La ciudad ha dejado de ser el espacio social donde se desarrolla la vida para transformarse en el espacio productivo en el que los ciudadanos tienen que acoplarse al lugar que les deja el mercado. Esto supone una desregulación de cualquier aspecto de la vida capaz de transformarse en negocio. La ciudad se convierte en un escenario sin complejos de extracción de rentas y plusvalías que pone al urbanismo y el suelo como instrumento del neoliberalismo con graves consecuencias para los ciudad

anos y el medio ambiente. Cuando el urbanismo debiera intervenir para mejorar los procesos sociales se pone al servicio del capital con la complicidad de la administración pública.

Los procesos de turistización y especulación son paralelos en muchas capitales. Otra vez nos encontramos con el mal urbanismo como base de enriquecimiento de una élite que empobrece a la mayoría. El engranaje es perfecto porque mientras se especula en el centro, se destruye espacios naturales en la periferia con nuevos barrios fantasma donde se vuelve a especular y se canaliza por sus nuevas carreteras a los expulsados (debido al incremento de los precios de la vivienda) a los que el sistema convence de que su vida es mejor si se trasladan y gastan más agua, energía y suelo. En definitiva, la sobreexplotación turística y mercantilización de los espacios públicos contribuye a la decadencia de la vida social de los centros urbanos, a la injusticia espacial (expulsando a la población de inferiores ingresos), a la expansión de la mancha urbana, y en definitiva a la insostenibilidad y la exclusión.

Los efectos sobre el medio ambiente de esta dinámica urbanística justificada en parte por el turismo, tienen que ver con la expansión de las ciudades formando conurbaciones con poblaciones  del entorno próximo lo que significa la desaparición de espacios naturales , la ocupación de tierras fértiles , desnaturalización de cauces y costas, pérdida de biodiversidad, residuos y el aumento de la demanda de movilidad (con efecto directo sobre el cambio climático)  asociada a la expansión urbana y segregación espacial por usos.

La ciudad compacta y compleja mediterránea, la más social y eficiente se ha transformado a imitación del modelo norteamericano disperso y extenso consumidor de energía y depredador de territorio y un espacio natural inconexo.

El proceso comienza en los barrios más céntricos y a veces degradados que por sus características peculiares, valor histórico, cultural o arquitectónico empiezan a ser objeto de interés de visitantes y especuladores. Lugares donde sus viviendas antiguas son habitadas por personas con menos recursos, con un comercio adaptado a sus necesidades y que son susceptibles de renovación. Los procesos de remodelación de los barrios acometidos por la administración y los cambios legislativos para la desprotección de los alquileres fuerzan al abandono de sus tradicionales moradores por las subidas de las rentas tanto por gentrificación como por los alquileres turísticos, incluso vía desahucio.

El capital inmobiliario y financiero se han fijado en estos barrios céntricos en los últimos años, sobre todo tras la crisis financiera anterior, como fuente de importantes plusvalías a través de esos procesos de rehabilitación y renovación social. Como ejemplo, el fondo buitre Blackstone es el mayor casero de España. Mientras esto sucede los alquileres, por ejemplo, en el centro de Barcelona han subido en 2019 un 36 %.

Los barrios más céntricos van concentrando el comercio, los barrios circundantes pierden tejido comercial lo que implica una mayor especialización y mayores necesidades de movilidad. La necesidad de una mayor movilidad impacta directamente en las tareas de cuidados, ya que complica y convierte en una serie de “hazañas logísticas” tareas básicas como el acompañamiento al colegio, la compra las visitas a al médico o a familiares enfermos, que son principalmente llevadas a cabo por mujeres. Este proceso de rentabilización y exclusión en la ciudad existente se acompaña por la pérdida patrimonial, a través de la relajación de los niveles de protección del patrimonio urbano para su adaptación a los nuevos usos: residencias y comercio de lujo y hoteles, sobre todo. Al mismo tiempo, el efecto del turismo urbano se manifiesta en la sobreoferta de ocio que satura los espacios públicos y genera molestias a las personas residentes, haciendo de paulatinamente incompatible la vida urbana tradicional con la turistización. No solo a través de la expulsión económica, sino también por las actividades molestas e invasoras impactando en el sentido de pertenencia.

El conjunto de estos cambios urbanos tiene un impacto directo en la vida vecinal y en las redes de cuidados, aislando cada vez más a las personas y destejiendo las redes de apoyo mutuo necesarias para la vida. Estos procesos van rompiendo la identidad y personalidad de los barrios, haciendo surgir una resistencia de vecinos que reclaman el derecho a habitar su ciudad porque aunque nunca nos hubiéramos imaginado una ciudad sin sus ciudadanos el capital ha encontrado necesaria su expulsión.

Sería muy difícil de entender este proceso si pensáramos que realmente se quiere dar satisfacción solo al turismo, el turismo no es el origen sino la excusa, la promoción de la industria del ocio, un ocio mercantilizado y globalizado caminan paralelamente dando a entender que la especulación es la consecuencia del turismo. En realidad, se trata de extraer las plusvalías de la mercantilización del espacio urbano y el turismo es solo un medio

Las políticas públicas cuya vocación se supone es garantizar los derechos de la ciudadanía se alían con el capital cambiando leyes en favor del crecimiento especulativo característico de nuestro país y son los sectores que tiran de la economía, turismo y ladrillo. Los conflictos sociales que ocasiona el turismo masivo no son seriamente abordados, las administraciones públicas no intervienen en favor de las reclamaciones ciudadanas en contra de la turistización, la privatización de los espacios públicos, los abusos del ocio nocturno o la especulación.

La misma denominación como turismofobia de las reclamaciones sociales de vecinos por el derecho a su ciudad ejemplifica el desprecio, la incomprensión incluso criminalización por parte de los medios de comunicación y la falta de interés de las administraciones por solucionar las deformaciones que está provocando la turistización y su compañía especulativa al ecosistema urbano. Pero al margen de la situación urbanística creada existe una percepción de masificación entre los ciudadanos incluso de los que no se ubican en la lucha por la ciudad.

Tenemos que incluir en ecuación social la capacidad de acogida, pero no solo desde la percepción de masificación sino de los desajustes reales y costes para la ciudad y en este punto preguntarnos si desplazar ciudadanos a la periferia, construir nuevas infraestructuras, si la remodelación de barrios para usuarios que no pagan impuestos, si banalizar el patrimonio histórico para crear escenarios de feliz consumo, urbanizar espacios naturales a costa de perder calidad ambiental, si garantizar un suministro de agua,.. resultan tan beneficioso como para que compense, sus efectos sociales, ambientales y culturales o incluso económicos si pudiéramos conocer el intercambio real entre inversiones públicas y beneficios sociales. Hablamos de capacidad de carga y de huella ecológica porque la intensificación de estos modelos insostenibles sería imposible sin esquilmar los recursos de otros espacios no siempre próximos a través de residuos, contaminación o vaciamiento.

Urge un cambio de políticas públicas que contribuya a legitimar su función y resuelva estos conflictos porque la apuesta por el mercado es el precipicio ambiental y social. Poner racionalidad y sostenibilidad de los sectores económicos que se decide potenciar, organizar una oferta turística asumible social y ambientalmente, fiscalizar adecuadamente las actividades en proporción al gasto que ocasionan o replantear si el daño que ocasionan merece el mantenimiento de la actividad.