Los disruptores endocrinos cambian nuestra biología. Las enfermedades ambientales afectan más a las mujeres. Esta es una de las conclusiones de la conferencia sobre salud ambiental y género organizada con distintas expertas, que resumimos en este texto.

Área de Digitalización y Contaminación Electromagnética de Ecologistas en Acción. Revista Ecologista nº 107.

El pasado 11 de febrero el Área de Digitalización y Contaminación Electromagnética de Ecologistas en Acción organizó un encuentro on line bajo el título Ecofeminismo, salud ambiental y género, en el que intervinieron la doctora Carme Valls, la filósofa Alicia Puleo, la experta en derechos humanos Asunción Laso y la profesora Margarita Mediavilla. La conferencia fue seguida durante tres horas por más de doscientas personas que se conectaron por la red.

La doctora Carme Valls Llobet intervino en primer lugar. Valls ha dedicado gran parte de su carrera médica a investigar las diferencias en la salud de hombres y mujeres vinculadas a los riegos ambientales. Su último libro, Medio ambiente y salud. Hombres y mujeres en un mundo de nuevos riesgos (Cátedra), ha recibido el premio a la innovación científica Ángeles Durán 2020, del Instituto Universitario de Estudios de la Mujer, en reconocimiento a su enfoque de género de la medicina. Según Valls existe una diferencia en la manera de enfermar entre hombres y mujeres, “tanto por su biología como por las condiciones de vida, sociales y de trabajo. Pero en los últimos diez años el medio ambiente está siendo un factor con más peso en esa morbilidad diferencial”. La doctora considera que esa diferencia “afecta tanto al cuerpo como a la mente. Los disruptores endocrinos cambian nuestra biología y nuestras neuronas y también las de nuestra descendencia”. En esta línea, Alicia Puleo, catedrática de filosofía y una de las grandes voces del ecofeminismo, mantiene que “los comienzos del ecofeminismo estuvieron vinculados, especialmente en EE UU, con la preocupación de las feministas por la salud de las mujeres, con el daño o la iatrogenia que les causa ser tenidas en cuenta, esta manera diferente de enfermar y los efectos que el medio ambiente tiene específicamente en la salud de las mujeres”.

En lo que se refiere a los tóxicos ambientales, la salud y el género, la doctora Valls sostiene que las mujeres, dadas sus funciones reproductoras, “tienen un 15 % más de tejido graso y se convierten en bioacumuladoras. Esto es así porque “los químicos ambientales tienden a acumularse en el tejido graso. El exceso de estrógenos que esto les causa altera profundamente su ciclo menstrual y les produce numerosos problemas de salud”.

Carme Valls ha realizado durante veinte años un seguimiento intensivo de la evolución de personas expuestas a insecticidas en su lugar de trabajo y ha observado que desarrollan problemas respiratorios y neurológicos, síndrome autoinmune, alteración del ciclo menstrual y disrupción endocrina hipotalámica. Afirma que en estas situaciones, un 85 % de estas personas también desarrollaron fibromialgia, síndrome de fatiga crónica o sensibilidad química múltiple asociados a estas exposiciones, siendo además más numerosos los casos en las mujeres. “Colocando a un hombre y a una mujer en la misma habitación expuestos a un insecticida, las mujeres van a tener más riesgo, ya que tienen unas carencias previas que le hacen enfermar por falta de energía en las mitocondrias”. Valls explica que se produce una “lesión directa en la mitocondria de las células por el efecto de los insecticidas organofosforados. También, muchos otros compuestos, entre ellos los medicamentos, afectan a la mitocondria; por eso, desde 2012, se empieza a hablar de medicina mitocondrial”.

“Por nuestra biología, la contaminación ambiental afecta más a las mujeres y enfermamos más”

La tercera generación

La experta en salud y mujer dice que si le preguntaran, de todo el libro, qué le angustia más, respondería dos cosas. Por un lado, “la exposición hasta la tercera generación y la electrosensibilidad”. Porque determinados productos como el gas naranja o el dietilestilbestrol provocan cáncer en tres generaciones: la actual, los hijos y los nietos. Además, añade que existe un problema muy grande e invisible que es la contaminación electromagnética: “Creíamos que con las radiaciones no ionizantes no nos podía pasar nada, pero ha resultado que los campos electromagnéticos también actúan como disruptores endocrinos. Alteran la melatonina, incrementan el cortisol y alteran el ADN”.

Respecto a la electrosensibilidad, describió parte de los síntomas de esta enfermedad, que según la especialista son fatiga, depresión, nerviosismo, irritabilidad, náuseas, dolores de cabeza, anorexia y dolor en el lado del cuerpo expuesto, además de insomnio y alteraciones cardíacas. Pero no solo se producen estos síntomas, tienen incidencia en “enfermedades crónicas asociadas como cataratas, alteraciones en el electroencefalograma, dificultad de concentración, dermatitis, etc.” Todo ello, además de los efectos térmicos y cancerígenos de las radiaciones.

La estrategia de la industria y la negación de los problemas

Por su parte, Asunción Laso, máster en Derechos Humanos de la Comunidad Europea, recuerda que Suecia ha sido el primer y único país en reconocer la electrohipersensibilidad (EHS) como una discapacidad funcional. En 2011, este país declaró que había 298.000 personas diagnosticadas, 18.000 graves, que viven en un espacio natural elegido por el gobierno, como zona refugio. Pero la estrategia del gobierno sueco ha sido renunciar a aplicar el principio de precaución, no limitando la actividad de las empresas sino confinando a las personas afectadas. “Al final, a pesar de reconocer la EHS, es corresponsable de crearla. En mi opinión, vamos dando pasos de gigante hacia un mundo distópico”, dice Laso.

Carme Valls: “Creíamos que con las radiaciones no ionizantes no nos podía pasar nada, pero ha resultado que los campos electromagnéticos también actúan como disruptores endocrinos”

La experta mantiene que existen varias razones por las que no se reconoce la electrohipersensibilidad en otros países. Porque, por un lado “la industria de telecomunicaciones trabaja duro y desde muchos frentes para infravalorar tanto el potencial dañino que tienen las radiaciones como la electrohipersensibilidad, un detonante potencial que puede dar al traste con el negocio multimillonario”. Por otra parte, “al igual que hicieron las tabacaleras, la industria de las telecomunicaciones financia equipos de investigación, cuyos estudios son utilizados como contrapeso a las evidencias de daño para la salud que encuentran los estudios científicos independientes: ‘La duda es nuestro producto’”, sostiene Laso.

A su juicio, esa duda sirve también para crear controversia, y mantener abierto un debate ficticio, que llega a los ciudadanos como prueba de que no están claros los daños y que la Comunidad Científica Internacional no se pone de acuerdo. Además, según Laso, existe connivencia entre gobiernos y operadoras. En España tenemos un caso flagrante de puertas giratorias: “el doctor Francisco Vargas, simultanea dos funciones sin declaración de conflicto de intereses; es director médico del Comité Científico Asesor de Radiofrecuencias y Salud (CCARS), entidad dependiente del Colegio de Ingenieros de Telecomunicaciones, vinculado con las operadoras, cuyo objeto no es la salud de nadie, sino el desarrollo de infraestructuras de telecomunicaciones”. Y al mismo tiempo, es técnico de la Subdirección General de Sanidad Ambiental y Salud Laboral, que es responsable de enfermedades ambientales como la Sensibilidad Química Múltiple y la EHS.

Laso concluye que la amenaza de que “las costuras de este negocio de las microondas terminen saltando por los aires es cada vez más real porque, como ya pasó con el tabaco y el amianto, el número de afectados, mayoritariamente mujeres, llegará a ser inasumible en costes sanitarios para los gobiernos”. Y se pregunta si nuestra justicia estará entonces en condiciones de juzgar a todos aquellos y aquellas que no tuvieron escrúpulos para priorizar el negocio frente a la salud.

Hacia una nueva utopía tecnológica

Para Alicia Puleo, “no debemos desarrollar una tecnofobia, pero tampoco una tecnofilia que nos anime a creer que todo se va a solucionar con la tecnología”.

Por su parte, la cuarta ponente, la profesora Margarita Mediavilla, del grupo de investigación de Energía, Economía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid, cree que “es fundamental que sepamos colocar la tecnología en su justo término, en el lugar que le corresponde. De no ser así, podemos dar lugar a que nuestra tecnología se convierta en un Moái, una de aquellas estatuas gigantes levantadas en la Isla de Pascua”.

Las mujeres, por sus funciones reproductoras, tienen un 15 % más de tejido graso, donde se acumulan los químicos y se convierten en bioacumuladoras

En un momento de crisis climática, de disminución de recursos energéticos fósiles y de posible agotamiento de tierras raras, no nos interesa el “gigantismo tecnológico”. Que una tecnología sea posible no significa que sea viable: “Las tecnologías muy sofisticadas son Moáis” que aceleran más todavía el patrón de colapso. Los ecologistas, añade Mediavilla, tenemos claro que los problemas medioambientales proceden de “un sistema económico que no prima la sostenibilidad ni la salud y que funciona por medio de unas sinergias que nos empujan en una dirección que no es buena, que destruye la vida. Vivimos en una economía adicta al crecimiento regida por intereses económicos”. Puleo aludió a la dificultad de aplicar el principio de precaución, porque estamos en una “cultura patriarcal neoliberal”, que se asienta en el “principio del riesgo”.

Con frecuencia, además, según Mediavilla, todo discurso que cuestione el desarrollo tecnológico se ha demonizado y se tacha de anticientífico. Lamentablemente, esto sucede de forma habitual en la lucha contra la contaminación electromagnética. Se “hace una utilización muy torticera de la palabra ciencia”. Mediavilla terminó haciendo una defensa de la ciencia y la tecnología: “Ciencia pública, abierta, basada en el bienestar de los seres humanos y no una ciencia-marketing utilizada para vender productos, a pesar del perjuicio que puede causar en la salud y en la vida”. Del mismo modo, es necesario defender la buena tecnología, aquella que facilita nuestra vida y que lo hace sin poner en riesgo el planeta para las generaciones futuras.

Concluye: “Me parece que el ecologismo está fallando a la hora de dibujar la utopía. Parece que la única utopía que tenemos es la tecnológica, lo único a lo que aspiramos”. Por ello, propone, que “debemos construir nuestra propia utopía de futuro tecnológico, nuestro ideal de progreso sostenible”.

Más información: Ecofeminismo, salud ambiental y género