Diversas infecciones de nueva aparición están diezmando muchas poblaciones.

Jaime Bosch, Museo Nacional de Ciencias Naturales, CSIC. Revista El Ecologista nº 37.

Dentro de la crisis general de la biodiversidad, la situación de los anfibios supone un caso especialmente preocupante. Muchas poblaciones de anfibios están disminuyendo de forma dramática en áreas de todo el Planeta, pero, a diferencia de lo que ocurre en otros grupos, este efecto es aún más evidente en áreas bien conservadas. Algunas enfermedades de reciente aparición, quizá ocasionadas por la introducción de especies, explican en parte esta alarmante situación.

Hasta hace muy pocos años, parecía que las terribles epidemias que diezmaron la población humana en el pasado, como la peste o la viruela, eran viejos problemas ya superados. Sin embargo, el SIDA primero, el ébola después, y muy recientemente el síndrome respiratorio agudo, nos han recordado fatídicamente que aún resulta muy difícil controlar las enfermedades epidémicas. La paradoja de que precisamente ahora, que disponemos de potentes medios materiales y avanzadas tecnologías, resulta casi más difícil controlar estas enfermedades, se relaciona con la idea de “aldea global”. Así, la gran rapidez y facilidad con la que se desplazan personas y mercancías entre zonas remotas del mundo, hace extremadamente difícil impedir que un agente infeccioso se propague libremente.

Pues bien, si pensamos ahora qué pasaría con agentes infecciosos desconocidos, o sin repercusión alguna para las personas o para animales de importancia económica, llegaríamos a la conclusión de que estos agentes infecciosos podrían propagarse por todo el mundo fácilmente usando nuestros medios de transporte o incluso a nosotros mismos.

El carácter global del declive de los anfibios es un hecho ya aceptado por todos los investigadores del mundo. Sin embargo, aún no existe un consenso general sobre las causas de este declive. Lo que sabemos con seguridad es que el declive se está produciendo por múltiples causas, y que muchas de ellas muestran un efecto sinérgico que hace que la situación sea dramática.

Dentro de los múltiples problemas que afectan a los anfibios hay muchos que son fácilmente constatables, y por tanto bien conocidos por todos los que se preocupan por el medio ambiente. La pérdida de hábitat o la introducción de especies, por ejemplo, son problemas evidentes y, en teoría, contra los cuales es posible luchar. Sin embargo, desgraciadamente, en los últimos años la aparición de enfermedades emergentes específicas se está revelando como una de las amenazas más importantes para los anfibios de todo el mundo. Las enfermedades emergentes, tan de actualidad en los últimos años, se definen como enfermedades de reciente aparición o cuya incidencia o rango geográfico ha aumentado drásticamente.

Virus, bacterias y hongos

Hasta hace pocos años la única enfermedad que parecía afectar a los anfibios en condiciones naturales era la conocida como “pata roja” (o red-leg; fig.1 ). Esta enfermedad provoca mortalidades en masa de adultos y larvas de anfibios, que presentan síntomas muy evidentes. Su aparición está relacionada con la proliferación anormal de la bacteria Aeromonas hydrophyla que, cuando alcanza grandes concentraciones, resulta letal para los anfibios.

Sin embargo, mucho mas enigmático es el caso de otros dos recién descubiertos patógenos específicos de anfibios. Se trata de virus y hongos específicos (de la familia de los iridovirus los primeros y del grupo de los quitridios los segundos) que afectan a los anfibios provocando su muerte, frecuentemente sin síntomas evidentes.

Estos virus que afectan a los anfibios son tremendamente resistentes y se transmiten con gran facilidad. Aparecen preferentemente en ambientes degradados, donde los anfibios deben concentrarse en grandes cantidades en pocas charcas para reproducirse. La sintomatología de la enfermedad es complicada, y mientras que muchas veces los individuos infectados mueren sin síntomas externos evidentes, otras veces se producen hemorragias locales y úlceras en la piel y, en general, agudas necrosis en órganos internos. Además, los anfibios infectados generalmente sufren infecciones bacterianas secundarias que complican el diagnóstico de la enfermedad. De hecho, muchos patólogos creen actualmente que los síntomas de “pata roja” aparecen en realidad en animales ya debilitados por estos virus. Algunos de estos virus afectan también a especies de peces, por lo que pueden introducirse en el medio mediante repoblaciones o sueltas de estos animales, los cuales son eficaces reservorios u hospedadores donde los virus pueden amplificarse con facilidad.

Sin embargo, aunque nuevos tipos de estos virus se están describiendo con gran rapidez, y su implicación en episodios de mortalidad en masa de anfibios en condiciones naturales ya se ha demostrado en muchas ocasiones, hasta la fecha no se han podido relacionar con el declive global de los anfibios.

El hongo asesino

Por el contrario, una recién descrita especie de hongo quitridio, Batrachochytrium dendrobatidis, es ya la responsable de la total extinción de poblaciones y especies de anfibios en muchas partes del mundo. El grupo de los hongos quitridios es bien conocido desde hace tiempo. Se encuentran en todo el mundo y en todos los medios, pero todos ellos son extremadamente sensibles a la contaminación, por lo que sólo están presentes en zonas bien conservadas. Hasta hace poco estos hongos sólo se conocían como parásitos de plantas, algas, protistas e invertebrados. Así, la especie que afecta a los anfibios es de reciente descripción, siendo el primer caso de hongo quitridio que afecta a un vertebrado.

Las poblaciones de anfibios afectadas por esta especie de hongo quitridio (ya conocida como “hongo asesino”) generalmente desaparecen en pocos meses, siguiendo el patrón de dispersión típico de las enfermedades infecciosas. Los adultos mueren rápidamente mientras que las larvas, que se infectan sólo en la zona bucal (su única zona queratinizada), mueren más tarde cuando la queratina (y con ella los hongos) se extiende por todo su cuerpo al completar la metamorfosis (fig. 2 y 3). Una vez que este hongo ha aparecido en una zona, puede permanecer en el medio como saprófito aunque los anfibios ya no estén presentes.

La causa última de la muerte de los animales infectados aún no se conoce con seguridad, pero sí el desarrollo de la enfermedad. Cuando las zooesporas (esporas móviles mediante flagelos) de estos hongos entran en contacto con la piel de los anfibios, éstas se fijan, y a los pocos días aparecen ya esporangios maduros que generan nuevas zooesporas. Los esporangios no tienen opérculo, por lo que la liberación de las zoosporas se produce desarrollando un tubo de descarga que perfora la piel del animal infectado (fig. 4). Así, toda la enfermedad se desarrolla en la capa superficial de la piel, y nunca en los órganos internos (fig. 5).

La quitridiomicosis apareció inicialmente hace pocos años en Australia y Centroamérica, pero está ya distribuida por todo el mundo. Por desgracia, en nuestro país se encuentra el único caso conocido en toda Europa, en el Parque Natural de Peñalara, en la Comunidad de Madrid (fig. 6). Como en todos los casos conocidos, la zona afectada no ha sufrido cambios ambientales detectables, y no todas las especies de anfibios presentes se han visto afectadas por igual. En Peñalara sólo 3 de las 10 especies presentes han sufrido un declive significativo, siendo el sapo partero común, que se encuentra al borde de la extinción en el Parque, la especie más afectada (fig. 7).

Varias alternativas podrían explicar por qué estos hongos resultan tan extraordinariamente letales para los anfibios. En primer lugar, puede ser que los hongos siempre hayan estado en contacto con los anfibios y que ahora, por alguna causa aún no establecida, los animales afectados se encuentren inmunodeprimidos y sean por tanto vulnerables al ataque de los hongos, o bien que la virulencia del hongo haya aumentado, resultando letal. Por otro lado, puede ser que los animales afectados nunca hayan estado en contacto con estos patógenos, y que éstos hayan sido introducidos recientemente en las zonas afectadas.

Hasta la fecha, todas las evidencias parecen apuntar hacia la segunda posibilidad. En primer lugar, los animales infectados con quitridios no parecen estar inmunodeprimidos, ya que no presentan infecciones secundarias, problemas reproductivos o nutricionales. Además, en los lugares donde suceden las epidemias no se ha detectado ningún tipo de alteración, aunque han sido estudiados con detalle. Por ejemplo, el incremento de radiación ultravioleta, que puede provocar estrés y graves alteraciones en los estadios iniciales de muchas especies de anfibios, no parece estar relacionado con la quitridiomicosis. Así, frecuentemente las poblaciones afectadas se localizan en bosques profundos donde los animales casi no están expuestos a la radiación. Además, casi todas las especies afectadas son nocturnas, e incluso algunas de ellas ponen los huevos bajo piedras donde los rayos solares nunca llegan. Por último, los hongos quitridios de todo el mundo presentan morfologías muy similares y son genéticamente muy próximos, lo que solamente se explicaría si el patógeno hubiese sido llevado de un sitio a otro.

Pero, ¿cómo es posible que este patógeno se haya introducido en tantos lugares del mundo? Una posible explicación pasa por la liberación en el medio de animales infectados. En efecto, en muchos países se han detectado animales infectados en los comercios de animales de compañía. Además, muchas partidas de ranas de laboratorio (género Xenopus), y también de ranas para consumo humano (Rana catesbiana), han resultado estar infectadas. De hecho, algunos investigadores piensan que la quitridiomicosis podría ser originaria de África, donde no se han producido mortalidades en masa, y que el problema comenzó cuando ejemplares infectados de Xenopus entraron en contacto con especies de anfibios que nunca habían convivido con los quitridios. Normalmente patógenos y hospedadores, tras largo tiempo en contacto, llegan a un equilibrio de forma que los primeros no llegan a ser letales para los segundos. De esta forma, los patógenos se aseguran de que sus hospedadores siempre estarán allí cuando los necesiten. Sin embargo, la gran virulencia de los quitridios en muchas especies de anfibios podría indicar que el contacto entre ambos es extremadamente reciente.

¿Qué hacer?

Una vez que empezamos a entender el problema de la quitridiomicosis, la pregunta inmediata es qué podemos hacer para evitarla. Desgraciadamente la respuesta no es muy alentadora. Hasta la fecha, los animales infectados sólo pueden ser eficazmente tratados en el laboratorio, pero no en el medio natural. Por otro lado, como en cualquier enfermedad infecciosa, lo principal es evitar que se extienda. Para ello, debemos limitar al mínimo la manipulación de ejemplares, y sobre todo impedir el movimiento no natural de anfibios entre zonas alejadas. Y por supuesto, nunca introducir ningún animal en el medio natural, ya que podría portar patógenos indeseados.

También es útil recoger animales moribundos o muertos encontrados en el campo para que sean analizados por especialistas. Además, aunque estos hongos no presentan fases resistentes a la desecación, pueden sobrevivir incluso en agua estéril o en cualquier porción de materia orgánica que conserve humedad. Por lo tanto, es altamente recomendable lavar bien en el campo cualquier objeto que haya estado en contacto con el agua (por ejemplo mangas de muestreo o botas de agua), después dejarlo secar al sol el mayor tiempo posible, y por último sumergirlo en lejía (un baño de 30 segundos es suficiente si usamos la lejía concentrada doméstica que habitualmente contiene un 4% de hipoclorito sódico).

Finalmente, la implicación de cambios ambientales como desencadenantes de la quitridiomicosis aún no puede descartarse con seguridad. Por lo tanto, y dada la gran diversidad de problemas que amenazan a los anfibios, cualquier iniciativa para proteger o facilitar la supervivencia de poblaciones de anfibios es altamente recomendable. Por ejemplo, podemos vigilar y denunciar cualquier alteración del medio natural, especialmente si la zona afectada cuenta con poblaciones de anfibios. Además podemos contribuir a la sensibilización de las personas que conocemos informándolas de la situación dramática de los anfibios, y a la vez de su importante papel en el medio natural. Por último, si disponemos de un jardín u otro espacio cerca del medio natural, podemos preparar fácilmente una charca que será rápidamente colonizada por las especies locales (pero nunca introducir ejemplares de zonas lejanas).

La supervivencia de los anfibios pasa por su momento más crítico desde que compartieron la Tierra con los dinosaurios. Si el hombre, en los pocos años que lleva sobre la Tierra, consiguiera acabar con especies que casi no han experimentado cambios desde hace millones de años, sería una señal inequívoca de que algo no marcha bien.

Mas información
- BOSCH J, MARTÍNEZ-SOLANO I, GARCÍA-PARÍS M, 2001. Evidence of a Chytrid fungus infection involved in the decline of the common midwife toad (Alytes obstetricans) in protected areas of Central Spain. Biological Conservation 97:331-337