Un ejemplo simple, uno más de extinción de fauna por desaparición de hábitat [1]

JPEG - 52.7 KB
Francisco, el sapillo corredor que vivía tranquilo en el solar ripense.
JPEG - 18.5 KB
Entorno en Rivas-Vaciamadrid donde hemos registrado este caso particular; fotografía tomada el 1 de abril de 2007
JPEG - 31.2 KB
El mismo entorno de Rivas-Vaciamadrid; fotografía tomada el 13 de agosto de 2007
JPEG - 24.2 KB
Terrenos al otro lado de la avenida de Levante donde se han sellado ingentes cantidades de basuras; obras actuales
JPEG - 11.8 KB
Desmantelamiento del Cerro del Espinillo y alrededores
Imágenes tomadas a finales de julio en la que muestra numerosas máquinas y camiones desmontando a toda prisa campos de cultivo, laderas con vegetación xérica, praderas donde pastaban caballos y vaguadas cubiertas de juncales. En cuestión de meses, miles de pisos se levantarán en el polígono denominado “Los Berrocales”… una ciudad para ti, según aseguran los carteles publicitarios.

Todos los días vemos ejemplos de extinción de fauna por pérdida o alteración del hábitat. En España, la cuestión es actualmente tan alarmante y brutal como lo es el espectacular desarrollo de los frentes que tiene abiertos la actividad humana (agricultura, silvicultura, industria, construcción de infraestructuras, etc.), si bien es la urbanización del territorio el que más preocupa, dado que su avance: la política del ladrillo, es sistemático y recurrente en cada uno de los rincones de la geografía hispana. Nuestra retina anota y acumula constantemente datos de esta triste realidad. Esta es la crónica de un suceso más, una extinción personificada en un simple elemento que en realidad es paradigma para el conjunto de seres vivos que ocupaba la parcela eliminada físicamente por una urbanización.

Paseábamos a principios de abril por uno de los solares del municipio madrileño de Rivas-Vaciamadrid [2], un término cuyo índice de construcción de pisos y chalets está alcanzando cotas inimaginables –de las más altas del país- que están arrasando literalmente el medio, cuando descubrimos bajo un cascote a “Francisco” (lo bautizamos con este nombre propio por personalizar; permítasenos la licencia literaria). Nos sorprendió que un animal de este tamaño (unos siete centímetros) pudiese sobrevivir en un entorno tan hostil y urbanizado: pisos aquí y allá, tráfico rodado constante a unos metros de “su” piedra, perros, viandantes… Pero ahí estaba, tan feliz (el aspecto que tiene el ejemplar es el habitual al principio de la primavera, tras superar el duro invierno), llevando una vida adaptada a sortear dificultades constantes, intentando sobrevivir ¡y consiguiéndolo!

El sapo corredor (Bufo calamita) es una especie que, según hemos podido comprobar en los últimos treinta años, resiste relativamente bien el envite que el hombre hace a la naturaleza: la transformación, la contaminación, la fragmentación del hábitat… Resiste todo menos la eliminación física del medio, lógicamente.

Pues bien, regresamos a esa calle a mediados de agosto y nos llevamos una nueva y esta vez desagradable sorpresa. Todo el solar estaba siendo removido por las potentes excavadoras que lo acondicionaban para su inmediata urbanización. Todo lo que de “naturaleza” quedaba –que ya era poco- ha desaparecido bajo las palas de los bulldozers. Si algo vivo logra escapar será enterrado bajo el cemento cuando se empiece a edificar. Por descontado, sin noticias de “Francisco”.

A todo esto, añadir que si en este municipio se está removiendo casi todo el terreno que no está bajo la protección de los límites del Parque Regional del Sureste, y cuando decimos “casi todo” nos referimos a una transformación radical que literalmente está transformando palmo a palmo el solar municipal (pisos, parques ajardinados, vías de acceso, centros comerciales, etc.) [3], sucede algo similar entre Rivas-Vaciamadrid y Madrid, ya en este último término, donde también se está transformando literalmente “todo”. Resulta un espectáculo dantesco e impresionante visto desde el vagón del metro cuando realiza el recorrido entre las estaciones de Rivas-Urbanizaciones y Puerta de Arganda; entre ambos, la controvertida Cañada Real Galiana, cada día con mayores problemas sociales y de hacinamiento, y que por no ser menos también está multiplicando hasta límites insospechados sus edificaciones [4].

Y estamos de acuerdo en que este ejemplo no trata de una especie en peligro de extinción (de momento), pero el sapo corredor es un batracio típico de la fauna ibérica que, como la cosa siga por estos derroteros, sin dudar lo estará en un futuro más o menos próximo [5]. En todo caso, es evidente, estas líneas no pretenden sino personalizar –poner nombre y apellidos- a un individuo de una de tantas especies de la biota española cuyos elementos van siendo extinguidos sistemáticamente por nuestras prácticas sociales y nuestro desarrollismo sin planificación ni sentido. Pasa a diario, a nuestros pies, que no hace falta irse a la costa o a lugares insólitos para darse cuenta del problema [6].

Por desgracia, la “legalidad” no entiende de sensatez y avanza impasible exterminándolo todo, como un invisible rodillo. Nosotros sólo podemos ser notarios de una realidad difícil de asimilar. La incontinencia urbanística actual, el desaforado desarrollismo sin planificación racional, está produciendo un daño irreversible al medio natural que las generaciones futuras no podrán solventar.

Notas

[1] José Ignacio López-Colón y José Luis García Cano, Ecologistas en Acción.

[2] Concretamente en la denominada Avenida de Levante.

[3] Según se encargan de divulgar constantemente los anuncios publicitarios y las noticias de prensa, se está edificando mucho pero, eso sí, “con criterios modernos de urbanismo”, “con unas calidades constructivas superiores” y, por descontado, con un “respeto al medio ambiente exquisito” (¿?). Por desgracia, estas aseveraciones se repiten de manera machacona en todos los discursos de ediles, promotores y demás gentes interesadas en un negocio muy lucrativo a corto y medio plazo que está enladrillando toda la geografía española.

[4] En Madrid, tras un “Ensanche de Vallecas” que avanza imparable hacia el sureste desde Vallecas y Santa Eugenia –la barriada que alcanza la A-3 por el sur- y “Los Berrocales”, que hace lo propio al norte de dicha autovía y llegará hasta la mismísima M-50, o lo que es decir, prácticamente hasta Rivas-Vaciamadrid, engullendo los terrenos de Los Berrocales, Los Castillejos, el Alto del Espinillo, el Santísimo y el Cerro del Águila; a los que hay que incluir, ya se dice, la urbanización de la Cañada Real, que en este caso se encargan de realizar los arquitectos de la miseria.

[5] Todos los anfibios están sufriendo una regresión brutal, a nivel mundial, que preocupa seriamente a la comunidad científica internacional. Se dispone de numerosa documentación e información al respecto. Existen diversas hipótesis científicas demostradas como causas parciales: destrucción, degradación y fragmentación de sus hábitats, deforestación, sequía, aumento de la radiación solar, contaminación de las aguas, epidemias (diversas enfermedades víricas y, sobre todo, la quitridiomicosis, producida por un hongo, que está arrasando desde hace dos décadas a muchas poblaciones de anfibios en todo el planeta), introducción de especies foráneas, desaparición de fuentes, acequias, estanques, abrevaderos y albercas, etc., pero el origen del problema de fondo no está claro, aunque muchos apuntan hacia el cambio climático como responsable.

[6] Los anfibios resultan excelentes indicadores de la salud ambiental de los ecosistemas. Debido a sus características: fases de vida acuática (larva y algunos adultos) y terrestre (adultos), una piel muy permeable y delicada, poca movilidad, y su alimentación (invertebrados y, en muchos renacuajos, vegetación acuática), son muy sensibles a los cambios en el medio y a la contaminación por pesticidas y demás productos químicos (tanto la de las aguas y del suelo como la acumulada en los organismos de la cadena trófica), los cambios en la radiación solar, etc.