Seamos realistas. A estas alturas del siglo XXI cuando ya hemos superado el primer quinto de él, podemos decir, sin ninguna duda, que el planeta que habitamos está muy enfermo. En realidad, más que muy enfermo debemos decir que lo hemos enfermado.

El planeta tiene aproximadamente 4600 millones de años de historia, ha vivido situaciones muy extremas y cambios impresionantes (ha cambiado su atmósfera de una primitiva sin oxígeno a una como la actual que desde hace 2.500 millones de años cuenta con un 21 % de oxígeno, los continentes se han unido y separado varias veces, han ocurrido procesos magmáticos de efectos planetarios, se han sucedido periodos glaciares e interglaciares, ha sufrido impactos de asteroides, algunos tan grandes como para dar origen a la Luna o provocar la extinción de los dinosaurios).  Sin embargo, desde hace unos 3800 millones de años, este maravilloso lugar del universo al que pertenecemos y que no nos pertenece, posee VIDA. La VIDA, con mayúsculas,  se ha diversificado y transformado en esta Tierra cambiante hasta extremos que a los biólogos nos asombran incesantemente.

En el universo solo representamos una parte minúscula pero de un valor inconmensurable. No lo perdamos de vista. Desde lo inorgánico (átomos formados en el seno de las estrellas) hasta nosotros, la evolución de la materia ha llegado al punto, como muy bien expresó Stephen Hawking, “en el que el universo tomó conciencia de sí mismo”.  Nosotros, una de las formas más complejas en la que se ha organizado la materia viva, somos  capaces de tomar conciencia de quiénes somos, de lo que nos rodea y de las repercusiones de nuestras acciones. Desgraciadamente, esa toma de conciencia no se está traduciendo un modo de actuar que contribuya al bienestar de todo cuanto nos rodea.

No es necesario hacer una enumeración de todos los síntomas de la enfermedad del planeta provocada por nuestra depredación sobre el mismo. Las venimos leyendo y escuchando desde hace mucho tiempo, aunque nos entra por un oído y no sale por el otro.

Debemos tener claro que somos nosotros, los seres humanos, quienes necesitamos al planeta y a todas sus formas de vida; no podemos prescindir de ninguna. Basta con un ejemplo actual: está más que demostrado que la pérdida de biodiversidad en determinadas áreas, es uno de los factores que ha contribuido a que no haya habido una limpieza de virus emergentes y que finalmente uno de ellos (el SARS-CoV-2) haya llegado provocando la pandemia que nos está afectando y sumiendo en una de las mayores crisis socioeconómicas de nuestra historia cercana.

Si hacemos un serio ejercicio de reflexión sobre las causas que nos han traído hasta aquí, inmediatamente llegaremos a la conclusión de que han sido nuestra forma de ser y nuestro sistema socioeconómico capitalista, siempre pensando en la expansión y en el crecimiento sin límites en un planeta que si los tiene.  No respetamos los límites planetarios ni físicos ni materiales. No nos respetamos ni a nosotros mismos. Generamos desigualdades que no solo provocan dolor, también la muerte. Nuestra ciencia, tecnología o las formas de organización social no paran de alcanzar formas cada vez más complejas capaces de resolver los problemas a los que diariamente nos enfrentamos. Pero todos los avances, en el fondo, no sirven de nada porque estamos dejando sin transformar a los humanos (Homo sapiens) en personas que comparten un destino. Esa debería ser nuestra mayor preocupación pues de seguir como hasta ahora nos encaminamos hacia el colapso.

No es fácil plantear un cambio de tal magnitud. Desde luego nunca deberíamos emprender solos el camino en el que todo se nos cuestionará. ¿Estamos dispuestos a renunciar a gran parte de las comodidades y hábitos de nuestro actual mundo? ¿Cuál es nuestro grado de compromiso con los demás?

Por si fuera poco, en esta sociedad está instalado el mito de la tecnología salvadora y preferimos pensar que en el último momento siempre aparecerá un héroe que nos rescatará. No necesitamos hacer nada ni cambiar nada. ¡Lo hemos visto en tantas películas!

Querámoslo o no, somos los protagonistas de una película cuyo título podría ser el del libro de Jorge Riechmann: “El siglo de la Gran Prueba”. Al principio, años 60-70, fuimos educados en un mundo sin aparentes límites; pero ya en los 80 habíamos empezado a rebasar los límites planetarios. Continuamos sin reflexionar y sin escuchar las primeras y serias advertencias del daño que estábamos causando. Nada más entrar en el siglo XXI  vivimos la crisis económica de 2007-2008 y las soluciones adoptadas por los países que deciden sobre el resto fueron aplicar las mismas fórmulas que la produjeron. “El capitalismo solo sabe aplicar capitalismo”. Pasaron unos años de “recortes” y de “pérdida de derechos” y en nuestra película vimos como la pasada COP25 tampoco sirvió para nada. ¿Qué esperábamos si entre los patrocinadores de la misma estaban las empresas de un gran lobby llamado Grupo Español de Crecimiento Verde (GECV): Sacyr, BBVA, Santander, Mapfre, La Caixa, Ferrovial o  Iberdrola? Peor aún, hemos visto como el  fondo de rescate europeo acordado para nuestro país en el pasado mes de julio, está condicionado a la puesta en marcha de “la economía verde”. ¿Cómo puede continuar nuestra película?

Desde el capitalismo nos van a ir llegando numerosas propuestas respaldadas por “rigurosos estudios científicos”. Será un nuevo caballo de Troya: el “capitalismo verde” (un oxímoron en toda regla): cambiar para que nada cambie. Desde sus grandes empresas de comunicación llevan tiempo «concienciándonos» del cambio climático para proponernos cambios que inciden únicamente en la sustitución de bienes y tecnologías (más consumo); pero no proponen las modificaciones de nuestros hábitos necesarias para la transformación de individuos en personas respetuosas con el medio y con los demás seres del planeta.

¿Cuál va a ser el final de nuestra película? En los próximos años nuestras sociedades van a tener que hacer frente a cambios para los que no estamos preparados y que dañarán severamente a muchos millones de personas en todo el planeta. Deberíamos tener claro que el planeta Tierra y la VIDA que existe en él, no nos necesitan. Ellos podrán seguir sin nosotros, ya lo han hecho otras veces. Muchos de los seres que conocemos dejarán de existir pero serán sustituidos por otros y lo mismo puede sucedernos a nosotros. La pregunta es: ¿Hacemos algo o esperamos a que nos rescaten?

Juan Miguel Vergara (Biólogo) y militante de Ecologistas en Acción