Un nuevo atajo tecnológico que evita cuestionar nuestro modo de vida despilfarrador.

Iona de Beaulieu, colaboradora de El Ecologista. Revista El Ecologista nº 63

Imagina que pintemos en blanco las carreteras y los techos del mundo para que se refleje el sol. ¿Sería una solución eficaz para frenar el calentamiento global? También se podrían ‘plantar» árboles sintéticos en masa. Con esas técnicas de geoingeniería, un puñado de científicos pretende desarrollar las herramientas que permitan controlar la climatología en lugar de afrontar el principal desafío de los próximos años: la ineludible reducción de la emisión de gases de efecto invernadero. ¿Es la geoingeniería el único Plan B posible para escapar a los efectos del cambio climático? Lo seguro es que, en vez de impulsar una política de sobriedad energética, la geoingeniería propone medidas supuestamente atenuantes, actuando directamente en los frágiles y sutiles ecosistemas del planeta.

Desde hace aproximadamente tres años, la geoingeniería origina una importante literatura científica. Apoyándose en ésta, The Royal Society de Reino Unido editó un balance de esas técnicas controvertidas que publicó en septiembre de este año [1]. Diversas personalidades participaron en este análisis. Entre ellas, James Lovelock quien calificó esas técnicas de “kafkianas”. John Shepherd, coordinador del estudio, es contundente afirmando que “si se utiliza de forma irresponsable, la geoingeniería puede tener consecuencias catastróficas similares a las del cambio climático que pretende evitar. La geoingeniería debe ser regulada”. Sin embargo, el estudio preconiza la investigación y la experimentación de los procesos geingenieriles.

Reducir los GEI y reflejar el sol

El estudio analiza el rendimiento de varias técnicas, destacando dos tipos de procesos de geoingeniería. El primero, mas factible, consiste en reducir la concentración de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, mediante, entre otros, la captura del carbono y su enterramiento; la fertilización del océano con nano-partículas de hierro para aumentar su capacidad de absorción de carbono desarrollando las algas planctónicas que lo captan; o una reforestación masiva. Siguiendo la lógica esencial de esta perspectiva de la geoingeniería, el profesor Klaus Lackner de la Universidad de Columbia, propone su prototipo de árbol sintético. Su mecanismo, bastante simple, consta de un filtro de resinas que permitiría fijar dióxido de carbono, y el sistema permitiría captar hasta 90.000 toneladas de CO2 al año. De momento, el principal estorbo para el desarrollo de esta idea es su desorbitaste coste, alrededor de 13.600 € por cada árbol artificial, además de que un análisis completo del ciclo de vida de estos árboles concluye que no hay ahorro en la emisión de CO2.

La eficacia de estas técnicas de geoingeniería sólo puede medirse a medio o largo plazo. Mientras el segundo tipo de técnicas de geoingeniería pretende tener un impacto a corto plazo. Básicamente, lo que se propone en este segundo grupo de medidas es ocultar parte de la radiación solar, a través de la difusión de partículas de azufre o de aluminio en la atmósfera, el envío de pequeños espejos al cielo, el blanqueamiento de las nubes inyectándoles agua con sal marina… No hace falta ser un experto en ciencias medioambientales, por tanto, para deducir que la geoingeniería podría tener consecuencias positivas en laboratorio pero también consecuencias totalmente imprevisibles u opuestas a sus objetivos si llega a ser aplicada en la naturaleza.

Geoingeniería y naturaleza: una inspiración imposible

Sin embargo, algunas técnicas de geoingeniería se basan en acontecimientos reales. Paul Crutzen, ganador del Nobel de Química 1995, proponía la diseminación de azufre en la estratosfera, basándose en las observaciones ocasionadas por la erupción del volcán Pinatubo (Filipinas) en 1991, que generó la dispersión de 20 millones de toneladas de dióxido de azufre. Al propagarse, se formó una capa de partículas en la estratosfera que provocó una bajada media de las temperaturas en el mundo de 0,5ºC el año siguiente.

Sin embargo, el Nobel olvidó que la catástrofe tuvo otras consecuencias como se recoge en la revista Science publicada en agosto. En ella, Susan Solomon, ex-vicepresidenta del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) recordó que la caída de la temperatura fue acompañada de un declive de las precipitaciones. Además, no se debe obviar la incapacidad del ser humano para intentar replicar las condiciones de un fenómeno natural. “Hemos hallado que algunas técnicas de geoingeniería propuestas pueden tener efectos perjudiciales e inesperados en las personas y en los ecosistemas. La geoingeniería y sus consecuencias son el precio que quizás tengamos que pagar por no actuar ahora sobre el cambio climático”, reconoce John Shepherd, de The Royal Society.

Por la sustitución de las políticas medioambientales

Quizá, a estas alturas, podríamos preguntarnos si a la industria de la geoingeniería le interesa que las políticas medioambientales conducentes a reducir el cambio climático tengan éxito. Si en la Cumbre del Clima de Copenhague los Estados no llegan a un acuerdo ambicioso, los dueños de la geoingeniería tendrían una oportunidad única para presentarse ante el mundo como el remedio para paliar los efectos del cambio climático. Si esto fuera así, y teniendo en cuenta la confianza ciega existente en buena parte de la sociedad hacia la tecnología, podríamos fácilmente pronosticar que los políticos optarían por la geoingeniería, en detrimento de verdaderas políticas medioambientales y sostenibles.

La geoingeniería no sólo plantea obstáculos técnicos y medioambientales sino también en el marco de la política internacional. “El sucio secreto de las propuestas de geoingeniería es que un solo superpoder, un puñado de mañosos o incluso una pequeña coalición de interesados, puede reorganizar el planeta sin la aprobación de nadie,” subraya Pat Mooney, director ejecutivo del Grupo ETC, una ONG dedicada a la conservación de la diversidad cultural y ecológica. “La geoingeniería significa que los países del Norte, que ocasionaron el calentamiento global, serán quienes puedan protegerse a sí mismos, con su dedo en el termostato. Los países del Sur, que ya sufren los peores efectos del calentamiento global, no tendrán control sobre el termostato y tendrán que defenderse por sí mismos”, concluye Mooney.

Su preocupación lleva una dimensión suplementaria al recordar la historia de la geoingeniería. Su desarrollo se remonta, en primer lugar, al contexto de Guerra Fría, a través de numerosas investigaciones militares. Mientras Estados Unidos fantaseaba con provocar sequías que destruyeran las cosechas de sus enemigos, o desviar ríos siberianos para salar el Antártico, los soviéticos investigaban la posibilidad de controlar la lluvia que caía en América del Norte. Esa guerra climática llegó a su fin cuando la ONU prohibió el uso de “técnicas de modificación ambiental con fines militares u otros fines hostiles”. Sin embargo, las manipulaciones climatológicas no son cosa del pasado. Buena muestra de ello fueron los esfuerzos del Gobierno chino para impedir que en las Olimpiadas cayese una sola gota de lluvia.

Una tecnología conservadora

La geoingeniería, como muchas otras tecnologías, se presenta como innovadora. Pero si nos interrogáramos sobre su concepción, nos daríamos cuenta de que es profundamente conservadora ya que, en el fondo, es un remedio que facilita que el origen de los problemas no cambie. Esto es, permite que podamos seguir viviendo del mismo modo, lo que no es sino la causa de la actual situación de colapso ambiental.

Hoy, los geoingenieros y sus financiadores rechazan las alternativas ecologistas, como la del decrecimiento, para que no se conviertan en un mal necesario. Pero propuestas de la geoingeniería, como la que hace referencia a la reactivación del Corriente del Golfo, testimonian la ignorancia sobre el funcionamiento de los ecosistemas y los complejos efectos en cadena que definen nuestro mundo. Con la geoingeniería, la alteración del funcionamiento sistémico del planeta podría generar consecuencias más dañinas todavía que aquellas que se intentan combatir.

En definitiva, ante la utopía perversa de la geoingeniería, los movimientos sociales sostienen una propuesta basada en el decrecimiento de los más despilfarradores, la reducción de emisiones, etc., medidas difíciles de llevar a la práctica y de gran complejidad social, pero de mayor viabilidad que las quimeras propuestas desde la geoingeniería.

Notas

[1] The Royal Society. Geoengineering the climate: science, governance and uncertainty, 1-9-2009, disponible en: http://royalsociety.org/document.asp?tip=0&id=8770