La lucha ciudadana impidió la construcción de una refinería en el sur de Extremadura.

Miguel Manzanera, Ecologistas en Acción de Tierra de Barros. Revista El Ecologista nº 75.

A mitad de julio de 2012 el proyecto de la refinería Balboa en Tierra de Barros, iniciado siete años antes, fue desestimado de forma definitiva mediante una declaración de impacto ambiental negativa. Una decisión que hace prevalecer el interés común a un medio ambiente sano, y en la que influyó mucho la oposición social.

Esta última primavera se realizaron varias manifestaciones a favor de la construcción de una refinería de petróleo en Extremadura, después de más de siete años de polémica y ante una Declaración de Impacto Ambiental (DIA) negativa recurrida por la empresa promotora. Es un hecho significativo que patronal y sindicatos, unidos en un verdadero acto patriótico más allá de las diferencias de clase, solicitaran a la autoridad competente que se concediera el permiso para construir un monstruo contaminante. Un signo de estos tiempos: una parte de la población, quizás mayoritaria, está dispuesta a sacrificar su salud y el futuro de sus hijos, en nombre de la poderosa seducción que ejerce el consumo capitalista.

Más tarde, en el verano de este mismo año 2012, el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente confirmaba la inviabilidad ecológica de la Refinería Balboa, reafirmándose en la DIA negativa y desestimando el recurso de la empresa. Lo que provocó una situación grotesca: un grupo de partidarios de la refinería insultó e intentó agredir al diputado de Izquierda Unida, Víctor Casco, a la salida de una rueda de prensa donde la Plataforma Ciudadana Refinería NO (PCRN) daba cuenta del hecho. No sólo es grotesco, es también inoportuno. Esas actuaciones se realizan a destiempo, cuando ya no parece posible seguir adelante con el proyecto, pero manifiestan el estado de ánimo de la población, asfixiada por la crisis económica, al tiempo que la demagogia de los políticos que han defendido la construcción de la refinería. Mantener esa lucha no tiene más sentido que organizar un movimiento que pueda servir para futuras maniobras políticas más rentables. En cierto modo, es como un remedo de la activa lucha de la PCRN, y busca combatir su popularidad e influencia.

En tiempos de crisis, la promesa de crear unos puestos de trabajo moviliza a los trabajadores; por otro lado, los empresarios de la comarca son seducidos por una ilusión de actividad económica, que vendrá atraída por las enormes inversiones de capital requeridas para la instalación de la refinería. Ni unos ni otros perciben que se trata de un espejismo sin sustancia, creado por el capitalismo del pelotazo neoliberal: ese proyecto económico era tan absurdo como el desarrollo especulativo de la construcción, que la economía española tuvo que sufrir durante las últimas décadas y que está en la raíz de la depresión actual. La agonía de ese modelo obsoleto de desarrollo se manifiesta como una brutal crisis económica, cuyas consecuencias políticas todavía no se pueden predecir.

No se hará

La Refinería Balboa no se va a hacer. La Sierra de San Jorge –entre los Santos de Maimona, la Fuente del Maestre y Villafranca de los Barros, en el centro de la provincia de Badajoz–, seguirá siendo un monte donde crezcan lirios y orquídeas. Los peregrinos por la Vía de la Plata, camino mozárabe a Santiago de Compostela, seguirán atravesando los campos de olivos milenarios, plantados cuando los nativos todavía hablaban árabe, y podrán disfrutar del aire limpio de la comarca, de sus tranquilos paisajes agrícolas, de la simplicidad de la vida rural. Ha triunfado el sentido común y la honda querencia del paisano por su tierra. Como reza el himno regional: “los aires limpios, las aguas puras”.

El promotor del absurdo industrial, Alfonso Gallardo, es un empresario que goza de fuertes vínculos con la cúpula del partido socialista regional, en el poder durante 28 años seguidos, 1983-2011. No es exagerado afirmar que la fuente de su riqueza, admirada dentro y fuera de la región, proviene de sus relaciones privilegiadas con los gobiernos autonómicos. Cuando, apelando al progreso de la región, esos poderes fácticos anunciaron la construcción de la refinería, aparecían con la seguridad de quien durante décadas no ha tenido ninguna dificultad en imponer sus decisiones. Pero ese tráfico de influencias ha colapsado estos últimos años y en buena parte se debe a la lucha política que la ciudadanía emprendió, en contra del modelo de desarrollo económico que la Junta de Extremadura quiso imponer en la región; sin la movilización ciudadana en contra de la refinería, es muy probable que ese descabellado desarrollo hubiera ido adelante.

Este proyecto no sólo era inviable ecológicamente –especialmente introducía riesgos inaceptables para el Parque Nacional de Doñana y para el embalse de Alqueva en el Guadiana a su paso por Portugal–. También era dudoso desde el punto de vista económico, pues no era nada claro que esta refinería de interior pudiese ser rentable, en competencia con otras plantas situadas en emplazamientos más favorables junto a la costa. La propia empresa reconocía en su proyecto inicial que los costes de producción de una planta de interior se incrementaban en un 7%, respecto de la producción en la costa, lo que significa que carecía de cualquier atisbo de competitividad. El petróleo tenía que ser bombeado desde el puerto de Huelva hasta 200 km en el interior, salvando las alturas de Sierra Morena, y los productos serían devueltos al mismo lugar tras haber viajado otro tanto en sentido inverso. Con ello se afectaban numerosas zonas protegidas en Andalucía y el incremento del tráfico en el Estrecho introducía el peligro de accidentes que afectarían al golfo de Cádiz. A pesar de que la empresa prometía utilizar las “mejores técnicas disponibles”, reduciendo el impacto sobre el medio ambiente, se reconocía el vertido de efluentes contaminantes en el Guadajira, afluente del Guadiana. Y existía el peligro añadido de que a la refinería se añadieran nuevos complejos petroquímicos que complementaran su industria.

Por tanto la refinería comprometía la calidad ambiental de la toda cuenca baja del Guadiana, y estaban amenazados los proyectos de desarrollo en el Alentejo de Portugal, vinculados al embalse de Alqueva. La contaminación del aire por ozono hubiera llegado hasta la frontera portuguesa. Peligraba la calidad de los productos agrícolas en varias regiones del suroeste peninsular, por las aguas residuales del complejo petroquímico, por las filtraciones en el oleoducto, por los posibles vertidos accidentales en la costa y en el interior, etc. Se habría visto perjudicada la antigua Vía de la Plata, camino de interés cultural y turístico, que transcurre por el terreno dispuesto para la construcción. En resumidas cuentas, era enorme la cantidad de inconvenientes que traía la realización de ese proyecto empresarial. Pero se han hecho tantas cosas absurdas en España durante las últimas décadas, que la probabilidad de construir la refinería extremeña parecía muy alta.

Triunfa la razón

Los miembros de la PCRN creemos que nuestra victoria ha sido un triunfo de la razón y un avance en la democracia, en contra de la perversión demagógica de la política realizada por los poderes constituidos en nuestra región y en el Estado español. Sobre todo porque la Refinería Balboa no venía sola. El Gobierno autonómico había programado todo un proyecto de desarrollo industrial retrógrado e irracional, que además incluía cinco centrales térmicas de ciclo combinado en la comarca de Mérida, diversos almacenes de residuos –químicos, hospitalarios, radioactivos, etc.–, varias urbanizaciones de lujo en lugares protegidos por la legislación ambiental, el AVE, un aeropuerto en Cáceres, autovías entre Cáceres y Badajoz, Badajoz-Huelva, Badajoz-Córdoba, etc. Todo ello ha quedado en suspenso.

Seguramente la crisis económica ha ayudado a dar el carpetazo definitivo. Y también hemos tenido suerte: la presencia de Cristina Narbona en el Ministerio de Medio Ambiente del primer Gobierno de Rodríguez Zapatero, ayudó a parar la primera fiebre constructora. Pero no se puede negar que la actitud de los ciudadanos conscientes ha resultado decisiva, para impedir un nuevo desastre ambiental en la maltratada geografía de la Península Ibérica. La lucha ha sido larga, con momentos difíciles por el fuerte conflicto social creado por las diferencias de opinión entre los diversos sectores de la población.

Afortunadamente la violencia no ha alcanzado niveles que pudieran generar daños personales; pero once ciudadanos han tenido que sufrir un proceso judicial en el que se les pedían 6 años de cárcel y varios miles de euros de multa. Otras personas han tenido dificultades económicas y sociales en un medio hostil, donde el poder político ha utilizado los mecanismos de presión social para ahogar la disidencia: despido de trabajadores interinos, cese de cuadros de la administración, retirada de subvenciones a pequeños empresarios, boicot a comerciantes y artesanos autónomos, descalificación de profesionales críticos, etc.

Si no fuera por esa ciudadanía vigilante y valiente, las obras de la refinería habrían comenzado antes incluso de haber obtenido los permisos pertinentes, enfrentando a la administración con los hechos consumados. Es lo que ha pasado con tantas y tantas construcciones sin sentido. Lo que sucedió con la cementera de la Alconera, que se está comiendo una sierra de enorme valor ecológico y con importantes restos arqueológicos, que han sido destruidos sin miramientos en provecho del enriquecimiento del empresario mimado por la Junta de Extremadura. Es también lo que ha pasado con la urbanización Marina de Valdecañas, condenada repetidamente por los tribunales extremeños, pero que no va a poder ser derribada por los trucos legales que la protegen.

Saber que la Refinería Balboa no tiene permisos ambientales es una buena noticia para los extremeños, para los andaluces y los portugueses, para todos. Y esa negativa viene acompañada de un cambio en el poder político regional, despidiendo a aquellos que alentaron las ilusiones por un desarrollismo sin futuro. La fallida movilización de última hora de los partidarios de la refinería, representan el canto del cisne del poder socialista en la región extremeña, al menos tal y como ha existido hasta ahora. Confiamos que las próximas luchas ambientales que se den en nuestra región resulten también tan exitosas como esta.