La pregunta no es inocente y la respuesta dependerá de a quién vaya dirigida. Si es formulada a organismos internacionales como el FMI, Gobiernos de países del Norte… su respuesta será clara: los países del Sur tienen, en concepto de intereses, una deuda externa con nosotros. Por el contrario, si la pregunta se hace a quienes viven en los empobrecidos países del Sur, como los agricultores de la región colombiana de Arauca, la respuesta a esa misma pregunta encontraría otro tipo de deudores: la empresa Repsol que ha obtenido pingües beneficios a costa de desplazar a los indígenas y de destrozar la naturaleza de esta región.

Diferentes deudas y diferentes acreedores. Unas más sonadas que otras. La menos conocida: la deuda ecológica. Ésta se puede definir como la deuda contraída por los países enriquecidos (o por multinacionales, a las que también se les puede aplicar el concepto) a consecuencia del expolio continuo de los recursos naturales de los países empobrecidos, de un intercambio comercial desigual y del aprovechamiento casi exclusivo del espacio ambiental global como sumidero de sus residuos. Un ejemplo paradigmático es el denominado Cambio Climático que, siendo un fenómeno generado en su mayoría por los países ricos, se sufre a escala global. Pero se podrían encontrar miles de casos acerca de los impactos que han causado en los ecosistemas de los países pobres actividades como la deforestación para el consumo de madera o de productos cárnicos en los países ricos. Estos países no tienen capacidad para imponer unas mínimas restricciones ambientales o sociales. Se producen entonces destrozos impagados, aquellos que se denominan en economía neoclásica, de forma eufemística, externalidades.

Deuda externa y deuda ecológica no están desconectadas. Por su condición de deudores los países pobres se encuentran en una posición de desventaja a la hora de negociar, lo que lleva a que no puedan imponer restricciones ambientales a las multinacionales extranjeras y a que tengan que aceptar contratos injustos. En palabras de Herman Daly, la deuda externa es esencialmente una forma de apoderarse del futuro. Así se explica que la deuda aumente año a año. ¿Cómo explicar que los países del Norte sigan prestando dinero y aumentando con ello la deuda de los países pobres? Es más fácil de entender cuando se observa que los créditos que se conceden -los famosos créditos de “ayuda al desarrollo”- llevan adjuntos una serie de ventajas para las empresas del país que presta. Se da por tanto la paradoja de que cuanto más se presta, más fácil es conseguir asentar empresas en un país y más fácil es impedir que un país pobre ponga trabas ambientales y sociales a las actuaciones de las empresas extranjeras, aumentando con ello la deuda ecológica. A su vez, cuanto más debe un país, menos dinero puede dedicar a su propio desarrollo, por lo que necesita préstamos. El círculo creciente de la deuda está cerrado.

¿Quién debe a quién? no es reclamar el pago de dinero en concepto de deuda ecológica, sino reclamar, en primer lugar, que la deuda externa debe ser condonada y, en segundo término, denunciar que el actual orden mundial es injusto y que el modo de vida que existe en los países ricos no sería posible sin que existieran países pobres que llevan siglos siendo expoliados.