Tras años de bonanza económica ha llegado la época de las vacas flacas y no estaría de más analizar el estado de las infraestructuras de transporte en nuestra región ante el nuevo periodo que se avecina con escasez de recursos públicos. ¿Hemos aprovechado la existencia de cuantiosas inversiones procedentes de las administraciones públicas para desarrollar nuestras redes de comunicación y así poder enfrentarnos en mejores condiciones a los futuros retos económicos? He aquí el estado de la cuestión:

- La red ferroviaria, eje Miranda- Logroño- Castejón, cuenta con un trazado del siglo XIX, y, en consecuencia, su papel es claramente marginal dentro del sistema español, eso sí, con una futura macroestación modelo siglo XXI en Logroño. Además, en los recientemente aprobados planes de inversión de la Unión Europea nuestro exiguo tramo ferroviario se queda apartado de las principales redes nacionales apostando por el tramo Castejón- Pamplona- País Vasco, como ya suele ser habitual.

- Las comunicaciones por carretera han experimentado una ligera mejoría, véase un túnel y algunos tramos de autovía, pero siguen sin resolverse nuestros enlaces con los ejes principales o se realizan a través de una autopista de pago como la AP-68. De hecho, la principal infraestructura ejecutada lo ha sido por otra comunidad autónoma, como es el caso de la Autovía del Camino proveniente de Pamplona, como ya suele ser habitual.

- El flamante aeropuerto de Agoncillo- Logroño languidece con un vuelo diario a Madrid subvencionado y sin perspectivas de poder revertir esta situación en un país donde los aeropuertos de ámbito regional han crecido como setas, precisamente en la época de las vacas gordas.

Explicar como hemos llegado hasta aquí sería largo y prolijo pero sustancialmente podríamos destacar la ineficacia y la falta de previsión de nuestra clase política y los sucesivos gobiernos de distinto signo, tanto estatal como regional, y al uso de esta cuestión, tan vital para nuestro desarrollo, como arma arrojadiza en la contienda electoral. Así, en su momento, prorrogaron la concesión de la autopista AP-68 para posteriormente tener que exigir su liberalización o, lo que es peor, el desdoblamiento de la carretera paralela N-232; dejaron en vía muerta el tramo ferroviario Miranda- Castejón; anunciaron grandes inversiones a bombo y platillo en autovías para luego dejarlas paralizadas por falta de crédito; construyeron infraestructuras aeroportuarias con estudios de viabilidad manipulados en lugar de apostar por sistemas de transporte con mayor futuro como el ferrocarril. Los unos por los otros, en sus respectivos gobiernos estatales y regionales, dedicados a tirarse los trastos a la cabeza en lugar de intentar consensuar un pacto regional sobre las infraestructuras de transporte, eficaz y ajustado a las necesidades y a los recursos existentes.

Y ahora, sin un euro en las arcas públicas ¿Qué podemos hacer para intentar ser competitivos en un periodo económico de crisis cuando en su momento no hemos hecho los deberes de las infraestructuras? Pues la verdad es que poca cosa, salvo intentar poner un poco de raciocinio en las escasas inversiones con las que vamos a poder contar, por mucho que nos traten de vender que ahora todo va a ser más eficaz por la coincidencia de gobiernos del mismo signo, y, desde luego, tomar las medidas necesarias para reconducir actuaciones inviables aunque a más de uno se le caiga la cara de vergüenza.

Por ejemplo, si el aeropuerto no funciona y cuesta mucho dinero mantenerlo pues habrá que cerrarlo y mantenerlo mínimamente operativo (base de emergencias, tráficos privados,…) con el fin de evitar que se caiga a trozos a la espera de tiempos mejores. A continuación, olvidarse del aberrante proyecto de desdoblamiento de la carretera N-232 y liberar la autopista paralela AP-68 o ¿alguien puede convencernos de que realmente La Rioja necesita una comunicación por carretera en el tramo del eje del Ebro con 8 carriles de anchura? Y, a continuación, concentrar los escasos recursos públicos en la mejora de la red ferroviaria dotándolo de un trazado propio del siglo XXI, lo cual no pasa necesariamente por poner en marcha un tren de “Alta Velocidad” como si siguiéramos siendo nuevos ricos, sino un tren que, en otro tiempo, se denominó de “Velocidad Alta” con prestaciones de 150-200 Km/hora, mucho más económico, más viable y menos impactante sobre el territorio.

Es decir, un tren que no requiera inversiones tan elevadas, que nos conecte con los ejes principales de la red ferroviaria en un tiempo razonable y que sea realmente competitivo con el transporte en autobús. ¿O volveremos a caer en el error de reclamar una infraestructura de transporte a una velocidad que no necesitamos, con un coste tan elevado que, sabiendo los escasos recursos de que disponemos, no se va a poder llevar a cabo a corto y medio plazo y cuyo funcionamiento requiere unas tarifas tan onerosas que, finalmente, acabaría siendo de uso minoritario frente al autobús, tal y como sucede en estos momentos?

Y poco más se puede hacer, además de acabar las obras en marcha y de paso intentar no flagelarnos al pensar cuanto tiempo y dinero hemos perdido durante estos años en los que este país atravesó un periodo de crecimiento económico, y de qué manera hemos dilapidado los recursos en obras innecesarias e ineficaces y dejando al mismo tiempo de construir infraestructuras necesarias y con proyección de futuro. Aeropuertos sin vuelos, autopistas infrautilizadas, carreteras colapsadas, redes ferroviarias decimonónicas,…la verdad, siempre pensé que los riojanos éramos algo más inteligentes. Nunca es tarde para aprender.