El decrecimiento es una corriente de pensamiento fundada en el simple hecho de la imposibilidad de mantener una economía siempre expansiva, que tiende al crecimiento ilimitado, en un planeta con recursos naturales limitados. Implicaría un profundo cambio de sistema económico, productivo, ético y social.

Ecologistas en Acción está realizando, por todo el estado español, campañas para trasladar a la opinión pública este pensamiento. Los lemas son “menos para vivir mejor” y “aprende a vivir sencillamente para que otros puedan sencillamente vivir”.

En Málaga, durante los días 3 y 4 de noviembre, se realizaron debates, charlas, proyecciones de documentales, un taller de moneda complementaria y la conferencia del experto en política internacional y decrecimiento, Carlos Taibo.

La sala del Edificio de Estudios Portuarios de Málaga se llenó de malagueños interesados en oir la opinión de Carlos Taibo sobre el movimiento del decrecimiento. Para este experto el decrecimiento debe ser anticapitalista, “no podemos preocupados en exclusiva por los dramáticos problemas medioambientales y alejarnos de la constestación económica y social tradicional al capitalismo, que es el causante del problema. Hoy en el norte desarrollado, a principios del siglo XXI, no es inaginable un proyecto anticapitalista que no sea al mismo tiempo un proyecto decrecimentalista, autogestionado y antipatriarcal”.

Taibo reflexionó en primer lugar sobre el crecimiento económico, “la visión dominante en las sociedades opulentas sugiere que el crecimiento económico es la panacea que resuelve todos los males. A su amparo -se nos dice- la cohesión social se asienta, los servicios públicos se mantienen y el desempleo y la desigualdad no ganan terreno. Sobran las razones para recelar, sin embargo, de todo lo anterior. El crecimiento económico no genera -o no necesariamente- cohesión social, provoca agresiones medioambientales en muchos casos irreversibles, propicia el agotamiento de recursos escasos que no estarán a disposición de las generaciones venideras y, en fin, permite el triunfo de un modo de vida esclavo que invita a pensar que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y, sobre todo, más bienes acertemos a consumir”.

En EE UU, donde la renta per cápita se ha triplicado desde el final de la Segunda Guerra Mundial, desde 1960 se reduce, sin embargo, el porcentaje de ciudadanos que declaran sentirse satisfechos. En 2005 un 49% de los norteamericanos estimaba que la felicidad se hallaba en retroceso, frente a un 26% que consideraba lo contrario. Muchos expertos concluyen, que el incremento en la esperanza de vida al nacer registrado en los últimos decenios bien puede estar tocando a su fin en un escenario lastrado por la obesidad, el estrés, la aparición de nuevas enfermedades y la contaminación.

Carlos Taibo apuesta por reducir la producción y el consumo “porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales”. Pero eso no es suficiente, “es preciso reorganizar nuestras sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida social, del altruismo y de la redistribución de los recursos frente a la propiedad y al consumo ilimitado. Hay que reivindicar, en paralelo, el ocio frente al trabajo obsesivo, como hay que postular el reparto del trabajo, una vieja práctica sindical que, por desgracia, fue cayendo en el olvido. Otras exigencias ineludibles nos hablan de la necesidad de reducir las dimensiones de las infraestructuras productivas, administrativas y de transporte, y de primar lo local frente a lo global en un escenario marcado por la sobriedad y la simplicidad voluntaria. Lo primero que las sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de cerrar la industria militar, la automovilística, la de la aviación y en buena parte de la de la construcción”. Según Taibo los millones de trabajadores y trabajadoras que, de resultas, perderían sus empleos podrían encontrar trabajo en dos sectores, “si el primero lo aportaría el desarrollo ingente de actividades en los ámbitos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y medioambientales, el segundo llegaría de la mano del reparto del trabajo en los sectores económicos tradicionales que sobrevivirían”.

Para este experto, la reducción de la jornada laboral podría llevar aparejada, reducciones salariales, siempre y cuando éstas no lo fueran en provecho de los beneficios empresariales, “la ganancia de nivel de vida que se derivaría de trabajar menos, y de disfrutar de mejores servicios sociales y de un entorno más limpio y menos agresivo, se sumaría a la derivada de la asunción plena de la conveniencia de consumir, también, menos, con la consiguiente reducción de necesidades en lo que a ingresos se refiere. El decrecimiento no implicaría, para la mayoría de los habitantes, un deterioro de sus condiciones de vida. Antes bien, debe acarrear mejoras sustanciales como las vinculadas con la redistribución de los recursos, la creación de nuevos sectores, la preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la salud de los ciudadanos, las condiciones del trabajo asalariado o el crecimiento relacional en sociedades en las que el tiempo de trabajo se reducirá sensiblemente”.

Para Carlos Taibo, hay que decrecer voluntaria y racionalmente ya, si no tendremos que hacerlo obligados como consecuencia del hundimiento del sistema por la crisis económica y social que padecemos.

Enlace al video de las II Jornadas sobre Decrecimiento en Málaga