Asistimos al mayor proceso especulativo de la historia del capitalismo

Una desenfrenada actividad urbanizadora se ha instalado en muchos lugares del mundo, pero en pocos con la virulencia que cobra en el Estado español, empujada por los procesos especulativos que promueve la globalización económica. Sin embargo, esta actividad, profundamente insostenible y que está agudizando las diferencias sociales, puede venirse abajo de forma brusca. Es necesario, por tanto, un cambio radical de rumbo bien para adaptarnos al previsible declive, bien para frenar los impactos de la urbanización masiva del territorio.

Ramón Fernández Durán, Ecologistas en Acción
Una versión completa de este texto se puede conseguir en El Tsunami urbanizador español y mundial.
Versión de Yayo Herrero

El nuevo capitalismo mundial se desarrolla desde los ochenta con una dimensión crecientemente financiera y especulativa, la más verdaderamente global. Tras el fuerte parón económico de los setenta y primeros ochenta se reinicia una nueva fase de crecimiento económico de expansión urbano-metropolitana en todo el planeta.

La globalización ceba la burbuja especulativa inmobiliaria

En el Norte se activa una vez más el crecimiento del sistema urbano, en especial de las llamadas Ciudades Globales (Nueva York, Londres, Tokio, etc.), pero su crecimiento es más espacial que demográfico, ante el agotamiento progresivo de las migraciones internas campo-ciudad, y va acompañado de fuertes reestructuraciones internas (terciarización). En el Sur, el estallido de sus principales metrópolis hace que éstas pasen a ocupar los primeros lugares mundiales en términos demográficos, que no económicos. La deslocalización industrial, el desarrollo del subdesarrollo y sobre todo la desarticulación del mundo rural por la expansión del agrobusiness, son las causas del brutal crecimiento de las megaciudades periféricas.

Al inicio del nuevo milenio, hay más de 300 metrópolis millonarias en el mundo, algunas de las cuales superan los veinte millones de habitantes. La mitad de la población mundial (unos 6.300 millones) habita en ciudades, pero todavía existe un muy considerable mundo rural, campesino e indígena, en muchos espacios de la Periferia, que está amenazado por el desarrollo y por la expansión del agrobusiness.

La lengua de lava urbano-metropolitana en muchos países del Norte se ha visto reactivada por nuevas dinámicas financiero-especulativas. La huída masiva de capitales de los mercados bursátiles a partir de 2000, como resultado del estallido de la burbuja financiera tecnológica de la llamada new economy, y la fuerte bajada de los tipos de interés del dólar que impulsó la Reserva Federal de EE UU, han generado unas condiciones globales de enorme liquidez que busca dónde aposentarse.

Así, se ha propiciado una enorme capacidad de creación de dinero mundial, en base al crédito, a la generación de deuda a todos los niveles. Deudas que se sustentan unas sobre otras, en una pirámide que, hasta ahora, parece no tener fin. En especial, hay una enorme cantidad de dinero que se ha orientado en muchos países del mundo, sobre todo de la OCDE, hacia el sector inmobiliario. Se viene gestando, pues, una mastodóntica burbuja especulativa que ha sido caracterizada por The Economist [1] como el mayor proceso especulativo de la historia del capitalismo. Además, se están creando las condiciones para exacerbar aún más esta locura. Nuevos instrumentos financieros, como los fondos de pensiones e inversión en expansión se orientan cada vez más hacia el sector inmobiliario. Se crean nuevos fondos inmobiliarios en los países centrales, a los que se les dan todo tipo de ventajas fiscales para que atraigan inversiones.

Todo ello está generando un boom constructor que, junto con la expansión del consumo que ha propiciado el dinero barato y el efecto riqueza de la revalorización inmobiliaria, han permitido superar la crisis de la burbuja tecnológica del 2000, generando un nuevo tirón de la economía mundial. Pero no sólo es construcción residencial, de oficinas, o de centros comerciales. Los fondos de pensiones y las aseguradoras están plenamente dispuestos a invertir en negocios de creación de grandes infraestructuras que, además, son necesarias para atender la movilidad motorizada que genera este modelo territorial, al tiempo que permiten su propagación. El dinero se encuentra más seguro, en general, invirtiendo en el suelo de Occidente, aunque también sale a hacer sus pinitos tímidamente en los territorios periféricos, y especialmente en China [1].

¿Y qué pasa en el territorio europeo?

En la Unión Europea de los 15 (UE-15) se ha ido consolidando históricamente un espacio altamente urbanizado: el llamado Pentágono (entre las metrópolis de Londres, París, Munich, Milán y Hamburgo), que representa el 18% de su superficie, donde se concentra casi la mitad de su población (41%) y la mitad de su PIB. Los distintos procesos de ampliación han favorecido y realzado al Pentágono. Las principales metrópolis europeas (Londres, París, Frankfurt, el Randstadt…) se encuentran en su interior, aunque algunas otras también se ubican fuera de él, pero dentro de Los 15 (Berlín, Madrid, Barcelona, Estocolmo, Copenhague, Roma, Viena…), y muchas de ellas manifiestan de nuevo considerables crecimientos demográficos y, sobre todo, espaciales. Es en la mayoría de Los 15 donde el boom inmobiliario está siendo más intenso, destacando entre todos ellos el caso de España, seguida de Irlanda, Gran Bretaña, Francia, Suecia… [1].

A escala tanto europea como global se está creando un nuevo tipo de capitalismo que es cada vez más ciudad-céntrico, y en el que se reconfigura también su territorialidad, que trasciende las fronteras del Estado-nación y pasa a operar a escalas supraestatales, en nuestro caso el Mercado Único y la Eurozona. La ciudad, por así decir, se desacopla de las economías nacionales, que se reconfiguran a su vez para operar en unos marcos más amplios. El transporte cumple aquí un papel articulador trascendental, pues la globalización, el Mercado Único y la nueva división del trabajo a escala europea implican una progresión imparable de la movilidad motorizada, sobre todo viaria y aérea, que crece a un ritmo muy superior al de la actividad económica.

Pero Europa, y especialmente el Pentágono, está cada vez más colapsada. En ese corazón asistimos desde hace años a un verdadero infarto circulatorio, que se intenta paliar creando aún más infraestructuras. El tráfico ha destruido hace tiempo la habitabilidad de las ciudades y ahora lo está haciendo con regiones enteras. Y en el espacio central europeo occidental este modelo territorial y de transporte entra cada vez más en colisión con la agricultura industrializada, pues son las tierras más llanas, fértiles y productivas de la Unión. Pero la máquina no se puede parar, pues si no colapsa. Y se justifica la construcción de más autopistas por la mejora ambiental que conlleva su ejecución, al permitir luchar contra la congestión.

Así pues, se buscan fondos estatales, comunitarios y privados para la construcción de infraestructuras [2]. Pero los estatales están limitados por las exigencias del Plan de Estabilidad que condiciona el gasto público; los comunitarios por el marco presupuestario de la Unión, cada vez más exiguo –aunque se pretende destinar en el futuro gran parte de los fondos de la PAC (en fuerte replanteamiento) a la creación de infraestructuras comunitarias– y es por eso que se quiere recurrir a las nuevas formas de financiación del Banco Europeo de Inversiones, de capitales privados, o a fórmulas de partenariado público-privado, apoyados por nuevos impuestos y peajes.

Caminamos, pues, hacia una Europa con unos crecientes desequilibrios territoriales, agudizados por una ampliación de la Unión que se realiza reduciendo la cuantía relativa del presupuesto comunitario. Menos dinero para más socios, aunque, eso sí, garantizando como sea su interconexión a través de grandes infraestructuras, para que funcione el mercado y sean posibles las deslocalizaciones, con el fin de aprovechar su mano de obra barata. Es decir, hacia una dualización creciente del territorio, en donde las ciudades más periféricas a los ejes de desarrollo buscan como sea conectarse a los nodos principales a través de grandes infraestructuras (autopistas o trenes de alta velocidad), para no quedar marginadas del crecimiento.

España: un Prestige de cemento azota sus costas, e inunda también muchos enclaves del interior

Desde hace tiempo el crecimiento español, auspiciado por la integración en el proyecto europeo y su apertura a la Economía Mundo, viene generando un modelo territorial que concentra población y actividad económica en el 20% de su territorio, al tiempo que abandona el 80% restante. La intensa ocupación del territorio que se produce por este proceso urbanizador ocasiona un fuerte impacto ambiental [3].

Los datos por satélite del Corine Land Cover han confirmado estas reflexiones. La urbanización del territorio entre 1990 y 2000 en España fue sustancialmente más acusada que la habida a escala de toda la UE-15, ya de por sí alta (un incremento del 6% en ese periodo). Efectivamente, la urbanización en esta década en el Estado español superó el 25% del suelo previamente urbanizado, al tiempo que el bosque perdía 250.000 hectáreas. En algunas provincias: Madrid, Valencia, Murcia y Navarra, esa nueva ocupación alcanzaba nada más y nada menos que al 50% del territorio ya urbanizado ¡en sólo una década! Y todo eso era antes de los llamados cinco años de euforia urbanística que hemos vivido, y que todavía estamos padeciendo. Un quinquenio en el que España ha estado en el ojo del huracán inmobiliario europeo y mundial.

En este último periodo se han ido batiendo todos los récords históricos en número de viviendas construidas, hasta finalmente alcanzar las 800.000 en 2005 (la media anual en los noventa fue de 350.000). Dicha cifra supera el número de viviendas construidas en Francia, Alemania y Reino Unido juntos, que disponen de una población conjunta aproximadamente cuatro veces mayor a la española y que manifiestan asimismo una renta per cápita considerablemente superior [4]. Los espacios más calientes en cuanto a actividad constructora no han sido sólo las grandes regiones metropolitanas, que también (caso de Madrid, especialmente), sino muy en concreto las áreas costeras, donde la muralla de cemento no sólo afecta al litoral marino, sino también a espacios cada vez más internos. Y la mayor presión constructora relativa se está manifestando precisamente allí donde hay menos agua (Murcia y Almería). La construcción, junto con el consumo, se han convertido en los principales motores del crecimiento español.

Claves de este fenómeno y sus consecuencias

España lleva 12 años de crecimiento ininterrumpido, después de la crisis del 92-93 que contrajo de forma importante la producción y el empleo. Desde entonces hemos pasado de unos tipos hipotecarios en torno al 15% a menos del 4% en los últimos años. Ello ha contribuido a impulsar decisivamente la máquina inmobiliaria interna, haciendo mucho más accesible la financiación hipotecaria, que además ha ido ampliando sus plazos para atraer aún más clientes.

Pero no podemos explicar lo sucedido exclusivamente en clave de demanda interna, sino que la demanda exterior ha sido el factor verdaderamente determinante. Ciudadanos comunitarios que compran una residencia, para retirarse como pensionistas, o simplemente como segunda residencia; la demanda en los escalones más bajos de la nueva población inmigrante, que ha experimentado un crecimiento espectacular en este periodo, incrementando sustancialmente la población activa [5]; y sobre todo, la entrada masiva de capitales internacionales hacia el sector inmobiliario español (fondos de pensiones, de inversión e inmobiliarios, y también grandes cantidades de dinero negro), que contempla la vivienda y el suelo como pura inversión, pues se revaloriza de forma espectacular.

Así pues, los inversores y especuladores, foráneos e internos, y los compradores de segunda residencia son los que mantienen principalmente esta demanda de vivienda tan desaforada. Pero el sector de la construcción es mucho más que el mercado de vivienda. Así, la creación de infraestructura de transporte (autopistas, trenes de alta velocidad, aeropuertos, grandes puertos, etc.) ha sido verdaderamente espectacular en estos últimos diez-quince años –ayudada también por una entrada igualmente masiva de fondos comunitarios, que ha supuesto el 1% del PIB en el último periodo, y por una fuerte inversión privada en nuevas autopistas de peaje–. Como parte de este proceso, cabe señalar también la construcción de numerosos parques de oficinas, tecnológicos y empresariales en los bordes de los corazones metropolitanos, así como la creación de más de un tercio de todos los centros comerciales existentes (casi 500), en las periferias de las conurbaciones.

Todas estas actuaciones han contribuido de forma avasalladora a la ocupación directa e indirecta (canteras, vertederos) del territorio, destruyendo sus ecosistemas, alterando el paisaje y desarticulando las actividades rurales que se desarrollaban en los espacios cercanos, sobrepasando los marcos de planeamiento preexistentes, que han quedado absolutamente desbordados.

En el interior de las grandes conurbaciones este terremoto también se ha manifestado con especial intensidad, provocando fuertes reestructuraciones y remodelaciones internas. El caso madrileño de la macroremodelación de la M-30 es paradigmático. Las grandes constructoras de obra civil hacen su agosto, las tuneladoras no dan literalmente abasto, y el espacio público ciudadano en el interior de las ciudades se ve cada día más alterado, privatizado y gentrificado [6]. Y todo ello es factible, por el momento, por el endeudamiento municipal y autonómico que permite nuestra pertenencia al euro, y que ya ha empezado a pagar el ciudadano de a pie en forma de incrementos muy por encima de la inflación de las tarifas de los transportes públicos o del IBI.

Este frenesí se ha visto auspiciado por la desregulación urbanística a todos los niveles, y por el hecho paralelo de que hay mucha gente que se ve también beneficiada o favorecida por esta fiebre del cemento y la especulación. La posibilidad de promoción indiscriminada de urbanización del suelo rústico al margen de los planes de ordenación, y sobre todo la clasificación del suelo independiente del mismo ha agilizado hasta extremos insospechados el negocio urbanístico, que consiste en comprar el territorio por hectáreas y venderlo por metros cuadrados. La ganancia principal está en la gestión del suelo, mediante el procedimiento de comprar barato, recalificar y vender. Y estos planes urbanísticos se sacan adelante gobierne quien gobierne, y con alianzas contranatura. Además, los ayuntamientos están utilizando su patrimonio municipal de suelo para financiarse, vendiéndolo como forma de solucionar sus problemas de tesorería, pero sacrificando el derecho a la vivienda de sus ciudadanos.

Donde esta fiebre urbanizadora y clasificadora de suelo ha adquirido una temperatura más patológica ha sido en el litoral valenciano y en Murcia, seguidos de la provincia de Málaga, y más recientemente de otras partes del litoral andaluz (Almería, Cádiz, Huelva), que hasta no hace mucho habían quedado bastante al margen de la influencia inmobiliaria.

Pero el que España se haya convertido en el país europeo con mayor número de viviendas por mil habitantes, en absoluto quiere decir que se hayan satisfecho las acuciantes necesidades sociales de este bien básico. El Estado español es líder europeo de viviendas secundarias y vacías en relación a la población. El parque de viviendas está muy desigualmente repartido, y el mercado hace que, a pesar de las facilidades de financiación hipotecaria, una gran parte de la población haya quedado desplazada del mercado, al tiempo que la vivienda social se ha desplomado. Además, el endeudamiento familiar ha pasado del 52% de la renta disponible en 1997 al 105% en 2005, estando una cuarta parte de la población endeudada a 15 años. El endeudamiento crece a un ritmo tres o cuatro veces superior al PIB, y este ritmo es sencillamente insostenible, como ha alertado hasta el gobernador del Banco de España. Se está produciendo un verdadero terremoto social, con una enorme transferencia de rentas de los sectores no propietarios a los sectores propietarios de la sociedad, cuyas consecuencias, unas brutales desigualdades sociales, son ya palpables.

Ante la marcha por ahora imparable del tsunami urbanizador, se están articulando en muchas zonas de la geografía española muy diversas y amplias iniciativas ciudadanas de oposición, que hasta ahora son incapaces de frenar esta sinrazón. Pero están teniendo una considerable incidencia política y social. Abusos Urbanísticos No, Murcia No se Vende, Compromís pel Territori, La Vega Baja No se Vende, Ni una Cama Más, Salvem l'horta, Ciudadanos Contra la Especulación Urbanística, Red Andaluza para la Defensa del Territorio, etc. son algunos de los nombres de las plataformas ciudadanas que han ido surgiendo ante estas agresiones al territorio y a la sociedad. Y hasta los hoteleros en determinados espacios se han puesto del lado de estos denunciantes, ante el temor que el desmadre urbanístico acabe con su gallina de los huevos de oro, el turismo.

La fragilidad e insostenibilidad de esta demencia

A nadie se le escapa que la actual dinámica inmobiliaria, territorial y social es profundamente injusta e insostenible. A corto plazo, es muy factible que estalle la burbuja inmobiliaria internacional, probablemente empezando en EE UU, y que ello tenga una aguda repercusión mundial, como han alertado los principales organismos financieros internacionales.

Si se produce el escenario anterior, el Estado español se vería afectado de lleno. Además, la subida de tipos en EE UU repercutiría con toda seguridad en un alza paralela de tipos por parte del BCE. Ya ha empezado a producirse, a pesar del amplio coro de voces en contra (Comisión, Consejo Europeo, OCDE, etc.), lo que incidirá en la situación española. El propio gobernador del Banco de España ha advertido de la posibilidad de una abrupta y desordenada corrección en el futuro del mercado inmobiliario [7]. El impacto de un escenario así será dramático en la economía española.

Además, el nivel que ha alcanzado el endeudamiento familiar y el encarecimiento de la vivienda puede ser ya un serio freno al crecimiento futuro. Y el parón constructor que conllevaría el estallido de la burbuja inmobiliaria podría arrastrar una brusca regresión del crecimiento, al incidir de forma muy importante también en la capacidad de consumo. Amén de la exposición al riesgo que bancos y cajas tendrían ante la incapacidad de pago de muchos de los créditos que han concedido, y la repercusión social que ello pueda ocasionar en las rentas más débiles.

Los problemas de gobernabilidad político-social en un escenario de esa naturaleza son evidentes. El incremento brusco del paro, el fuerte incremento de unas hipotecas sobre pisos que, de repente, pueden valer mucho menos en el mercado que cuando se suscribieron, la incapacidad de pago de las rentas más bajas, la pérdida de viviendas en trance de adquisición a favor de las entidades financieras, la crisis y posible quiebra de muchas de ellas y la consiguiente necesidad de salvamento que se arbitraría por parte del Estado (no se puede dejar quebrar al Santander, al BBVA, o a la Caixa, p.e.), y que se intentaría que fuera financiada por los ciudadanos de a pie, etc. Todo ello puede crear escenarios difícilmente manejables. Eso por no hablar de la ingobernabilidad y la guerra civil molecular que se produciría por el incremento de las tensiones interétnicas, en un contexto de aguda crisis económica y social.

Pero la insostenibilidad del actual modelo territorial se acentuará aún más como resultado de la agudización de los desequilibrios ecológicos. De hecho, las últimas catástrofes naturales –el maremoto asiático o los huracanes norteamericanos– han puesto de relieve la vulnerabilidad de las estructuras urbanas y turísticas contemporáneas.

Los cambios bruscos en los ecosistemas y las catástrofes naturales pueden afectar también a Europa, y por supuesto al territorio español. Lo están haciendo ya, y será peor en el futuro. El último informe medioambiental de la UE, a pesar de su tono edulcorado, así lo atestigua [8]. Europa está sufriendo la mayor alteración ambiental de los últimos 8.000 años. En los últimos cien años la temperatura tan sólo ha subido 1ºC, y ya estamos viendo sus consecuencias. El mayor incremento de la temperatura se prevé en el Mediterráneo, y en concreto en la Península Ibérica. El Sur europeo se volverá más seco, y el norte más húmedo.

La agricultura se verá fuertemente afectada en todo el Sur europeo: menos agua, más evapotranspiración y más plagas. En la Península Ibérica se prevé la desertificación grave de unas tres cuartas partes de su territorio, siendo el riesgo muy alto en el Levante y el Sureste. El riesgo de incendios por el aumento de las temperaturas y las sequías se intensificará. Se estima también un considerable aumento del nivel del mar, que puede llegar a ser de un metro –pero que podría alcanzar hasta los 13 metros si es que se produce un abrupto cambio climático y se funden los hielos de Groenlandia y la Antártida–. ¿Qué pasaría entonces con la muralla de cemento de todas nuestras costas? Estos son tan sólo algunos datos sacados del informe [8], que ponen frontalmente en cuestión la sostenibilidad del modelo territorial que está impulsando el actual tsunami urbanizador.

Pero el modelo de crecimiento español ya es profundamente impactante e insostenible desde hace décadas, lo que pasa es que hasta ahora la sostenibilidad local se garantiza recurriendo cada vez más a importar sostenibilidad global. Es decir, recursos de todo tipo del resto del mundo, sobre todo de América Latina y África.

Reconstruir la habitabilidad y la sociedad sobre el territorio

Es preciso, pues, un giro profundo en la orientación de nuestro futuro, para gestionar de la mejor forma el declive previsible, después del subidón de este último periodo, lo cual sólo será posible a partir de multitud de procesos moleculares, de pequeña escala, desde abajo. Sólo así podremos reducir sensiblemente nuestra huella ecológica, frenando y regenerando la degradación ecológica y social.

Habrá que parar como sea la lengua de lava urbanizadora. Será también necesario ir eliminando infraestructuras de transporte para atacar la progresión imparable de la movilidad motorizada, pues la naturaleza y el transporte horizontal masivo son enemigos. Sanear y reconstruir asimismo los sistemas ambientales y territoriales devastados, creando una nueva geografía. Regenerar, en la medida de lo posible, el inmenso espacio de no lugares que se ha creado en los crecimientos metropolitanos periféricos, al tiempo que recuperamos para la habitabilidad el interior las ciudades. Ayudar a cerrar ciclos naturales de materiales, para reducir el impacto del metabolismo urbano-industrial. Reconectar nuestras formas de conocimiento y cultura con el territorio, al tiempo que volvemos a recrear estructuras comunitarias.

Y, sobre todo, tenemos que rescatar el importante patrimonio agrícola construido durante generaciones en torno a los asentamientos humanos, que se está tirando literalmente por la borda. Todas las sociedades antes del capitalismo fueron sociedades campesinas, y las que le sobrevivan también lo serán, aunque no sean iguales a las del pasado. No podrán serlo. Pero, eso sí, de ellas habrá mucho que aprender.

Notas

[1] THE ECONOMIST, 18-6-05

[2] ESTEVAN, ANTONIO: La enfermedad del transporte. En: Libre Pensamiento, nº 48, 2005.

[3] FERNÁNDEZ DURÁN, Ramón: Globalización, territorio y población. En NAREDO, J.M. Y PARRA, F.: Situación diferencial de los recursos naturales en España. Economía vs Naturaleza. Madrid, 2002.

[4] RODRÍGUEZ LÓPEZ, JULIO: La vivienda en España. Los ciclos largos y las estadísticas. En El País, 2-11-05.

[5] Esto es, el trabajo vivo que participa, además, muy directa y activamente en el sector de la construcción.

[6] Del inglés gentry, para expresar la expulsión de vecinos de bajo poder adquisitivo, que son sustituidos por personas solventes tras la reforma de los cascos históricos.

[7] CARUANA, JAIME: Monetary policy, financial stability and asset prices. Banco de España (occasional papers). http://www.bde.es

[8] EEA (European Environment Agency): The european environment state and oultlook. European Environment Agency. Denmark, 2005.