Durante la maniobra de repostaje ambos aviones chocaron y se incendiaron. Cuatro de los siete miembros de la tripulación del B-52 pudieron saltar en paracaídas y los otros tres murieron, al igual que los cuatro miembros de la tripulación del avión nodriza. El avión B-52 portaba cuatro bombas termonucleares de un megatón cada una (una potencia destructiva equivalente a unas 70 veces la de Hiroshima y Nagasaki). Estas bombas cayeron al suelo sin estar armadas, por lo que no se produjo una explosión nuclear, afortunadamente.
Una de las bombas cayó al mar, a unas cinco millas de la costa, otra vio su caída frenada por el paracaídas, pero las otras dos impactaron contra el suelo. Tras el impacto, explotó su explosivo convencional, desperdigando el plutonio que contenían por el suelo y en forma de aerosol, que acabó también por posarse en el suelo, incluso lejos de las zonas de impacto. El ejército de EE UU estaba más preocupado por recuperar las bombas íntegras que por la descontaminación. Las labores de búsqueda de la bomba caída en el mar involucraron a unos 12.000 hombres durante casi tres meses. Finalmente la encontraron con la ayuda de Francisco Simó, Paco el de la Bomba, que la había visto caer.