La industria ganadera es la principal responsable de la pérdida de selva amazónica

Carlos García Paret, economista experto en cooperación y desarrollo local, trabaja en una asociación en la Amazonia Matogrossense

La deforestación de la Amazonia contribuye fuertemente al cambio climático, situando a Brasil en quinto lugar entre los principales emisores de CO2 mundiales. Al mismo tiempo, este cambio climático favorece la destrucción del ecosistema amazónico, sustituyendo la selva por la sabana. Las consecuencias son trágicas para los pueblos indígenas que la habitan.

Cuando mataron al cauchero Chico Mendes en diciembre de 1988 en su casa de Xapurí, estado oriental de Acre (Brasil), la selva amazónica brasileña había perdido en tan solo 20 años 390.000 km2 de su cobertura original.

La muerte de Chico produjo por primera vez un profundo cuestionamiento de los mega-proyectos desarrollistas promocionados por gobiernos del Sur, la gran mayoría no democráticos, que contaban con financiamiento del sistema del Banco Mundial. El proyecto denominado Polo Noroeste, ejecutado por el gobierno militar brasileño y financiado por el Banco Interamericano de Desarrollo, implantó una enorme cuenca ganadera en plena Amazonia. Recibió varios cientos de millones de dólares que sirvieron para destruir miles de kilómetros cuadrados de selva, expulsar a sus pobladores, asesinar a líderes indígenas, campesinos y caucheros e incentivar conflictos de tierra entre los miles de recién llegados. La muerte de Chico Mendes desveló esa gran mentira.

Los caucheros sufrieron la embestida de los traficantes de tierras (grileiros) que querían usurpar sus selvas violentamente para talarlas con fines especulativos, convertirlas en pastos y venderlas a grandes grupos agroganaderos. El trabajo de los grileiros era de limpiar el terreno de miserables anónimos y de árboles antes de la llegada del progreso, simbolizada por la carretera. Los modos de lucha social que Chico y sus compañeros desarrollaron cautivaron al mundo. Evitaron la tala de miles de hectáreas a través de un movimiento de resistencia llamado empate, en el que unas 50-100 personas se situaban delante de los árboles en un acto de resistencia pacífica impidiendo el trabajo de las motosierras.

Hasta 2009, dos décadas después de la muerte de Chico, en Brasil se han deforestado acumulativamente unos 700.000 km2 de selva amazónica. Casi dos veces más que hasta 1988. A Chico y a tantos otros les debemos agradecer que esta macabra cuenta no sea mayor. No obstante, no deja de asombrarnos la inercia de la devastación.

Carne, madera, caña de azúcar, soja, oro, hierro, petróleo, gas, agua, etc. El vientre de la Amazonia posee riquezas codiciadas por unos mercados internacionales, que a pesar del ralentí de la crisis, demandan crecientes abastecimientos.

A nivel global se habla de la Amazonia como de la tercera región geoestratégica en provisión de materias primas para el mundo industrial, tras Oriente Medio y la Antártida. En la Amazonia se concitan los poderes del mundo en una competición silenciosa por sus riquezas. Por un lado, los gobiernos locales de izquierda más o menos nacionalista: Brasil, Bolivia, Venezuela y Ecuador. Por otro, países más alineados con EE UU: Colombia y Perú. Cerrando el club tenemos a Francia, presente a través de su departamento de ultramar, la Guayana francesa, y Gran Bretaña y Holanda, a través de sus ex-colonias, la Guayana inglesa y Surinam.

La toma de posiciones sucede paralelamente a un incremento de los presupuestos militares (América del Sur gastó en este concepto 50.000 millones de dólares en 2008). Recientemente, en septiembre de 2009, EE UU firmó un acuerdo con Colombia para poder usar siete bases militares. Ese mismo mes Brasil cerró la mayor compra militar de su historia con Francia, aliado estratégico para conseguir un asiento en el Consejo de Seguridad.

Deforestación como factor de emisiones

Según la FAO [1] el 30% de la tierra está cubierta de bosques. Supone la mitad de la superficie original, destruida en las últimas décadas, principalmente en áreas tropicales. Según el IPCC éste es el tercer factor de emisiones globales (20%) de CO2, denominadas en la jerga climática “cambios en el uso del suelo” (LULUCF en inglés). Además de los efectos en el clima, este hecho supone una gran amenaza a la sostenibilidad global pues los bosques aportan múltiples beneficios: disponibilidad de agua, biodiversidad, productos forestales, valores espirituales, etc. Pero sobre todo tienen un papel fundamental en la supervivencia de los pueblos que viven de ellos.

Sólo Brasil e Indonesia contribuyen con un 70% de la deforestación mundial. Uno de cada dos árboles talados en el mundo es en la Amazonia. La explicación central la encontramos en el papel que ejerce Brasil en la globalización neoliberal como granero del mundo y esencial suministrador de materia prima, y en un futuro cercano, de agroenergía. El balance del avance de la frontera agrícola ha carbonizado en los últimos 30 años lo equivalente a 1,5 veces España para implantar pastos y plantaciones.

La selva se deforesta a un ritmo anual de entre 10.000 y 25.000 km2, dependiendo de los precios internacionales de la carne, soja y agrocombustibles. Actualmente, según Greenpeace [2], la industria ganadera es el principal vector de emisiones. Brasil es el mayor exportador de carne del mundo (1 de cada 3 toneladas exportadas a nivel mundial). También deforesta la soja, que creció para la producción de piensos compuestos a raíz del síndrome de las vacas locas y para la producción de biodiesel.

Existe una deforestación directa y otra inducida. De forma directa se destruye la selva para adquirir o implantar un producto determinado. La deforestación inducida tiene lugar cuando el crecimiento de un cultivo fuera del ecosistema amazónico provoca un efecto de empuje de las cadenas productivas ya implantadas, y menos lucrativas, hacia tierras más baratas selva adentro. Ése es el peligro existente con la expansión del biodiesel y del etanol.

La deforestación es la punta del iceberg de una realidad de estructuras sociales seculares de desigualdad y violencia. Sólo en la Amazonia brasileña unos 100 pueblos indígenas sufrieron la extinción total o parcial por causa de los planes de colonización desarrollistas de los últimos 30 años.

Por causa de la tala y quema de la Amazonia, Brasil genera entre el 5% y el 10% de las emisiones globales, lo que le sitúa en el quinto lugar por detrás de China, EE UU, la UE y Rusia. Sin embargo, aunque las emisiones sucedan en esta región, se trata en gran medida de emisiones externalizadas, provenientes de la huella ecológica del mundo rico y de potencias emergentes.

El carbono, una nueva mercancía

La selva amazónica es la mayor reserva de carbono del mundo, con 100.000 millones de toneladas de carbono almacenado. Una tonelada de carbono forestal puede costar en los mercados de carbono unos 5 dólares. El valor de la Amazonia en estos mercados es de unos 500.000 millones de dólares (un 40% del PIB español).

Una de las principales batallas en las negociaciones climáticas es la posibilidad de que países y empresas puedan compensar emisiones conservando (comprando) hectáreas de selva. Hay varias propuestas, unas de mercado y otras constituyendo fondos nacionales e internacionales con algún tipo de control político. La compensación forestal es una fórmula barata y rápida de cumplir con los acuerdos internacionales y una manera de incrementar el patrimonio empresarial o geopolítico. En las últimas Conferencias de las Partes se viene discutiendo un límite a estas compensaciones, pues se perciben como una elusión de compromisos por parte de los países ricos y un paso hacia la pérdida de soberanía territorial. Como afirmaba en una entrevista el ex-coordinador de la Comisión Pastoral de la Tierra, Isidoro Revers, los mercados de carbono son la excusa perfecta para que el capital financiero internacional se posicione estratégicamente de cara a su futura explotación.

El año pasado Brasil constituyó el Fondo Amazonia con una donación de Noruega de 1.000 millones de dólares. Así el país nórdico compensaba emisiones de su industria petrolera en el Mar del Norte. El fondo pasó a ser gestionado por el Banco Nacional de Desenvolvimento Econômico e Social, el mayor banco de desarrollo de América Latina y acusado por Greenpeace de ser el mayor financiador de la deforestación brasileña.

Dentro de este movimiento compensatorio existe una importante discusión con las políticas de deforestación evitada (en la jerga, REDD). Supone pagar para no deforestar o degradar áreas forestales en regiones donde existen frentes de expansión agrícola, ganadera, maderera, etc. buscando que la conservación de la selva sea la opción más rentable. Se trata de una política polémica pues recompensa al potencial destruidor y asume que las leyes ambientales que rigen un país son inoperantes. Para algunas entidades conservacionistas es la opción más realista en regiones de deforestación descontrolada. Es como apretar el pause durante algunas décadas hasta que se nos ocurra algo mejor para proteger la selva. Otras posturas quieren involucrar a indígenas y poblaciones tradicionales. Éstos poseen en sus territorios un stock de carbono de 15.000 millones de toneladas de CO2 (32% del total). Sin embargo los indios saben muy bien que el dinero es un buen instrumento para vaciar su soberanía.

Brasil y la Cumbre de Copenhague

Parar la deforestación en el mundo es uno de los principales objetivos para limitar el calentamiento global y garantizar la vida en el planeta. Para eso se están discutiendo compromisos e instrumentos de ayuda para una decena de países: Brasil, Indonesia, México, Papua Nueva Guinea, Perú, Bolivia, Sudán, Congo y Nigeria, y controlar algunos sectores económicos.

Brasil es el país que más contribuye al cambio climático por este factor y a su vez es el país donde existen más capacidades para detener la deforestación. Sin embargo, como hemos visto en Copenhague, no se percibe una línea firme de compromiso más allá de grandilocuentes declaraciones. Recordemos que Brasil mientras establecía que iba a disminuir sus emisiones en 38,9% en 2020 (disminuyendo el 80% de la deforestación), acordaba a puerta cerrada junto con EE UU, China y otras potencias emergentes, un acuerdo climático light, retirando la publicidad, obligatoriedad y auditoría de las metas de emisiones, entre otras cuestiones.

El gobierno tiene un Plan de Prevención y Control de la Deforestación en la Amazonia, un reciente Plan Nacional de Lucha contra el Cambio Climático, etc. Sin embargo, con frecuencia cede a las presiones de los fuertes intereses económicos nacionales e internacionales. Y eso significa deforestación. Actualmente el programa estrella del gobierno Lula es el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC). Se trata de una reedición de los capítulos desarrollistas del pasado, con sus matices retóricos y sus concesiones a la conservación y a la inclusión social.

El avance del PAC en la Amazonia provocó la dimisión de Marina Silva (Ministra de Medio Ambiente) y su reciente salida del Partido de los Trabajadores. La carismática ministra, nacida del movimiento cauchero de Chico Mendes, realizó una gestión en la que por primera vez en la historia de Brasil se ponían en marcha medidas concretas para parar la deforestación. Aunque la crisis internacional echó una mano, se consiguieron disminuir las tasas de deforestación de los 27.000 km2 del año 2004 a los 10.000 km2 de 2008 cuando la ministra dimitió. La tensión entre el desarrollismo y ambientalismo dentro del gobierno Lula se hizo insoportable y los ruralistas (lobby del agro brasileño) pidieron su cabeza.

Para frenar la deforestación es necesario un adecuado cóctel de medidas: demarcación de tierras indígenas y áreas de protección ambiental, control de las actividades que generan deforestación, valoración de los productos sostenibles y freno de los frentes de expansión de la frontera agrícola con instrumentos de mayor fiscalización, y, en algunos casos, de deforestación evitada. Estas políticas deben realizarse incorporando el diálogo social y con los pobladores de esas áreas, sobre todo indígenas, poblaciones tradicionales y campesinos, verdaderos guardianes de las selvas, que han demostrado durante siglos que se puede vivir preservando.

Afortunadamente, en Brasil la estela de Chico Mendes es amplia y continúa la tradición de defensa de la selva y sus pueblos y de búsqueda de un modelo alternativo de desarrollo. Es un proceso creciente de concienciación y voluntad de la sociedad brasileña a todos los niveles. Cada vez hay más información recurrente y de calidad. El dato de deforestación de la Amazonia tiene una cancha mediática comparable al dato de inflación o de crecimiento del empleo. Muchas organizaciones sociales que trabajan en la Amazonia con poblaciones tradicionales y campesinos llevan años luchando y mostrando experiencias concretas de cómo se puede preservar, recuperar la selva y producir.

No obstante, en esta contrarreloj del clima, si los gobernantes brasileños, las transnacionales que allí operan y los otros países climáticamente estratégicos, no asumen su parte dentro de un acuerdo climático ambicioso, los ciudadanos brasileños y los del resto del mundo deberíamos, como los seringueiros en tiempos de Chico Mendes, realizar un empate y decir chega!

Deforestación y clima

El Informe Stern [3] que salió a la luz a finales del 2006 apuntó a la Amazonia como uno de los ecosistemas más amenazados por el calentamiento global.

Recordemos algunos números que muestran qué está en juego cuando hablamos de impactos en la Amazonia. Es la selva más extensa del mundo (7.500.000 km²). El río Amazonas aporta el 20% del agua dulce incorporada a los océanos de la Tierra. La Cuenca del Amazonas encierra el 50% de la biodiversidad mundial y en ella se encuentra 1/3 de los árboles del planeta. Por último, unos 40 millones de personas viven en una de las mayores sociodiversidades de todo el planeta, con más de 250 pueblos indígenas, poblaciones extractivistas, ribeirinhos, etc.

La relación entre la Amazonia y el clima se da en dos direcciones. Su tala y quema es la principal contribución de la región al cambio climático. A su vez, el calentamiento global producirá un acelerado proceso de substitución de selvas primarias por sabanas. En este proceso de sabanización, la selva se calienta y pierde humedad gradualmente tornándose un combustible altamente inflamable. Algunos estudios apuntan a que para 2050, gracias a los incendios de la estación seca, una enorme parte de selva primaria se transformará en sabana liberando a la atmósfera el equivalente a las emisiones norteamericanas durante 5 años. Este fenómeno se daría en el perímetro sur y este.

Mercados sin control y sabanización podrían generar para 2050 un escenario de deforestación de 2.700.000 km2 (5 veces España). Si se consiguiera entrar en un escenario de gobernabilidad, la previsión de deforestación sería de 1.700.000 de km2 (tres veces España). En uno y otro caso habrá una desregulación del ciclo de lluvias continental, pérdida de agua, biodiversidad, generación de emisiones, disminución de la productividad agrícola en todo el cono sur y disminución de la seguridad alimenticia. Los efectos serán más profundos sobre los más vulnerables: indígenas y poblaciones tradicionales.

Notas