo en las Sierras, más desarrollo rural sostenible, más paisajes singulares conservados, etcétera y etcétera.