La Sierra de La Culebra se extiende en sentido noroeste-sureste por el noroccidente de la provincia de Zamora, abarcando las comarcas naturales de Sanabria, Carballeda y Aliste.

Roberto Carlos Oliveros. Revista El Ecologista nº 40. Verano 2004.

En la zamorana Sierra de la Culebra, donde el invierno castellano se viste, níveo, de todo su rigor; donde Alfonso IX, en las postrimerías del sXII, organizó las funciones políticas, jurídicas y militares de la comarca de Sanabria como bastión de la frontera leonesa frente al Reino de Portugal; donde tras las puertas desvencijadas y los muros pétreos de villorrios perdidos entre brezales aún se oyen historias negras de ser oídas, como la tizne delatadora de la lumbre, a cuyo amor fueron contadas y que nos hablan de lobisomes y meigas, de maquis, de estraperlo y contrabando de café de Portugal… donde en los crepúsculos y amaneceres gélidos de otoño, aún se adivina la presencia fugaz y el gruñido quieto de una de las últimas joyas del tesoro faunístico de esta nuestra Iberia, del proscrito por los siglos de los siglos, del gran matador, del lobo ibérico.

Descripción geográfica y geológica

La Sierra de La Culebra se extiende en sentido noroeste-sureste por el noroccidente de la provincia de Zamora, abarcando las comarcas naturales de Sanabria, Carballeda y Aliste.

Su red hidrográfica la constituyen el Tera y sus afluentes, el Valdalla, Aliste o el Castrón, todos ellos ostentadores de unas aguas de calidad aún aceptable, dada la escasa densidad poblacional de la zona inferior a los 10 hab. /km2. Sus picos más elevados son Peña Mira (1.243 m) y el Pico Campanario (1.020 m).

En cuanto a la geología, la zona está dominada por pizarras arenosas, arcillosas y ferruginosas que forman “changas” como transición hacia los macizos galaico-leoneses. Entre ellas se destacan los relieves cuarcíticos de las cresterías de la Sierra de la Culebra. Son estructuras que sufrieron la influencia del gran plegamiento hercínico y que pertenecen al arco gallego.

La Sierra de la Culebra forma parte de la Red Natura 2000 como LIC. Además, la región sureste fue declarada Reserva Nacional de Caza en 1973 por el antiguo Icona y al noroeste, en los faldones del macizo del Moncalvo (2.045 m), toma contacto con el Parque Natural del Lago de Sanabria (creado en 1978, aunque protegido ya desde 1946, cuando se declaró al lago Sitio Natural de Interés Nacional).

El clima y los ecosistemas

El clima es de transición entre el mediterráneo y el atlántico, de manera que la disposición en umbrías y solanas, y la orientación de los valles determinan la dominancia de uno de estos dos tipos climáticos. En las zonas más altas, la altitud conserva aún, acantonadas en los pisos alpinos, especies relictas conservadas desde la última glaciación, tales como Ranunculus parnassifolius ssp. cabrerensis o Armeria bigerrensis.

Esta glaciación, además de excavar los valles del Tera o la cuenca del propio Lago de Sanabria, fue excavando innumerables cubetas de menores dimensiones que la del lago, las cuales fueron rellenándose de sedimentos y de musgos del género Sphagnum, dando lugar a unas interesantes formaciones vegetales, las turberas. En las turberas las masas de musgos pueden alcanzar varios metros, y retienen el agua como esponjas, cediéndola poco a poco a lo largo del verano, contribuyendo al mantenimiento del escaso caudal de los arroyos durante el largo estiaje.

Bajando al piso montano, encontramos un extenso brezal-piornal. Hasta principios del siglo XX el régimen comunal de cultivos, el aprovechamiento de pastos y leñas y las sucesivas “rozas” reducían la penuria económica de la comarca y junto con los incendios forestales para la creación de pastos, el pastoreo abusivo y el aprovechamiento de maderas y leñas han sustituido los bosques originarios por un brezal-piornal con especies como Cytisus scoparius, Genista florida, Erica umbellata, Erica australis, etc. Para finalizar, en las vaguadas y zonas bajas aparecen prados de siega con predominio de leguminosas y gramíneas (Trifolium repens, Dactylis glomerata).

Ante esta situación, se inician a partir de 1945 las primeras repoblaciones forestales. Si bien las repoblaciones son necesarias en este espacio fuertemente erosionado, éstas se han realizado a base de cultivos de coníferas, principalmente Pinus pinaster y P. sylvestris. Nada que ver tienen, por tanto, estas formaciones con los bosques climácicos que corresponden a la zona según su climatología, latitud y naturaleza de sustrato. El bosque por excelencia de la Sierra de la Culebra fue en tiempos un extenso melojar de Quercus pyrenaica que en Zamora se denomina rebolleda a pesar de no estar formado por el roble rebollo (Q. robur).

Tras la cuna del lobo

El “azote del páramo”, el “gran matador”, son nombres que desde que el hombre es hombre han acrecentado la leyenda negra del lobo (Canis lupus signatus), no ya como una alimaña más, sino como un competidor natural que desde el paleolítico jugó con nuestra especie al eterno juego de la vida y de la muerte, “comer y no ser comido”.

Pero hace muchos años que el lobo no compite con el hombre en igualdad de condiciones. Las modernas tecnologías aplicadas a los usos ganaderos; el uso masivo e indiscriminado de lazos, cepos y venenos a partir de 1950; las subastas, batidas y aguardos legales e ilegales, han conducido a la especie a recogerse en los más deshabitados montes y parameras castellanos, donde, a pesar de los pesares, parece que la especie está recuperándose como consecuencia de la proliferación –especialmente en los montes– de todo tipo de especies de caza mayor, de las políticas de repoblación forestal, de su exclusión de la lista de alimañas y, cómo no, por su impresionante adaptación al medio y su notable capacidad prolífica.

De los 2.000 lobos que se estima aún quedan en España, unos 1.500 viven en Castilla-León, formando unos 159 grupos reproductores. Y en la Sierra de la Culebra podemos decir sin miedo a equivocarnos que gozamos de una de las densidades más altas del mundo, con hasta 5-7 lobos/100 km2 –en Alaska, Estado lobero por excelencia, no se supera la cifra de 3-4– lo que sirve para dispersar la especie hacia el sur.

Al menos unos 200 lobos mueren en España cada temporada de forma legal o ilegal. Tanto en Portugal como en España, al sur del Duero el lobo está protegido por la UE como “en peligro de extinción”. Pero al norte del Duero, el lobo se puede cazar, con autorizaciones que, sobre todo, otorga la propia Junta. Según los datos oficiales mostrados por uno de los mayores especialistas de la especie en Europa, Luis Mariano Barrientos, entre 1995 y 2003 se han abatido al menos 256 lobos, 93 de ellos en Zamora y especialmente en la Reserva Nacional de Caza de la Sierra de la Culebra.

No obstante, la Junta de Castilla y León no sólo no tiende a controlar la especie con criterios técnicos, así como los daños que pudiera producir sobre las cabañas ganaderas mediante indemnizaciones directas, sino que –contraviniendo las directivas europeas– ha autorizado batidas al sur del Duero, donde la especie está protegida.

Cuando se sabe que por matar un lobo “medalla de oro” se pagan hasta 6.000 euros, se empiezan a entender ciertas cosas, máxime cuando el dinero recaudado no se emplea en apoyo a los ganaderos afectados por la expansión de la especie. También hay quien no aguarda siquiera a la autorización para liarse a tiros. Según Barrientos, cada año se eliminan no menos de 150 individuos de forma ilegal.

Contra esta actitud, nos parece que la solución pasa irremisiblemente por contentar a cazadores y a conservacionistas, por establecer unos criterios y modelos de gestión y una metodología de seguimiento de la especie que nos permita anticiparnos a su evolución demográfica, para poder gestionarla de forma sostenible sin que esto repercuta negativamente sobre los aprovechamientos ganaderos de las comarcas loberas; todo ello sin pasar por alto las medidas compensatorias (pago directo de ovejas, subvención para la adquisición de mastines, construcción de rediles adecuados) a que hubiere lugar según el peritaje de los daños ocasionados.

Por lo demás, no debemos obviar la presencia en toda la sierra de otras especies de mamíferos como el ciervo, el corzo, el jabalí, el tejón, la jineta, la nutria o el gato montés, junto a aves como el águila real, el buitre leonado y multitud de especies de pequeños paseriformes típicos de las zonas montaraces (currucas, acentores, páridos, etc.) y ribereñas (lavanderas, bisbitas…).

En el apartado de anfibios y reptiles encontramos a la rana patilarga, el sapo partero, el lución, la lagartija de Bocage, el lagarto verdinegro y la víbora de Seoane en las zonas de influencia oceánica. Sin embargo, en los enclaves microclimáticos mediterráneos el gallipato, el sapo de espuelas, el sapo partero ibérico, la lagartija colilarga y la culebra bastarda sustituyen a los anteriores.

¿Dónde ir, qué ver?

Si bien hemos identificado la Sierra de la Culebra como una de las cunas del lobo en la Península Ibérica, como construcción llamativa de la Sierra podemos acercarnos a lo que fue la tumba de muchos desventurados ejemplares lobunos, al llamado “Curro dos Lobos”, ubicado en la localidad de Barbacoja. El itinerario recorre el camino de “La Sirga”, hasta llegar al curro, que es una trampa preparada para capturar al depredador. Se trata de un recinto cuyo suelo interior está más bajo que el suelo perimetral externo, de modo que cuando el lobo salta al interior, es incapaz de salir al no poder salvar tanta distancia de un salto. En el invierno más crudo, cuando la nieve todo lo cubría, los vecinos (encargados por ordenanza municipal de mantener y cebar el curro) encerraban una cabra o una oveja. Una vez dentro se esperaba la entrada del lobo y luego se le mataba desde fuera. Una vez capturado se le exhibía por los pueblos, arrastrado por una caballería, pidiendo por sus calles, encarnizando el odio ancestral en los niños, sacándole la piel al diablo para hundirnos un poco más en nuestra folklórica incultura, que no debería serlo si la hubiéramos enterrado, junto a nuestro más oscuro pasado medieval, para verla en la distancia como algo superado en pro de la conservación de tan singular especie.

Para acercarnos al lugar, basta con preguntar en Barbacoja y cualquier paisano nos indicará el camino sin problemas.