Primera víctima: la verdad
No todo es lo que se dice: es lo contrario.
No todo es lo que parece: es peor.

El actual Regidor, Alberto Ruiz-Gallardón, se ha esforzado en marcar las diferencias con su antecesor mediante un estudiado comedimiento, formas suaves y un lenguaje aparentemente conciliador.

¿Ha cambiado por ello la política ciudadana?

Todos los discursos de Gallardón apuntan a objetivos loables, fácilmente suscribibles por cualquiera, y sólo contienen palabras positivas. Ocurre que los hechos van por otro lado, incluso, demasiadas veces, en sentido contrario a lo que manifiesta.

El modelo de ciudad que predica Gallardón nada tiene que ver con el que de verdad se está haciendo. Frente al modelo de ciudad amable, ecológica y para las personas que predica, en la práctica apuesta por la segregación de barrios, el aumento de la contaminación y la tala masiva del arbolado secular para sustituirlo por alfombras poco menos que sintéticas. Frente a la movilidad sostenible, incentiva el vehículo privado. Frente al rigor presupuestario, endeuda a la ciudad por décadas. Frente a una gestión profesional, avala el caos y la improvisación.

El paradigma de esta doble política de buenas declaraciones y prácticas contrarias es la perversión semántica consistente en llamar a la autovía urbana que más tráfico y contaminación acústica y ambiental de toda España “Calle 30”, al mismo tiempo que se la amplía.

Segunda víctima: el diálogo

El equipo de Gallardón está patéticamente solo en lo que se refiere al diseño del “nuevo Madrid”. Es más: tiene en contra a la mayoría de los colectivos ciudadanos y asociaciones de vecinos, a todos los partidos políticos de la oposición, a los colegios profesionales de arquitectos, urbanistas, arqueólogos, a los sindicatos más representativos, a todas las asociaciones ecologistas, y un largo etcétera.

Gallardón no ha sido capaz de consensuar su proyecto con ningún colectivo político o social, excepto con su propio partido. Reiterar que “esto es lo que quieren los madrileños” no es más que un recurso retórico y falaz que se va poniendo en evidencia a medida que la gente conoce mejor y de primera mano lo que se está haciendo. Se trata de un despotismo de nuevo cuño que parte de la base de que contar con la mayoría en el consistorio equivale a una licencia de patente de corso. Justo lo contrario de lo que debe ser una gestión asentada en el diálogo y el consenso.

Tercera víctima: la modernidad

«Hoy Madrid es una ciudad en marcha, que ha apostado por el cambio y la innovación». “Mi equipo no asumió el poder para mantener la ciudad como estaba, sino para transformarla”.

Cambio e innovación no es lo mismo. Se puede cambiar para avanzar, pero también para retroceder, para volver atrás. Las obras de Gallardón tienen más que ver con el desarrollismo tardofranquista de los años sesenta -especulaciones incluidas- que con las propuestas de las ciudades modernas. Ampliar las autopistas urbanas (en vez de eliminarlas), apostar por el tráfico privado en vez de por el público, encementar espacios, despreciar yacimientos arqueológicos porque no son comercializables, talar árboles “viejos” para sustituirlos por nuevos, etc., es reflejo de una mentalidad basada en modelos desarrollistas ya más que superados.

Cuarta víctima: la buena gestión

«Renovamos nuestros compromisos. Cumpliremos el programa electoral».

El criterio económico del actual equipo del Ayuntamiento, en lo que a obras públicas se refiere, se basa en el acreditado principio de El Gran Capitán: “Tanto en picos y azadones: cien mil doblones. Y que pague el Reino”.

Las obras de la ampliación de la M-30 si se caracterizan por algo -además de por su megalomanía- es por la improvisación técnica y el caos. Los proyectos se cambian sobre la marcha, las soluciones se improvisan a medida que se descubren los problemas, se parchea lo que haga falta y, de camino, las constructoras trincan todas las oportunidades de hacer caja, que presupuesto no falta.

El “programa electoral” del que Gallardón se declara tan fiel, y que promete cumplir caiga lo que caiga, nada dice de ampliar los nudos de acceso a la almendra central de la ciudad, de duplicar la capacidad de la autovía, de hacer 40 kilómetros de túneles, de exponer cientos de viviendas al albur de una ruina, de hipotecar el presupuesto municipal 35 años. Como mucho, cifraba la inversión en 1.800 millones de €. Ahora, partimos de 3.800, que en realidad son 5.200 millones que llegarán a más de 12.000. Si esto es gestionar bien, ¿qué será hacerlo mal?

Quinta víctima (la principal): los ciudadanos

“Vende buenos principios y haz lo que quieras”, tal parece ser la verdadera política de Gallardón. Al final, quienes pagarán serán los ciudadanos.

El disparatado coste económico acabará repercutiendo en los bolsillos de todos los madrileños (más de 2 millones de pta. por familia), pero, sobre todo, el desfasado modelo de ciudad que prefigura (contaminante, social y ecológicamente insostenible, incentivador del vehículo privado, segregador de zonas y barrios, económicamente irracional) será irreversible durante lustros. Y todo ello será a cargo de otras prioridades sociales mucho más urgentes.

Otro Madrid más moderno, sostenible y democrático es posible. Nosotros apostamos por él.