ConsumeHastaMorir-Ecologistas en Acción Revista El Ecologista nº 52

“Estás en la tienda de deportes. No sabes si decidirte por una nueva madera 3 o una nueva raqueta de tenis. ¿Con quién lo consultas? Con nadie. Te llevas las dos y listo. No hay duda, estás pasando por la mejor etapa de tu vida”. El anuncio del nuevo Renault Laguna lo dice bien claro: “estás en tu mejor momento. Que nada te lo arruine”.

Aunque no es nueva, la estrategia publicitaria basada en la búsqueda de la vía interior, personal e individual como solución a todos los problemas nunca había estado tan presente como hoy: móntate en un lujoso todoterreno y “libera el individualista que hay en ti”, sugiere otro anuncio; “la clave está en ti”, repiten una y otra vez los libros de autoayuda y los centros de adelgazamiento. Y es que esta técnica de marketing, que promueve el individualismo y el hedonismo, funciona a la perfección en las sociedades occidentales, donde la publicidad consigue enmascarar el deterioro social y ambiental a la vez que perpetúa un modelo de consumo tan insaciable como insostenible.

Una vez que se ha impuesto la lógica del libre mercado para gestionar las sociedades humanas y el medio ambiente, para mantener los niveles de crecimiento económico resulta necesario convertir casi cualquier actividad o bien en una mercancía susceptible de ser comprada y vendida. Por eso ya no tiene sentido disfrutar del agua de los ríos, ahora contamos con el agua embotellada. Además, nuestra vida transcurre a toda velocidad, respiramos un aire más contaminado, vivimos en ciudades que se reconstruyen para dejar paso a los automóviles, disponemos de poco tiempo para dedicar a las personas que queremos, gastamos el dinero que no tenemos para vivir endeudados… y todavía decimos que ha aumentado nuestra calidad de vida.

En nuestras ciudades, cuando ya no quedan lugares públicos donde reunirse porque la calle está llena de coches y los centros comerciales son las únicas plazas que hay, ¿a quién le extraña que las academias de yoga estén a rebosar? En plena crisis de identidad, ante la pérdida confianza en las religiones, el cambio de las estructuras familiares y el deterioro de las relaciones humanas que supone la vida en las grandes ciudades, Occidente busca el equilibrio en la vía interior, los ajustes de energías y la liberación de tensiones externas.
Vemos cómo se van haciendo más comunes la frustración, la ansiedad y la depresión, fenómenos que parecen incontrolables y cuyas causas se buscan exclusivamente en los propios individuos. Parece que esto no tiene nada que ver con el hecho de que, para poder vendernos productos de belleza, la publicidad nos hace sentir feos; para poder crearnos una identidad propia, se hace necesario llevar una marca de zapatillas; y, para tener éxito social, es imprescindible tener un trabajo con el que ganar mucho dinero. Pero consumir esos potingues no nos hace más guapos, llevar las playeras de moda no nos crea una identidad estable y trabajar tanto tiene como recompensa un mes de vacaciones y una hipoteca a treinta años. Mientras, el sistema de consumo se aprovecha de esta vía interior creando una espiral de insatisfacción: siempre habrá un móvil mejor, una crema que deje la piel más suave y un coche con más prestaciones.

Vivimos en una sociedad enferma en la que la búsqueda de soluciones para nuestras frustraciones no pasa por crear redes sociales, sino que la cosa se resuelve tomando todas las noches pastillas para dormir. Y es que, desde que el pensamiento moderno hizo hincapié en el individuo, nunca se había ignorado tanto lo social. En manos de las multinacionales del sobreconsumo, la idea de individuo no es la del ser humano libre, crítico y razonable, sino la del individuo que cuando se mira al espejo ve la mala cara que tiene y echa mano de la tarjeta de crédito para sentirse bien. Así, ante un problema laboral ya no recurre al sindicato, acude al psicólogo. Como no se siente bien consigo mismo, va a un gimnasio a la hora de comer y se apunta a un curso de yoga de nueve a diez de la noche tras salir de trabajar. Se trata de un individuo que se siente solo pero no está dispuesto a compartir piso con nadie; que, como no tiene tiempo para sí mismo, pide comida de pésima calidad para que se la traigan a casa en una moto; que busca compañía a miles de kilómetros a través del chat, pero no es capaz de hablarle a la cara a sus familiares; que pasa tres horas y media frente a la tele cada día y cambia de canal cada cinco minutos porque no encuentra nada que le guste; que cuando quiere participar en los debates sociales de importancia coge el móvil y manda un mensaje con cuatro números y el nombre de su cantante favorito; que toma al medio día una barrita energética y un caldo casero en tetra brik. Ese individuo, cuando mira hacia dentro no ve nada y cuando mira hacia fuera no ve a nadie. Vive en una sociedad que, a pesar de tener todo a su alcance, no crea individuos felices.