El sindicalismo debe estar dispuesto a promover una alternativa global hacia una sociedad poscapitalista.

Armando Ojanguren Flores, Mario Galán Sanz y José Luis Carretero Miramar (Solidaridad Obrera). Revista El Ecologista nº 80.

¿Cuál puede ser la estrategia sindical adecuada ante la perspectiva de la crisis ecológica y de los cuidados? ¿Cuál ha de ser la línea de actuación y la textura del discurso a defender ante una clase trabajadora precarizada en el marco de fenómenos como el pico del petróleo, el cambio climático o la irrupción de los límites del crecimiento sin fin de la producción material en que ha consistido la civilización capitalista? Son retos a los que tiene que dar respuesta el sindicalismo.

¿Crisis? Según un informe del Tesoro español enviado a los inversores internacionales en los últimos meses de 2013, los recortes presupuestarios de dicho año han superado los 15.000 millones de euros, con un desplome de los servicios públicos expresado, por ejemplo, en la pérdida en los últimos tiempos de 400.000 empleos en la Administración. Ello, además, en una estructura productiva en la que el número de contratos de trabajo indefinidos firmados ha disminuido de enero a noviembre un 22,5%, o en la que la remuneración por hora trabajada, que en su momento más alto no superó el 75% de la media de la zona euro, se encuentra ahora en el 71% y bajando.

Los efectos sociales de este drama perfectamente previsible y ahondado por las medidas neoliberales de la Troika se han cebado en los más débiles: por ejemplo, el presupuesto español dedicado a políticas de igualdad de género ha descendido un 56% desde 2008, en un momento en que la brecha salarial entre hombres y mujeres supera holgadamente el 17% y en que, sospechosamente, disminuye el número de denuncias por maltrato al tiempo que se desmoronan los sistemas de solidaridad pública destinados a los cuidados de personas dependientes o crecen el número de hogares en situación de pobreza energética.

El mundo laboral se convierte en el escenario de una auténtica revolución en los modos de gestión de la fuerza de trabajo, con la profundización y aceleración de los procesos previos de descentralización productiva y flexibilización de la relación asalariada (tanto en cuanto a la entrada y la salida, como en torno a las condiciones de trabajo). Las reformas laborales implementadas permiten la modificación unilateral de prácticamente todas las cláusulas del contrato de trabajo, así como colocan al asalariado ante una situación de facto en la que difícilmente puede hacer valer sus menguantes derechos, sometido a un marasmo de formas precarizadas de empleo (temporal, a tiempo parcial, por ETT, como falso autónomo, becario, en prácticas, etc.) y a la siempre presente amenaza del paro y del despido fulminante y cicateramente pagado.

El sindicalismo en un cruce de caminos

La situación del sindicalismo se ve también afectada por este maremágnum: la reforma de la negociación colectiva, que ha priorizado los convenios de empresa sobre los de sector y ha abierto la esclusa de los llamados convenios dinámicos, en negociación permanente, dinamitando también el mecanismo de la ultraactividad; las crecientes amenazas de limitación del derecho de huelga, ante las pocas confrontaciones victoriosas para los trabajadores, como la reciente de la limpieza urbana de Madrid; y el descrédito generalizado de los sindicatos mayoritarios, atenazados por casos recurrentes de corrupción; así como la falta de adaptación de muchas estructuras sindicales a la nueva realidad de la precariedad y la fragmentación de la clase trabajadora provocada por décadas de post-fordismo; llevan a una auténtico cruce de caminos al sindicalismo, que le impone una urgente adaptación a un escenario mucho más duro y exigente, profundamente transformado.

El modelo que, en definitiva, buscan las clases dirigentes con todas estas reformas y modificaciones legales, es el de la mayoría de los llamados países emergentes: trabajo abaratado, libertad inmisericorde para los capitales, autoritarismo político, conservadurismo social e irresponsabilidad medioambiental, poniendo los recursos naturales al servicio de los circuitos de valorización del capital transnacional, sin preocupación alguna por las consecuencias a futuro.

Pero las alternativas que, a este desbarajuste, dibuja la mayor parte de la izquierda social, son también problemáticas: el gasto público y la equidad fiscal, orientados a un estímulo keynesiano de la economía que permita el inicio de un nuevo ciclo de acumulación y crecimiento que posibilite restablecer y aún generalizar el globalmente maltrecho Estado de Bienestar y la perdida sociedad de consumo. Una estrategia que muestra límites propiamente económicos (la amplitud de las contradicciones internas de un sistema en el que la actividad financiera ha permeado totalmente los ámbitos supuestamente sanos y productivos), político-culturales (el autoritarismo cada vez más generalizado, como expresión de una clase dirigente ufana de su poder) y, sobre todo, ecológicos y medioambientales.

Estos límites ambientales, por supuesto, nos interpelan a todos, y, también, muy específicamente, al sindicalismo, ¿Cuál puede ser la estrategia sindical adecuada ante la perspectiva de la crisis ecológica y de los cuidados? ¿Cuál ha de ser la línea de actuación y la textura del discurso a defender ante una clase trabajadora precarizada en el marco de fenómenos como el pico del petróleo, el cambio climático o la irrupción de los límites del crecimiento sin fin de la producción material en que ha consistido la civilización capitalista?

La devastación creciente de las fuentes de la vida, el agotamiento de los recursos naturales, junto al estadio de crisis socioeconómica continua que hemos alcanzado, han de empujar a las organizaciones sociales, y también, por tanto, a las sindicales, a entender que un nuevo gran ciclo de crecimiento del PIB, capaz de fundamentar un pacto entre clases sustentado, como ocurrió en los treinta gloriosos, en el consumo de masas, la expansión de la actividad estatal y la política económica del desarrollo, es inviable a medio plazo. Y que, por tanto, se impone una salida distinta, que no es otra que el inicio de un proceso de transición colectiva a una sociedad poscapitalista.

Alternativa global

En ese camino de transición, resulta indispensable contar con un sindicalismo dispuesto a levantar y apoyar una alternativa global al actual desbarajuste. Dispuesto, por tanto, a superar la mera negociación de mejoras salariales para empezar a discutir las modalidades y finalidades de la misma vida productiva.

Se trata de construir y defender, en los centros de trabajo, una alternativa global basada en la más profunda democracia económica que permita poner socialmente en cuestión, y decidir colectivamente, dónde y cómo crecer o decrecer, cómo retribuir el trabajo productivo y cómo favorecer y repartir los trabajos de reproducción y cuidado necesarios para la vida social, o cómo solventar las brechas salariales y de condiciones de trabajo (pero no solo) entre géneros y entre los pueblos del Centro y la Periferia del sistema global.

Una transición de este tipo, basada en mecanismos de construcción de una economía de lo local y lo comarcal y de la soberanía alimentaria; en el fomento de las actividades de cuidado y de densificación social y cultural frente a la producción masiva de cachivaches sin utilidad en que consiste nuestro mundo; en formas varias de autogestión productiva y democracia directa, para garantizar la dimensión colectivamente pactada de las modalidades del necesario decrecimiento; abriría la puerta para la creación de empleo ecológicamente sostenible, socialmente necesario, y transformado para purgarlo de sus elementos de explotación y alienación.

Medidas para empezar ya

Por supuesto, este sería un camino que no puede recorrerse en una sola jornada, pero que precisa, desde ya, pasos decididos para la puesta en marcha. Frente a las dificultades, que son muchas (y la de la inercia del propio sindicalismo al respecto no es la menor, junto a la pasividad de la afiliación y el desconocimiento de muchos trabajadores respecto a los temas ecológicos, porque recordemos que un sindicato no está solo compuesto de militantes, sino de también, muchas veces, de gentes que únicamente se afilian para ver defendidos sus intereses, pero sin proceder a una actividad continuada ni a una profundización teórica), cabe empezar, desde los centros de trabajo, a recorrer este camino de construcción. Algunas medidas inmediatas y elementos de reflexión para el momento presente pueden ser presentados ya:

- La necesidad del reparto del empleo, con disminución de la jornada laboral general, sin que ello suponga un paso más en la precarización acelerada de las condiciones de vida de las poblaciones. Un trabajo con jornada disminuida respecto a la actual y que permita poner en cuestión qué actividades son realmente necesarias y social y ecológicamente sostenibles, pero sobre la base de evitar la exclusión y la irrupción del fenómeno de los working poors (asalariados que, pese a tener empleo, viven en la miseria).

- Un amplia discusión social sobre los modos de gestión de los bienes comunes y los servicios públicos, que permita generar una textura de lo común compartido y socializado, más allá de la simple planificación estatal-burocrática, que ya demostró sus límites, y del saqueo de las privatizaciones. Construcción de un ámbito de lo común, bajo gestión directa de ciudadanos y trabajadores mediante mecanismos ambientalmente sostenibles y democráticos, para garantizar servicios básicos y estratégicos y el fin de la exclusión social.

- Problematización de la necesidad de la sociedad de consumo y del concepto de abundancia y de riqueza. La sostenibilidad ecológica de la vida es incompatible con niveles siempre crecientes de producción de bienes materiales, muchos de los cuales no necesitamos para nada y son socialmente dañinos o superfluos. La mejora en las condiciones de vida y de trabajo, incluyendo las posibilidades de acceder a cuidados y a amplitud relacional y cultural, pueden ser más necesarias, en este momento, que los múltiples juguetitos que se esconden tras los escaparates atestados de nuestras ciudades, a los que, por otra parte, la clase trabajadora cada vez puede acceder menos.

- Una discusión amplia y fundamentada sobre los niveles y dinámicas de una nueva industrialización. Una estrategia de soberanía económica se fundamenta, también, en modalidades de soberanía industrial. El problema es su encaje con los límites ecológicos generales. Sin embargo, muy probablemente, un tejido industrial local y comarcal autocentrado, sometido a criterios, mecanismos y límites democráticos de responsabilidad social, sería mucho menos contaminante y destructivo que las actuales redes transnacionales de producción, eliminando el transporte y la orientación a los circuitos globales de valorización, permitiendo otra forma de desarrollo colectivo y solventando las necesidades locales.

- Facilitar y preparar la transición energética imprescindible ante el agotamiento de los recursos fósiles, limitando el consumo y evitando el despilfarro (por ejemplo, eliminando la libertad de horarios comerciales, que provoca el cierre del comercio de barrio y la sobre-explotación de los trabajadores), y favoreciendo la emergencia de las energías renovables, de manera descentralizada y sobre la base de la autonomía local y las formas cooperativas. Impulsar el transporte público como alternativa al coche, y la soberanía económica comarcal como alternativa a las grandes redes transnacionales de distribución y de logística.

- Participar en las luchas por la defensa del territorio y de los recursos naturales, contra estrategias antiecológicas como el fracking o las grandes infraestructuras de transporte, que permiten interconectar los nodos de la economía financiera globalizada, desecando y destruyendo las economías locales y las redes de comunicación comarcales, con la consiguiente destrucción de puestos de trabajo e industrias autocentradas.

El ejemplo de Metro, Madrid

Son propuestas que se hacen, pero que queremos aderezar también con las prácticas concretas que se desarrollan en una empresa pública como es Metro de Madrid, por parte de la fuerza sindical a la que pertenecemos:

- Hablar de salud laboral, por supuesto. Poner por delante la salud y la vida de las personas que trabajan en dicha empresa, y de las que utilizan el transporte público en una metrópoli global como Madrid. Esto nos ha llevado tradicionalmente a priorizar la presencia en las comisiones de salud laboral combinándola con la presencia en el tajo día a día. Se debe avanzar en ese camino, enfatizando el lema de que la salud y la vida de los trabajadores es lo primero: evitar la gestión-presión de las mutuas, mantener el salario desde el primer día de enfermad, bajar los ritmos de trabajo…

- Defender y fortalecer el papel de una empresa de transporte público como Metro. Pero ir también más allá: conseguir avanzar en la gestión común de los bienes públicos. Buscar fórmulas para que la sociedad tenga capacidad de decisión sobre su movilidad. Podemos poner como ejemplo nuestra participación desde sus inicios en la plataforma Madrid en Transporte Público, que nace con la idea de resistir el continuo proceso privatizador y de recortes y también de hacer propuestas destinadas a conseguir una movilidad ciudadana más responsable y accesible social, económica y ambientalmente hablando.

Tradicionalmente Solidaridad Obrera ha basado su esfuerzo reivindicativo en demandas laborales (puestos de trabajo, condiciones económicas lineales, etc.), pero también sociales: permisos o vacaciones, por ejemplo. Quizá ha llegado el momento de enriquecer la negociación colectiva pensando en un nuevo tipo de tabla reivindicativa que ponga en el centro la vida con mayúsculas y no solo lo económico. Priorizar las reducciones de jornada, las vacaciones, las excedencias, las políticas de igualdad, la salud laboral… Hacer visible el mundo de los cuidados, del trabajo doméstico, de la reproducción social. Todo ello sería una buena forma de avanzar en una transición decidida hacia otro modelo de convivencia y hacia otra arquitectura colectiva.

Nuestro actual sistema, inmerso en un profundo proceso de descomposición que le lleva a enfrentarse a los límites ecológicos de reproducción de la vida y a empobrecer y someter a la miseria a masas cada vez mayores de trabajadores y trabajadoras, va a mutar radicalmente en este siglo. Las modalidades y velocidades de esa transformación están en cuestión en estos momentos. La arquitectura del mundo futuro que nos espera se decide en los cuentos que contamos a nuestros hijos, en el destino que damos a nuestro dinero, en los riesgos que asumimos en nuestros trabajos, en los anhelos de las multitudes que, una y otra vez, vuelven a las calles, en la fuerza de nuestras movilizaciones y en la insistencia de nuestros sueños.