El anuncio de un nuevo macroproyecto para construir una ciudad del juego en Los Monegros al estilo Las Vegas, con parques temáticos, casinos, hoteles, áreas comerciales y campos de golf, no es sólo la enésima manifestación de un modelo de consumo y empleo del territorio en auge en el Estado español. Es también la confirmación de una tendencia que afecta a la mayor parte de los países desarrollados: la comercialización del entretenimiento a gran escala y el consumo de copias y simulacros, en definitiva, el triunfo lúdico de lo artificial y la sustitución creciente de la naturaleza por la tecnología.

Josep Crosas, arquitecto y miembro de Ecologistes en Acció de Catalunya. El Ecologista nº 56

En su loca carrera por atraer cada vez más visitantes y jugadores, e impulsar al máximo el consumo, la célebre ciudad de los casinos levantada en el desierto de Nevada ha ido cambiando constantemente su escenario. Hoy en día, además de los neones y anuncios luminosos, lo que prima en Las Vegas es el protagonismo de los nuevos edificios consistentes en la imitación hiperrealista, grotesca, de otras construcciones: copias, reducidas o no, de monumentos egipcios; de edificios y esculturas romanos; de palacios, puentes y canales de venecianos; de la Torre Eiffel y la Ópera de París; de la Estatua de la Libertad y los rascacielos clásicos de Nueva York… Lo que allí se ha erigido es una colección inaudita de réplicas y simulacros que buscan conferir identidad a esa especie de no lugares que son los mastodónticos complejos turísticos de Las Vegas.

Aparte de la reproducción de sitios emblemáticos de otras partes del mundo, y que se completa con personal disfrazado y diálogos prefijados, estos grandes resorts recrean también lugares de cuento y fantasía, así como entornos naturales deliberadamente ficticios, con falsas cascadas y lagos artificiales, jardines y vegetación exótica. Ya es sabido el coste energético y de agua que todo ello supone. La enorme presa Hoover, que nutre Las Vegas con su inmenso suburbio de unifamiliares con piscina, agota prácticamente el caudal del río Colorado impidiéndole llegar al mar.

La proliferación delirante de simulacros, más allá del casino ininterrumpido y el gran centro comercial de 24 horas al día que es Las Vegas –controlado durante décadas por la mafia–, responde por lo visto al prototipo de paraíso turístico actual, de acuerdo con la identificación creciente entre consumo y espectáculo.

Orígenes y desarrollo de los parques temáticos: disneyzación global

Uno de los padres de todo esto es también Walt Disney. Pionero del cine de animación y creador del primer parque temático contemporáneo, Disneyland, inaugurado en Anaheim (California) en 1955, a partir de la voluntad de crear un entorno de diversión sin las incomodidades, sordidez y suciedad del parque de atracciones urbano estilo Coney Island de Nueva York. Un lugar idílico, apartado de la ciudad, limpio, vigilado y seguro, pensado para el público familiar de clase media. También un centro de diversión de obediencia corporativa, producto íntegro de la marca Disney, donde se concreta la creciente racionalización de un modelo de ocio totalmente organizado alrededor del consumismo.

Los parques Disney se asocian en principio con la arquitectura de cuento de hadas que constituye el emblema e imagen de la empresa, y se presentan como el lugar donde se recrea lo supuestamente maravilloso, un paraíso del ensueño y la fantasía: “el mundo mágico donde los sueños se hacen realidad”.

Pero sobre todo son el lugar de la comercialización del ocio y el consumo de ficción por excelencia. Donde se venden emociones y experiencias a partir de efectos predispuestos, con la consiguiente uniformización de la imaginación, desproveyéndola de aquello espontáneo, singular o perturbador, o de lo que no encaja en los patrones de consumo del mundo occidental y los objetivos de la americanización global. La expansión del imperio Disney por todo el mundo (con algunos hitos como la apertura de Disneyworld en Florida en los años 70, Parque Disney de Tokio en los 80, y Eurodisney Paris en los 90) es paralela al éxito planetario de la Coca-Cola y la hamburguesa. Además, como es sabido, los parques temáticos no son el único producto Disney; en realidad forman parte de un gran complejo de ventas de todo tipo de mercancías: películas, videos, programas de televisión, libros, ropa, juguetes, souvenirs… Disney es la segunda empresa de comunicaciones de Estados Unidos y ha apoyado al gobierno Bush en todas sus decisiones.

Con los años, estos parques se han convertido en ciudades especializadas para el consumo de ocio y el turismo, un centro vacacional con una alta concentración de hoteles, apartamentos, atracciones, centros comerciales, además de tecnología, programación y control. Visitar un parque Disney es internarse en una precisa y gigantesca maquinaria de gestión de multitudes, con control de accesos mediante pago, videovigilancia, recorridos prefijados, atracciones de masas, omnipresencia de los restaurantes de comida rápida, de tiendas… Y sobre todo simulación, con la división del parque en subáreas temáticas que reproducen un ambiente determinado, y un sofisticado sistema de túneles que permite a los empleados disfrazados dirigirse al lugar adecuado sin inmiscuirse en otros.

A partir del modelo de Disneyland de California, se produce el posterior desarrollo de los parques temáticos a escala estadounidense y mundial. Los principales operadores de estos parques siguen siendo grupos estadounidenses: Disney, Six Flags, Universal Studios, Paramount Parks, Anheuser Busch Theme Parks, empresas con una estrecha relación con la industria del entretenimiento mediático. El resultado ha sido la aparición de parques temáticos en todos los continentes. Con una auténtica eclosión en Europa, con Alemania, Francia, Gran Bretaña y después España a la cabeza. En Asia, con el caso destacado de Japón, y últimamente China con decenas de parques en construcción, como también ocurre en Dubai. Una industria o sector económico emergente y global, que ocupa a miles de empleados y se dirige a decenas o centenares de millones de consumidores, con todas las implicaciones culturales que eso supone: homogeneización consumista, pérdida de la identidad, comercialización del ocio a gran escala, triunfo de los simulacros y simulaciones.

La constante fabricación de simulaciones diluye la distinción entre lo real y lo imaginario, equipara lo real y lo fingido. Y esta confusión va extendiéndose como característica cultural de nuestra época. En los parques, el mundo natural y lo auténtico perecen ante la primacía de lo artificial y la copia. Pero fuera de los parques a menudo la propia realidad se falsea en un esfuerzo para construir el espacio recreativo o turístico que los visitantes esperan encontrar. Es el ejemplo de muchos destinos de viajes exóticos, cuya importancia está en que se acaben pareciendo al catálogo. Algo parecido ocurre también con las ciudades, o mejor con los centros históricos, convertidos progresivamente en atracciones turísticas.

Las características que se identifican con el concepto de disneyzación se pueden encontrar no sólo en los parques temáticos de todo el mundo, sino que se han generalizado en otras instalaciones recreativas: cadenas de restaurantes, hoteles, grandes superficies comerciales, aeropuertos que pretenden adquirir contenidos temáticos, o lugares históricos y también museos que desarrollan atracciones y espectáculos de clara matriz temática. Esto sin olvidar los cruceros actualmente en boga (y que Disney también promueve). Las experiencias temáticas están dominando de manera creciente la vida cotidiana de las personas, mientras tienden a desaparecer las fronteras entre espectáculo, compras y turismo.

Parques temáticos en España

La irrupción de parques temáticos en el Estado español se ha producido junto al boom inmobiliario de los últimos años y la espiral de precios de la vivienda. Y esto sumado a la apoteosis del turismo de masas y la urbanización descontrolada del litoral, con planes de nuevas urbanizaciones que incluyen centenares de campos de golf, ignorando los problemas de falta de agua del país. Por no hablar de las consecuencias previstas que el cambio climático va a tener sobre esta región mediterránea. Este modelo turístico y territorial es inseparable de la aparición de parques temáticos.

Hay cuatro grandes parques temáticos surgidos en los últimos doce años: Port Aventura, Isla Mágica, Terra Mítica y Parque Warner –además de una gran cantidad de más pequeños y de nuevos proyectos en perspectiva–, casi todos ellos con graves irregularidades en la gestión económica y urbanística. El primero fue Port Aventura, situado a una hora de Barcelona, entre los municipios de Vilaseca y Salou, impulsado por el Gobierno de Catalunya y llevado a cabo con la colaboración del financiero Javier de la Rosa. De la Rosa terminó yendo a la cárcel en 1994 por haberse apropiado de miles de millones de pesetas de la compañía Gran Tibidabo, que gestionaba las acciones de los pequeños inversores. Ahora Port Aventura pertenece a La Caixa y acaba de conseguir la aprobación de los planes para tres campos de golf y la construcción de un centro de convenciones, tres hoteles y 2.500 viviendas.

Port Aventura ha servido de modelo para el resto de parques temáticos que otras comunidades han ido impulsando. Destaca Terra Mítica, el proyecto faraónico del dirigente del PP Eduardo Zaplana. El escándalo acompaña a este parque alicantino desde el principio: la adquisición y urbanización de terrenos forestales después de un incendio provocado; la aprobación de trasvases para remediar la falta de agua; la crisis financiera, con una deuda de más de 200 millones de euros, y la presentación, en 2004, de una declaración de suspensión de pagos; el rescate por parte del Gobierno valenciano y diversos bancos, que no aleja el fantasma de la quiebra; las denuncias de la fiscalía por fraude, con el cobro de facturas falsas; y, por último, la puesta en venta de parte de los terrenos recalificados para su urbanización.

También ha tenido problemas financieros el parque sevillano Isla Mágica, instalado en los terrenos de la Expo'92, con la intención de amortizar las inversiones e infraestructuras. La Junta de Andalucía de Manuel Chaves y el Ayuntamiento de Sevilla, han hecho de la supervivencia de este parque ruinoso una cuestión de gobierno, con el auxilio a los empresarios a partir del presupuesto público.

La constelación de grandes parques temáticos españoles, sin contar con los de menor tamaño, se completa con los dos grandes parques de la región de Madrid: el Parque de Atracciones –de Florentino Pérez– y, sobre todo, el gigantesco parque de la Warner Bros, rodeado siempre de unas cifras que marean: centenares de hectáreas en suelo protegido, miles de millones de inversión –en parte de la Comunidad de Madrid–, millones de visitantes por año… y ahora bajo la presidencia de Jesús Sainz –también titular de la sociedad gestora de Isla Mágica–, quien tiene la intención de construir hoteles, campos de golf, zonas comerciales y empresariales en sus terrenos para, asegura, convertirlo en “el mayor centro comercial y de ocio de Europa”. En todos los casos, recintos de atracciones e instalaciones de ocio, coinciden con espectaculares inversiones económicas con un claro trasfondo inmobiliario, por lo que implicará de construcción de centros comerciales, campos de golf, hoteles, apartamentos, etc.

Por lo que respecta a los proyectos, nada menos que Mundo Ilusión es el nombre de un nuevo parque temático que el grupo Marina d'Or pretende construir entre los municipios de Cabanes y Oropesa, precisamente en los terrenos donde en los años 80 quería emplazarse Eurodisney. De ir adelante, este parque formará parte de una futura macrourbanización –“el complejo turístico y de ocio más grande de Europa, bautizado como Marina d'Or Golf”–, que supondrá la ocupación de 18 millones de metros cuadrados de suelo y la construcción de 50.000 viviendas, y que incluirá tres campos de golf, diversos hoteles tematizados –de estilo parisino, veneciano, alpino, etc.–, lagos y montañas artificiales, una pista de nieve ¡en un entorno climático que supera los 40º en verano!

Tan fascinante proyecto, continuación del actual engendro “Marina d'Or, ciudad de vacaciones”, y que cuenta también con el apoyo y la complicidad de la Generalitat Valenciana y del imputadísimo presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, no se detiene aparentemente ante nada: ni ante el déficit de agua, ni ante la polémica aprobación y concesión de un nuevo aeropuerto, ni ante la paralización cautelar de la construcción de un vial en zona protegida, ni, por supuesto, ante la oposición política (EU y Bloc) y las críticas de los ecologistas.

Terra Mítica, Isla Mágica, Mundo Ilusión son nombres que aluden a la voluntad de encantamiento e irrealidad, de superchería al fin, que caracteriza el ocio temático. Se refieren al tipo de ilusión a la que se pretende transportar al público: un supuesto mundo feliz donde escapar de la realidad. Y esto para niños y mayores, pues el infantilismo de los parques va también dirigido a los adultos, que consumen de forma pasiva símbolos triviales de aventura, fantasía, felicidad. Pero también al sueño fantástico de lucrarse con cualquier pretexto y sin trabas.

Ahora, por lo visto, le toca el turno a Aragón y al árido paisaje de Los Monegros –con la quimera del juego como reclamo, y el anuncio a bombo y platillo de una nueva “ciudad del ocio”, con 32 casinos, 5 parques temáticos, 100.000 habitantes, 25 millones de visitantes al año–, con lo que supondrá de pelotazo, comisiones y descalabro ambiental. También de profundización de la idolatría del consumo y la tecnología de la diversión.