“Quiero sacar a la luz los costes ocultos de nuestra adicción al consumo”.

Mariola Olcina, Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 70.

Por su curiosidad innata de saber cómo fluyen los materiales en nuestra economía, Annie Leonard reflexiona en La historia de las cosas acerca de los impactos medioambientales de nuestro modelo de producción y de consumo. La escritora empezó a satisfacer su inquietud tras largos paseos hacia la universidad, donde estudió Ciencias Ambientales. De camino, se encontraba con una cantidad inmensa de desperdicios amontonados en las calles, mientras que, durante su regreso por la noche, toda esa montaña de deshechos había desparecido. Allí mismo, en las calles de Nueva York, la escritora empezó a rebuscar entre las interminables pilas de basura en busca de respuestas: a aquellos contenedores era donde iban a parar todos los bosques que, año tras año, desaparecían para dejar paso a los grandes centros comerciales.

En su último libro –recientemente adaptado a la pantalla cinematográfica– se explica cómo la ingente cantidad de residuos que generamos las sociedades industrializadas, proviene del consumo desmesurado de recursos, y de qué manera se puede compartir la riqueza de nuestro planeta de forma justa y sostenible.

¿Dónde adquirió ese hábito de mirar los contenidos de los cubos de basura?¿Lo sigue haciendo todavía?

He pasado años viajando a diferentes comunidades para mejorar la situación de sus basuras, promoviendo alternativas más limpias y seguras, y en cada sitio la gente me preguntaba: ¿Qué debemos hacer con nuestros desperdicios? Me di cuenta de que no podía responder a esa pregunta a menos que supiera qué contenía esa basura. No hay que ver la basura como una masa homogénea con la que tenemos que lidiar, sino separarla y ver qué hay dentro. Necesitamos saber qué es lo que la gente valora, lo que la gente tira, lo que podía haber sido evitado, lo que está presente en suficiente volumen como para dedicarle toda una planta recicladora, para así averiguar cuáles son las soluciones apropiadas para cada lugar. Y el único método para saberlo es empezar a hurgar en los cubos de la basura.

¿Qué cambios ha hecho en su propia vida desde que fue consciente de estos problemas medioambientales, sanitarios y humanitarios?

La primera cosa que hice fue aprender sobre los compuestos químicos tóxicos de los bienes de consumo de hoy, desde el champú hasta el envoltorio de plástico del queso. Una vez que empecé a conocer qué compuestos químicos y productos eran los peores, fue más sencillo eliminarlos del uso. También me esfuerzo en reducir la cantidad de desperdicios que genero. Tengo mis propias bolsas de la compra, evito productos con demasiado embalaje y compro comida ecológica a través de un grupo de consumo [una Comunidad de Agricultura de Responsabilidad Compartida]. También tengo unas cajas con lombrices y ellas se encargan de convertir mi basura orgánica en un magnífico compost que hace que mi jardín florezca. Es limpio y no huele.

Ahora voy a poner un sistema de energía solar que proporciona un 150% de la energía que necesito. El 50% de la energía sobrante servirá para mi vehículo eléctrico, que es suficiente para mis necesidades de transporte locales.

Hay una percepción errónea de que vivir de forma ecológica es caro, pero en realidad las cosas que he hecho me han ahorrado dinero. De hecho, lo más importante que hago para vivir de una forma más sostenible, es vivir en comunidad. Compartimos herramientas de jardín y camionetas, libros, ropas, las bicicletas de los niños que ya han crecido, etc. Las comunidades son el antídoto al loco modelo consumista y son la piedra angular para construir una democracia viva. Mis vecinos y yo pasamos nuestro tiempo libre discutiendo los problemas que hay en la comunidad y buscando soluciones. Tiene menos impacto para el planeta y es más divertido.

¿Cuál es el mayor mito medioambiental que le gustaría eliminar?

Que las dificultades que enfrenta el planeta se pueden superar a través de cambios en el estilo de vida a nivel individual. Sí, es responsable, positivo y ayuda en algo pero, incluso si lográramos convencer a cada persona para que siempre escogiera la opción más responsable, no sería suficiente. Es un error centrar nuestra atención a ese nivel. Simplemente, debemos involucrarnos con organizaciones comprometidas con un cambio sistémico más amplio. Por ejemplo, en vez de perfeccionar la lista de la compra para evitar elementos tóxicos en nuestros bienes de consumo, ¿porqué no prohibirlos? En vez de sentirse satisfecho por usar el transporte público, hagamos presión para redirigir las subvenciones del Gobierno hacia una planificación urbana más adecuada para los peatones y las bicicletas en vez de utilizar el dinero público para financiar la extracción de petróleo y la construcción de autopistas.

¿Qué quiere decir cuando dice: “Nosotros no pagamos por las cosas que compramos”? ¿Quién paga?

Los precios actuales de los bienes de consumo no reflejan el verdadero coste de producción y transporte. Recientemente compré una pequeña radio por 5 dólares. La radio contiene metales, que se tienen que extraer, probablemente de África. Plásticos, para los cuales el petróleo ha tenido que ser extraído en Irak. Papel para el embalaje procedente de los bosques de Indonesia, Brasil o Canadá.

La extracción y el procesado de esos materiales han diezmado los ecosistemas de montaña y los acuíferos porque las fábricas que funden el metal y las que hacen el papel emiten polución tóxica al aire, al suelo y al agua. Los trabajadores de las factorías y los residentes cercanos respiran aire contaminado con plomo, mercurio y dioxinas.

El verdadero coste de fabricación de una pequeña radio incluye esos ecosistemas degradados, los acuíferos contaminados y los trabajadores y vecinos enfermos, aunque no estén incluidos en el precio. Es lo que llamamos externalización de costes. Es decir, los costes se desvían hacia el medio ambiente, los trabajadores y las comunidades.

El motivo por el cual las compañías pueden vender esos productos a tan bajo precio es porque las compañías no pagan por esos costes que acabo de listar. Cuando una factoría de electrónica emite un efluente tan tóxico que el agua potable de las comunidades cercanas queda contaminada, los miembros de esa comunidad –no la compañía– soportan el incremento en el coste de comprar agua embotellada, los costes del cuidado de la salud y los días perdidos en la escuela o en el trabajo.

Los bajos precios que hoy obtiene el consumidor dependen de que las compañías sean capaces de externalizar muchos de los costes asociados a la producción de las cosas que compramos. Es importante considerar el panorama general cuando estamos tentados por los pasillos llenos de productos baratos y desechables. ¿Merece la pena adquirir el artilugio electrónico más moderno a cambio de aumentar la huella ecológica que implica la producción de esta tecnología?

Cuando necesitemos algo, la mejor opción es comprarlo de segunda mano o tomarlo prestado, por lo tanto no creamos ninguna contaminación en la fabricación de ningún objeto. Si necesitamos comprar algo nuevo, podemos ayudar comprando el producto menos tóxico, con el que se explote menos, el producto disponible que dure más, en vez de picar el cebo con los bienes de consumo desechables y baratos. Me doy cuenta de que puede no resultar fácil elegir la opción más cara en nuestros tiempos de incertidumbre económica, pero si compramos menos cosas en conjunto, muchos de nosotros podemos afrontar el pagar un coste extra por un producto menos tóxico y que dure más cuando tengamos que comprar algo.

¿Y qué pasa con el reciclaje? ¿No es la solución a nuestro problema?

El reciclaje es un arma de doble filo. El reciclaje busca devolver los materiales al ciclo de producción de las industrias para que lo usen de nuevo. Reduce la cantidad de desperdicios y la presión para extraer de la mina más materiales. Eso es bueno.

Pero puede añadir problemas. Los productos contienen compuestos químicos tóxicos y el reciclaje perpetúa su uso. El reciclaje de cualquier cachivache electrónico implica metales pesados y contaminantes orgánicos, expone a los trabajadores a vapores nocivos y crea un subproducto tóxico.

Además, el reciclaje se presenta a menudo como la panacea al problema de la basura. Muchos clientes toman alegremente las bolsas de plástico y cosas empaquetadas en demasía, sabiendo que pueden reciclarlas. Pero, en realidad, ese plástico se exporta a otros países –normalmente, a países empobrecidos– para ser reprocesado en fábricas que no cumplen con las leyes de seguridad laboral ni medioambientales. El reciclaje sirve para disminuir nuestra culpa consumista mientras añadimos un problema medioambiental en el extranjero.

Reduce, Reutiliza, Recicla. El motivo por el que el reciclaje está en tercer lugar es porque es la última cosa que deberíamos hacer con nuestras cosas. Primero, reduzcamos las cosas que compramos, hagamos presión a los fabricantes para que eliminen toxinas de sus productos, reutilicemos y compartamos cosas y, solo cuando no quede otra opción, entonces, reciclemos.

¿De qué manera nuestro constante derroche de materiales incentiva una economía injusta e insostenible?

A menudo las cosas que añaden crecimiento económico minan el bienestar humano y medioambiental. La tala indiscriminada de bosques para hacer propaganda para el buzón, suma crecimiento económico. Cada nuevo accidente de tráfico, caso de cáncer, prisión construida e incineradora edificada, aumenta el crecimiento, aunque minen nuestro bienestar. Queremos crecimiento, pero no de contaminación y deuda ecológica. Queremos crecimiento de niños saludables, transporte seguro, energía limpia, comida que nutra. Como individuos y como sociedad necesitamos redefinir la idea de progreso más allá de nuestro consumo de materiales para incluir todas esas cosas que realmente nos vuelven más seguros, sanos y felices.

¿Puede compartir alguna experiencia donde la gente esté haciendo las cosas de forma diferente?

¡Hay muchas! Existen programas denominados Basura Cero que buscan que los productos se diseñen para llegar a una segura reutilización o reciclaje. La biomímesis, que consiste en aprender de las soluciones de la naturaleza para fabricar productos y hacer estructuras que son seguras para la gente y el planeta.

Por ejemplo, algunos científicos están estudiando cómo los percebes crean el pegamento que no es tóxico y resiste al agua. O cómo las arañas crean sus fuertes telas a temperatura corporal. Hay muchas soluciones esperando a ser descubiertas e implementadas.

Y por último, ¿siente que vamos a cambiar por voluntad o por obligación?

Estamos a punto de provocar el colapso de los sistemas biológicos de los que dependemos. Muchas comunidades alrededor del mundo están en peligro de perder sus suministros de agua. Los recién nacidos están llegando a este mundo precontaminados con productos químicos industriales y agrícolas. No es una buena trayectoria.

Estamos ante una seria coyuntura. Muchos científicos dicen que nos quedan menos de 10 años para tomar una acción seria sobre el clima si queremos que la vida continúe en este planeta tal y como la conocemos. Otros dicen que ya es demasiado tarde. No estoy preparada para rendirme, aún me queda esperanza. Pero cada día que no hacemos nada, se mina un poco esa esperanza.