Las principales potencias del mundo agrupadas en el llamado G8, parecen lamentar que los países que previsiblemente serán sus herederos o grandes competidores a lo largo del siglo, no acepten un acuerdo de reducción de emisiones para frenar el cambio climático. Pero esa reacción no debiera extrañar si la propuesta es que compartan obligaciones de reducción de gases de efecto invernadero sin ofrecer a cambio casi nada. En efecto, que las viejas potencias prometan reducir en un 80% las emisiones de CO2 antes de 2050 resulta «palabras que se lleva el viento» cuando se sabe que para un plazo cercano, 2020, están siendo incapaces de asumir reducciones coherentes con ese objetivo.

La llegada de Obama a la Casa Blanca ha significado un cambio cualitativo en la política americana sobre cambio climático, pero no cuantitativo. Para 2020 parecen barajar un objetivo apenas semejante al que habían aceptado inicialmente bajo el Protocolo de Kioto y así no es creíble que lleguen a disminuir sus emisiones un 80% treinta años después. En comparación, la posición de la Unión Europea parece mucho más responsable, pero está notablemente por debajo de lo necesario según el consenso científico. Canadá y Japón van a remolque y regañadientes.

Los países con más peso del G5, China, India y Brasil, no quieren aceptar limitaciones en su consumo de combustibles fósiles pues, siguiendo el viejo modelo de desarrollo del siglo XX, lo consideran ligado al crecimiento del bienestar. Es cierto que buena parte de sus poblaciones necesitan disponer de mayor acceso a la energía (y también al agua) pero si éste se basa en carbón, gas o petróleo se acelerarán los impactos del cambio climático, y se prevé que sean de los territorios más perjudicados. China es ahora el primer emisor mundial y la India no está muy lejos, comparadas con las de países ricos, ahora bien, sus emisiones por habitante son casi ridículas. El dilema es que pueden aumentar hasta equipararse a las nuestras sin acarrear desastres climáticos. Por ello las potencias del G8 tienen que reducir drásticamente sus emisiones per capita y facilitar el acceso a tecnologías energéticas no emisoras y renovables al resto del mundo. Esta obligación está enunciada en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático del año 92, aceptada incluso por EEUU.

Para convencer al G5 de que coopere no hacen falta discursos ni acuerdos globales sino coherencia con la responsabilidad histórica del G8 en la acumulación de CO2 en la atmósfera. Para Ecologistas en Acción esto implica objetivos ambiciosos, concretos y a medio plazo, como que las emisiones en el territorio de los países industrializados en 2020 sean inferiores en un 40% a las de 1990. Si se asume este compromiso se estará en el camino de llegar a un 80% a mitad de siglo, en caso contrario no puede extrañar que estados mucho menos responsables del problema rechace cooperar en solucionarlo, aunque sepan que recibirán sus primeros y más fuertes impactos.