Nuestros niños viven hoy en un mundo probablemente muy distinto al que nosotros hubiésemos deseado. Alrededor de casi 100.000 sustancias químicas se encuentran actualmente en el circuito comercial. La mayoría de ellas comparten nuestro mundo desde la 2ª Guerra Mundial, y lo que es más importante, cada año se incorporan de 2000 a 3000 nuevas sustancias. El grado en el cual estas exposiciones interrumpen el desarrollo humano y de la vida silvestre es un asunto de considerable importancia y preocupación.

Para la mayoría de las sustancias químicas, incluyendo los resultados en animales, no disponemos de datos de exposición a mezclas de compuestos que caracterizan los sinergismos e interacciones del mundo real. Debido a todas estas interacciones comprender la(s) causa(s) de una deficiencia neurológica de un niño particular es extraordinariamente difícil. Esto es lo que sucede cuando la mayoría de las investigaciones que identifican los factores de riesgo como, por ejemplo, niveles elevados de plomo, se basan en estudios epidemiológicos más que en estudio individuales. A pesar de eso, podemos concluir con certeza que, en una población dada, la exposición durante el desarrollo a niveles altos de plomo dañara las funciones cognitivas y la conducta, pero nunca podremos definir el grado en que esas funciones son afectadas en un niño determinado por exposición a plomo, ya que la función cognitiva como el comportamiento, son el resultado de complejas interacciones entre factores genéticos y medioambientales (físicos, químicos, biológicos y sociales).

De los 80.000 productos químicos industriales catalogados, se ha probado que 1.000 de ellos son nocivos en animales, 201 son peligrosos para los humanos y tan solo cinco se consideran dañinos para el neurodesarrollo en humanos. Sin embargo, «no representan el verdadero potencial de los productos industriales para producir daños en el desarrollo del cerebro», señalan los autores, el doctor Philippe Grandjean del departamento de Medicina Medioambiental de la Universidad del Sur de Dinamarca y el doctor Philip Landrigan del Departamento de Medicina Comunitaria de la Escuela de Medicina del Monte Sinaí en Nueva York.

Los expertos consideran que los controles que ejerce la Unión Europea no son suficientes, mientras que denuncian que en EEUU sólo se impone a las empresas requisitos mínimos -que muchas veces no se cumplen- para que hagan pruebas de seguridad sobre los productos químicos que utilizan. «De los miles de productos en el mercado, menos de la mitad se han sometido a pruebas para conocer su toxicidad», subrayan. «Unas 3.000 de estas sustancias se producen en cantidades de 500.000 kilogramos al día».

Los científicos creen muy probable que la exposición durante la etapa fetal a tóxicos industriales haya influido sobre el desarrollo del cerebro de millones de niños. «Uno de cada seis niños sufre problemas del desarrollo, que en muchos casos afectan al sistema nervioso, causando autismo, déficit de atención, retraso mental o parálisis cerebral», explican.

Un cerebro en desarrollo es mucho más susceptible a los efectos tóxicos de las sustancias químicas que un cerebro adulto. «Es un órgano en pleno cambio, inmerso en una serie de procesos fundamentales para su correcta evolución. Si estos procesos son interrumpidos de alguna manera (la exposición a tóxicos, por ejemplo), se pueden producir daños permanentes», señalan los científicos. En las últimas décadas, se han constatado evidencias que relacionan cinco químicos industriales con desórdenes del neurodesarrollo en humanos. Un ejemplo es el plomo. Desde los tiempos del Imperio Romano se conocían sus consecuencias negativas sobre los adultos sin embargo hasta hace un siglo no se describió el primer caso de intoxicación infantil.