En la ciudad vive Paula, vecina del 3º izquierda, que tiene unas plantas alargadas y siempre verdes que asoman por el balcón gracias a que participa en una red de trueque que le brinda la posibilidad de que se las rieguen cuando está fuera (a cambio ella ofrece tartas de cumpleaños de chocolate y fresa).

ConsumeHastaMorir, Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 76.

En la ciudad vive Paula, vecina del 3º izquierda, que tiene unas plantas alargadas y siempre verdes que asoman por el balcón gracias a que participa en una red de trueque que le brinda la posibilidad de que se las rieguen cuando está fuera (a cambio ella ofrece tartas de cumpleaños de chocolate y fresa). Sobre el mismo asfalto camina Martín, que come fruta y verdura ecológica porque participa en una cooperativa de consumo una vez por semana. Y por la ciudad Sandy, de nueve años, se mueve en bici: en su colegio varias familias se pusieron de acuerdo para que todos los niños y niñas hicieran el recorrido juntos hasta la escuela, y así contrarrestar con el número la fuerza de los coches. Y también vive entre los edificios de hormigón Manu, que hace dos años que no se compra nada de ropa porque la coge siempre de la “tienda gratis” que está en un centro social al lado de su casa. Y Juan y Marta, que hacen contrapublicidad en los desgastados muros de su barrio los domingos a la noche. Y Salim, que juega siempre con sus amigos en la única esquina del parque en la que todavía hay tierra para pisar.

Dicen que la crisis es un nido de oportunidades. Que si somos proactivos y competitivos, si tenemos espíritu emprendedor y acertamos dónde y cuándo invertir, saldremos de esta mejor que entramos. Pero no hay más que recorrer cualquier rincón de la ciudad para darnos cuenta de que, cuando se dejan en manos del mercado, las únicas “oportunidades” que hay para las mayorías sociales son aquellas que cobran forma de hambre y desesperación. Ahora bien, hay una cosa que es cierta: estos tiempos sí que son el momento idóneo para poner en práctica, de manera real y directa, todas esas alternativas colectivas y transformadoras que llevamos teorizando hace tiempo; son buenos momentos para extender por nuestras redes todas aquellas experiencias exitosas que llevan años incubándose. Porque no hay otra forma de salir de la crisis que no sea recuperando las calles, el territorio, nuestras decisiones, nuestras vidas. Y aunque a veces tejemos con la lentitud que requiere una red elástica pero estable, es ahora cuando ha de verse con claridad que la apuesta por lo colectivo está avanzando. Ahí están, en realidad, las únicas oportunidades que puede ofrecernos la crisis.

Buena parte de lo que ocurre en las ciudades no se cuenta en la televisión ni en el periódico, no está en las redes sociales virtuales ni siquiera en Internet. Lejos del imaginario que augura grandes éxitos a quienes se guíen por el riesgo y la competencia para avanzar decididamente por la senda del mercado, más allá de ese miedo paralizante que sentimos al ver la brutal represión de las protestas, las lamentables previsiones socioambientales para el futuro y la interminable crónica de sucesos que pueblan nuestras pantallas, tienen lugar otras historias en las esquinas que transitamos de manera cotidiana y en las plazas y en los parques y en las comunidades de vecinas y vecinos y en las asambleas de los barrios. Con ellas, precisamente, se va construyendo el relato de toda esa gente que no se resigna, que no ha perdido la esperanza, de personas que salen a la calle a pisar de otro modo, que encuentran en lo colectivo una respuesta para salir adelante, que ya nunca más volverán a tener miedo.

Son historias invisibles y ocultas, pero es nuestra decisión verlas, contarlas y, sobre todo, vivirlas.