Las denuncias sobre los impactos de la energía fósil o nuclear reciben siempre la misma respuesta recurrente de sus defensores: una angustiosa letanía sobre el “precio inevitable” a pagar para satisfacer nuestras necesidades energéticas; y la descripción de un sombrío panorama de penuria si tuviésemos que depender de las energías renovables.

¿Podríamos mantener nuestro bienestar si utilizásemos sólo las energías que provienen de los ciclos anuales del planeta (el sol, el viento, el mar, los ríos y la vegetación), de su calor interior, y de la actividad biológica de los seres vivos? Pues sí, porque en contra de la opinión mayoritariamente extendida existen tecnologías que permiten aprovechar todas las fuentes renovables.

Aprovechamos la energía solar directa para calentar agua, o un líquido de intercambio y obtener energía. La luz del Sol también puede generar electricidad mediante el efecto fotovoltaico en células de silicio. El viento genera energía eléctrica a diversas escalas según la potencia del aerogenerador, o hace funcionar una bomba hidráulica.

Se puede aprovechar el cambio de nivel de las mareas para llenar un espacio, con lo que se obtiene energía de la fuerza de salida del agua, o puede aprovecharse la fuerza de las olas para mover estructuras en forma de batiente que, conectadas a turbinas, generan electricidad.

Los ríos permiten un aprovechamiento minihidráulico, creando pequeños embalses en su curso o usando turbinas de flotación, que requieren una obra mínima. La propia Tierra, con su calor subterráneo, facilita energía geotérmica que permite calentar agua para después aprovecharla energéticamente.

Y tenemos, además, la energía de origen biológico: la biomasa forestal (que puede utilizarse como combustible o para producir gas), los residuos orgánicos (excrementos y restos de alimentación) que también pueden producir gas, y los biocombustibles, cultivos de plantas para obtener alcoholes o aceites combustibles.

El mito de la penuria energética renovable es tan irracional como el de disponer de un suministro ilimitado e inagotable de energía: fantasía de los que van destruyendo sin cesar en nombre de su progreso.

Miguel Muñiz. El Ecologista nº 41