Muchas personas sentimos una gran pena con lo que ha pasado, está pasando y puede pasar en Japón. Las entrañas de la Tierra se movieron y empujaron violentamente las aguas del mar hacia los pueblos costeros. Miles de personas muertas en un país muy desarrollado, adaptado a los seísmos, con una ciudadanía digna de consideración, por su gran civismo, solidaridad y aceptación de la catástrofe.

La historia se repite, dos bombas nucleares terminaron con la guerra contra EEUU, que ha sido la primera nación en utilizar un arma macabra. Más de sesenta años después, unos reactores nucleares para la generación eléctrica, dañados por la catástrofe, están expandiendo radiación hasta cientos de kilómetros. El desastre nuclear podría hacer estragos si no logran enfriar el núcleo.

El argumento de los pronucleares, afines a los grandes poderes económicos y que sólo miran por su bolsillo, es que es barata y limpia. Aunque así fuera, la vida vale más que el dinero. Prefiero pagar una factura más cara, si pago además seguridad y salud. Puede que tengamos que apretarnos el cinturón en otras comodidades, pero nunca en la salud. En cuanto a que es limpia, ya lo estamos viendo.

Cerca de 500 reactores nucleares están operando en el mundo. La mayoría, como los españoles de Endesa o Iberdrola, deben de ser cerrados en unos años; algunos ya deberían de estar inactivos, si queremos presumir de esa hipócrita seguridad. El coste económico, si deciden reemplazarlos por otros, va a ser muy grande. ¿Por qué no lo invertimos en el perfeccionamiento de energías que no nos puedan destruir?.

El accidente de Fukushima-Daichii nos demuestra una vez más que las centrales nucleares no son seguras y que lo más juicioso es prescindir gradualmente de esta fuente de energía, cuyos inconvenientes son mucho más graves que las ventajas que aporta. Mientras tanto, deberemos de empezar a vivir de otra forma, el ahorro en el consumo, en la energía y la apuesta decidida por todas las energías renovables y limpias, para que se desarrollen, sean una alternativa eficaz y una industria prioritaria en España y en el mundo.

El 26 de abril de 1986 la central Chernobil (Ucrania) sufrió el accidente más grave de la historia de la industria nuclear. La central se terminó de construir en diciembre de 1983, con cuatro reactores BRMK de 1000 MW de potencia cada uno. Casi tres veces la potencia que tiene la central térmica de Iberdrola en Arcos de la Frontera (central térmica de ciclo combinado de 1600 MW que usa gas como combustible fósil contaminante). La central de Chernobil era un ejemplo de seguridad, aunque después, interesadamente, se dijera lo contrario. B. Semonov, director del Departamento de Seguridad de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA), escribió en el Boletín de la OIEA en junio de 1983 que «un accidente serio con pérdida de refrigerante es prácticamente imposible en las centrales del tipo BRMK». Lo imposible ocurrió.

El accidente de Chernobil y otros, como ahora el de Fukushima-Daichii, han descubierto en toda su crudeza las consecuencias que el ecologismo anunciaba que originarían los accidentes nucleares. Han sido muy elevados los costes económicos del accidente de Chernobil y el impacto en la salud de las personas y en el medio ambiente.
La industria nuclear, y muchos políticos irreflexivos, siguen empeñados en empequeñecer las calamidades que ocasionan estas enormes catástrofes. Tengámoslo muy en cuenta a la hora de ir a votar y a la hora de mirar por el bienestar de las generaciones futuras.

Por Luciano Lozano Muñiz
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