Ramón Fernádez Durán (Ecologistas en Acción) realiza un minucioso análisis de la situación internacional actual así como de la interrelación USA – UE y sus repercusiones a nivel global y en la lucha contra el proyecto europeo. [1]

La Constitución Europea: la dificultad de convertir a la UE en una superpotencia mundial (que respalde el euro)

“Con las nuevas amenazas la primera línea de defensa estará a menudo en el extranjero (…) Varios países y regiones corren el riesgo de resultar atrapados en una espiral de conflicto, inseguridad y pobreza (…) Hay que estar preparados para actuar antes de que se produzca una crisis (…) Una serie de países se han situado al margen de la sociedad internacional (…) Algunos han buscado el aislamiento. Otros vulneran persistentemente las normas internacionales. Es conveniente que estos países puedan unirse a la comunidad internacional. Aquellos que no desean hacerlo deberán comprender que han de pagar un precio, incluso en sus relaciones con Europa” (el subrayado es nuestro)

“Una Europa segura en un mundo mejor”, Estrategia de Seguridad Común para Europa, Salónica, 2003

Vivimos tiempos enormemente turbulentos, preludio de otros probablemente bastante peores. En este escenario, la UE intenta “afirmarse como una verdadera potencia de envergadura mundial”, sin complejos, tal y como lo ha expresado claramente Javier Solana (Mister PESC, es decir, el “representante” de la Política Exterior y Seguridad Común de la UE) cuando presentó el proyecto de estrategia sobre la futura defensa europea en la cumbre de la UE en Salónica (CCEE, 2003). Dicha estrategia, denominada una “Europa segura en un mundo mejor”, contempla la posible “intervención temprana, rápida y, en caso necesario, contundente de la Unión en cualquier lugar del mundo”. Es decir, “acciones preventivas”, desmarcándose (tan sólo retóricamente) del concepto de “guerra preventiva” acuñado por la Administración Bush. Eso sí, promoverá que sus intervenciones se realicen dentro del marco de NNUU (si bien este punto queda deliberadamente inconcreto) y respetará las obligaciones derivadas de su pertenencia a la OTAN (a la que califica de alianza “insustituible”), aunque al mismo tiempo se abre la posibilidad para que se comience a desarrollar una fuerza militar conjunta “en el marco de la Unión”. Esta posibilidad se plantea a través de la creación de las llamadas “cooperaciones reforzadas”, en donde al menos deberán participar un tercio de los miembros de la Unión, es decir, al menos nueve países (esto es, Francia y Alemania más los países que lo deseen)(Maira, 2003).

En la misma cumbre se aprobó también el proyecto de futura Constitución Europea (CE, 2003), elaborado por una Convención creada al respecto [2] y que se debería terminar de perfilar en una conferencia intergubernamental (CIG). Pero finalmente la Constitución embarrancó, al menos momentáneamente, en la cumbre de Bruselas de diciembre pasado, pues España y Polonia rechazaron el “consenso” alcanzado, abriéndose un periodo de gran incertidumbre acerca del futuro del “proyecto europeo”. En la Constitución se establece cómo deberá funcionar una UE ampliada (y enormemente compleja, con más de 450 millones de habitantes -la actual UE tiene 370 millones-) que englobará a 25 Estados, de muy diverso peso económico, político y demográfico, en donde queda esbozada una “Europa a distintas velocidades”. Y algunos países, en concreto Francia y Alemania, con el apoyo a posteriori de la Comisión, habían amenazado que caso de no aprobarse la Constitución tirarían por la vía de en medio y crearían un núcleo duro que avanzaría sin el lastre de los que no quieren conseguir una mayor integración. Es decir, de una u otra forma, parece que se perfila una futura UE en la que existiría un núcleo duro formado principalmente por los países más poderosos de la Unión que decidiría el funcionamiento y el rumbo de un “proyecto europeo” formado además por distintas periferias. Habría que preguntarse qué ha pasado para que el “proyecto europeo” que nació, en teoría, como una confluencia entre “iguales” básicamente comercial (Unión Aduanera) de seis Estados en 1957 [3] , con el Tratado de Roma, se haya convertido en este monstruo burocrático, con vocación “neo-imperialista” y antidemocrático, en el que se ha acabado el formalmente “café para todos”, y en el que en lo que más ha progresado ha sido la confluencia en términos monetarios: la creación del euro. En ningún otro terreno la cesión de soberanía ha sido más absoluta. Y esa soberanía monetaria, que en principio era estatal, se ha cedido a una institución: el Banco Central Europeo, con sede en Frankfurt, sin ningún tipo de control político (y por supuesto democrático), que responde a los intereses del capital transnacional europeo, principalmente financiero, y que opera al margen (y en contra) de cualquier consideración social y ecológica.

¿Es pues cierta la imagen que Robert Kagan (2003) dibuja de la UE, una Venus auto complaciente y despreocupada de los compromisos militares de la gestión del capitalismo global (al que por supuesto no llama así), en el que EEUU tiene que cumplir el papel de Marte guerrero del que se aprovecha “Europa”? No parece que esa “Venus” compuesta por Estados (y otras estructuras de poder) que durante más de quinientos años han guerreado entre sí, y conquistado, avasallado y saqueado la mayor parte del mundo, se haya vuelto repentinamente pacifista. No lo parece en el documento de Solana, aunque su ansia de intervencionismo exterior se justifique en la necesidad de combatir el “terrorismo internacional”, destruir las armas de destrucción masiva (ajenas) o acometer la reconstrucción de “Estados fallidos” (curiosamente los mismos argumentos esgrimidos por la nueva concepción estratégica de defensa de EEUU, aprobada en septiembre de 2002, un año después del 11-S). A la UE le gusta presentarse a nivel mundial con una retórica amante de la paz y del derecho internacional, defensora de un capitalismo de rostro humano interno (en trances de desaparición), fomentadora del desarrollo de los pueblos (la que más dedica a “ayuda internacional”), defensora de la justicia y los derechos humanos (Tribunal Penal Internacional) y amante del “desarrollo sostenible” (Protocolo de Kyoto, acuerdos Río más 10, etc.). Pero la UE se está teniendo que quitar poco a poco este pretendido rostro amable, y lo hace, o lo tiene que hacer, por diversas razones [4], una de ellas, quizás la principal, a corto plazo, es dar seguridad al capital europeo e internacional con el fin de apuntalar el euro. Detrás de una moneda que se ha convertido ya claramente en la segunda divisa de reserva internacional y que muestra ansias de disputar la hegemonía mundial del dólar (sobre todo cuando ésta se está empezando a desmoronar), tiene que haber un proyecto político y militar sólido que la sustente. Y esto es lo que pretende hacer el proyecto de Constitución Europea y la propuesta de Estrategia de Defensa para la UE que, no por casualidad, lo acompaña. Otra cosa es que lo consiga, debido a la indefinición de ambos proyectos y a las importantes tensiones internas de la UE, o que EEUU le deje lograrlo.

Los porqués de la construcción del “proyecto europeo”

Pero volvamos brevemente atrás para poder tener una cierta perspectiva histórica que nos ayude a entender la complejidad de la situación actual. El “proyecto europeo” siempre ha sido un proyecto de las elites económicas y financieras europeas (occidentales), más que del poder político, o a pesar de él, pues éste (en su configuración como Estado-nación, fruto de otra etapa del capitalismo) siempre ha corrido detrás del mismo, frenándolo en muchas ocasiones. Y por supuesto el “proyecto europeo” se ha plasmado cuando al capital le ha interesado, no cuando lo han deseado voces de intelectuales o movimientos de opinión civiles independientes. Cuando en la segunda mitad del siglo XIX Víctor Hugo o Emile Zola propugnaron la creación de los Estados Unidos de Europa, al igual que el proyecto que entonces se fraguaba en la otra orilla del Atlántico Norte, sus exigencias fueron tachadas de antipatriotas y descalificadas de plano por las estructuras de poder dominantes entonces en Europa, pues era la época del triunfo del Estado-nación (cuya cuna fue Europa) y de la expansión del imperialismo europeo a escala mundial. Una época en que estos Estados consolidaban (imponían) los mercados nacionales (apoyados en sus patios traseros coloniales) y en la que se podría afirmar que el capital tenía claramente patria. Por aquel entonces, el poder del capital financiero se afianzaba a través de su control sobre los bancos centrales: los encargados de emitir las monedas nacionales, que se desarrollan en esos años a imagen y semejanza del pionero Banco de Inglaterra. Una prerrogativa que los Estados-nación conferían, brindando todo su respaldo, a las máximas fuerzas nacionales del capital financiero, aunque siempre las altas finanzas han tenido conexiones internacionales. De esta forma, bajo la hegemonía mundial de Gran Bretaña, se plasmó un corsé de hierro monetario estricto que fue el patrón-oro internacional, que llevaba aparejado el predominio de las políticas liberales, a las que se adscribió el sistema mundo capitalista de la época. En aquella época, EEUU (un superEstado de dimensión continental en creación) no tenía todavía su banco central correspondiente, que no se llegaría a crear hasta 1913.

Este orden saltaría por los aires en la primera mitad del siglo XX, tras dos cruentas guerras mundiales. Y en este estallido cumplirían un papel determinante las rebeliones populares contra el dictado de las fuerzas del dinero (Revolución Rusa, Revolución Mexicana, etc.), aparte de las propias contradicciones internas interimperialistas, auspiciadas por aquellos Estados-nación centrales de configuración más tardía (Alemania, Japón, Italia) que habían aparecido en escena cuando el reparto del mundo estaba ya prácticamente culminado y pretendían mejorar bruscamente su posición internacional. Así, tras la debacle de la Segunda Guerra Mundial, las potencias europeas occidentales, aquellas que habían regido los destinos del mundo durante casi quinientos años, pasarían a ocupar un muy discreto segundo plano en el orden geopolítico internacional que se inauguraba tras Yalta y Postdam. Un orden que encumbraba a dos nuevas superpotencias EEUU y la Unión Soviética, y en el que ésta ampliaba su área de influencia hasta el mismo corazón de Europa. Las elites europeas veían pues con pavor el nuevo mundo que se les abría ante sus ojos.

La situación interna era caótica pues muchos Estados habían prácticamente colapsado, manifestándose una fuerte contestación ciudadana (en muchos casos armada, tras la resistencia a la ocupación nazi). En estas circunstancias, el orden político se garantizaba en gran parte de Europa Occidental por la presencia de las tropas de EEUU. Además, las ciudades, la estructura productiva y las infraestructuras estaban seriamente dañadas, lo que contrastaba con la situación al otro lado del Atlántico Norte donde la base productiva estaba en pleno funcionamiento a causa de la guerra. La guerra se había librado además fuera del territorio continental de EEUU. Por otro lado, en las colonias de África y Asia los movimientos de liberación nacional adquirían un renovado empuje, que llevaría más tarde a la ruptura (sangrienta) de la dominación de las potencias europeas (India, Argelia, Congo, etc.), perdiendo éstas importantes mercados y espacios de los que extraían en condiciones de privilegio materias primas y recursos energéticos. Y en el campo occidental, allí donde operaba la economía de mercado, se inauguraba una nueva etapa en la evolución del capitalismo, bajo la hegemonía indiscutible de EEUU, en la que iba a primar una creciente mundialización de las relaciones económicas y productivas dominadas por las grandes empresas del gigante estadounidense. Esta progresiva mundialización (que superaba el esquema de intercambio comercial de tipo colonial) iba a estar presidida por el sistema diseñado en Bretton Woods (FMI, BM), que encumbró el patrón dólar-oro como nuevo sistema monetario internacional, en torno al cual se articulaba un sistema de cambios fijos con las distintas divisas en el campo occidental. Por cierto, en la posguerra las instituciones de Bretton Woods cumplirían un papel importante para ayudar a impulsar las economías de Europa Occidental (el BM con el Plan Marshall, y el FMI con el apoyo para normalizar otra vez el funcionamiento de las distintas divisas y hacerlas convertibles). El propio EEUU estaba interesado en ello por razones económicas y geopolíticas.

Ante esta situación de debilidad y tan enormemente adversa, las elites económicas y financieras europeas, se ven obligadas a promover una serie de reformas, imprescindibles para seguir manteniendo su dominio. En primer lugar, garantizan la creación de un Estado del Bienestar a escala de cada Estado-nación para implicar a las fuerzas de izquierda en la gestión del capitalismo postbélico y desactivar la contestación social. Un pacto entre el capital y el trabajo que lo hace posible (y necesario) las circunstancias históricas. Además, el poder político (que cae en general en manos de la socialdemocracia) toma el control de un elemento clave del poder del capital financiero: los bancos centrales. Y la máquina de creación estatal de dinero se pone en función de la creación del “Estado social” y del crecimiento económico, mediante políticas keynesianas [5]. Más tarde, estas elites promueven también procesos de confluencia supraestatal con el fin de superar el corsé que suponía la dimensión tan limitada de los territorios y poblaciones (y por supuesto de los mercados) que configuraban los Estados-nación respectivos.

El territorio europeo era un espacio sumamente complejo, un mosaico repleto de fronteras, con diversidad de monedas, lenguas, culturas y administraciones distintas. Esta situación contrastaba con el inmenso EEUU donde una sola lengua (de proyección internacional gracias al anterior imperio británico), una sola moneda (además de dimensión mundial), una sola “cultura” de alcance global (made in Hollywood) y un único aparato estatal parecía más funcional para ejercer como superpotencia indiscutible del campo occidental. Las elites europeas son conscientes, por primera vez, de que en el nuevo mundo en el que se veían obligadas a actuar, cuyas circunstancias ya nos las marcaban ellas, por primera vez en quinientos años, su supervivencia dependía de crear las condiciones (de confluencia supraestatal) para que sus empresas adquirieran el tamaño suficiente con el fin de poder competir en el mercado mundial con las grandes empresas del gigante estadounidense. Indudablemente, dichas elites se apoyan también en el fuerte sentimiento ciudadano de rechazo a la guerra, no en vano la conflagración bélica había dejado decenas de millones de muertos, en el sentimiento internacionalista de las poblaciones europeas y en el mito más o menos latente de la existencia de una Europa por encima de los Estados. Y todo esto acontece en unos años en que estalla el conflicto entre bloques y se impone la Guerra Fría, que se juega especialmente en territorio europeo.
En este sentido, a finales de los años cuarenta y en los cincuenta los acontecimientos se precipitan. En 1948 tiene lugar un gran encuentro europeo en La Haya, pero también es el año del bloqueo soviético de Berlín. A raíz de ello, distintos países europeos crean una estructura coordinada militar: la Unión Europea Occidental (UEO) en 1948. Pero en 1949 se crea la OTAN (bajo el mando de EEUU, celoso de la UEO)), a la que seguiría más tarde el lanzamiento del Pacto de Varsovia por parte de la URSS, entrando la UEO en una vía muerta durante más de tres décadas. En 1951, nace la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero) en la que los Estados que luego conformarían la CEE (Comunidad Económica Europea) deciden poner en común toda la actividad minera básica y la industria primaria, clave de todos los procesos productivos (y causa de enfrentamientos bélicos en el pasado). A ello sigue la creación finalmente de la CEE con el Tratado de Roma, en 1957, cuando también se establece el nacimiento del EURATOM, es decir, el desarrollo civil de la energía nuclear, de la que ya disponían EEUU y la propia URSS; ningún Estado de la CEE tenía recursos científicos y económicos suficientes, por sí solo, para llevar adelante semejante proyecto. En la hiperconocida foto en el Palacio del Quirinal que recoge tamaño acontecimiento, y que marca el inicio formal del “proyecto europeo”, están presentes los principales representantes del poder político (los gobiernos en pleno y miembros de los parlamentos respectivos), y uno tendería a pensar que la iniciativa de la llamada construcción europea partía de los Estados. Pero no. No nos engañemos. Las principales fuerzas que promovían tal proceso no estaban en la foto, estaban en la trastienda y así permanecerían durante muchos años, hasta la década de los ochenta. Las circunstancias de la época no hacían aconsejable un protagonismo explícito de estas elites europeas.

La creación de la CEE iba a permitir inaugurar un periodo de fortísimo crecimiento económico de componente fundamentalmente industrial. Al mismo tiempo, el establecimiento de la Política Agraria Común (PAC) en 1962, iba a sentar las bases en el campo para promover una agricultura crecientemente industrializada, muy productiva pero altamente contaminante (que consolidaría las grandes empresas del agrobusiness comunitarias), de la que iría desapareciendo la agricultura campesina (todavía importante en aquella época), cuyos componentes emigrarían a las metrópolis como mano de obra en el espacio de la producción industrial fordista. La PAC iba a posibilitar (con ayudas económicas, pero no sin resistencias) una retirada paulatina del mercado del pequeño productor agrario, e iba a permitir a la CEE defenderse del gigante agrícola estadounidense y hasta llegar a generar excedentes para proyectarse en el mercado mundial. Ello es posible porque se produce un pacto entre la Francia “agraria” y la Alemania (occidental) “industrial” para que el grueso del naciente presupuesto comunitario se dedicase a esta labor. En esa época, la CEE se abre a las corrientes migratorias del exterior para dar respuesta a la fuerte demanda de fuerza de trabajo, especialmente en la Gran Fábrica fordista, que las migraciones campo-ciudad internas son incapaces de satisfacer. El éxito de este embrión de “proyecto europeo” es tal que Gran Bretaña llama a sus puertas para entrar. Y aunque en un primer momento es rechazada por el veto de De Gaulle [6], más tarde, en los setenta (1972), ingresaría junto con Irlanda y Dinamarca, generándose una creciente corriente centrípeta en la que cada vez más países europeos (occidentales) piden entrar a formar parte de tan selecto club (Grecia, España, Portugal, etc.). Las elites nacionales de los países que habían quedado fuera son conscientes de que no pueden sobrevivir en el mundo exterior, solas, en un capitalismo cada vez más globalizado y financiarizado. Y sus peticiones de acceso son atendidas sin excesivos problemas pues el núcleo inicial, que alberga a los pesos pesados de las fuerzas económicas y financieras europeas, y que impone las reglas de ingreso, se beneficia por supuesto de este incremento de tamaño [7] que le hace adquirir además una mayor capacidad de proyección internacional. Sin embargo, en algún caso, es la propia población la que rechaza en referéndum el ingreso: Noruega (1972).

Durante esta etapa se produce una fuerte urbanización, especialmente en las principales ciudades hacia donde se orienta de forma prioritaria la inversión industrial, que se da en paralelo a la cada vez mayor destrucción de un mundo rural todavía vivo. Son los años de los grandes planes urbanísticos que contemplaban una importante actividad estatal en materia de suelo, vivienda y transporte, y que iban a hacer factible que las metrópolis cumpliesen el papel que se les asignaba, al tiempo que se procuraba garantizar la reproducción y el “bienestar” social, buscando la paz social. Es una etapa también de fuerte intervencionismo estatal, desde los grandes planes de desarrollo a la consiguiente “ordenación del territorio”, con la correspondiente creación de grandes infraestructuras (de transporte, hídricas y energéticas) de dimensión prioritariamente nacional; y se desarrolla una verdadera explosión de la movilidad motorizada privada como resultado del acceso masivo al automóvil y de las inversiones viarias. Es un periodo también en que irrumpe de forma patente la crisis ecológica que promueve este modelo urbano-agro-industrial, que demanda cada vez más recursos del resto del mundo, en especial combustibles fósiles no renovables por su carácter energívoro. Es más, la contaminación transfronteriza se va a convertir en un problema de primer orden entre los Estados miembros de la CEE, que va a obligar a intervenir a las incipientes estructuras comunitarias para intentar hacerle frente.

La forja de la UE: el capital europeo exige un mercado único y una moneda única

Este “proyecto europeo”, tan “exitoso”, tiene entonces una relativa buena imagen de cara a sus poblaciones respectivas, pues eran los años de las vacas gordas en el que se había consolidado el pleno empleo y un sinnúmero de ventajas sociales, como resultado también de la potencia de una clase trabajadora fuertemente organizada y combativa, máxime tras el ciclo de luchas que se abre a finales de los sesenta, protagonizado por el “obrero masa” y por una diversidad de nuevos sujetos sociales que irrumpe en escena (en torno al mayo del 68). Y el agotamiento, los límites y las contradicciones del modelo fordista de la posguerra se van volviendo cada día más patentes. De cualquier forma, las estructuras comunitarias tienen un débil desarrollo en aquellos tiempos, pues todavía los actores principales a todos los niveles eran los Estados-nación respectivos. Y es por eso también por lo que suscitan poca atención y rechazo, pues la contestación social dirige sus exigencias al Estado-nación, ya que entiende que es ahí donde se alberga el poder principal, aunque también es incapaz en general de comprender los importantes cambios en marcha en el escenario europeo y mundial.

Los que si lo entienden perfectamente son las elites económicas y financieras, que observan, otra vez con temor, que o se acometen fuertes “reformas estructurales” o su futuro está una vez más en entredicho en el nuevo capitalismo global financiarizado que se estaba fraguando, cuyo centro mundial incontestable era Wall Street. Máxime tras la conmoción que había producido el fin unilateral del patrón dólar-oro decretado por EEUU (1971), el estallido del sistema de cambios fijos (1973) [8]y la creciente desregulación de los mercados financieros impulsada por EEUU y Gran Bretaña, que marcaría el inicio del neoliberalismo y la “globalización”. EEUU ante la amenaza que suponía la competencia europea (y de Japón) en el plano productivo material, va a impulsar un nuevo ciclo de acumulación basado principalmente en su dominio de la industria high tech (telecomunicaciones, armamentista, aeroespacial) y la producción inmaterial (realización cultural, investigación, diseño, publicidad, auditoría, etc), así como especialmente en el reforzamiento de su hegemonía en el ámbito monetario y financiero mundial (Gowan, 2000). Tras la crisis de sobreproducción en el plano material y la caída de beneficios consiguiente, el capital se va a ir orientando progresivamente hacia la esfera financiera. Y es por eso por lo que las elites europeas deciden salir abiertamente a la superficie y exigen una profunda reformulación y reorientación del “proyecto europeo”, en un momento también de profundo estancamiento económico tras las crisis energéticas de los setenta, que sentenciaba asimismo el fin del modelo fordista, fuertemente en crisis tras el ciclo de luchas de finales de los sesenta.

Distintos grupos de presión de las fuerzas económicas y financieras paneuropeas, entre las que destaca la ERT (European Round Table of Industrialists) [9], formulan públicamente su visión del futuro del “proyecto europeo” y manifiestan claramente la necesidad de acometer una profunda reforma del mismo que se debería realizar en dos etapas: primera, la creación de un Mercado Único (MU) europeo (de mercancías, servicios, capitales y personas [10]); y segunda, a posteriori, la creación de una moneda única europea. Todo ello acompañado del inicio de un giro brusco de las políticas estatales hacia la privatización, desregulación y liberalización de los mercados, estructuras productivas y empresas públicas, y el paulatino desmontaje del “Estado social” y la desregulación y precarización del mercado de trabajo, en consonancia con las políticas que impulsaban EEUU y Reino Unido. Se apuntaba que esta reorientación era imprescindible para consolidar una estructura productiva europea potente (cada vez más terciarizada) y competitiva a escala mundial, y para hacer frente, además, a una nueva etapa del capitalismo en la que el capital financiero se estaba encaramado ya, definitivamente, en el puesto de mando de la “globalización”. En un momento, además, en que la Nueva División Internacional del Trabajo en gestación, es decir, la deslocalización progresiva de los procesos industriales a la Periferia, significaba un ataque en plena línea de flotación del modelo fordista, al tener que competir éste en el mercado mundial; y de forma especial con el modelo industrial altamente competitivo del sudeste asiático. En suma, era el principio del fin del pacto Capital-Trabajo de la postguerra.

Es curioso cómo a partir de estas propuestas el devenir del “proyecto europeo” va haciendo suyos, sin excesivas tensiones, estas exigencias. En 1985, el Consejo Europeo aprueba en Milán el Acta Única europea que establecía un calendario para poner en funcionamiento el Mercado Único en 1993. Y en 1991, se aprueba en Maastricht el tratado que establecía, de forma estricta, los duros pasos a dar para llegar a una moneda única, que más tarde se llamaría euro. En concreto, la necesidad de cumplir los llamados criterios de convergencia que se va a garantizar en base al recorte del gasto social y a la progresiva desregulación laboral. Europa se adhiere al capitalismo global financiarizado a través de Maastricht. En estos tratados se van ampliando las competencias de las estructuras comunitarias y los Estados van cediendo poco a poco soberanía. De ahí que el propio nombre del “proyecto europeo” cambiara de CEE a Comunidad Europea, en 1985, y de ésta a Unión Europea, en 1991. Sin embargo, aunque al Tratado de Maastricht se le incorporan dos nuevos pilares: política de interior y de justicia común [11], y política de exterior y de seguridad común (como resultado de la voluntad expresa de (la Gran) Alemania, una vez que cae el Muro de Berlín en 1989, se desmoronan las burocracias del Este y se engulle a la “Alemania del Este”), estos temas permanecen principalmente en el ámbito estatal, sobre todo la diplomacia y el ejército.

Pero a pesar de todo, el grueso del Tratado de Maastricht se dedica a la Unión Económica y Monetaria. Ésta era la “lógica” consecuencia de la creación de un Mercado Único progresivamente integrado, en el que el creciente predominio de la producción y distribución transnacionalizada, a escala de la UE, reclama una moneda única para abaratar costes de transacciones en diferentes divisas y riesgos cambiarios. El programa neoliberal del MU de privatización de empresas estatales en muy diversos ámbitos, especialmente en el sector servicios (telecomunicaciones, energía, transporte, etc), va a posibilitar asimismo (aparte de generar “nuevas” elites) una amplia oferta de títulos cotizados en los mercados financieros europeos colaborando a incrementar su tamaño. Lo cual era un elemento de gran importancia para poder llegar a competir con el gigante Wall Street, si bien la UE dispone de más de veinte mercados bursátiles dispersos, lo que es un verdadero handicap. Y a ello se sumaba el atractivo de la moneda única que reforzaría esos procesos y que iba a permitir el ampliar el dominio del capital europeo a nivel mundial. Sobre todo del capital alemán, pues el euro va a posibilitar a Alemania, principal actor de la UE, consolidar una moneda de alcance mundial, superando la base económica del marco (la divisa ancla del Sistema Monetario Europeo) que era mucho más restringida. No por casualidad la sede del BCE está en Frankfurt. Sin embargo, este proceso beneficia al capital de la UE en su conjunto (especialmente a los miembros del Eurogrupo), que además hoy en día está muy interrelacionado. El euro permite crear mercados financieros de mayor dimensión, incrementando sustancialmente la capacidad de financiación de las grandes empresas europeas. El euro, asimismo, propicia fusiones y adquisiciones de empresas europeas, que han reportado sustanciosos beneficios empresariales y financieros, y que se han traducido en una importante destrucción de empleo y precarización laboral (subcontratación). Y el euro va a posibilitar al capital europeo blindarse en una importante medida de las crisis monetario-financieras que azotan al mundo entero desde los noventa, provocadas por un capital especulativo en imparable ascenso. Así pues, a la consecución del euro que consagra Maastricht se sacrifica cualquier consideración social. Es más, el euro va ser la causa principal de la voladura controlada del “Estado social” de base nacional.

Estos cambios van a transformar decisivamente la percepción que del “proyecto europeo” tienen las poblaciones de los países de la Unión. No sólo porque se va a considerar cada vez más a la UE como la instancia desde la que se promueve el desmontaje del “Estado del Bienestar” y la precarización del mercado laboral, sino porque ésta va a ser contemplada también como un órgano crecientemente burocrático que disuelve la identidad nacional y que se inmiscuye cada vez más en la vida diaria de sus ciudadanos. Dinamarca vota “No” en el primer Referéndum para aprobar Maastricht en 1992, provocando una tormenta política y financiera que casi llegaría a hacer saltar por los aires el Sistema Monetario Europeo. Y es curioso cómo en la tacada de ampliación de la UE que tiene lugar a mediados de los noventa (Austria, Finlandia y Suecia), los referendos que se organizan para la adhesión muestran un muy amplio rechazo de sus poblaciones [12], a pesar de que una gran mayoría de las fuerzas políticas, y la totalidad de los poderes económicos, financieros y mediáticos de dichos países promuevan con todo tipo de medios el “Sí” a la UE. En esta ocasión, otra vez, veinte años después, la población noruega decide seguir votando “No”. Son las fuerzas nacionalistas, sobre todo en los países nórdicos, y la extrema derecha en ascenso (al menos retóricamente) las que más se decantan por el rechazo al “proyecto europeo”, y en menor medida los partidos verdes (Austria, p.e.), las fuerzas que propugnan un neutralismo en política exterior [13] y hasta la socialdemocracia que se divide en algunos países (caso de Suecia).

Mientras tanto, las fuerzas de izquierda radical y alternativas o los movimientos sociales no empezarían a enfilar la proa abiertamente contra el “proyecto europeo” hasta 1997, cuando se convocan las marchas europeas contra el paro, la precariedad y la exclusión que confluyen en una imponente movilización contra la cumbre de la UE en Amsterdam; aunque previamente se da toda una actividad contestataria de una constelación de pequeños grupos que actúan más o menos coordinados a escala europea, lo que va a posibilitar ese salto cualitativo. En esa cumbre se aprobaba el Tratado del mismo nombre (que confería más poder a las estructuras comunitarias) y el llamado Pacto de Estabilidad, que (yendo más allá de Maastricht) tratará de imponer una férrea disciplina a las finanzas públicas para caminar hacia el déficit cero, con el fin de garantizar un euro fuerte, objetivo de las elites económicas y sobre todo financieras europeas para ampliar su influencia en el mundo [14]. Amsterdam, también, iba a significar un intento (fallido y postergado hasta Niza, en 2000) de adaptar el edificio institucional del “proyecto europeo” para que pudiera acoger una futura ampliación de la UE hacia los países del Este, y otros Estados menores (Suiza, Malta, Chipre, etc.), decisión que se había tomado en Copenhague en 1992, tras la “revolución de terciopelo” (1990) y la implosión de la URSS (1991). Las elites europeas occidentales estaban muy interesadas en esta ampliación por las enormes oportunidades y beneficios que auguraba: un mercado de casi 100 millones de nuevos consumidores, un potente aparato económico y productivo (apropiable y reestructurable) y una mano de obra cualificada, disciplinada y muy barata, así como un enorme territorio con abundantes recursos. Si bien todo ello se justificaba retóricamente por la necesidad de saldar la brecha que durante medio siglo había divido a Europa. Curiosamente, en paralelo, Bush padre decide impulsar el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas).

Al mismo tiempo, y dentro de la lógica del nuevo capitalismo global, la UE daba el pistoletazo de salida en Barcelona (1995) a la creación de un área de “libre comercio” para todo el Mediterráneo en el 2010 (en este caso, obviamente, no se pretendía incorporar a países islámicos y “subdesarrollados” a la UE). Y también se reforzaban (y forzaban) los mecanismos de “libre comercio” con distintos bloques comerciales regionales planetarios en proceso de configuración (Mercosur, APEC – en el Pacífico -, México -con el fin de acceder al TLC-, etc.), y mediante acuerdos de asociación con multitud de Estados. Entre ellos, destaca Rusia con la que la UE mantiene un considerable superávit comercial, y de la que importa volúmenes crecientes de combustibles fósiles (en especial gas), siendo igualmente su principal acreedor (sobre todo Alemania). Al tiempo que la UE participaba como uno de los principales actores dentro de la nueva Organización Mundial del Comercio (OMC) [15], de reciente creación (1995), a la que la Ronda Uruguay del extinto GATT le había conferido un enorme poder para ir impulsando las “bondades” del “libre comercio mundial”. Y hasta la UE empezaba a dar los primeros pasos (desde 1995) para construir un gran mercado transatlántico con EEUU, presionados ambos por el capital transnacional productivo de sus respectivos territorios. A finales de los noventa se asiste al inicio (incipiente) de fusiones y adquisiciones de empresas entre las dos orillas del Atlántico Norte. Todo ello iba a permitir afianzar el creciente poder a nivel mundial de las empresas transnacionales europeas, al tiempo que iba a sentar las bases para una mayor proyección del euro a nivel mundial, una vez que este naciera formalmente en enero de 1999.

Por último, en la cumbre de Lisboa (2000) se decide convertir a la UE en el espacio más competitivo del mundo para el 2010. “Europa” había quedado relegada en el desarrollo de la llamada “nueva economía”, que en esos momentos triunfaba de forma apabullante en los mercados financieros de EEUU (la “exuberancia irracional”, según Greenspan), y no quería quedarse atrás en esta nueva etapa de fulgor de la producción inmaterial y del furor bursátil. Aunque de hecho, la UE se estaba quedando claramente rezagada respecto de la new economy, y los capitales que acudían en tropel a invertir al Nasdaq (el mercado de las empresas de nuevas tecnologías) le permitían a EEUU adquirir una ventaja decisiva en este terreno. En esta cumbre Blair y Aznar (Berlusconi no estaba todavía) promueven un brusco (y adicional) giro neoliberal a la política de la UE en materia laboral (para pasar del welfare al workfare) [16]. Más tarde, a finales de 2000, tiene lugar la cumbre de Niza, en la que se crea el marco para la ampliación al Este de la UE, y en la que se configura un nuevo reparto de poder en las estructuras comunitarias, en el que por primera vez Alemania se impone a Francia, consiguiendo una bastante mayor representación en el Parlamento. Alemania hace valer no sólo su mayor peso económico, sino también demográfico, sobre todo después de que se había tragado a la antigua RDA al inicio de los noventa. Esto crea serias tensiones, distanciándose Francia del gigante renano. Niza consagra asimismo un mayor poder para los cuatro grandes [17], en detrimento del resto (si bien los países medianos, como España y Polonia, salen bastante favorecidas) y amplia el ámbito de las “cooperaciones reforzadas”, apuntando ya claramente hacia la “Europa de distintas velocidades”. Sin embargo, Niza avanza poco sobre lo conseguido en Amsterdam, de acuerdo con lo expresado tristemente por Prodi, que se muestra decepcionado (Blair, entre otros, no había permitido ir más allá), y es por eso por lo que en Niza mismo se lanza el proyecto de futura Constitución para 2004, en base a la cual funcionará la UE ampliada.

Esta etapa va a suponer un creciente protagonismo de los espacios metropolitanos que recobran un renovado ímpetu después del freno en los procesos de urbanización que implica la caída del crecimiento durante el periodo 1974-1985, en el que el alza del precio del petróleo (primero) y del dólar (después) [18] suponen una seria restricción a las dinámicas de concentración urbana, debido a la recesión económica que inducen; es preciso recordar que el petróleo se cotiza y se paga en dólares. Sin embargo, el relanzamiento del crecimiento que implica la caída del precio del crudo desde mediados de los ochenta, la devaluación del dólar a partir de 1985 (Acuerdos del Plaza), y la creación del Mercado Único van a incentivar una nueva oleada de urbanizadora (en mancha de aceite) que va a configurar extensas regiones metropolitanas, especialmente en el llamado Plátano Dorado (que va desde el sureste del Reino Unido hasta el norte de Italia, pasando por el norte de Francia, la región de París, el Benelux y gran parte de Alemania), donde las principales regiones metropolitanas de la UE se solapan unas con otras, casi sin solución de continuidad, creando extensos tejidos urbanos. Es en dichas regiones donde se ubican los centros decisionales clave de la UE, la industria high tech y el grueso de la I+D. Al mismo tiempo, este crecimiento se ve acompañado de una importante reestructuración metropolitana interna para acoger la creciente terciarización de la actividad económica (las nuevas funciones globales), junto con el declive de los antiguos distritos industriales. Y se produce en paralelo, también, una descentralización (mayor o menor, según los casos) del poder político estatal hacia las grandes regiones metropolitanas, pues éstas adquieren una renovada centralidad en el nuevo capitalismo globalizado. En este periodo se crea un entramado institucional específico (de carácter secundario) dentro de la UE, prefigurándose una especie de Europa de las Regiones. El Estado-nación pues se ve sometido a una doble tensión, hacia arriba (cediendo elementos de soberanía a la UE) y hacia abajo (cediendo competencias a las regiones metropolitanas). Ciertas regiones metropolitanas (Londres y París, p.e.) tienen más población y peso económico que algunos de los países de la UE a Quince, y algunas otras más les ocurre lo mismo con diversos países de la futura UE ampliada.

Con ocasión de la creación del Mercado Único se incrementa el presupuesto comunitario, reforzándose los instrumentos de transferencias de recursos económicos de los Estados centrales a los Estados periféricos, a través de los fondos estructurales, y especialmente de las regiones más dinámicas a las más periféricas, en parte (se nos dice) para “intentar hacer frente a los desequilibrios que genera”. De todas formas, el presupuesto comunitario es limitado (algo más del 1,2 % del PIB de la UE) si se compara con el importante peso del gasto público de cada uno de los Estados, y la parte del león de dicho presupuesto la sigue ocupando todavía la PAC, a pesar del recorte relativo de sus fondos que se produce en 1992 para adaptarse a las exigencias de la Ronda Uruguay del GATT en materia agrícola (bajo presiones de Washington). Esto contrasta con los EEUU donde el presupuesto federal supone un 20% del PIB. Los fondos estructurales se orientan principalmente a la construcción de infraestructuras en las regiones más “atrasadas” (objetivo 1), lo que normalmente refuerza su perificidad, y a la reestructuración de regiones (y poblaciones) en declive para adaptarlas a las nuevas exigencias del MU y de la economía global. Al mismo tiempo, se impulsan la creación de grandes y muy costosas conexiones supraestatales (Túnel bajo el Canal de la Mancha, Scanlink que enlaza Dinamarca y Suecia, Túnel de Somport, nuevos enlaces en los Alpes) con el fin de superar la “débil” dimensión europea de las redes estatales de infraestructuras y superar “restricciones” geográficas de la UE para fomentar la fluidez del MU. Esta dinámica se refuerza con Maastricht en dónde se contempla un capítulo especial para crear una red de grandes infraestructuras transeuropeas de transporte (entre ellas más de 10.000 kms de nuevas autopistas), energía y telecomunicaciones. Para ello se crean los Fondos de Cohesión que van a revertir en los países más periféricos (España, Grecia, Portugal e Irlanda). España es uno de los grandes “beneficiados” de este maná de fondos que llega desde Bruselas.

El mundo post-11-S, una nueva amenaza para una UE ampliada y ampliada y …

Las elites de los países del Este veían con muy buenos ojos su incorporación (dependiente) a la UE, pues era la forma de poder seguir conservando su poder, no sin reestructuraciones internas, y sus pueblos soñaban asimismo, entonces, con pertenecer a la Unión y llegar a ser como los europeos occidentales. Sin embargo, el temor al poder militar de Rusia, su antiguo opresor, hacía que dichas elites fueran muy influenciables a la capacidad de protección que les pudiera ofrecer el “amigo americano” [19]. Y éste corría gustoso a brindársela, pues la ampliación al Este de la UE podía configurar un “proyecto europeo” que fuera un verdadero reto para la hegemonía mundial de EEUU, y para las ventajas que se derivaban de este hecho, sobre todo en el plano monetario. Un elemento clave para el ejercicio de su hegemonía global. La UE era, se decía, “un gigante económico (y no tanto financiero), un enano político y un gusano militar”, y EEUU quería que así siguiera siendo, para que el euro (sin un fuerte sustento político-militar) no llegara a ser una amenaza para el dólar. Y es por eso también por lo que Clinton promueve, en 1999, el año de irrupción del euro, que los cuatro principales países del Este (Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría) ingresasen en la OTAN, estructura que opera bajo el dictado de EEUU; es decir, mucho antes que en la UE, en la que no lo harán hasta mediados del 2004. Curiosamente, 1999 es también el año en que la OTAN lanza la guerra contra Yugoslavia, donde los países europeos quedan divididos y ninguneados por la estrategia avasalladora de la “guerra humanitaria” de EEUU, el capo de la Alianza Atlántica, en pleno patio trasero europeo. Y todo ello, al margen del Consejo de Seguridad de la ONU (por la amenaza de veto de Rusia). Es una demostración de fuerza indiscutible de EEUU, que quizás sea una de las razones del reforzamiento del dólar respecto al euro en su primera etapa de recorrido. Y es también cuando la UE decide hacer de la ampliación un gran big bang, es decir un acto único en el que todos (salvo Rumania y Bulgaria) ingresasen al mismo tiempo.

De todas formas, el acceso de los países del Este a la UE se va demorando por la complejidad de su tránsito a la economía de “libre mercado”, pilotada con mano de hierro por el FMI y el BM, y la dificultad de su incorporación al Mercado Único (por la adaptación a sus más de 20.000 directivas), impuesta del mismo modo por la Comisión Europea. Todo ello implica una fortísima reestructuración interna y muy duros “ajustes estructurales” de gran impacto social. Igualmente, el retraso de su incorporación se debe a la enorme dificultad de crear un edifico institucional que permitiera su acogida en la UE, pero que garantizara al mismo tiempo el firme control de los países centrales de la misma. Eso es lo que mal que bien va a posibilitar Niza. Es decir, se hacía muy difícil el plasmar cómo iba a funcionar una “Europa a distintas velocidades”, que además le permitiese dejar de ser “un enano político y un gusano militar” a nivel mundial. Todo esto, además, se había complicado en muy gran medida pues la UE de quince miembros manifestaba ya importantes tensiones internas. El eje franco-alemán no funcionaba tan fluidamente como en otras épocas, máxime tras la creación de la Gran Alemania después de la reunificación y (sobre todo) tras la aprobación de Niza, Gran Bretaña (fuera del euro) mostraba cada día más reticencias ante el reforzamiento institucional de la UE, los nuevos países incorporados (Suecia, Finlandia, Austria) eran claramente “euroescépticos” (especialmente sus poblaciones y por ende, en menor medida, sus gobiernos), y los países “cohesión” (España, Irlanda, Portugal y Grecia) veían también con temor el perder el maná de los fondos de cohesión y los fondos estructurales en una UE con 25 o más miembros. Todas las negociaciones para conseguir esa futura “Europa” se hacían enormemente complejas, pues en paralelo crecía el rechazo a la ampliación en la UE de los Quince, y se iba desvaneciendo el fulgor inicial de la Unión en los países del Este, como ha demostrado la (en general) muy alta abstención en los refrendos de acceso a la Unión; a pesar del chorreo de dinero que les llegaba de Bruselas directamente para marketing político comunitario. En términos de mayorías sociales se puede afirmar que los países del Este dan un Sí (mayoritario pero) agónico a la UE.

Y en éstas llegó la crisis de los mercados financieros, la nueva Administración Bush, el 11-S, la guerra global permanente, el unilateralismo de EEUU y en concreto la guerra contra Irak, y todo se desquició aún más. Por primera vez después de la Segunda Guerra Mundial se ha producido un enfrentamiento entre las dos orillas del Atlántico Norte, o más bien (según Rumsfeld) entre la “vieja Europa” (Francia y Alemania, principalmente, los dos países centrales del euro) y EEUU y Gran Bretaña, que se han visto apoyados en este conflicto por diversos países europeos, lo que ha dividido “Europa”. En esta división de “Europa” España, el gobierno Aznar, ha cumplido un papel de primerísimo orden. Y todo ello se producía en pleno proceso de ampliación, que es una apuesta colosal (económica, política y cultural), y en pleno debate dentro de la Convención de la futura Constitución Europea. Pero repasemos brevemente cómo y porqué (si es que podemos aventurarlo) se producen estas tensiones y rupturas y sus posibles consecuencias.

George Bush (apoyado, entre otros, por las petroleras, el complejo militar-industrial, el lobby israelí y Wall Street) llega dudosamente a la presidencia en plena crisis de los mercados bursátiles, que empiezan a desinflarse en marzo de 2000, imponiendo una administración sumamente conservadora. El 11-S le da la excusa perfecta para desplegar planes de dominio unilateral mundial, que habían sido desarrollados previamente, en los noventa, por distintos miembros de su administración y por determinados think tanks. En un primer momento, “Europa” apoya decididamente a EEUU en la “guerra global permanente” que la superpotencia inicia contra el “terrorismo internacional” y le acompaña resueltamente en su aventura en Afganistán. No en vano la OTAN activa al día siguiente su artículo número 5, de apoyo inmediato a un país miembro atacado desde el exterior, al calificar EEUU el acontecimiento 11-S como un acto de guerra. Pero la Administración Bush, en 2002, adopta una deriva claramente unilateralista arrastrando tras de sí a Gran Bretaña, su aliado de siempre en la UE. La culminación de este proceso es el señalamiento de Irak como un enemigo a batir en una “guerra preventiva” (West Point, junio 2002), en mitad de la debacle de Wall Street, de la profusión de escándalos contables de grandes empresas que cotizan en dicho mercado y de caída del dólar. Más tarde, se produciría la adopción de la Nueva Concepción Militar Estratégica donde se plasma esta concepción “neoimperialista” estadounidense (septiembre, 2002), la luz verde del legislativo de EEUU para el ataque a Irak, y el avasallamiento de NNUU para que se plegara a sus deseos, o si no, se nos dijo, se convertiría en un actor “irrelevante”.

En plenos escarceos de los inspectores para encontrar las famosas armas de destrucción masiva (que no han terminado de aparecer, aunque en EEUU y en los países de la UE parece que hay muchas), tiene lugar la cumbre de la OTAN de Praga (noviembre, 2002), en la que la Alianza Atlántica (a instancias de EEUU) termina de acoger en su seno a los países del Este que estaban en proceso de formar parte de la UE (otros cuatro ya lo habían sido antes). Estos países ingresan también en la OTAN antes que la UE. En la UE no se adoptará la decisión final sobre su ingreso hasta un mes después, en la cumbre de Copenhague (y no se ratificará hasta Atenas, en 2003), tras más de diez años de negociaciones (imposiciones) que se aceleran en el último momento. El incómodo “No” irlandés en el referéndum sobre el Tratado de Niza, a pesar del poderoso aleccionamiento a favor del “Sí”, había bloqueado todo el proceso dilatándolo aún más si cabe. Más tarde, un segundo referéndum edulcorado logra vencer la resistencia del país de Joyce, despejando el horizonte a la ampliación. De cualquier forma, la ampliación de la OTAN obligaba a la ampliación de la UE ya. Y sin embargo, el ingreso real todavía no se producirá hasta mayo de 2004. En la cumbre de la OTAN en Praga se adopta también otra decisión de gran importancia, la creación (también a propuesta de EEUU) de una Fuerza de Reacción Rápida de la Alianza, que intentaba ensombrecer la decisión de la UE en 1999 (en Helsinki) de crear una Fuerza de Intervención Rápida para el 2003, decisión que por las tensiones internas de la UE en este terreno estaba siendo difícil de materializar. Y en la misma cumbre EEUU logra que el conjunto de miembros de la OTAN aprueben una nueva estrategia militar que era una prolongación, en gran medida, de la que la hiperpotencia acababa de aprobar dos meses antes, intentando de esta forma someter a los países de la UE a sus intereses.

Pero el conflicto de EEUU y Gran Bretaña (de comparsa) con la “vieja Europa”, aunque en ascenso por la actitud crecientemente unilateralista y hostil de Washington, no estallará hasta enero de 2003, cuando Chirac y Schroeder (que vuelven a reencontrarse, recomponiendo el eje franco-alemán) declaran en Versalles que mantendrán una actitud firme en el Consejo de Seguridad contra la intención de la “coalición” de atacar Irak (una decisión tomada de antemano) con la cobertura de las NNUU. Era la primera vez en más de cincuenta años que Alemania se distanciaba de EEUU, su hasta entonces aliado y protector incondicional (antes de 1989). Y es curioso que este posicionamiento claro de los dos líderes (de los países centrales del euro, repetimos) no se produjera hasta que Prodi, presidente de la Comisión, se hubiese manifestado, poco antes, abiertamente en contra de la intervención. Probablemente Prodi hablase en nombre de los sectores más relevantes del capital europeo continental. Y en la misma reunión Chirac y Shroeder manifiestan su intención de ampliar los gastos de defensa e impulsar la industria armamentista europea. Es decir, para nada cabe entender su posicionamiento en clave pacifista, aunque sí se expresase una posición crítica clara en relación con la guerra contra Irak. A partir de este momento los acontecimientos se precipitan. Unos días más tarde aparece la Carta de los Ocho [20] apoyando las tesis de Washington, carta promovida por Aznar a instancias del Wall Street Journal (periódico que defiende los intereses financieros de EEUU). Esta carta marca la división de “Europa”. A la que se suma poco después el apoyo adicional del llamado grupo de Vilnius (el resto de los países del Este), lo que profundiza la escisión entre la “vieja” y la “nueva” “Europa”. La “vieja Europa” se da cuenta de que junto con la ampliación deseada de la UE hacia el Este ha entrado por la puerta trasera el Caballo de Troya de EEUU, agudizando las tendencias proatlantistas de algunos otros miembros de la UE a Quince (Italia, Portugal, Holanda). No en vano el Herald Tribune había dicho que Washington era el gran ganador de la ampliación de la UE. Este terremoto va a incidir decisivamente sobre el proyecto de Constitución Europea en trance de elaboración.

En un momento en que el núcleo duro de la UE buscaba aún con más ahínco reforzar el “proyecto europeo” ante la apuesta unilateralista de Washington, que estaba ya desgatando sus propias filas (Gran Bretaña, Italia, España, etc.), este tremendo percance disolvía aún más el afán federalista de Alemania, o confederalista de Francia, diluyendo la posibilidad de un “proyecto europeo” político sólido, con una estructura de mando clara, y parecía alejar en el túnel del tiempo la posibilidad de alcanzar una estructura militar europea potente, autónoma de EEUU. En esta tesitura los Estados díscolos irrumpen con renovada fuerza, desbaratando los planes de Alemania (principalmente) y de Francia (en menor medida); entre ellos destacan los del Este que son reprendidos sin contemplaciones diplomáticas por Chirac. A las estructuras centrales comunitarias no les queda más remedio que ceder, pues no tienen todavía excesivo poder (los que sí lo han adquirido mientras tanto, gracias a sus políticas, son el capital transnacional productivo y el capital financiero europeos a los que más fielmente representan). Además, la imagen de Bruselas está seriamente erosionada de cara a las poblaciones europeas, lo que dificulta su voluntad de exigir más mando, siendo los Estados los que conservan todavía una mayor dosis de “legitimidad” respecto a sus opiniones públicas. La UE para avanzar no tiene más remedio que apoyarse en el guirigay de Estados que la componen, algunos de ellos todavía muy potentes. La Convención pare, pues, por así decir, un ratón. Ello explica el enfrentamiento Prodi-Giscard (presidente de la Convención) por los resultados de la misma. El punto central de discrepancia es la potencial bicefalia del futuro ente, que podría redundar en “parálisis institucional” e “ineficacia”. Existirá un presidente de la Comisión y al mismo tiempo un presidente del Consejo Europeo [21]; a este equilibrio se llega ante la negativa de algunos grandes Estados de perder peso político y diluirse en la estructura comunitaria. Y un alto representante de política exterior que dependerá de los dos. Es decir, que la UE puede quedar totalmente bloqueada en un momento dado si continúan las tensiones entre sus miembros, sobre todo entre los grandes que tienen intereses y posicionamientos distintos en diversas partes del mundo. Como de hecho ocurre en la actualidad con la actitud de la UE hacia Oriente Próximo y Medio, donde la Unión manifiesta una postura vergonzosa y seguidista de EEUU [22], cuando además la desestabilización de dicho espacio geográfico le puede afectar más que a la hiperpotencia.

Y esta desilusión de Prodi se produce a pesar de que prácticamente se suprime el derecho de veto (salvo por supuesto en Defensa, en materia social, en fiscalidad y en política exterior), se posibilitan las “cooperaciones reforzadas” (la “Europa a distintas velocidades”), se confiere aún más poder que en Niza a los cuatro grandes (en detrimento de los países medianos -en concreto de España y Polonia- y pequeños) [23], se consagra un espacio único judicial y policial europeo (dotando de un importante poder a Europol) y se sientan las bases para una armonización a la baja de los derechos sociales mediante la aprobación de una Carta Magna de igual nombre. Es decir, a pesar de que se logran importantes objetivos para adaptar cada vez más el “proyecto europeo” a los requerimientos de las elites económicas y financieras, pudiéndose afirmar que se constitucionaliza la “Europa neoliberal”, Prodi considera que le ha sabido a poco. Y eso que adicionalmente se ha establecido la creación de un espacio unificado financiero (mercados bursátiles, normativa y servicios bancarios, nueva reglamentación de OPAS, etc.) a escala de la UE para el 2005, que implicará pérdida de poder de los Estados (en concreto, al no poder ejercer la llamada Acción de Oro en las empresas publicas privatizadas). Pero ello contrasta a su vez con que los principales Estados de la UE (en concreto Francia y Alemania) han puesto en cuestión el Plan de Estabilidad, enfrentándose a la Comisión, en esta etapa de estancamiento económico de “Europa”. En gran medida por el impacto que está teniendo en la UE la depreciación en marcha del dólar, y la consiguiente revalorización del euro, que se ha apreciado además respecto a las principales divisas mundiales [24]. Los principales Estados (en especial Alemania) que habían propugnado su firma en Amsterdam, ahora lo ponen en solfa y se lo saltan a la torera (Francia incluido), sin que la Comisión tenga capacidad para imponer su cumplimiento; que puede suponer establecer sanciones (multas) que pueden alcanzar hasta el 0,5 % del PIB, llegado el momento. Este no fue el caso de Portugal, que también incumplía el Pacto y al que la amenaza de retirarle los fondos que percibe de Bruselas, le había hecho acometer (por su dependencia del capital exterior) un feroz programa de ajuste presupuestario que está provocando una aguda crisis económica, política y social. De cualquier forma, Duisenberg, el expresidente del BCE, el guardián de la ortodoxia monetaria, en su despedida lo ha dejado muy claro, pues ha advertido que el incumplimiento del Pacto de Estabilidad sería “un desastre para Europa”.

Se observa, pues, como crecen las fracturas de todo tipo dentro de la UE, tanto entre los Estados miembros (entre los grandes con el resto, y especialmente con los pequeños, en concreto periféricos, y los del Este [25]), como entre el poder político, económico y financiero. El poder político, que depende del voto ciudadano, y de la generación de empleo, se decanta en general claramente a favor de propiciar el crecimiento económico incrementando el gasto público (prioritariamente en infraestructuras), aunque eso sí dentro de la ortodoxia neoliberal (bajada de impuestos, privatizaciones, recortes sociales), es decir, aumentando el endeudamiento, lo que puede afectar a la credibilidad del euro. Por eso el BCE está tajantemente en contra. El poder económico transnacional europeo, las grandes empresas con proyección continental y mundial, manifiestan una actitud ambivalente en general, por un lado les interesa un euro fuerte de cara a sus planes de expansión internos y externos, pero por otro lado se resienten de que el euro se revalorice sobre las principales divisas y pierdan mercados en el exterior. De todas formas, sus lobbys de presión parece que no han levantado la voz públicamente contra el BCE, animándole a bajar los tipos de interés que propiciarían la caída del euro, lo que si ha hecho el poder político para que se anime la actividad económica. Y por último, el capital financiero europeo parece encantado con un euro fuerte que se está convirtiendo poco a poco en una divisa de proyección mundial cada día más potente. Pero de todas formas es el BCE el poder que tiene más capacidad para imponer lo que hay que hacer, y el que trata de presionar a la Comisión para que fuerce el cumplimiento del Pacto de Estabilidad, a pesar de las protestas de los principales Estados. Y todos ellos (en especial los Estados) se encuentran a su vez disciplinados por la temible fuerza del dinero especulativo que opera a nivel mundial, debido al vendaval de flujos monetarios que se mueven diariamente entre los distintos mercados financieros, y en especial en el mercado de divisas. Sin embargo, en los últimos tiempos, se podría decir que la persistente revalorización del euro respecto dólar empieza a ser (o puede llegar a ser) un verdadero problema para la economía europea, y hasta el propio presidente del BCE está alertando ya de la “excesiva volatilidad” de los mercados de cambio; a pesar de lo cual se resiste, por ahora, a bajar los tipos de interés.

Todo esto hace que los Estados estén vendiendo hasta la camisa, pues pierden base fiscal (por las reformas de impuestos que ellos mismos, presionados por el capital-dinero global, promueven) y no hay manera de equilibrar las cuentas públicas. Es por ello por lo que se va a impulsar en el futuro la privatización de lo “último” importante que queda en “Europa”: la sanidad, la educación y las pensiones, en cuyos ámbitos operará de forma brutal la lógica del mercado. Dicha privatización se ha iniciado de forma todavía incipiente desde hace algunos años. Lo cual será el fin de la ciudadanía para los propios de “dentro”. Es decir, el que tenga dinero tendrá acceso a dichos “servicios públicos”, y el que ahorre “tendrá” pensión. Los demás tendencialmente no. En EEUU hace tiempo ya que se adentraron abiertamente en ese camino. Además, el enorme volumen de dinero que liberaría la privatización de las pensiones para orientarlo a los mercados financieros, es la gasolina que éstos necesitan para que una vez reforzados (es decir, integrados virtualmente a partir de 2005, recordemos) puedan llegar a competir con Wall Street [26], en donde los fondos de pensiones anglosajones cumplen un papel trascendental, y brillar como en su día brilló dicha plaza financiera, reforzando por consiguiente al euro a nivel mundial. Pero “Europa” tiene un importante problema para que todo este cuento de la lechera se materialice, y es que no tiene todavía una política económica única (y parece que tardará todavía bastante, si es que lo logra, a pesar de que el proyecto de Constitución es un avance considerable en esa dirección). Cada Estado tiene la suya, aunque haya bastante coordinación (relativa) a escala de la actual UE, dentro del Ecofin, y el euro presione en el mismo sentido. Y eso vuelve a ser un problema de credibilidad para la moneda única.

Pero ¿qué pasará cuando se incorporen los nuevos países miembros, muchos de los cuáles tienen una importante deuda externa (debido a los créditos del FMI y el BM para garantizar su tránsito al “libre mercado”)?¿Y cuándo ingresen Rumanía y Bulgaria en 2007, tal y como está aprobado, así como tal vez Turquía [27]? Países cuya situación económica-financiera es aún más precaria y cuyo salto en términos de “desarrollo” y grado de modernización con la UE actual es abismal. ¿O cuándo entren en la UE los seis países balcánicos [28], como está previsto? Espacio geográfico que a todo ello suma una situación interna explosiva. Bueno, Prodi lo ha dejado meridianamente claro, para apaciguar y contentar a los mercados financieros, el que estos países ingresen en la UE, cuando lo hagan, para nada quiere decir que lleguen a formar parte del Eurogrupo, la Bussiness Class de la UE (sobre todo de la ampliada). No vaya a ser que las manzanas malas contaminen a las buenas y afecte la podredumbre (es decir, la desconfianza) a toda la cesta. Hay que salvaguardar como sea la credibilidad del euro. Además, el BCE en ningún caso acudirá en “socorro” de los países periféricos de la futura UE que se encuentren eurizados (es decir, con el euro como moneda de curso legal, pero sin formar parte del Eurogrupo), pues hasta en el seno del Eurogrupo cada Estado es responsable del pago de su deuda pública, soportando distintos niveles de riesgo, y para nada hay una responsabilidad colectiva común. Es decir, cada palo que aguante su vela.

Se consolidará pues una “Europa” con un centro fuerte y distintas periferias que tendrán sus mercados abiertos a los poderes económicos y financieros de este espacio central y que sufrirán estas dinámicas como todas las periferias. A nadie se le escapa la difícil legitimidad política interna de esta “Europa a distintas velocidades”, especialmente en sus espacios periféricos del Este. Los países del Este después de muchos años preparándose para entrar en la UE se encontrarán con que, una vez dentro, estarán otra vez fuera de donde se corta el bacalao. Salvando las distancias, serán como una especie de México en relación con EEUU dentro del Tratado de Libre Comercio, aunque eso sí con ciertas ayudas transitorias hasta que se reestructure su agricultura, pues todavía poseen un mundo rural considerablemente vivo, y se construyan las infraestructuras necesarias (sobre todo viarias) para conectar sus mercados entre sí y con el corazón de la UE. Una parte importante de esta inversión en infraestructuras se está haciendo con fondos del BEI (Banco Europeo de Inversiones), lo que agudizará el nivel de endeudamiento de estos Estados; el BEI es un gigante opaco y poco conocido que tiene más capacidad de actuación (en volumen de préstamos) que el Banco Mundial. Por otra parte, los países más “pobres” de la actual UE serán los que van a pagar la factura de la ampliación hacia el Este, pues hacia allí se están ya empezando a reorientar los limitados recursos presupuestarios de la Unión, y lo harán aún con mucha más fuerza a partir del 2006.

Pero: ¿Qué proyecto político es la UE que no se sabe bien hasta dónde abarcará?¿Dónde acaban las fronteras del “proyecto europeo” y cómo se podrán defender éstas de las avalanchas de inmigración “ilegal”? Esto es: ¿Cómo se podrán defender más de seis mil kilómetros de fronteras cuando todo ello tenga lugar? ¿Qué coste tendrá y qué problemas se derivarán de estar pared con pared con Rusia, Bielorrusia, Ucrania y hasta Siria, Irán, Irak, Georgia y Armenia (si es que finalmente entra Turquía)? ¿O es que habrá otra frontera interna más impermeable? [29] No sólo serán necesarias abundantes fuerzas policiales, sino muy seguramente militares. Humberto Bossi ha llegado a plantear que la marina de guerra italiana disparara en alta mar contra los barcos de los “sin papeles”. Y es por todo ello, a pesar de esta (por el momento) boutade, y sobre todo por las necesidades que se derivan del documento Solana, por lo que los Estados piden (pues ese es el papel que les asignan) que los gastos de Defensa no computen a la hora de tener que cumplir con el Pacto de Estabilidad. Esta exigencia la formulan especialmente Francia y muy en concreto Alemania. “Europa” gasta la mitad en Defensa que EEUU, y si se quiere convertir en una verdadera superpotencia mundial… pues ya se sabe. Es decir, la cuadratura del círculo.

Además, en la nueva Constitución Europea a los Estados se les asigna claramente la función de guardianes del orden interno, realzándola de forma especial. No sólo eso, se petrifica el actual orden estatal y se olvida cualquier referencia a los “pueblos” de Europa, esto es, a los “pueblos” sin Estado (Euskal Herria, Córcega, etc), para los que ni siquiera cabe el derecho de autodeterminación que es reconocido por las propias NNUU. Hasta la “Europa de las Regiones” parece que pasa a mejor vida. El Estado-nación que parecía desfallecer vuelve a resurgir fuertemente remodelado, se desprende de su cara blanda (la del Estado social) y apuntala su cara dura (la policial y militar). Y es más, hasta se menciona una Cláusula de Solidaridad para poder intervenir (hasta con fuerzas militares) en un Estado miembro que haya sido atacado por el “terrorismo” o cuando estén “amenazadas sus instituciones democráticas”. ¿Por quién?, cabría preguntarse. ¿Quizás, por su propia gente? Pero el coste de esta función de guardianes del orden interno también se va a disparar.

El “proyecto europeo” es un proyecto sin alma, pues su cemento unificador es puramente el de los intereses de las fuerzas del dinero, aparte quizás del festival de Eurovisión (en el que curiosamente participa Israel) o la Eurocopa. No en vano es la cultura (y la lengua), y en los últimos tiempos el deporte espectáculo, lo que refuerza el sentimiento de identidad que mantiene respirando todavía la “legitimidad” del Estado-nación. Y parece que sólo el euro es algo “compartido” a escala de la UE (mejor dicho del Eurogrupo). Pero después de la inicial “euforia ciudadana”, mediáticamente construida (con un gasto publicitario ingente), todo indica que se ha impuesto una cierta cordura cuando se han percibido que los efectos del euro para el común de los mortales tan solo ha sido un encarecimiento generalizado de los precios. Así es imposible crear un amplio imaginario social europeo que sustente la construcción de esta “Europa del capital” y la defienda, y es por eso por lo que se va a intentar consolidar, se está haciendo ya, en base puramente al miedo. Es decir, agrupando en torno a la defensa de sus estructuras de poder (y en especial de sus Estados-nación) a sus pretendidos beneficiarios contra todo aquello o todos aquellos que lo pudieran poner en cuestión. Sea el “terrorismo internacional”, que se vincula con cada vez más con el mundo islámico. Sea la desigualdad y desestructuración social interna, por eso hay una creciente criminalización de la pobreza, y se camina poco a poco hacia un Estado penal tipo EEUU. Sea el “Otro”, por eso se produce un cada día mayor acoso y persecución del mismo, aunque eso sí, se establezca una categoría inferior a la de la “ciudadanía plena” para los “residentes (“legales”) de larga duración no comunitarios”, los “extraños a la comunidad”. O sea cualquier sector que pretenda cambiar el orden de cosas existentes, al que fácilmente se le puede llegar a tachar también de “terrorista”, ese término que se ha convertido en un cajón de sastre en el que parece que cabe cualquier disidencia. En este sentido, el fantasma del 11-M se está utilizando para justificar y legitimar el “proyecto europeo”, argumentando que su desarrollo y reforzamiento permite garantizar una mayor seguridad para todos los ciudadanos de la UE.

De hecho, las reformas penales, jurídicas y policiales acometidas en el espacio de la UE al calor del 11-S van claramente en esa dirección (incluido la posibilidad, que se hace realidad, de un fuerte control de Internet) [30], y desde Salónica están plenamente comunitarizadas, suponiendo ya un muy importante recorte de los derechos y las libertades. Y el 11-M va a suponer una nueva y poderosa excusa para dar una vuelta de tuerca adicional en esta dinámica. La avanzadilla en este terreno es Gran Bretaña que ha aprobado una legislación antiterrorista que permite establecer una especie limbo para los detenidos en pleno corazón de la “Europa de las libertades”, algo así como un “Guantánamo” dentro de la UE. El país que inventó el Habeas Corpus, es ahora el primero que lo niega en la UE, siguiendo la estela de EEUU. Es un Derecho que suspende las normas del llamado Estado de Derecho (De Lucas, 2003). Y hay muchos más dentro de la Unión que le siguen de cerca. España es uno de ellos. La Ley de Partidos y su aceptación a escala europea es un síntoma de ello. En este campo (el de la “Europa” policial) parece que las distintas estructuras de poder en la UE no manifiestan discrepancias. El Gran Hermano ya está aquí.

El dólar y el euro, frente a frente ya, y a cara de perro

En sus pocos años de existencia, el euro se ha convertido ya, a pesar de todo, en un serio adversario del dólar a escala mundial. Y no tanto por mérito propio [31], por lo ya visto, sino porque el dólar ha empezado a entrar en una crisis que se aventura profunda. Como no podía ser de otro modo, debido a los enormes desequilibrios de la economía estadounidense que se han visto agudizados por la crisis del llamado Régimen Dólar-Wall Street (RDWS) [32] y por las políticas “neoimperiales” de la Administración Bush, que curiosamente se habían lanzado, pensamos, con el afán de intentar mantener dicho Régimen manu militari (Fdez Durán, 2003). Cada día queda más claro que tal opción no está funcionando, y no sólo eso sino que está profundizando aún más la crisis del RDWS. Sin temor a equivocarnos se puede decir que se ha iniciado ya la fuga del dólar. Otra cosa serán los ritmos que adopte esta fuga y cómo se manifestará la gravedad de dicha crisis, pues EEUU va a intentar mantener como sea la primacía del dólar recurriendo a su enorme poder militar, una especie de “política monetaria de las cañoneras”. Ya lo dejó bien claro en su Nueva Concepción Militar Estratégica de septiembre de 2002, antes de lanzarse a la aventura de Irak; esto es, que EEUU no permitiría que ninguna potencia (probablemente China a medio plazo) o grupo de potencias (seguramente “Europa” a corto plazo) pudiera disputarle su hegemonía en términos militares. Así de claro.

El dólar tiene, por supuesto, todavía, una dimensión mundial y manifiesta una importante inercia a perder su condición hegemónica planetaria; aparte de que EEUU tiene capacidad para crear liquidez mundial sin control (que se acepta sin problemas, hasta ahora, a nivel planetario), lo que no le ocurre al euro, cuyo proceso de emisión está más restringido por el BCE (atado por su objetivo de control de la inflación). El euro, mientras tanto, tiene presencia principalmente, aparte de indudablemente en la UE, en Europa Oriental, Oriente Próximo y Medio y África, más las antiguas colonias europeas en el Caribe y Pacífico, unos 80 países (de los 190 que hay en el mundo), aunque en algunos de estos espacios comparte terreno con el dólar; sin embargo este abundante número de países tan sólo suponen el 20% de la población mundial y un muy escueto 5% del PIB planetario. Y dentro de ese conjunto más de 50 están anclados de una u otra forma al euro, manifestando un vínculo mayor con la moneda única, y algunos de los países balcánicos tienen ya el euro como moneda de curso legal, sin estar en el Eurogrupo. Muchos Estados del mundo están diversificando sus reservas, hasta ahora en dólares, casi exclusivamente, para hacer frente a una posible devaluación de la divisa estadounidense. De las cinco monedas de nivel internacional (dólar, euro, yen, libra esterlina y franco suizo), el euro destaca muy claramente sobre el resto (al margen del billete verde). A mediados de 2003, un 20% ya de las reservas mundiales de los bancos centrales era en euros, frente a un 68% en dólares, y un 5% yens; y no sólo eso, sino que en un año las reservas en euros habían pasado del 10% al 20%. Y este porcentaje no hace sino subir lenta pero paulatinamente (Mazzaferro et al, 2003; Giacché, 2003). Igualmente el euro ha aumentado de forma importante su papel como moneda de pago en los intercambios comerciales internacionales, especialmente en los que se realizan con la UE. E incluso el euro está empezando a disputar al dólar los suculentos “mercados negros” de distinto tipo, hasta ahora un coto prácticamente exclusivo del billete verde, y entre éstos destaca especialmente el del narcotráfico. No en vano el BCE emite un billete de muy alto valor facial: 500 euros, que está concebido con el propósito de penetrar en la economía ilegal.

Esta pérdida progresiva de status del dólar como principal moneda de reserva y de pago mundial, va a afectar decisivamente al flujo de capitales hacia EEUU que ayuda a financiar su agudo déficit por cuenta corriente con el resto del mundo y su déficit fiscal en aumento [33], consecuencia del tremendo coste de sus aventuras “neoimperiales” y del brusco recorte de impuestos impulsado por Bush. El flujo de capitales hacia EEUU (provenientes en gran medida de la propia UE y Japón, así como de ciertos países del sudeste asiático -Taiwan, p.e.-) [34] ha disminuido ya en los dos últimos años en cantidad y en calidad, pues se reduce en IED (Inversión Extranjera Directa) y en bolsa, y aumenta en bonos (a los que hay que pagar un interés fijo, independientemente de la coyuntura económica). Todo lo cual está convirtiendo a EEUU (desde hace años) en el Estado más endeudado del mundo. Y esta deuda crece además de forma imparable. De ahí en gran medida la subida del euro respecto del dólar en este periodo. La pérdida de posiciones del dólar como principal divisa de reserva mundial, derivará en una pérdida brusca también de los privilegios económicos relativos a dicho status y hará que no pueda financiar ni su déficit por cuenta corriente ni su déficit fiscal, lo que producirá una repentina quiebra de su modelo económico y su nivel de vida (Giacché, 2003), y conllevará muy probablemente una depresión deflación planetaria. El crecimiento mundial ha estado garantizado en muy gran medida por EEUU (agudizando de forma desenfrenada sus propios desequilibrios) y por una dinámica de favorecer dicho crecimiento en base a la expansión imparable del crédito a escala estadounidense y global (es decir, a la generación de deuda a todos los niveles -Estados, empresas, familias-), y si todo este juego de la pirámide falla (incluida la burbuja inmobiliaria en expansión en muchos países centrales), como seguramente acontecerá, asistiremos a un brusco colapso de la economía mundial.

Ante la amenaza de la irrupción del euro a escala internacional, un cambio cualitativo en el universo monetario, una de las respuestas que ha adoptado EEUU ha sido impulsar (a través del FMI) la dolarización total de países completos (Ecuador, Salvador, Guatemala…), para garantizar que permanezcan bajo el área del dólar y así no perder, entre otros beneficios, derechos de señoreaje (Carchedi, 2001). Sobre todo de países pequeños que se encontraban en situación de práctica quiebra y sin otras opciones. Lo cual no quiere decir para nada que ésta sea una buena opción para ellos, pues profundizará aún más su dependencia y sus problemas [35], sino que sencillamente no se podían resistir a las exigencias del FMI (y por ende, de EEUU). En Argentina, sin embargo, la opción de la dolarización total preconizada por Menem fue derrotada en las urnas por la población. Y en el caso de Irak se ha intentado ir aún más lejos, al promover la dolarización del país manu militari. Eso es lo que se intentó después de la ocupación de Irak, pero más tarde ha habido un cierto reculamiento por parte de EEUU, ante las necesidades de pactar nuevas resoluciones de NNUU con la “comunidad internacional”. Pero, además, la guerra de Irak ha respondido a distintos objetivos de la hiperpotencia. Aparte de procurar apropiarse de los recursos petrolíferos de dicho país, era una forma de eliminar a un régimen que había mostrado su voluntad de que “Europa” pudiera pagar el petróleo en euros, lo que iba a ayudar a erosionar el dominio del dólar, sobre todo si esta actitud se extendía poco a poco al resto de países de la OPEP, pues el petróleo es la principal mercancía que se negocia en el mundo. La guerra de Irak ha servido también para dividir a “Europa”, lo que puede afectar a la fortaleza y credibilidad del euro. Y la guerra de Irak está provocando también una seria desestabilización en una de las zonas de expansión del euro (Oriente Próximo y Medio), al tiempo que refuerza (al menos momentáneamente) al billete verde en la zona.

El nuevo capitalismo global camina hacia un mundo de dos o tres monedas (el dólar, el euro y el yen, o el yuán chino, quizás a medio plazo), pues los países periféricos son incapaces de mantener la paridad y virtualidad de sus monedas, acosados por vendavales especulativos que les provocan cada vez más crisis monetario-financieras. De ahí una de las causas principales de que se conviertan en “Estados fallidos”. Y esa es una de las razones más importantes de la necesidad a corto plazo de reforzar el poder político y militar en la UE con el fin de respaldar al euro, cosa que intentan dentro de sus muchas limitaciones el proyecto de Constitución Europea y el documento Solana [36], sobre todo en un momento en que cae el dólar y se puede ir al garete todo el entramado monetario internacional. Si bien, el euro como se ha visto no dispone todavía de un poder político fuerte, ni mucho menos un poder militar potente que lo sustente. Y ello es observado también con enorme preocupación por los principales detentores de capital a nivel mundial, sobre todo aquel de carácter financiero y más altamente especulativo, pues la mayoría de la riqueza mundial está hoy en día en activos denominados en dólares. Y es por eso por lo que ante una previsible caída del dólar, y ante el temor de que el euro no responda como es debido (por sus debilidades intrínsecas) por lo que el precio del oro está subiendo, y se está volviendo a convertir otra vez en el dinero por excelencia. El capital necesita un soporte en el que mantener su valor, y el euro quizás no sea en la actualidad el soporte más adecuado. El euro, a pesar de todo su afianzamiento, no está actuando como depósito de valor indiscutible. Y eso lo aprovecha EEUU que sabe que detrás de su moneda, a pesar de todos los desequilibrios económico-financieros que tiene, hay un fuerte poder político y militar (financiado todavía por el resto del mundo) que lo hace por el momento viable e insustituible. Y esta estrategia es apoyada por la venta de oro por parte de la Reserva Federal para controlar su subida, y hasta el Bundesbank según la prensa está asimismo vendiendo oro con objetivos parecidos, es decir, para que no caiga bruscamente el dólar y que no se ponga en cuestión, de paso, al euro. No hay que olvidar que todas las divisas hoy en día están basadas exclusivamente en la confianza, al no tener ya ningún vínculo físico. Curiosamente potencias periféricas como China e India están comprando oro ante el temor de la devaluación de sus reservas en dólares [37] y a que el euro, hacia el que diversifican también parte de sus reservas, no responda quizás adecuadamente (Fdez Durán, 2003).

A esta inquietud se suma el hecho de que todavía no hayan entrado en el euro tres países de la UE. Dinamarca lo rechazó en referéndum en 2001. Y Suecia ha votado “No” también de forma clara en 2003. Lo cual puede dificultar aún más que la “euroescéptica” Gran Bretaña llegue a ingresar en el corto plazo. Este hecho significa un serio revés para el euro, por el tamaño económico y sobre todo financiero del Reino Unido (y en concreto de la City de Londres [38]). Además, no ingresar en el euro podría llegar a poner en cuestión a medio plazo la primacía de la City en los mercados bursátiles europeos, desplazándose quizás poco a poco el centro de gravedad financiero de la UE hacia Frankfurt, como de forma muy paulatina está ocurriendo ya. Blair, artífice de la neoliberalización de la socialdemocracia (con su Tercera Vía), y hombre del gran capital “británico”, que prometió integrar a Gran Bretaña en el euro y llevarla a la cabeza de la UE, no pasa precisamente por sus mejores momentos para convocar el polémico referéndum. Una consulta además que se enfrenta a un muy amplio rechazo ciudadano a la moneda única. El objetivo de Blair era imponer la influencia de Gran Bretaña en la UE a partir de su poderío financiero, su política de Defensa y su relación privilegiada con Washington (Verçamen, 2003), revalorizando su papel de plataforma principal de los intereses de EEUU en Europa (p.e., en empresas de ingeniería genética, biotecnología, y alimentos transgénicos), y sirviendo de rótula de los intereses comunes empresariales entre EEUU y la UE, de cara a la construcción de un gran mercado en el Atlántico Norte. De hecho estos vínculos y el alineamiento incondicional con Bush con posterioridad al 11-S, le reportaron unos beneficios indudables convirtiéndose prácticamente en el “Ministro de Asuntos Exteriores” de la UE en ese periodo. Es curioso cómo en un momento de acusada debilidad del euro, el protagonismo externo de la Unión lo adquiría un país con una fuerte capacidad militar que no está en el euro. Cabe recordar la famosa cena de Downing Street, a la que Blair invitó a los principales líderes de la UE para discutir la implicación de militar “europea” en la guerra contra Afganistán, en la que todos pugnaban por participar. A esta cena Solana (Mr. PESC) acudió de rondón, manifestando Prodi su disgusto respecto a la convocatoria. Pero la polarización “Vieja Europa”-EEUU en la guerra contra Irak ha cortado la yerba bajo sus pies, aparte del barullo interno creado por las manipulaciones de su gobierno para involucrar al Reino Unido en las fuerzas de la “coalición”. Robin Cook, el dimisionario ministro de exteriores británico a causa de la guerra, lo definió de esta forma contundente: “Hicimos la guerra por razones de política exterior de EEUU y de política interior de los republicanos” (Cook, 2003), cosa en muy gran medida cierta, si bien se calló los posibles intereses de Gran Bretaña en esta guerra [39]. De cualquier forma, la guerra contra Irak, y la demencial posguerra, le están pasando una abultada factura a posteriori a Blair, quebrando todo su carisma. Y el referéndum sobre el euro parece que queda postergado sine die, pues no parece que el líder británico tenga ahora mucha capacidad para convencer a sus “euroescépticos” ciudadanos.

Mientras tanto, Gran Bretaña seguirá siendo probablemente el principal freno para una “Europa de la Defensa”, lo que supondrá un serio handicap para el euro. Si Gran Bretaña se hubiese integrado en el euro, o lo fuera a hacer a corto plazo, se eliminaría quizás un importante obstáculo para una mayor integración política y militar europea. Por supuesto no sería la que desean Francia y especialmente Alemania. Además, sólo la participación de Gran Bretaña haría “creíble” a escala mundial el “Proyecto Europeo de Defensa”, por su potencia militar. Pero este escenario como hemos dicho no parece factible en el próximo futuro. De cualquier forma, parece que en los últimos tiempos está cambiando en cierta medida la posición del gobierno Blair, tal vez como resultado de esta situación de encontrarse, de repente, en tierra de nadie y con una delicada situación interna. En otoño de 2003, se celebró una cumbre entre Blair, Chirac y Schroeder, en la que todo indica que se ha pactado un cierto apoyo de Blair a las tesis del eje francoalemán en materia de militar. Es decir, las bases para una “defensa” autónoma europea, que en determinadas circunstancias pudiera actuar al margen de la OTAN, planificando acciones militares por su cuenta. Sólo eso -y todo eso- (según la prensa). Pero esta cumbre provocó un verdadero terremoto en las relaciones transatlánticas, pues el embajador de EEUU ante la OTAN llegó a decir que esta actitud puede llegar a poner en peligro la propia existencia de la Alianza Atlántica. Lo cual a su vez ocasionó una profunda irritación en Bruselas.

Washington ha reaccionado de forma muy airada ante el tímido acercamiento de Londres a las posiciones de Francia y Alemania. Ya lo hizo también en abril de 2003, en pleno conflicto de Irak, cuando los denominados despectivamente por EEUU países “chocolateros” (Francia, Alemania, Bélgica y Luxemburgo) decidieron por su cuenta y riesgo iniciar un embrión de la “Europa de la Defensa”. O cuando la UE aprobó, después de muchas tensiones internas, impulsar definitivamente el programa de localización espacial Galileo, trascendental para poder llegar a tener una capacidad militar propia a escala global que no dependa del dominio del espacio de EEUU (con su sistema GPS). Pero ahora parece que hasta su amigo británico se distancia de Washington. No es de extrañar con la que está cayendo en Irak. Y cuando la oposición en el interior de EEUU no hace sino incrementarse. Además, Blair necesita desesperadamente ganar como sea legitimidad interna. No puede permitirse seguir siendo mucho tiempo más el lacayo incondicional de Bush. Y hasta el propio Aznar (el tercero de las Azores), ante todos estos cambios, llegó a manifestar en sendas cumbres ante Scroeder y Chirac su intento de aproximarse a esta descafeinada “Europa de la Defensa”, eso sí, anteponiendo siempre la necesidad de la defensa de la OTAN. Y esta postura la adoptó no se sabe si por orden de Washington, para descafeinar aún más la “Europa Militar”, o si porque percibió que había apostado por una opción muy arriesgada (el apoyo incondicional a Bush), en un momento en que el Emperador se está quedando cada día más desnudo.

Así pues, sin esos tres países (Gran Bretaña, Suecia y Dinamarca) el espacio efectivo de la moneda única se quedará como hasta ahora, es decir circunscrito al Eurogrupo (12 países), y eso será un lastre para una mayor potencia y proyección del euro a escala global. Eso sí, se baraja quizás un Mister Euro (de acuerdo con el proyecto de Constitución) que defienda el peso mundial de esta divisa en el G-8 y el FMI; sin embargo, los estatutos del FMI consagran sin la más mínima duda la hegemonía monetaria mundial de EEUU. Y este espacio estará rodeado por países en los que la influencia del euro será determinante, los tres díscolos mencionados, más los que forman parte del llamado Espacio Económico Europeo, esto es, que integran el Mercado Único (pues han aprobado todas sus directivas), pero que por el momento debido a la oposición interna no están en la UE: Noruega, Suiza e Islandia. Es más, muchos de los países a los que se ampliará en su día (es decir, ni tan siquiera en 2004) la UE están o estarán probablemente eurizados antes (es decir, el euro será su moneda de curso legal, al no poder defender la suya propia, pero no estarán en el Eurogrupo), como ya ocurre de forma minoritaria en la actualidad, con todos los inconvenientes y ninguna de las pretendidas ventajas de estar en el euro. El mismo problema que plantea la dolarización a los países latinoamericanos al Sur de Río Grande. ¿Será por eso tal vez por lo que en los billetes del euro aparecen a propósito muchos países europeos que no están ni tan siquiera en la UE ampliada (y ampliada)? Hasta aparece Rusia, o parte de ella.

Los aspectos monetarios cumplen un papel decisivo en el nuevo capitalismo global crecientemente financiarizado. Todos los mercados financieros giran en torno al valor de las monedas. Y como ningún otro, el mercado de divisas, el mayor del mundo, el más especulativo, el más desterritorializado, y el que condiciona a su vez a todos los demás y a los propios Estados, depende cada día más de consideraciones y decisiones estratégicas, de carácter político y militar. Y las monedas se convierten en un elemento trascendental de la hegemonía económica, financiera, política y militar, y viceversa. La hegemonía de EEUU se mantiene hoy en día principalmente porque el dólar es todavía la divisa hegemónica mundial, pero eso está dejando poco a poco de ser así como ya hemos visto por la irrupción del euro. El euro es un reto de primer orden a la hegemonía de EEUU. La devaluación del dólar respecto del euro puede tener un efecto devastador. No estamos como en 1985 (cuando los Acuerdos del Plaza), pues hoy en día la deuda externa e interna de EEUU es verdaderamente astronómica, y una fuerte devaluación impediría financiarla y crearía un brusca quiebra de confianza. Llegado el caso podría llegar a ocurrir como en los “mercados emergentes” que ante la amenaza de una brusca devaluación los inversores internacionales pidieran que la nueva deuda estuviera denominada en moneda extranjera (probablemente en euros), lo que sería el fin de la hegemonía del dólar. Además, la producción industrial tiene un peso relativamente limitado en la economía de EEUU (25% del PIB)(Giaché, 2003), que es la que más se podría beneficiar de una devaluación [40], y sobre todo lo que prima es la importancia de las transacciones en los mercados financieros y el papel que un dólar fuerte cumple respecto a las mismas. Esta amenaza de devaluación brusca del dólar está incrementando las tensiones entre las dos orillas del Atlántico Norte como nunca en sesenta años. Es más habría que preguntarse si todavía EEUU y “Europa” configuran una comunidad de intereses. Eso que se ha venido a llamar el núcleo duro de Occidente.

Los conflictos comerciales entre EEUU y la UE en el seno de la OMC se han incrementado también en los últimos tiempos (guerra del acero, de la carne hormonada, competencia desleal de las transnacionales estadounidenses -Foreign Sales Corporation-, guerra de los transgénicos, etc). Y en Cancún, en la última y fracasada cumbre de la OMC, aunque EEUU y la UE habían llegado finalmente a adoptar un cierto frente común ante los países periféricos, era la UE la que buscaba más afanosamente un acuerdo multilateral para imponer los intereses de sus empresas transnacionales y de su capital financiero, ante la incapacidad de la Unión de forzar la aceptación de esos intereses europeos de otro modo (CEO, 2003). EEUU es capaz de imponer dichos intereses mediante acuerdos bilaterales, aunque eso le resulte más engorroso en tiempo, debido a su enorme capacidad de “influencia” en el plano político-militar, cosa que no es el caso (todavía) en relación con la UE (ver cita introductoria: “Algunos países -periféricos- han buscado el aislamiento -y han de pagar un precio por ello-”). Según comentó Pascal Lamy (el comisario de comercio) en Cancún, el fracaso de la cumbre hace que la UE evalúe el dejar el multilateralismo, porque la OMC es una institución “medieval” (curioso calificativo para una institución de alcance global; debe ser quizás porque las decisiones se toman por “consenso”). Pero a la UE le es difícil imponer estas exigencias a los países periféricos debido a su debilidad política y sobre todo militar. Al final, en esta competencia acrecentada en los mercados globales en todos los ámbitos, especialmente en esta nueva etapa del nuevo capitalismo global en la que hemos entrado abiertamente tras el 11-S, el componente militar se vuelve un elemento trascendental para garantizar los intereses de cada bloque. Y en la Unión Europea, al igual que ya ocurre en EEUU, los gastos de armamento y aquellos derivados de las intervenciones militares en el extranjero, que ya han empezado [41], terminarán por sacrificar los últimos restos del llamado Estado social. Sobre todo por los costes adicionales que suponen los ejércitos profesionales, una vez que se ha convertido en un verdadero problema el mantenimiento de los llamados ejércitos regulares, que se vuelven inviables. Ya nadie está dispuesto a dar su vida por los altos valores de la patria (el Estado-nación). Y los ejércitos profesionales europeos se nutren cada vez más de inmigrantes “con papeles” de países periféricos. De esos ciudadanos de “segunda clase” que habitan entre nosotros.

En definitiva, es quizás desde esta rivalidad acrecentada EEUU-UE que cabe entender el fracaso de la cumbre de Bruselas (diciembre, 2003) donde se iba a aprobar la llamada Constitución Europea, que debería ser posteriormente ratificada por los 25 futuros miembros de la Unión. El acuerdo fue imposible porque España y Polonia (dos países con fuertes vínculos con EEUU y que participan en las fuerzas de la coalición en Irak) se negaron a aceptar la pérdida de peso institucional que implicaba el sistema de toma de decisiones adoptado por la Convención, acorde con las pretensiones fundamentalmente de Alemania y Francia. En el mantenimiento de esta postura fue determinante la personalidad y los vínculos con Washington de Aznar, que se vio apoyado por la proatlantista Polonia. Y ante este pulso el eje franco-alemán decidió dar el asunto por zanjado y no ceder. Es más, Chirac llegó a plantear en la misma cumbre que si la Constitución no se aprobaba como estaba, un grupo de “países pioneros” de la actual UE podía tirar para delante sin problemas, para no tener que someterse al chantaje de los que no querían avanzar juntos. Esta opción despejaba una serie de problemas, pero planteaba otros ¿Habría “nueve justos” (el número mínimo para acometer una “cooperación reforzada” de acuerdo con Niza), que quisieran crear ese núcleo duro, que seguramente se tendría que enfrentar abiertamente con el resto y con EEUU?, ¿o tendrían que hacerlo al margen de las reglas hasta ahora aprobadas creando profunda crisis institucional? De hecho, el Tratado de Niza no contemplaba las “cooperaciones reforzadas” en materia militar. Las espadas quedaron en alto. Pero los principales países dijeron que querían que se zanjaran todas estas incertidumbres a lo largo de 2004. Es decir, si habría o no Constitución, o si tendríamos una “Europa a dos velocidades”, con o sin apoyo en el entramado institucional vigente.
De cualquier forma, un componente también muy importante para entender lo que pasó en Bruselas es la necesidad de tener en cuenta la enorme dificultad que se plantea para aprobar la Constitución en los 25 países miembros, sin que se rechace en ninguno de ellos. Máxime cuando el “proyecto europeo” es cada vez más impopular tanto en la UE a quince como a veinticinco, y en muchos de ellos la aprobación debe ser por referéndum, o hay grandes presiones para que así sea [42]. Y sobre todo después de la quiebra de imagen de la Constitución que ha supuesto el fracaso de la cumbre de Bruselas. Hace falta mucho más que marketing político para vender en las actuales circunstancias (que ha provocado profundas rupturas) tal producto. Y aún añadiríamos más, después de dos años de que se hayan producido en muchos países de la UE imponentes movilizaciones populares contra las reformas estructurales y privatización de la sanidad, la educación y el sistema público de pensiones. Y cuando distintos movimientos sociales y organizaciones de todo tipo (políticas, sindicales, etc.) a escala europea empiezan poco a poco a coordinarse para promover un No rotundo a la Constitución, que se contempla como una gran piñata que se puede llegar a golpear fácilmente [43]. Parece verdaderamente querer jugar a la ruleta rusa el intentar meterse en ese proceso. Por eso tal vez muchos representantes políticos respiraron aliviados cuando fracasó la cumbre de Bruselas.

Por otro lado, en los últimos tiempos parece que se empieza a configurar una especie de directorio dentro de la UE impulsado por Francia, Alemania y Gran Bretaña, que está suscitando muchos recelos y un abierto rechazo en algunos de los actuales socios comunitarios. Y todo indica que este triunvirato tiene un Plan B (aunque quizás cada uno de ellos tenga su propio Plan B). En un encuentro de este núcleo duro celebrado recientemente llamó la atención el que no se hablase para nada de la Constitución Europea, al menos en el comunicado oficial. Hasta el propio Prodi, comentando irónicamente el encuentro, llegó a manifestar escandalizado que los tres grandes (juntos representan más de la mitad del PIB de la UE) “no consideraban prioritario hablar de la Constitución”. Y ello dio pie para que volviese a aparecer públicamente una carta colectiva firmada por varios países miembros (en cuya gestación parece que cumplió un papel relevante una vez más Aznar) [44], en donde se criticaba esta forma de proceder, se abogaba por profundas “reformasestructurales”ysellamabalaatención a las estructuras comunitariasparaquese haga cumplirel Plan de Estabilidad, que los tres grandes bloquearonsuaplicación no hace mucho.

Finalmente, la derrota electoral del PP tras los atentados del 11-M en Madrid, provocada especialmente por la movilización social (espontánea) y el rechazo popular a la manipulación informativa del gobierno Aznar (aparte de por supuesto el Prestige, el PHN, la huelga general, la oposición a la guerra, etc.), parece que ha desbloqueado la futura aprobación de la Constitución en el Consejo Europeo. La repercusión internacional de estos acontecimientos ha sido enorme, y se empiezan a desmoronar relaciones de fuerza que parecían sólidas; de EEUU con los países de la coalición, de EEUU con la “Nueva” y la “Vieja Europa”, reforzándose de repente (al menos por el momento) los lazos entre los miembros de la Unión. La llegada del gobierno “europeísta” del PSOE ha forzado también el cambio de actitud de Polonia, que ya se venía gestando por las tremendas presiones de Alemania; aparte, de que el primer ministro ha tenido que dimitir por una fuerte crisis interna. Queda pues el camino expedito para que la Constitución pase el filtro intergubernamental y empiece el calvario de aprobarla en parlamentos y consultas populares de los miembros de la Unión. No será para nada un camino de rosas, como alerta hasta el propio The Economist (26-3-2004). Aunque los gobiernos digan Sí, los pueblos o hasta sus propios “representantes” pueden fácilmente decir No. Francia teme convocar un referéndum y perderlo. Polonia sabe que lo puede perder, y también una votación en el Parlamento. Gran Bretaña no querría ni contemplar el tener que convocar una consulta popular, pero se vería obligado a ello. Suecia y Dinamarca para qué decir. Y Finlandia, Austria e Irlanda les siguen de cerca en sus temores. Todos estos acontecimientos tendrán una influencia muy importante en la rivalidad dólar-euro de cara al futuro. Así como las formas que adopte esa confrontación, y sus consecuencias, repercutirán, asimismo, de forma decisiva sobre los distintos equilibrios de poder. Se abre un periodo enormemente fluido en el que para nada cabe descartar nuevas situaciones de enorme tensión y crisis. Son muchos los intereses en juego.

Y como colofón simplemente destacar un hecho “curioso” que enlaza con algunas de las tesis que se han defendido en este texto. Tras la derrota del PP, el Wall Street Journal tildó a los ciudadanos españoles de “cobardes”, por haberse plegado a la estrategia de Al Qaeda, defendiendo la postura y la ejecutoria del gobierno Aznar. Dos días después Aznar publicaba una carta de su puño y letra en dicho diario, que recordemos una vez más refleja los intereses de Wall Street (y del dólar). Poco después, el Financial Times publicaba en primera página (a cuatro columnas, de las cinco que tiene) una feroz diatriba contra el gobierno Aznar por la manipulación mediática que había llevado a cabo en relación con el 11-M, y resaltaba la madurez democrática de la ciudadanía en el Estado español. El Financial Times, a pesar de ser un diario británico (pero de gran proyección internacional), siempre ha estado a favor del ingreso del Reino Unido en el euro. Y en los últimos años ha abierto una edición en alemán (el Financial Times Deutschland), que refuerza su dimensión europea. Llama la atención constatar tamaña diferencia de criterio entre los dos principales periódicos financieros del mundo. Simplemente a constatar.

La lucha contra el “proyecto europeo” y por su desmantelamiento

No hay pues nada, opinamos, por lo que luchar a favor de este “proyecto europeo”, que no es sino un proyecto del capital y de su lógica cada día más inhumana y antiecológica. Ni siquiera como alternativa al poder de EEUU, pues lleva inscrito un ADN similar, a lo mejor con algún cromosoma por el momento un poco menos brutal y más “político”; también porque la población y las circunstancias europeas le obligan a ello, no en vano late en su seno un amplio rechazo a la guerra. Además, en Salónica la UE dejó claro que es clave la colaboración con EEUU y la OTAN para mantener la “seguridad mundial”, y que tiene voluntad de involucrarse en “pie de igualdad” en dicha (desinteresada) tarea con la hiperpotencia. No pensamos por tanto que quepa ninguna posibilidad de transformar la UE, pues ha sido diseñada y moldeada durante décadas con esa finalidad, disolviendo otras estructuras sociales y productivas (algunas de mayor grado de autonomía) para incorporándolas a su lógica. Pero tampoco creemos que ningún otro proyecto de dimensión continental, centralizado, pueda aportar nada sustancialmente distinto. Responderá a los intereses de estructuras verticales de poder de las que estará ausente cualquier consideración social y ambiental.

La UE es uno de los principales actores mundiales que impulsa la llamada “globalización económica y financiera”, con las brutales consecuencias de todos conocidas. Pero, hasta hace poco, la UE no había sido identificada por parte del denominado movimiento de resistencia global como una institución que requería tanta atención o más, que la que puedan demandar el FMI, el BM, la OMC, el “neoimperialista” EEUU o el G-8. Parecía por así decir que la Unión Europea era el bueno de la película del nuevo capitalismo global; aunque esta imagen se está deteriorando rápidamente, basta recordar su papel en Cancún donde la UE ha mostrado claramente los dientes. A lo largo de la existencia del “proyecto europeo”, y en especial en los veinte o veinticinco últimos años, se han desarrollado un gran número de luchas y movimientos de resistencia contra las políticas (agrícolas, industriales, económicas, de inmigración, etc.) que emanaban de las instituciones comunitarias. Si bien estas luchas se agotaban en sí mismas y tras un periodo en ocasiones de fuerte virulencia desaparecían sin dejar rastro y sin que se identificase en general correctamente cuál era el órgano de donde partían, a qué intereses respondían, la necesidad de confluir con otras dinámicas de contestación al “proyecto europeo” y la perentoriedad de poner en cuestión de arriba abajo la llamada “construcción europea”. Sin embargo, en los años noventa, como hemos señalado, esta situación empieza a cambiar, y sobre todo tras la movilización contra la cumbre de la UE en Amsterdam, el “proyecto europeo” empieza a ser visto cada vez más por gran número de movimientos sociales y organizaciones como el responsable principal de la nueva deriva del capitalismo europeo (movilizaciones contra las cumbres de la UE en Colonia, Lisboa, Niza, Gotemburgo, Barcelona, Sevilla, etc.). La contestación política deja de centrarse exclusivamente en (y contra) los Estados-nación, pues éstos cada vez más se convierten en puras fachadas (cada vez más represivas), o en burladeros más “legítimos”, tras los que se esconde la esencia del “proyecto europeo” que para desplegarse se ve obligado a apoyarse en dichas estructuras de poder.

Y se empieza a producir también, aunque de forma muy incipiente aún, una confluencia con movimientos y organizaciones que en la periferia cercana y lejana de la UE (tanto en los países que dentro de poco formarán parte de la Unión, como en los países que se sitúan en la orilla Sur y Este del Mediterráneo, o más allá en el mundo entero) denuncian los embates de las fuerzas económicas y financieras del capitalismo europeo. Y hasta de las fuerzas militares de la UE que defienden este orden de cosas. Ya estamos viendo el despliegue de tropas “europeas” en el Centro de África, y esta tónica seguramente va a ir en ascenso en el futuro. De hecho, se está planteando reorientar la “ayuda al desarrollo” destinada a África, a la financiación de fuerzas de “mantenimiento de paz” de la UE en dicho continente. Por eso es imprescindible la interrelación de las distintas formas de contestación a nivel mundial al “proyecto europeo”, ya que éstas no se circunscriben a las fronteras institucionales de la UE.

Pero debemos ir más allá de la resistencia. Debemos empezar a vislumbrar ya formas y vías de iniciar la deconstrucción del “proyecto europeo”, sin refugiarse ni mucho menos en la defensa del Estado-nación, que también es irreformable, aparte de que se ha convertido en un ente cuya cara blanda desaparece y se impone sin remisión su cara dura, y al que también es preciso por tanto deconstruir. Al tiempo, o en paralelo, que empezamos a desarrollar poco a poco, desde abajo, otras dinámicas más equitativas, justas, comunitarias, participativas y en consonancia con el entorno ecológico en que forzosamente tenemos que desarrollar nuestra existencia. ¿Cómo? No lo sabemos. Habrá que ir aprendiendo de multitud de experiencias emancipadoras descentralizadas que están ya en marcha, contrastando y entretejiendo estas prácticas de cooperación sin mando entre sí. La tarea es enormemente compleja. Y no hay ruta prefijada.

Pero en esta tarea una cuestión de enorme importancia que habrá que plantear, que está ya sobre la mesa, es la necesidad del control social del dinero. En el reciente referéndum sueco sobre el euro los partidarios del “No” plantearon un lema trascendental: “No es una cuestión de moneda, sino de poder”. Y respecto a esta cuestión, en torno a la cual hemos construido principalmente este texto, pues no por casualidad es el principal eje vertebrador actual del “proyecto europeo”, habrá que plantearse que la gradual tendencia hacia la homogeneización monetaria mundial está basada en una creciente centralización del poder y del control. En este sentido, es preciso iniciar ya un profundo debate en torno al dinero y desarrollar experiencias que permitan desarrollar monedas locales, emitidas y controladas socialmente, como una vía no sin tensiones (y tampoco única) que posibilite la progresiva descentralización del poder que buscamos. No por casualidad la diversidad de monedas locales y regionales que existían en Europa antes del siglo XVIII (emitidas por estructuras de poder local precapitalistas), fueron suprimidas en su día por el Estado-nación en formación para incrementar su control sobre el territorio, ayudar a extender el reino de la mercancía y garantizar las dinámicas de acumulación de capital. Además, si se verifica que nos encaminamos hacia una profunda depresión-deflación mundial, esta vía va a ser una forma de enfrentarse a ella (no por casualidad ha habido una verdadera explosión de estas experiencias en Argentina y Japón, dos de los países más afectados por las crisis del capitalismo global)(Lietaer y Kennedy, 2003). Y al mismo tiempo debemos caminar, también, hacia la reducción del ámbito de la economía monetaria y la desmercatilización de las relaciones sociales, para domesticar el poder del dinero.

Madrid, abril, 2004


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Notas

[1] El grueso de este texto se terminó de escribir a primeros de noviembre de 2003. Desde entonces, he incorporado tan sólo algunas correcciones y actualizaciones de carácter secundario en esta nueva versión. La razón es el estado de salud por el que ha atravesado el autor en estos meses. De cualquier forma, una vez recuperado de sus antiguos males, el autor trabajará sobre esta versión, ampliándola y retocándola sustancialmente, con el fin de darle la forma de libro. El libro será publicado por Virus en la segunda mitad de 2004. Este texto, pues, es un muy primer borrador para suscitar comentarios de cara a la redacción final. Agradezco los comentarios previos de Chusa Lamarca, Luis González, Angel Calle y Pere López. Una versión bastante más acortada de este trabajo salió publicada en el número de noviembre de la revista Archipiélago. Y otra más definitiva en las Jornadas de Economía Crítica de marzo de 2004, a la que tan sólo se han incorporado las reflexiones post-11-M. Por último, este texto pretende ser también una aportación al debate y a la contestación al “proyecto europeo”, y una contribución a la oposición a la futura Constitución.

[2] La Convención, presidida por Giscard D’Estaing, estaba formada por representantes de los gobiernos, parlamentos nacionales, Comisión Europea y Parlamento Europeo.

[3] Francia, Alemania Occidental, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo.

[4] Necesidad creciente de intervención exterior para garantizar el acceso a recursos básicos, en especial combustibles fósiles, de los que la UE es crecientemente dependiente (la UE es el primer importador mundial de petróleo y gas natural). Necesidad de contención de flujos migratorios incontrolados incentivados por los propios procesos de “globalización económica y financiera”. Necesidad en ascenso de asegurar los intereses de sus empresas transnacionales y del capital financiero que operan en territorios periféricos, sobre todo en los eufemísticamente denominados “Estados fallidos”, cuando dejan de funcionar los mecanismos “normales” de mercado. O necesidad de cambiar por la fuerza la voluntad de los Estados cuando no se sometan a la lógica del mercado, esto es del nuevo capitalismo global, tal y como se recoge en el documento de la UE (ver cita introductoria).

[5] Lo mismo estaba aconteciendo en gran medida a escala internacional. Después de las crisis económicas y sociales de los años treinta, que habían sido provocadas en gran medida por el poder sin control del capital financiero, se iba a inaugurar un ciclo histórico en el que el poder político iba a establecer importantes controles sobre el capital financiero. Este ciclo histórico iba a durar hasta finales de los años setenta, cuando se va a ir imponiendo poco a poco a escala mundial un capitalismo global crecientemente financiarizado, cuyos nodos centrales se ubican en Wall Street, y en menor medida en la City de Londres.

[6] En respuesta a ello Gran Bretaña impulsa una especie de asociación de libre comercio (European Free Trade Association -EFTA-) con países europeos occidentales que no estaban aún en la CEE: Noruega, Suecia, Suiza, Austria, Islandia, etc.

[7] Grecia ingresaría en 1981, y España y Portugal en 1986.

[8] Como respuesta a esta situación la CEE se ve obligada a crear la Serpiente Monetaria Europea (1972) y más tarde el Sistema Monetario Europeo (1979), que encorsetan las fluctuaciones de sus respectivas divisas.

[9] Pero también Unice, European Services Forum, Asociación para la Unión Monetaria Europea, etc (Balanyá et al, 2002).

[10] Para la circulación interior, pues al mismo tiempo se levanta la “Europa Fortaleza” de cara al exterior.

[11] Que ya estaban avanzando desde los ochenta: Grupo Trevi, Espacio Schengen, Europol, etc.

[12] 37% en Austria, 43% en Finlandia y 49% en Suecia.

[13] Hay varios países de la UE a quince que no están en la OTAN: Finlandia, Austria, Suecia e Irlanda.

[14] Un euro fuerte va a posibilitar al capital transnacional productivo europeo reforzar sustancialmente su capacidad de emisión de “dinero financiero” (acciones y bonos), permitiéndole captar más fácilmente capitales del resto del mundo para sus proyectos de expansión interna y sobre todo externa, aunque pueda tener (y tiene) la contrapartida de poder vender menos en otros mercados si es que se devalúan sus monedas respectivas. Igualmente, un euro fuerte va a favorecer especialmente al capital financiero europeo, sobre todo bancario, pues al crear “dinero bancario” está creando dinero que es aceptado internacionalmente (es decir, están creando dinero mundial) lo que va a acrecentar sus posibilidades de hacerse con el patrimonio global, y al mismo tiempo un euro fuerte va a incentivar la captación de capitales hacia los mercados financieros de la UE, haciendo atractiva la inversión en éstos y generando sustanciosos beneficios. Y un euro fuerte y con proyección global va a redundar asimismo en un incremento muy importante de los llamados derechos de señoreaje (lo que ingresan los Estados al emitir “dinero papel” por la diferencia entre el valor facial y el coste real de los billetes), sobre todo porque el euro va a actuar como divisa de reserva mundial, de lo que se van a beneficiar el conjunto de los Estados del Eurogrupo (12 en la actualidad)

[15] Sobre todo después del Tratado de Niza, que va a conferir nuevos poderes a la Comisión, para poder negociar temas comerciales relativos a servicios en nombre del conjunto de los Estados de la Unión.

[16] Es decir, ya no se tendrá derecho a las prestaciones sociales por el hecho de ser ciudadano de un país, sino que éstas se materializarán (disminuidas) sólo como contraprestación por un trabajo precario (forzado) en caso de estar en disposición de trabajar y, si no, tales prestaciones quedarán gravemente recortadas.

[17] Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia.

[18] El dólar iba a experimentar una importante revalorización desde 1979 cuando la Reserva Federal decide una brusca subida de los tipos de interés, uno de cuyos objetivos era cambiar la tendencia hacia la depreciación del dólar que había marcado la pauta de los setenta, resultado de la quiebra del sistema de Bretton Woods por EEUU y de la crisis de hegemonía estadounidense de la época (Vietnam, Centroamérica, Afganistán…).

[19] Y era quizás también una forma de reforzar su capacidad de negociación de cara a su ingreso en la CE (y una vez en ella).

[20] España, Gran Bretaña, Dinamarca, Italia, Portugal, Polonia, República Checa y Eslovaquia.

[21] Este presidente del Consejo se elegirá por un periodo de dos años y medio, prorrogable otro más.

[22] Por un lado es incapaz de enfrentarse a Israel. Y por otro, el Consejo de Seguridad ha votado sin ningún voto en contra la resolución 1511 que “legitima”, a posteriori, la ocupación de Irak por las fuerzas de la “Coalición”. Eso sí, Francia y Alemania, no aportarán (por ahora) ni dinero ni tropas a la misma.

[23] Una Alemania reforzada junto con dos de los tres grandes (Francia, Gran Bretaña e Italia) podrán bloquear cualquier decisión que les moleste. España y Polonia pierden peso institucional (de ahí su oposición a la actual Constitución), y los pequeños perderán presencia en la Comisión (pues, en principio, ya no habrá al menos un comisario por país) y se acaban las presidencias semestrales rotatorias que les conferían un cierto protagonismo interno e internacional. Esto refuerza una estructura de mando más centralizada, pero es también un problema para la Comisión por el poder que le disputan los grandes.

[24] Como ha manifestado en Dubai el economista jefe del FMI, la economía mundial es como un avión que ha dependido de un solo motor para volar, EEUU, y ahora está aterrizando sobre una única rueda: el euro.

[25] Los países del Este se incorporan a la UE en base al Tratado de Niza, que ya les imponía una posición subordinada y periférica, y en base a eso convocan sus referendos de adhesión, y ahora les quieren imponer una Constitución que les recorta aún más poderes. No es de extrañar que se sumaran a la Carta de los Ocho.

[26] Los mercados bursátiles de la UE están menos desarrollados que en EEUU, pues tienen en su conjunto la mitad de volumen de capitalización. Y tan sólo cuatro se hallan actualmente integrados en Euronext: Amsterdam, Bruselas, París y Lisboa (Fdez Duran, 2003).

[27] Turquía (socio de la OTAN) ha sido aceptada, por fin, a iniciar negociaciones para formar parte en su día de la UE, aunque no se ha establecido ninguna fecha concreta para ello. EEUU ha estado presionando durante años para que así fuera, contando en los últimos años con el apoyo de algunos miembros de la UE (España entre ellos). Sin embargo, muchos otros miembros se oponen a que UE acoja en su seno a un país islámico, máxime después de que su sistema de partidos tradicional haya saltado recientemente por los aires, y haya accedido al gobierno un gobierno islámico “moderado”. Giscard D’Estaing ha llegado a decir que la entrada de Turquía sería el fin de la UE, lo que ha provocado un enorme revuelo.

[28] Albania, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Macedonia, Serbia y Montenegro.

[29] De hecho, se va a demorar en varios años la libre circulación interna de los ciudadanos de los nuevos países miembros del Este, cuya inmigración hacia la actual UE se está disparando como resultado de su brusca reestructuración. Es decir, éstos países no entrarán a formar parte del llamado Espacio Schengen. Además, en la Constitución se contempla el crear una Agencia Europea de Fronteras para controlar los flujos migratorios. Recientemente se han reunido para unificar su política de inmigración los cinco grandes (Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y España) a pesar de que en el futuro estará comunitarizada de acuerdo con lo previsto por la futura Constitución. Empiezan, pues, las “cooperaciones reforzadas”.

[30] Hasta se ha aprobado un tratado de extradición con EEUU en el marco de la lucha global antiterrorista, en el que tan solo se salvaguardan formalmente la cuestión de no extradición en caso de posible aplicación de la pena de muerte.

[31] Aunque sí ha manifestado un gran éxito en el mercado de emisión de bonos (en euros), en la UE y fuera de ella.

[32] Este es el régimen de acumulación crecientemente financiarizado que se habría establecido a nivel mundial por parte de EEUU desde la década de los ochenta y que estaría basado en el tandem Dólar-Wall Street, basado en un dólar fuerte y un Wall Street fuerte, dos potentes polos que se reforzarían entre sí además mutuamente (Gowan, 2000).

[33] El déficit corriente (saldo de la balanza comercial de bienes y servicios, mas transferencias corrientes) alcanza ya casi un 6% del PIB y el déficit fiscal (ingresos menos ingresos del Estado) casi el 5% (Giacché, 2003).

[34] Y hasta de la propia China pues el gigante asiático reinvierte en bonos del tesoro de EEUU el enorme flujo de dólares que obtiene vía venta de mercancías en el mercado estadounidense.

[35] Los países que adoptan el dólar (o el euro) como moneda de curso legal no sólo pierden los derechos de señoreaje vinculados a la emisión de dinero, sino que (si no tienen un abultado superávit comercial que les permita conseguir dólares o euros) se ven obligados a pagar intereses por los dólares (o euros) que circulan en su territorio (pues se ven forzados a incurrir en préstamos para obtenerlos).

[36] Para que la UE actuase como poder militar en el exterior sería preciso que al menos nueve países de la futura Unión respaldaran la intervención.

[37] Aunque China, en una actitud esquizofrénica, también esté comprando hoy en día dólares para impedir que su moneda se revalúe, con el fin de no perder penetración en el mercado de EEUU y a nivel global.

[38] La City es el mayor mercado financiero de la UE, el mayor mercado de divisas del mundo y la mayor concentración bancaria del planeta.

[39] Aparte de intentar preservar como sea su vínculo privilegiado con EEUU, que le reporta importantes beneficios, está la cuestión del control del petróleo en dicho territorio por parte de sus empresas (en concreto BP) y los intereses ligados al mundo financiero, pues entre otras razones la City es el segundo mayor mercado del mundo en dólares (eurodólares) y una fuerte devaluación de la divisa estadounidense repercutiría de forma muy negativa en la capitalización de dicho mercado (Fdez Durán, 2003).

[40] Y su protección se produce por otras vías, p.e. subida de los aranceles en el caso del acero, o en otro orden de cosas fuertes subvenciones a la producción agrícola. Ello es compatible con el intento de mantener un dólar fuerte, o relativamente fuerte.

[41] Ya ondea la bandera de la UE por primera vez en misiones militares de la Fuerza de Intervención Rápida en Macedonia y Congo, o la presencia del llamado Eurocuerpo en Kosovo y probablemente en Afganistán.

[42] Este no es el caso de España, en donde de acuerdo con las encuestas un muy importante porcentaje votaría a favor de la Constitución.

[43] Los que si manifiestan un apoyo a la Constitución es la Confederación Europea de Sindicatos.

[44] España, Italia, Holanda, Portugal, Polonia y Estonia.