Entrevista a Jean Pierre Garnier, urbanista.

Mariola Olcina Alvarado. Redacción. Revista Ecologista nº 93.

Con aspecto desaguisado y luciendo una camiseta donde rinde tributo al geógrafo Neil Smith, llega Jean Pierre Garnier (1940) a esta entrevista. Al principio parece tímido y distante, pero ya en la primera pregunta infunde toda su pasión y dedica unos 45 minutos a contestarla. Lleno de matices y experiencia, su maduro pensamiento se vertebra en torno a la idea de que en lo urbano se está produciendo una silenciosa lucha de clases.

El sociólogo francés estudió Ciencias Políticas, pero su buena escritura le llevó a introducirse en el Instituto de Urbanismo de la región de París. Le dieron un montón de mapas y escritos técnicos de arquitectos y le pusieron a redactar planes urbanísticos. “En cuatro meses aprendí lo esencial del urbanismo”, dice sonriente. “En esos años, yo estaba comprometido políticamente en la organización trotskista Juventud Comunista Revolucionaria; así que por las mañanas estaba redactando el Plan Director de la región de París y por la noche, pegando carteles de protesta por las calles”, recuerda orgulloso. Fue en esos tres años cuando se dio cuenta de cómo los intelectuales al servicio de la política son el instrumento de la burguesía para ejercer su poder.

Socialismo urbano

Esa contradicción le llevó a Cuba en 1967: “Llegué como militante y acabé haciendo el Plan Director de La Habana con criterios de socialismo urbano porque ellos buscaban un modelo de organización espacial más democrático”. Desde los comienzos de su carrera, es notable la influencia del geógrafo marxista Henri Lefebvre y, especialmente en Cuba, trató de poner en práctica la idea de ciudad lefebrviana: la mezcla de las funciones y el rechazo de la división funcional del espacio en zonas separadas y especializadas, la promoción de la centralidad urbana en barrios periféricos, la integración de equipamientos sociales y viviendas y, sobre todo, mucho espacio para la vida lúdica.

“Le presenté a todos los directivos la primera versión del Plan y entre ellos estaba Fidel Castro, que me dijo mientras caminaba: “Este plan es muy interesante pero hay un problema; no veo cómo se puede contribuir a aumentar la producción y hacer más eficiente la industria y las actividades de La Habana porque usted da prioridad a la dimensión lúdica y… no estamos aquí para jugar”, cuenta risueño.

Jean Pierre Garnier. Foto Javier Martín.

Fue entonces cuando empezó a hacer críticas al régimen: “Al final fui encarcelado cinco días por espionaje y propaganda contrarrevolucionaria cuando lo único que hice fue explicar por qué Cuba no era socialista”. Con interrogatorios día y noche, él no desaprovechaba ni un momento para discutir cordialmente con los oficiales sobre cuáles eran los criterios de un urbanismo socialista y se mantenía en su opinión de que el régimen castrista no era socialista en su urbanismo. Y así fue dando forma a su primera tesis publicada en 1973 bajo el título: Una ciudad y una revolución. De lo urbano a lo político. Análisis de la política urbana de Cuba en La Habana. Tras contarnos sus ‘batallitas’ en la isla, retomamos el pensamiento lefebvriano.

El derecho a la ciudad

“Es el derecho de las clases populares a intervenir directamente en la concepción y la planificación urbana”, recita con convicción. Sin embargo, este concepto, en un momento dado, fue tomado como lema político y desvirtuado del significado lefebvriano original: “adquirió el sentido de que todo el mundo tenía derecho de acceso a la centralidad urbana, a suprimir la diferencia entre centro y periferia construyendo vivienda social en el centro o creando una nueva centralidad en la periferia”.

¿Por qué está en peligro este derecho?

“Digamos que todos los intereses están alineados para que las clases populares no tengan acceso a la configuración del espacio urbano en el que viven. Banqueros, especuladores, comerciantes, tecnócratas, incluso, los propios urbanistas que son subordinados de la burguesía, son los que hacen la ciudad. No es la clase dirigente, sino la pequeña burguesía intelectual la que planifica y trabajan al servicio de los de arriba y si reconfiguran los espacios públicos es para aumentar la plusvalía de los inmuebles o para atraer a turistas o para pacificar el espacio público y que no sea ocupado por gente que consideran que sobra”.

Pero, ¿quién es la pequeña burguesía intelectual?

“Pues, somos tú y yo”, responde Garnier. En su segunda tesis elaborada con su colega Denis Goldschmidt, demostraban que la burguesía tradicional — en términos marxistas— había utilizado a la pequeña burguesía intelectual como aliada para renovar la política urbana dándole la responsabilidad de la gestión de la ciudad. Es decir, le añaden el matiz del capital intelectual acumulado por la burguesía.

Esa clase es dominada y dominante a la vez: “No puede reconocerse en su papel real porque no le gusta. Como decía Pierre Bourdie: Somos agentes dominados de la dominación. Y nuestra función es contribuir a la reproducción desde el punto de vista del control del pueblo, de las reformas del capitalismo, de la recuperación de ideas progresistas… Lefebvre también hablaba de cómo la burguesía llega a permitir a los intelectuales que se encierren en guetos universitarios donde pueden criticar todo: el capitalismo, el marxismo… pero eso no tiene consecuencia práctica para la gente porque se encierran en su mundo”, reflexiona en voz alta, y concluye: “El Estado es un instrumento en manos de la clase dominante… y para transformar el sistema capitalista hay que derrocar a esa clase”.

Para Jean Pierre Garnier, sigue habiendo una lucha de clases y la ofensiva sigue viniendo del lado de la clase dominante, en forma de pequeño burgués. Además, esta disputa se refleja en el espacio y ahora, tiene lugar en la ciudad…

Gentrificación, turistificación y otros síntomas de un urbanismo capitalista

“El término gentrificación es erróneo. Lo sustituyo por despoblamiento: porque refleja el punto de vista de los de abajo, de los que se van, porque este fenómeno expulsa gente de los barrios populares y dispersa la ciudad”, explica y añade: “Por supuesto, eso impacta negativamente al medioambiente”, dice con los ojos bien abiertos como dirigiéndose a las personas que leen la revista Ecologista. “Un desarrollo urbano sostenible pasa por hacer que una ciudad sea compacta. La expansión ilimitada implica la desaparición de tierras agrícolas, el alejamiento y la necesidad de transporte motorizado aumenta la polución y fragmenta el espacio, con la consiguiente desaparición de los bosques, a veces sustituidos por parques y jardines”, dice, a pesar de que le salen sarpullidos cada vez que pronuncia juntas las palabras desarrollo y sostenible: “Sólo sirve para sostener el capitalismo y todas las medidas que retrasan la catástrofe. Hablar de desarrollo sostenible es como decir: contaminemos menos para contaminar más tiempo”.

Actualmente, se da un doble fenómeno: “la expansión ilimitada por la expulsión de la clase popular y de las actividades consideradas prescindibles -aunque no lo son, como el tratamiento de la basura-, y por otro, una alta densificación de funciones de decisión y de turismo en el centro de la ciudad”.

Pero la situación es más compleja y la causa del problema no es que la gente alquile sus casas para compensar la falta de ingresos por el desempleo o la precariedad y abandone el centro, sino que “no se puede hablar de gentrificación o turistificación sin hablar de metropolización”. Hay varias fases de desarrollo capitalista y en cada una, la inscripción espacial es distinta: “la metropolización es típica de la fase de transnacionalización del capital donde las fronteras tienen un papel subordinado y lo importante son los polos urbanos donde se concentran los centros de mando del capitalismo internacional”, explica.

“Esas regiones urbanas, llamadas metrópolis, forman una red de centros de acumulación de capital de forma que la metropolización ya no es solo un concepto geográfico, sino que ahora es un concepto político y significa polarización social y de decisión en todo el planeta”, concluye.

Si pudieras reconvertir una ciudad, ¿por dónde empezarías?

Le daría el poder a la mayoría popular. Impulsaría un proceso de reapropiación popular para apoderarse de los instrumentos y utilizarlos de otra forma” porque, tal y como está concebido el urbanismo en nuestra sociedad, “contribuye a hacer la ciudad un espacio económicamente controlado por el capital, socialmente dominado por la burguesía y políticamente regido por el Estado.

Al final, toda la conversación está impregnada de la solución: Destruir el sistema capitalista y reemplazarlo por otro que todavía nadie sabe cuál va a ser. Sin embargo, hay una crítica: olvida el tiempo, según analiza Rosa Tello, geógrafa de la Universitat de Barcelona, en su libro “Jean Pierre Garnier, un sociólogo urbano a contracorriente” (Icaria, 2017). Ella, que le conoce bien, concluye el texto con esa crítica: luchar y organizarse requiere tiempo y “el tiempo social disponible de las clases trabajadoras está secuestrado por la organización económica capitalista”, dice textualmente.

A propósito del factor tiempo… nos despedimos después de compartir unas dos horas de conversación y es que Jean Pierre es un río incesante de ideas. Lo inspirador es que esas ideas le llevan a practicar un activismo incansable a sus 77 años: “No soy un revolucionario de palabra que luego en la práctica no hace nada”, dice. Así lo muestra la foto de una manifestación contra el proyecto del Grand París en 2015 que amenazaba las últimas tierras agrícolas de la región Ile-de-France, donde aparece él en primera línea disfrazado de pájaro.