Los seres humanos, como cualquier otra especie, necesitan nutrirse para realizar sus funciones vitales. Pero hoy día el 90% de nuestro consumo de proteína animal [1] depende de poco más de 10 especies, mientras que el 70% de nuestra alimentación proviene de 12 especies vegetales. Sólo 4 de éstas –arroz, maíz, trigo y patata– nos suministran la mitad de las calorías [2]. En definitiva, nuestra alimentación cada vez depende de menos especies y de variedades más homogéneas, lo que la hace más vulnerable.

La organización que se ocupa de la alimentación y la agricultura en las Naciones Unidas, la FAO, califica esta situación como “una cuestión de supervivencia”. La alimentación humana no sólo depende de un reducido número de especies, sino que de éstas no se conservan suficientes variedades y/o razas [3]. Según datos de la FAO, durante el último siglo se han perdido el 75% de las variedades de las especies que se cultivan en el mundo, a lo que hay que añadir 1.350 razas animales en peligro de extinción de las 6.300 catalogadas. En esta situación, la futura provisión de alimentos podría verse amenazada ante cualquier acontecimiento que suponga un fallo funcional de las variedades y razas de alto rendimiento de las que dependemos en la actualidad. Y no hay que esperar al futuro para saber qué es lo que podría suceder.

Ya en Estados Unidos, hace aproximadamente 30 años, un solo hongo bastó para destruir todas las plantaciones de maíz del sur del país. En Irlanda, a mediados del siglo XIX, otro hongo dejó los campos sin una sola patata y mató de hambre a más de un millón de personas. En ambas ocasiones, estas situaciones sólo pudieron resolverse acudiendo a especies y variedades de cultivo distintas de las usadas hasta entonces que resistían a la enfermedad. Pero, la próxima vez podría ocurrir que no haya ninguna variedad a la que acudir.

Uniformidad vulnerable

Durante más de tres mil millones de años la vida ha co-evolucionado con su entorno adaptándose a él. Como resultado, el libro de la vida ha escrito sus capítulos con la presencia de multitud de especies, tan variadas como diversos han sido los ambientes en los que se han desarrollado. Todas ellas han tenido que resolver el problema de cómo pasar los genes a su descendencia y la estrategia reproductiva más exitosa ha demostrado ser aquella en la que se genera una progenie con características diferentes entre los distintos individuos de la misma. Esta diversidad en la descendencia posibilita lo que Darwin denominó “survival of the fittest” o la supervivencia de los individuos más aptos a cambios en su ambiente, tales como cambios climáticos, la aparición de nuevas enfermedades o nuevas especies que entran en competencia por recursos escasos.

Desde su paso de cazador-recolector a Homo agricolis, la especie humana sólo ha domesticado un pequeño porcentaje de los cientos de miles de especies vegetales y animales que existen, bien sea por razones de tamaño de la semilla, por efectos perjudiciales para su metabolismo, por la facilidad de almacenamiento de la cosecha, por el comportamiento de la especie en cuestión, por características organolépticas o nutricionales o por otros motivos. La co-evolución de estas especies domésticas y sus variedades y razas con su medio ambiente ha sido determinada decisivamente por la selección de que ellas hacían agricultores y ganaderos. En su lucha por la supervivencia seleccionaron estas especies en función de sus necesidades específicas y de las condiciones ambientales, culturales y económicas locales. Y es el análisis de estas tres esferas el que nos proporciona la clave para entender por qué se produce la actual erosión de la agrobiodiversidad.

Si hubiera que elegir una sola causa que explicase la actual erosión genética de las especies, razas y variedades de las que depende la alimentación humana, ésta sería la especialización en el cultivo y la crianza de especies como resultado de las prioridades en investigaciones científicas marcadas por consideraciones comerciales. Las actuales razas y variedades funcionan sin grandes sobresaltos en condiciones ambientales controladas, pero los mismos intereses económicos que han causado esta especialización y la uniformidad en los gustos característica de este mundo globalizado han arrinconado variedades y razas que pueden ser clave en el futuro.

Desde hace décadas, los centros internacionales de investigación agrícola y ganadera llevan desarrollando plantas y animales de alto rendimiento y que necesitan altos insumos. Estas especies fueron el cimiento de la llamada entonces Revolución Verde porque incrementó enormemente la producción agrícola y ganadera en muchas regiones. Si las plantas florecen a la vez, si los granos son todos del mismo tamaño, si los frutos son todos iguales tal y como pide el consumidor, si las camadas son cada vez más numerosas y ganan más peso, la actividad agrícola y ganadera se hace más rentable. El problema de esta uniformidad es que además de productividad también significa vulnerabilidad.

Acceso a los recursos fitogenéticos

Paradójicamente el actual modelo agroalimentario basado en el éxito de las técnicas de la Revolución Verde –caracterizadas por un número reducido de variedades y razas adaptadas a modelos de agricultura intensiva– ha traído una reducción drástica de la diversidad de las variedades y razas necesarias para seguir adelante con la investigación y el desarrollo agrícola y ganadero en los que se basa el propio modelo. Curiosamente casi todas las especies y variedades que interesa recuperar y preservar están en los países pobres, en donde la penetración del modelo ha encontrado más resistencias. Si las multinacionales que desarrollan y comercializan las variedades y razas que son la base de la alimentación humana quieren seguir ostentando su oligopolio necesitan tener acceso a la agrobiodiversidad de esos países.

Para garantizar el acceso de las grandes multinacionales de la alimentación a la agrobiodiversidad de los países del sur, entró en vigor en 2004 el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura de la FAO. Ante la resistencia de un grupo de países del Sur a permitir la expoliación de sus recursos genéticos sin ninguna compensación se consiguió que el Tratado estableciese que quien comercialice productos obtenidos gracias a especies de países donantes “deberá pagar una parte equitativa de los beneficios derivados de la comercialización” al sistema, para financiar proyectos en esos países. De esta forma el Tratado considera que se crea un mecanismo de compensación justo.

Es necesario un cambio de modelo

Hasta la llegada de la modernidad y su Revolución Verde, la agrobiodiversidad se generó y conservó en un contexto local, donde el autoabastecimiento, o el abastecimiento a los mercados cercanos, y la experimentación informal campesina han sido fundamentales. La diversidad de las variedades y razas depende de los contextos cultural, ambiental y económico en los que se enmarca su evolución. Si en el actual marco cultural, ambiental y económico hemos perdido buena parte de la agrobiodiversidad, ¿no parece probable entonces, que sea el modelo actual de agricultura y alimentación la verdadera causa de esta erosión genética?

Si hay algo que nadie discute después de décadas de aplicación de la Revolución Verde, es que los avances tecnológicos en genética de cultivos para que las semillas respondan a los insumos externos –además de provocar una reducción en las especies, variedades y razas de las que depende la alimentación humana– han sido la causa de un incremento de la polarización socioeconómica, un empobrecimiento rural y urbano y una mayor inseguridad alimentaria. Para revertir esta situación se hace necesario un cambio de modelo diferente al impulsado por las fuerzas de la globalización y en el cual los pueblos puedan dar forma a su diversidad social, económica, cultural y política.

Este nuevo modelo debería caracterizarse por una descentralización de poder y por el uso de tecnologías de pequeña escala. En modelos basados en la suficiencia y no en la acumulación es fundamental seguir estrategias de aprovechamiento diversificado de los agroecosistemas con un mantenimiento máximo de la diversidad biológica y de la heterogeneidad espacial, atributos que han caracterizado al campesinado [4].

La diversidad agrícola, cultural y ambiental está necesariamente basada en una gran riqueza genética que ofrece a los cultivos y al ganado protección frente a plagas y enfermedades, adaptación a sistemas agrícolas complejos de una gran diversidad de condiciones de suelo y clima locales. Esta diversidad permitiría la autonomía de los agricultores, y por ende de los pueblos, ante el control del sistema por parte de un oligopolio de multinacionales, además de una alimentación variada y más saludable. Pequeños pasos que se pueden ir dando en la construcción de ese nuevo modelo podrían ser la promoción de la comercialización directa o los canales cortos de venta, las ferias y los mercados locales, las cooperativas de consumidores y agricultores, ya que garantizarían el contacto entre agricultor y consumidor y posibilitarían el intercambio de ideas y problemas de unos y otros, siendo el mejor lugar para recuperar productos agrarios locales.

De seguir por el camino que marca el modelo agroalimentario actual podría llegar un día en que debamos empezar, a falta de otra cosa, a alimentarnos de los verdes billetes acumulados por unos cuantos.

Vicente Moreno, Ecologistas en Acción. El Ecologista nº 52

Notas

[1] FAO, 2004, Biodiversidad al Servicio de la Seguridad Alimentaria. Publicación para el Día Mundial de la Alimentación. 16-10-2004.

[2] FAO, 2002, A matter of survival, www.fao.org/spanish/newsroom/action/ag_treaty.htm

[3] Se conocen como razas o variedades de una especie animal o vegetal respectivamente a grupos de individuos similares que por rasgos estructurales y de comportamiento pueden ser identificados frente a otros individuos de la misma especie.

[4] TOLEDO, V.M., 1993, “La racionalidad ecológica de la producción campesina” en Sevilla. E, et al, Ecología, campesinado e Historia, La Piqueta.