Han pasado seis años de uno de los mayores desastres medioambientales causados por el ser humano. Todavía es pronto para evaluar el alcance del segundo accidente más grave de la historia nuclear. Una interpretación apresurada influida por el impacto sobrecogedor de las imágenes de aquel tsunami, haría pensar que aquel desgraciado evento fue consecuencia de un imprevisible movimiento geológico ¿Quién puede prever un terremoto escala 9 y el posterior tsunami que siguió al mismo, una hora después, con olas de 14 metros de altura? Indudablemente debieron hacerlo los políticos nipones que optaron por el uso masivo de este modelo energético en una zona de alta sismicidad y que decidieron construir varias centrales nucleares junto al mar. Porque la energía nuclear es tan intrínsecamente peligrosa que todas las variables que se puedan plantear, nunca podrán ser cubiertas. Las consecuencias de un escape de radiactividad son tan graves que las garantías en el uso de esta tecnología debieran ser absolutas, pero eso es un imposible.

Conviene saber que los reactores de las centrales nucleares de Garoña y Cofrentes son idénticos a los de dicha central. Reactores de agua en ebullición BWR de General Electric. Cofrentes también comparte el sistema de contención Mark que falló estrepitosamente en Japón. Las centrales de agua en ebullición tienen unas características que las hacen especialmente vulnerables a sucesos externos ¿Se tuvo en cuenta la periódica sismicidad del levante español al construir la central de Cofrentes? ¿Quién tuvo en cuenta que aguas arriba de esta instalación tenemos las presas de Alarcón y Contreras? ¿Qué sucedería con la refrigeración del reactor nuclear de Cofrentes, si la avenida consecuencia de la rotura de dichas presas anegase el parque eléctrico que suministra a dicha central?

Los reactores de Fukushima entraron en fusión porque las instalaciones auxiliares de la misma se vieron afectadas por el tsunami. La gran ola destruyó las bombas de refrigeración, y los motores diésel que suministraban la energía eléctrica que hacían posible el enfriamiento de los reactores, una vez que se había visto privada de la red por la caída de los cables de alta tensión como consecuencia del temblor. En estas condiciones no había forma de extraer el calor de los reactores 1, 2 y 3 de la central.

Las empresas explotadoras de lo nuclear no dan prioridad absoluta a la seguridad frente al beneficio económico. Sólo así se explica que no se dote de las mismas medidas de seguridad que tienen los reactores a los edificios auxiliares. Otra muestra de sus prioridades se evidencia en las actuaciones de la empresa explotadora TEPCO en aquel marzo de 2011. Para refrigerar los reactores el director de la central, Masao Yoshida, decidió rociarlos con agua de mar. Tal decisión suponía su inutilización definitiva y la empresa intentó impedirlo para salvar la instalación a toda costa. La desobediencia por parte del director evitó que las consecuencias fueran mucho más graves. Una liberación masiva al aire de productos de fisión, como sucedió en Chernóbil en 1986, hubiera supuesto el imposible de evacuar el centro económico de Japón, Tokio y su área metropolitana, con 36 millones de habitantes ¿Imaginan el impacto económico de dicha evacuación, por tiempo indefinido, para esa nación? ¿Y para la economía mundial? Aun así la demora en el rociado supuso la fusión parcial del núcleo de los reactores, motivo por el cual la amenaza persiste hoy en día.

Además se han vertido decenas de miles de toneladas de agua radiactiva al océano. De forma voluntaria 11.500 toneladas para habilitar espacio para líquidos aún más radiactivos. Accidentalmente, durante 48 horas, filtraciones de agua altamente radiactiva con efectos dañinos durante miles de años. Las aguas subterráneas contaminadas que han estado fluyendo por el subsuelo de la central se han vertido al mar a razón de entre 100 y 300 toneladas diarias, problema que no fue solucionado hasta el 2015. Se desconoce todavía cual será el alcance y los efectos, pero es fácil imaginar que las corrientes marinas y la contaminación de los peces ayudarán a la difusión con efectos de acumulación en las cadenas tróficas.

No se logró evitar una fuga radiactiva masiva de sustancias ligeras y contaminación pesada por plutonio en las cercanías de la central. La zona de exclusión inicial llegó a los 20 kilómetros del entorno. El penacho radiactivo, impulsado por los vientos del noroeste pronto llegó más allá de los 40 kilómetros. La evacuación de poblaciones más allá del área inicial de exclusión no se produjo hasta un mes después del accidente. En una o dos décadas es previsible que asistamos al aumento de cánceres, deformaciones congénitas y otras enfermedades entre las personas afectadas. Decenas de miles de ellas no podrán regresar a las poblaciones en las que residían hasta que concluya la mayor operación de descontaminación radiactiva jamás llevada a cabo.

Son muchas las tareas pendientes, la más complicada es la retirada de los núcleos de los reactores, fundidos por el calor y vertidos en los fondos de las contenciones, donde el nivel de radiactividad es enorme. Es una tarea que jamás ha sido llevada a cabo. Todavía no se puede entrar en las contenciones para ver el estado de los reactores. No hay forma de averiguar cuanto cemento separa al núcleo del subsuelo y los acuíferos.

En marzo de 2021 concluye la prórroga operativa de la central nuclear de Cofrentes. Esperamos que sea la fecha del cierre definitivo y el fin de los peligros que su existencia comporta. Confiamos en que no se lleve a cabo el proyecto de construcción de un nuevo almacén de residuos de alta actividad en el mismo Cofrentes, ahora en tramitación tras el fiasco del ATC en Villar de Cañas, que posibilitaría la extensión de su vida útil más allá de 2021, pues las piscinas donde ahora se almacena el combustible gastado se saturarán en la recarga de 2019. Y es que, en lo nuclear, también se improvisa.

Carlos Arribas, Ximo Uñac y Andrés Ortega, Ecologistes en Acció