Iraq, Somalia, Afganistán, Palestina, Colombia, Chechenia… La lista de países donde la guerra es, en el siglo XXI, un hecho cotidiano en la vida y en la muerte de las personas, parece una bofetada en pleno rostro de los organismos internacionales y de las declaraciones por la paz. Sin embargo, el día 30 de enero se sigue conmemorando el Día Internacional por la Paz, más como un deseo que como un horizonte alcanzable.

Pero, una mirada atenta a la causa de la mayoría de estos conflictos, nos lleva al mismo punto de partida: la injusticia y la pobreza. Muchas ONGs lo han proclamado alto y claro: no habrá paz sin justicia en un mundo donde el comercio de armas siga siendo uno de los negocios más lucrativos de los países desarrollados.

Y, en ese negocio, España es más que un mero espectador. Por un lado, nuestro país dedica más de 23 mil millones de euros (casi 4 billones de pesetas) al año, en gasto militar: unos 63 millones de euros cada día. Frente a estas cifras, la ayuda al desarrollo de los países del Sur (un eufemismo para llamar a los países empobrecidos, que no pobres) no llega al 0.3% del P.I.B., muy lejos de aquel lejano 0,7% que movilizó las conciencias en todo el mundo, en los ya lejanos años ochenta, que permitirían entrar en el siglo XXI en condiciones de justicia del Norte con el Sur.

Por otro lado, nuestro país es uno de los mayores fabricantes de armas, cuyo comercio sigue sin querer hacerse trasparente por el Gobierno de la “Alianza de Civilizaciones”, como han denunciado recientemente en su informe “Armas bajo Control”, organizaciones contrastadamente responsables como Intermón, Médicos sin Fronteras o Greenpeace.

Pero no hace falta remitirnos a las grandes cifras ya sabidas ni a los análisis globales. La realidad es mucho más cercana y nos revela la hipocresía de la sociedad opulenta de la que formamos parte. Mientras que miles de personas, encabezadas por los principales representantes políticos de la llamada izquierda progresista, salen a manifestarse contra la injusticia de la guerra de Irak, apenas unas docenas de ciudadanos se reúnen cada primer domingo de mes para denunciar las causas de las guerras y la participación de nuestro país en ese negocio.

Porque de esto es de lo que hablamos: Albacete es, en la práctica, una ciudad para el negocio de la guerra. A la ya consolidada Base Aérea (de la que no olvidemos que han partido o han hecho escala aviones de la OTAN participantes en operaciones de guerra como las de Serbia) y el campo de maniobras de los ejércitos europeos, en la sierra de Chinchilla, se va a sumar ahora la fábrica de helicópteros de Eurocopter, cuya principal actividad es el montaje de los Tigre, una de las más sofisticadas armas de ataque, como reza su publicidad, y en los próximos meses, la principal escuela de formación en Europa de los pilotos de la OTAN. Estos pilotos jamás han participado en misiones de emergencia ante catástrofes humanitarias o en acciones de ayuda contra el hambre. Su misión es la guerra, sin más rodeos. Y parece que ya hay varias empresas de armamento, de las encargadas de dotar a los tigres, interesadas en instalarse en el eufemísticamente llamado “Parque Tecnológico de la Aeronáutica”.

Pero no es casualidad; más allá de las palabras de bienvenida de los Bono, Pardo, Barreda o Pérez, la realidad es más sencilla. Estas actividades se van a instalar aquí por motivos geoestratégicos y económicos. Unas sirven a las otras: no puede haber aviones de caza o helicópteros de combate sin campos de maniobras y cerca de las otras bases de la OTAN: Rota, Torrejón, Bétera.

Y, sin embargo la sociedad articulada aplaude y se felicita con la imbecilidad esa de que vamos a estar a la cabeza de la tecnología de la industria aeronáutica. Todos sabemos lo que esto ha significado en los últimos cien años: las mas sofisticadas armas para la guerra.

Y ahora, sin el menor rubor, con la misma sonrisa con la que anuncian la futura inauguración de Eurocopter o la llegada de los pilotos de la OTAN, nos presentan la celebración de un Congreso de Educación que pretende promocionarnos como la “Ciudad para la Paz”. Una versión actual de la vieja máxima “si uis pacem, para bellum” (si quieres la paz, prepara la guerra). ¿Cómo encajar la educación en los valores de la paz con las multitudinarias jornadas de puertas abiertas en la Base de los Llanos, donde se pone al alcance de los niños, para su admiración, las armas de guerra?

Ha llegado el momento de quitarnos las máscaras y obligar a que se abra el debate en nuestra ciudad: o pretendemos justificar el desarrollo económico, sin importarnos cuál es el origen y destino del negocio, haciéndonos responsables de las muertes que cause, o nos comprometemos en una verdadera ciudad por la paz, en la que no tengan cabida las actividades que impidan conseguirla. Este es el dilema y no hay caminos intermedios, sin pasar por la hipocresía: el dilema de la paz.