Parque Nacional de Talassemtane (Marruecos).

Juanlu González y Juan Clavero, Ecologistas en Acción de Cádiz. Revista El Ecologista nº 85.

Las cordilleras Béticas y el Rif marroquí conforman dos regiones con amplias similitudes físicas, ecológicas y culturales. Comparten origen y composición lítica, un clima con un régimen de lluvias excepcionalmente altas para el ámbito mediterráneo, bosques y matorrales mediterráneos, bosques relictos de abetos, usos del territorio e, incluso, una historia convulsa en común.

Todo ello haría pensar en la existencia de unas relaciones fluidas y un conocimiento mutuo. Pero esto no es así. En España, y en la propia Andalucía, se vive de espaldas a esta región vecina. Los escasos catorce kilómetros que nos separan no constituyen una barrera física, pero existe una barrera cultural y de prejuicios que hace difícil el conocimiento y valoración de este territorio tan cercano.

En 2006, la Unesco aprobó la creación de la Reserva de la Biosfera Intercontinental del Mediterráneo, la única de carácter internacional de nuestro país, y que abarca casi un millón de hectáreas de Andalucía y el Rif marroquí, incluyendo los Parques Naturales de la Sierra de las Nieves, Sierra de Grazalema, Los Alcornocales y El Estrecho, y por parte de Marruecos espacios protegidos como Parque Nacional de Talassemtane o los Sitios de Interés Biológico y Ecológico de Jbel Bouhachem o Jbel Musa, entre otros.

Talassemtane

Talassemtane es un espejo de la Sierra de Grazalema; paisajes parecidos, biodiversidad semejante, pueblos emparentados y una larga historia en común. Existen numerosos senderos para recorrer las 58.000 hectáreas de este espacio protegido. Uno de los más conocidos y frecuentados es el de Las Cascadas, en el valle del río Kelaa.

El punto de inicio se encuentra en el aparcamiento de Akchour, al que se accede desde la carretera de Chefchaouen a Oued Laou; por el desvío que se dirige hacia Talembote. Es una zona muy frecuentada, sobre todo en primavera y en época estival, ya que desde aquí parte otro sendero muy conocido: el Puente de Dios.

Tras cruzar el puente que está delante del embalse hidroeléctrico, construido en época del protectorado español, se abre una estrecha senda en la margen derecha del río que nos llevará hasta un edificio de aseos recientemente instalados y una casa forestal con una estación meteorológica. Desde esta posición privilegiada, observamos enfrente la majestuosa garganta del río Farda.

Seguimos el curso de El Kelaa que nos acompañará con el arrullo de sus aguas a lo largo de todo el sendero. La irregular distribución estacional de las precipitaciones, típica del clima mediterráneo, y el deshielo, provocan fuertes variaciones de caudal, por lo que debemos extremar la prudencia ante posibles crecidas. Pronto alcanzamos un antiguo molino hidráulico usado para moler el grano y hacer harina para los habitantes de los alrededores. Justo enfrente se divisan unos alojamientos rurales que conformarán en un futuro próximo un lujoso albergue.

Remontando la acequia que alimenta el molino, atravesamos un auténtico túnel de vegetación. Pasamos junto a un pequeño embalse construido para alimentar el molino que se desborda en una pequeña cascada. La reina del río es, por derecho propio, la nutria, un bioindicador de la calidad del ecosistema. Libélulas, mariposas, caracoles, galápagos y un sin fin de pájaros, pondrán la nota de alegría a nuestra excursión. Aunque a veces no los veamos, sus indicios nos hablan de ellos.

Bosques frondosos

La frondosidad del bosque que tapiza las laderas es asombrosa, máxime en una región muy castigada por las talas, el carboneo y el sobrepastoreo. El araar, o sabina mora (Tetraclinis articulata), está presente en todo el camino. Unas veces aparecen ejemplares aislados de un porte asombroso, y otras veces formaciones arbustivas que trepan por la ladera. Se trata de una conífera de lento crecimiento perfectamente adaptada a las duras condiciones del clima mediterráneo, capaz de soportar intensas sequías y de crecer en suelos pobres y pedregosos. Su aromática madera, muy apreciada en ebanistería, ha llevado a esta especie a una situación comprometida por sobreexplotación.

En ocasiones, la acción constante del agua sobre la roca caliza ha originado formas caprichosas que desafían la imaginación. A nuestro paso nos toparemos con numerosas muestras de estos curiosos fenómenos kársticos tallados sobre las rocas del cauce del río.

Un ruido cada vez más intenso nos avisa de la proximidad de la primera cascada. En el área de picnic recuperamos fuerzas hipnotizados por el hechizo del salto de agua y, si somos lo suficientemente silenciosos, podremos avistar en la ladera opuesta alguna familia de monos de Berbería o macacos (Macaca sylvanus). La visión de la primera cascada es un premio más que suficiente. Sin embargo, lo mejor está aún por llegar. A partir de aquí, el sendero y el río se entrelazan en un largo abrazo con continuos cruces en los que nos veremos obligados a saltar de roca en roca hasta en 11 ocasiones diferentes. Un divertido juego que puede convertirse en una experiencia realmente refrescante y no sin cierto riesgo cuando el río baja con todo su caudal, momento en que puede ser incluso desaconsejable continuar aguas arriba.

Magia y chiringuitos

Después de atravesar por un gran claro, la vegetación se vuelve más exuberante, sombría y húmeda que nunca. A las características especies existentes en el Parque Natural Sierra de Grazalema –encinas, quejigos, acebuches, madroños, durillos, lentiscos, enebros…–, aquí se añaden también laureles, tejos y acebos. Además, algunas especies de arbustos alcanzan tamaños desproporcionados, como las coscojas, que rivalizan en porte con sus parientes las encinas y los quejigos. En las zonas aclaradas proliferan las plantas aromáticas y bellas herbáceas como las orquídeas. Durante un largo tramo, el camino se trasforma en un túnel bajo esta exuberante vegetación. Se respira un silencio inquietante: hemos entrado en un bosque verdaderamente mágico.

La proliferación de chiringuitos donde se ofrecen comidas y bebidas es un aliciente al descanso, pero también están provocando un fuerte impacto en la ribera del río, cada vez más deforestadas y colonizadas por estos establecimientos piratas. En verano, el turismo nacional invade el valle para utilizar las pozas del río para baño. La basura presente en todo el recorrido es síntoma lamentable del descontrol existente.

A lo lejos, alcanzamos a oír el eco amortiguado del rugido del agua que nos despierta del trance. Apenas unos metros más y ante nosotros surge de repente la gran cascada, con su derroche de fuerza desbordante y belleza salvaje. Las aguas de El Kelaa se desploman unos 50 metros hasta una gran poza de aguas cristalinas. Los más atrevidos podrán darse un chapuzón en sus gélidas aguas; los demás se contentarán con admirar extasiados este formidable espectáculo de la naturaleza. Saciadas nuestras expectativas y con el espíritu reconfortado, no nos queda más que regresar por donde vinimos.