Consumo

ConsumeHastaMorir. Revista El Ecologista nº 65

El Cabanyal, un popular barrio de pescadores en Valencia, molesta. Es un impedimento para los planes urbanísticos de lo que se ha venido a llamar ciudad-marca, un modelo basado en obras faraónicas que atraigan el turismo al precio que sea. Mientras, la ciudad con barrios vivos, muere. ¿Cómo hemos llegado a esto?

Con la clase media consumidora a mediados de siglo XX llega un nuevo escenario en la lingüística de los productos y servicios. Las décadas de los 60 y 70 supondrán el asentamiento del consumo por imitación, donde los múltiples electrodomésticos, el coche o la segunda residencia en el campo, se entienden como elementos indispensables para pasar a formar parte de una clase consumidora que hoy cuenta con casi 2000 millones de personas en todo el mundo.

Y para ello, nada mejor que un nuevo modelo de establecimiento minorista, el centro comercial, supuesta materialización de la “compra libre” y de la gran variedad de oferta que el nuevo consumidor necesita, haciéndole creer un individuo independiente y con criterio, cuando justamente lo que representa es la nueva mercadotecnia, la de un cliente cada vez más hedonista que compra por impulsos y atiende a una publicidad cada vez más sentimental.

Pero las grandes superficies y los centros comerciales no vinieron solos. Aparecieron con buena parte de las políticas de reordenación de la ciudad que hemos sufrido en las últimas décadas. Localizados normalmente en las periferias de las ciudades, son parte esencial del fenómeno de dispersión urbana anglosajona que tan rápidamente se ha globalizado. Así, frente a la ciudad densa y con una gran diversidad de actividades, planificada en la Europa del siglo XIX, tendemos cada vez más a ciudades con un denso centro de negocios rodeado por enormes extensiones de viviendas residenciales unifamiliares; Y como guinda final, los centros comerciales ubicados en los principales accesos.

Con este modelo se encarece enormemente el gasto público (en infraestructuras, gestión de recursos, transporte público…) y se dificulta la planificación de la ciudad (por ejemplo, el aumento de viajes en coches particulares ya hacen casi impracticables los accesos más importantes a la ciudad).

Pero además, esto sentencia a muerte el modelo de pequeño comercio de barrio, mucho más redistributivo y socialmente beneficioso. Con su cierre se pierde trabajo (por cada trabajador de una gran superficie se eliminan entre 5 y 7 puestos de trabajo en el pequeño comercio) pero también sus actividades complementarias locales y de pequeña escala, e incluso factores tan importantes como la interrelación, que mejoran la calidad de vida de sus ciudadanos.

Sin duda, este modelo comercial pero también urbano está en crisis, y ahora aparecen nuevos gestores que dicen venir con la pretensión de salvar el barrio. No es casual que entre ellos se encuentren empresarios íntimamente ligados al otro modelo, el de la ciudad dispersa y sus centros comerciales, porque justamente la doctrina es la misma, pero sobre otro terreno: concentración y uniformidad.

Así, pretenden un barrio que imita el “no-lugar” que representa el centro comercial: espacios comerciales casi indistinguibles de una ciudad a otra, decorados para aparentar diversidad de actividades, idílicos espacios de encuentro y sofisticados espacios verdes. Es decir, una ciudad reconstruida a base de locales de fast food y franquicias de moda juvenil que recrea artificialmente las características mitificadas del barrio clásico denso y diverso al que sustituye.

El modelo de ciudad marca y sin barrios crece cada día en miles de puntos del estado. La Plataforma Salvem el Cabanyal, un movimiento ciudadano para la defensa de uno de los barrios más populares de Valencia, denuncia la actuación policial contra los vecinos del barrio y la dictadura que ejerce el Partido Popular de Valencia con tal de conseguir sus proyectos faraónicos de ciudad-marca:

«La Plataforma Salvem el Cabanyal esta desconcertada e indignada, tras 12 años de recursos judiciales y tras la sentencia del Tribunal Supremo y la Orden Ministerial, que suspende la ejecución del PEPRI, por expolio.

Está semana hemos tenido que ver como la policía local, a las ordenes del ayuntamiento y personalmente por el Concejal Domínguez, destruyen aceleradamente nuestro patrimonio, y como la policía nacional a las ordenes de la Delegación de Gobierno nos agrede con brutalidad inusitada.

«Nos sentimos abandonados por la Delegación y Subdelegación del Gobierno de España que solo han defendido las actitudes dictatoriales del PP al mandar los antidisturbios a proteger la innecesaria decisión de los dictadores en lugar de proteger a los ciudadanos.

Lo que diferencia a una policía en un régimen democrático, a una policía en un régimen dictatorial, es la consideración que la policía tiene de la ciudadanía, de su integridad física y de sus derechos fundamentales. La policía nacional y municipal, hoy se han comportado como una policía dictatorial como se puede ver en todos los vídeos publicados por los medios de comunicación».

El no-barrio sigue creciendo.