A los amantes del tren se nos suele considerar unos románticos llenos de nostalgia por los tiempos dorados en que podías viajar por Europa en tren con el Inter-rail o recorrer la Península en los trenes nocturnos que te permitían irte a dormir en una ciudad y amanecer en otra a cientos de kilómetros de distancia. Hoy los nocturnos han desaparecido en nuestro país, un paso más en el proceso de desmantelamiento en el que han estado embarcados los sucesivos gobiernos de los últimos treinta años. Una muerte lenta, marcada por el cierre de líneas y estaciones, la bajada de las frecuencias, el aumento de los tiempos de viaje, las constantes averías y retrasos, la pérdida de empleos, la falta de mantenimiento y las escasas y menguantes inversiones. Antes de final de año el gobierno establecerá las nuevas “obligaciones de servicio ferroviario”, aquellas líneas que continuarán abiertas y recibirán la dotación económica necesaria para su funcionamiento, ¿cuántos servicios se perderán en esta ocasión por su falta de “rentabilidad”?

La agonía del ferrocarril se inicia al finalizar la crisis económica de los años ochenta, cuando los planes para su modernización y mejora fueron metidos en un cajón del que no han vuelto a salir, para construir el primer AVE Madrid-Sevilla. Y se produce a la vez que nuestra movilidad se dispara, alentada por la mayor inversión en infraestructuras de transporte de toda la Historia y de todos los países europeos, a los que hemos adelantado en kilómetros de autopistas y autovías, en el número de aeropuertos y en vías de AVE. Precisamente los modos más caros, menos eficientes y de mayor impacto ambiental; mientras el tren, convertido en el patito feo del transporte del nuevo siglo, cae en picado, llegando a transportar sólo el 3,5 % de los viajeros y el 2,5 % de las mercancías.

Este desbocado crecimiento del transporte motorizado es uno de los principales agentes del calentamiento global provocado por la quema de combustibles fósiles y sus crecientes emisiones de CO2 a la atmósfera, el problema ambiental más grave al que nos enfrentamos y que cambiará las condiciones de vida en la Tierra hasta tal punto que hay científicos que consideran que ya hemos entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno, marcada por las destructivas acciones humanas sobre la vida en nuestro planeta.

Los cambios necesarios para hacerle frente son urgentes. Y bastante complicados para un sector, como el transporte, cuya dependencia del petróleo es abrumadora. El 92 % del mismo se mueve gracias al petróleo a la vez que el 76 % del petróleo que llega a España se destina al sector transporte. Es una dependencia cruzada, que explica que este sector contribuya en un porcentaje cercano al 40 % a las emisiones de CO2. Hay que reducir necesidades de transporte motorizado e iniciar el trasvase hacia los modos más eficientes. Sin embargo, no hay ninguna medida en la agenda gubernamental para disminuir tan pesada carga, que es tanto ambiental como económica.

Y es en este contexto donde tiene cabida el tren como una necesidad del presente y una apuesta imprescindible de futuro por sus indudables ventajas comparativas sobre otros medios de transporte.

La primera de ellas es su mayor eficiencia energética tanto para trasportar personas como mercancías, una vez y media mayor que el automóvil y tres veces mayor que el camión; lo que unido a su menor dependencia del petróleo, al estar en gran parte electrificado, le convierte en una alternativa válida para reducir emisiones de CO2.

Esta característica está relacionada con su gran capacidad de transporte. Una vía doble de ferrocarril tiene la misma capacidad que una autopista de 16 carriles. Eso lo convierte en el mejor candidato para ser la columna vertebral de un sistema integrado y multimodal de transporte.

Por otra parte, dispone de una extensa red de más de 16.000 km, con estaciones en un gran número de ciudades y pueblos, por lo que es un medio idóneo para vertebrar el territorio. Las vías y estaciones ya están construidas, sólo hay que mejorarlas, desdoblar donde sea necesario, mejorar el servicio y combinar con una buena red de autobuses. Vías que permiten tanto la circulación de viajeros como de mercancías.

Todo ello resulta mucho más barato, eficiente y de mayor utilidad social que la construcción de nuevas vías de alta velocidad exclusivas para viajeros, que sólo comunican los grandes núcleos de población y que dejan sin servicio a la mayor parte del territorio por el circulan. Después de 30 años de inversiones millonarias con un gasto energético cinco veces mayor al de una vía convencional, los trenes de alta velocidad transportan menos de 23.000 viajeros/día frente a los dos millones que se mueven diariamente en cercanías y regionales.

Tampoco son despreciables sus ventajas sociales en relación con la carretera, siendo una de las más importantes su seguridad. El tren puede conseguir los 160 km/h sin aumentar significativamente su consumo energético y sin merma de la seguridad. La accesibilidad y la comodidad del viaje es otro de sus valores más apreciados por los viajeros, así como la posibilidad de realizar otras actividades durante el viaje. Por último y no menos importante, el tren, al ser un transporte colectivo, es más barato tanto para las personas como para la sociedad en su conjunto, a la vez que genera más puestos de trabajo. En definitiva, se trata de aplicar el principio de “eficiencia” que impera en todos los seres vivos: “conseguir más con menos”.

Ya hay una ciudadanía activa organizada en Plataformas en defensa del tren, que se extienden por todo el país, que no cree en el mito del AVE y exige un tren al servicio de sus necesidades. Han creado una coordinadora estatal y organizado una semana de lucha del 13 al 19 de noviembre por un tren público y social. Los representantes políticos y el gobierno deben escuchar su voz y actuar en consecuencia.

Elena Diaz Casero, Ecologistas en Acción