Los colectivos abajo firmantes defendemos, además de su función como sistemas naturales, la dimensión afectiva, lúdica, emocional de los ríos. En ese sentido, reivindicamos los espacios fluviales para el paseo en las riberas, para el baño y la navegación, en el marco de unos ríos vivos y limpios, que mantengan su dinámica natural, la morfología de su lecho, un régimen respetuoso de caudales, la vida acuática y, en definitiva, la calidad de su ecosistema.

Aplaudimos el propósito de acercar la ciudadanía al río, pero no compartimos la forma en la que se está tratando de realizar en nuestra ciudad, contra los principios de la Directiva Marco del Agua y del Plan Estratégico Nacional de Restauración de Ríos. No todos los ríos son iguales. El nuestro, a su paso por Zaragoza, tiene una serie de limitaciones naturales y antrópicas que hacen imposible determinadas apetencias. Del mismo modo que no podemos hacer una estación de esquí en la ciudad, el Ebro no puede ser navegable para cualquier tipo de embarcación.

El Gobierno Municipal del Ayuntamiento de Zaragoza, en su día, no lo entendió así y, sin atender el informe firmado por dieciséis científicos especialistas en dinámica fluvial y ecosistemas acuáticos, proyectó un plan para la navegación en los meses estivales, que es la época de menor caudal, con unas embarcaciones no aptas para el calado natural del río en ese momento del año. De hecho, todos los intentos realizados desde entonces para adaptar el río a las embarcaciones, en su día elegidas, han resultado un fracaso incuestionable, se mire por donde se mire. Ni el azud, ni los dragados sucesivos, ni la colocación de motor en las embarcaciones han hecho posible la navegación.

Por su parte, los ciudadanos tampoco han demostrado un gran entusiasmo por participar en ese proyecto, con ese tipo de navegación. Según las cifras oficiales, el primer año 22.000 pasajeros usaron el servicio de esos barcos frente a 350.000 esperados y el segundo, escasamente 5.000 (en buena medida colegios invitados), frente a una ocupación prevista de 20.000 usuarios. El proyecto de la navegabilidad ha supuesto a la ciudad 24 millones de euros cuando en principio iba a ser gratuito, ya que se iba a amortizar mediante una central hidroeléctrica que al final no se construyó. A ello hay que añadir los 5 millones de euros invertidos en la construcción de embarcaderos y reforma de uno de los vanos del puente medieval, así como los 300.000 euros de compensación anual a la empresa por la perdida en ventas de billetes.

Junto a esta realidad, no podemos obviar las repercusiones sociales y ambientales. El dragado es un mal ejemplo. Mientras en otros lugares de España, de Europa y del mundo, se están desarrollando proyectos que tratan de devolver a los ríos su espacio y su dinámica natural, en Zaragoza, nuestro Ayuntamiento sigue en la idea de que es posible dominar y controlar el Ebro, a cualquier precio, y eso lo hace al amparo de una Exposición Internacional autollamada del Agua y la Sostenibilidad con pretensión de dar ejemplo al mundo.

El Ebro es un río mediterráneo que no puede ser comparado con otros ríos europeos navegables, como el Támesis, el bajo Guadalquivir o el Sena. Los dos primeros son estuarios y el Sena a su paso por París, desde hace siglos ha dejado de ser un río para ser una canalización de hormigón.

En el tramo urbano de Zaragoza es un río con un cauce inestable por naturaleza, su lecho está formado por gravas y arenas que se mueven –y mucho- durante las crecidas de periodo de retorno anual. Cada vez que se modifica la morfología del lecho mediante una extracción de áridos, el río tiende a reponerla. Lo hemos visto claramente en los sucesivos dragados que se han hecho a su paso por Zaragoza para permitir la fracasada navegabilidad. Es una afirmación gratuita pretender imputar ese efecto a los aportes realizados al cauce con motivo de las obras de acondicionamiento para la construcción de los puentes. Cualquier intervención en el lecho origina una respuesta de éste a través de una serie de erosiones y sedimentaciones.

La barra de Helios, cuya existencia ya se puede apreciar en las fotografías aéreas del año 1927, en estos últimos años ha crecido tanto en altura como en extensión, tal como se anunció en el informe referido, el planteado por los dieciséis científicos que desaconsejaban la realización del primer dragado. El crecimiento de esa barra ha sido la simple respuesta del río. Al hacer el canal de navegación paralelo al muro del Paseo Echegaray, ha aumentado la incisión en esta margen y la zona de depósito en la contraria, es decir en la orilla de Helios.

De igual forma, el canal de navegación, al desviar una parte del agua de toda la sección del cauce hacia uno de los arcos del Puente de Piedra, está produciendo, desde entonces, un efecto erosivo muy fuerte que puede implicar, a medio plazo, un riesgo en la primera arcada. Por otro lado, en el resto de las arcadas, la dinámica del río tiende a depositar materiales. Estos no son más que algunos de los efectos que el dragado y el azud están produciendo en relación al movimiento de gravas.

Si queremos que los ciudadanos vuelvan a disfrutar del río, como lo hicieron hasta principios de los años sesenta, sería bueno preguntarse por qué a partir de esa fecha comenzaron a darle la espalda. La respuesta es obvia: degradación de la calidad química de las aguas y de su aspecto, la suciedad de las riberas. Hoy, en sus orillas todavía quedan residuos tóxicos de la antigua Industrial Química y escorias de fundición de Rico Echevarria: Por otra parte, hay barrios rurales que todavía vierten sus aguas directamente al río sin el menor tratamiento.

Extraer las gravas del río no supone una limpieza del Ebro. En las gravas, como si de una esponja se tratara, se encuentra el freático del río, el agua subterránea que permite que existan bosques de ribera. Su extracción repercute en el descenso del mismo y ello puede afectar a la vegetación de ribera, como se está observando en la actualidad en el soto Cantalobos, cuyos árboles están muriéndose tras la extracción de gravas que se produjo en 2008 para la construcción del Cuarto Cinturón de circunvalación.

Las gravas no son basura sin vida, entre las gravas viven organismos que conforman el primer eslabón alimenticio de la cadena trófica del río. Utilizar el termino limpieza del cauce para designar operaciones masivas de dragado, no deja de ser un eufemismo que trata de enmascarar lo que en definitiva es un atropello desde el punto de vista hidrológico y de la buena salud del ecosistema.

Las gravas no son ajenas al río ni a su dinámica, forman parte de él y de ellas depende el equilibrio general del ecosistema. Las gravas son el cauce del río, y gravas y cauce son un patrimonio natural tan valioso como las playas y acantilados de nuestras costas, o como nuestras montañas y glaciares.

Firmado.
- Fundación Nueva Cultura del Agua
- Centro Ibérico de Restauración Fluvial
- Asociación Naturalista de Aragón ANSAR
- Sociedad Española de Ornitología SEO
- COAGRET
- Ecologistas en Acción
- Triacanthos
- Asociación de Vecinos Puente Santiago- Actur
- Asociación Vecinal La Madalena
- Asociación de Vecinos Casco Viejo
- Asociación de Vecinos La Paz
- Partido Comunista de Aragón PCA
- Izquierda Anticapitalista de Aragón