Miguel Jara , periodista ambiental, www.migueljara.com

Miguel Jara. La salud que viene. Nuevas enfermedades y el marketing del miedo. Península, Madrid, 2009.

Nuestro estilo de vida está generando nuevas enfermedades relacionadas con la contaminación ambiental. Además, se desarrollan otras patologías para aumentar los beneficios por la venta de vacunas y fármacos, entre otros productos. Es el negocio de crear temor para vender su tratamiento.

Comencé las investigaciones que conforman mi nuevo libro, La Salud que Viene, al descubrir que, en los últimos años, miles de personas están perdiendo la salud por patologías que antes no existían o que permanecían latentes. Son enfermedades relacionadas con la enorme contaminación ambiental a la que estamos sometidos por nuestro estilo de vida.

Hace cinco años, en Barcelona, rodábamos para el programa Documentos TV de Televisión Española el que luego sería el documental Carga tóxica, sobre el impacto en nuestra salud de las 104.000 sustancias químicas tóxicas que hay liberadas en el medio natural y que en buena medida transportamos bajo nuestra piel sin conocer cómo actúan. En la ciudad condal conocí a personas que padecen sensibilidad química múltiple, síndrome de fatiga crónica, fibromialgia y otras patologías relacionadas con los químicos tóxicos. Me di cuenta que la contaminación ambiental está despertando durante los últimos lustros la sensibilidad orgánica de muchas personas. Por un encontronazo con sustancias o emisiones tóxicas sus organismos quedan dañados de por vida y sensibilizados ante la más mínima cantidad de esas sustancias.

Más tarde he tenido conocimiento de que también la contaminación electromagnética provocada por cualquier fuente eléctrica y/o de emisión de microondas, como antenas y aparatos de telefonía móvil, wifi, transformadores eléctricos o cableado de diferente tensión puede despertar una hipersensibilidad a estas emisiones. A lo largo de estos años he conocido a las personas diagnosticadas con estas enfermedades y me he interesado por mostrar sus historias de vida. He hablado con sus médicos y he documentado con estudios científicos de primera línea sus padecimientos.

Casi la totalidad de la población ignora algo que el propio Ministerio de Trabajo reconoce, la existencia del síndrome del edificio enfermo. Muchas viviendas pero sobre todo los modernos edificios de oficinas presuntamente inteligentes, en los que millones de ciudadanos de todo el mundo están empleados, pueden enfermarnos. En ellos se congregan multitud de productos químicos tóxicos y una fuerte contaminación electromagnética proveniente de los múltiples aparatos eléctricos existentes y de las comunicaciones inalámbricas. Además no suelen ventilarse sino que dependen del aire acondicionado durante todas las épocas del año y la luz a menudo es artificial. En los últimos años están apareciendo personas que sufren lipoatrofia semicircular en sus puestos de trabajo, una enfermedad leve pero que nos avisa de que un medioambiente laboral insano puede dañar nuestra salud.

Enfermedades ambientales

Había descubierto las enfermedades ambientales y quería mostrarlas en profundidad al público. Quería que fueran las personas que las sufren las que hablasen, las que nos contasen que si no cambiamos de manera drástica nuestro estilo de vida sintético van a continuar apareciendo personas que enferman sin saber bien porqué, que pierden su salud por el mero hecho de estar en esta sociedad.

Estas hipersensibilidades y enfermedades emergentes no son patologías raras. Muy al contrario, ya afectan por ejemplo en el caso de la sensibilidad química múltiple a un 5% de la población y hasta el 15% tiene algún tipo de sensibilidad hacia los químicos tóxicos. Son enfermedades silenciadas porque ni a la Administración, poco propensa a reconocer nuevas enfermedades por el costo que ello tendría para las arcas públicas, ni a industrias como la química o la de las comunicaciones inalámbricas les interesa que sean visibles.

Las enfermedades que está expandiendo la contaminación ambiental serán en breve el centro de atención. Acostumbrados a vivir en entornos artificiales, la población muestra, cada vez con más frecuencia, diferentes hipersensibilidades a los impactos tóxicos. Las personas que desarrollan estas sensibilidades son la punta del iceberg: lo que el futuro puede depararnos a todos. Son una especie de faros que pueden guiarnos por el camino correcto, un camino lo más ecológico, limpio y natural posible. Son patologías emergentes relacionadas con nuestro estilo de vida que representan una voz de alerta, un aviso a navegantes. Pero no valdrá sólo con proponer y desarrollar cambios en este estilo de vida documentadamente nocivo. Será necesaria una acción política a gran escala acompañada de un decrecimiento en el ritmo de producción y consumo. Será necesario que muchos colectivos se organicen en red a nivel global para conseguir que la economía sirva a las personas y a la ecología y no al revés como continúa sucediendo.

Invención de enfermedades

De manera paradójica y en paralelo a este fenómeno que he descrito en los párrafos anteriores, de enfermedades reales pero silenciadas porque ponen en solfa a la sociedad presuntamente del bienestar, asistimos a la invención o tráfico de enfermedades, lo que los anglosajones denominan disease mongering, y a la expansión del miedo para vender productos médicos o tecnologías que pueden ser controvertidas si la población las conoce a fondo. Estaba escribiendo sobre esto y sobre la gran campaña de lobby y expansión del miedo entre la población como manera de hacer marketing en el caso de la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH) cuando comenzó a atisbarse en el horizonte el tsunami de la gripe porcina o gripe A.

Sin duda se trata de temas de plena actualidad pues profundizando en ellos comprenderemos los mecanismos de promoción de enfermedades, epidemias y pandemias que no lo son, de vacunas y vacunaciones innecesarias y peligrosas, de fomento del miedo en la sociedad y sus consecuencias, de la utilización de tecnologías peligrosas o comprometedoras de la salud y de la ocultación de los efectos secundarios de estas prácticas. Las explicaciones sobre lo que estamos viviendo con el fenómeno de la gripe A, entre otros, puede encontrarse mirando al pasado reciente.

Existen enfermedades creadas por la industria farmacéutica y procedimientos muy concretos y precisos para llevar a cabo dicho tráfico de enfermedades. Están impulsándose campañas de vacunaciones masivas, peligrosas e innecesarias como ocurre con la de promoción de la vacuna VPH o de las que contienen mercurio como conservante. El control de sus productos que impulsan industrias como la farmacéutica, pero no sólo ella, se pretende que sea total y sólo así se explica como poco a poco va introduciéndose en el mercado tecnología espía –que invade la vida privada de las personas y puede mermar su libertad– como la Identificación por Radiofrecuencias (RFID). En una sociedad del miedo se vende seguridad a cambio de libertad.

También se promueve a espaldas de los ciudadanos la geoingeniería, una nueva ciencia para modificar el clima y combatir el cambio climático desarrollando tecnologías que no atacan el problema de la contaminación sino que tratan de poner parches en el mismo para que el modelo económico no decaiga. El calentamiento global primero fue ignorado, luego silenciado por grupos de presión o lobbies financiados por las compañías de las energías sucias y finalmente algunas de éstas y otras junto con administraciones públicas tratan de convertir el miedo a los efectos perversos del cambio climático en un negocio. Todas estas prácticas tienen en común la expansión del temor entre la población para que acepte cosas que no aceptaría tras un debate informado y abierto. Es el negocio de crear temor para vender su tratamiento.