Las lluvias torrenciales y las inundaciones que hemos padecido estos últimos días, tienen que hacernos reflexionar sobre las causas de estos sucesos, sobre la responsabilidad que tenemos en que ocurran, y sobre la responsabilidad que tenemos en reducir sus efectos.

Según coincide la comunidad científica, estos episodios tienen relación directa con el “Cambio Climático” en el que estamos inmersos. El calentamiento global transforma la periodicidad, recurrencia e intensidad de los fenómenos meteorológicos: nevadas con bruscas subidas de temperatura y desnieves repentinos potenciados por las lluvias, van a ser sucesos cada vez más habituales en Cantabria. Aunque algunos aún no lo crean, en eso consiste también el cambio climático.

Los cambios del clima son habituales a lo largo de la historia del planeta, lo preocupante ahora es la rapidez con que este cambio se está produciendo y que aunque somos los responsables de que ocurra hacemos muy poco por evitarlo y por adaptarnos. En los últimos 100.000 años, desde la última glaciación hasta la era preindustrial, la temperatura media subió unos 4 ⁰C. Y en los últimos 140 años, desde la Revolución Industrial hemos aumentado la temperatura media global en 1,1 ⁰C.

Cantabria emitió en 2016 2,4 millones de toneladas de CO₂, el 1,9 % del total del país. El Observatorio de la Sostenibilidad sitúa a nuestra región entre las que menos redujeron sus emisiones, en Cantabria las emisiones per cápita se sitúan en 4,12 toneladas/habitante, casi el doble que la media española, que es 2,6 toneladas/habitante. La conclusión ante estos datos debería ser evidente y la reacción de la ciudadanía inmediata: Este puede ser un primer paso para luchar contra las inundaciones.

Otro paso importante para mitigar estos efectos es reforestar los cada vez más pelados montes de nuestra tierra con especies autóctonas, las únicas que son efectivas porque funcionan como sumideros de carbono, fijan el suelo, retienen las aguas de lluvia y reducen la escorrentía.

Un tercer aspecto importante es la gestión de las inundaciones por parte de las administraciones públicas. A raíz de la Directiva de Inundaciones del 2007 las Confederaciones hidrográficas están encargadas de elaborar una cartografía de zonas inundables y establecer las zonas con riesgos para población, infraestructuras, etc.

El cuarto paso fundamental es cambiar la tendencia en la forma de afrontar los fenómenos naturales. Las crecidas forman parte de la dinámica natural de los ríos y aportan de forma gratuita importantes servicios a la sociedad. Que las crecidas -por grandes que sean-, se conviertan en desastres depende de lo que previamente hemos hecho con el territorio. Cargar las tintas en la vegetación fluvial y de ribera solo es una muestra de ignorancia y de demagogia. La política no puede ser utilizar costosas medidas de defensa que dan una falsa sensación de seguridad a la ciudadanía y además resultan inútiles a medio plazo, sino pasar a medidas de gestión del riesgo, que permitan una mejor convivencia con los fenómenos naturales, fomentando la prevención. Se debe conseguir una reducción del riesgo a través de la disminución de la peligrosidad, mejorando la resiliencia y disminuyendo la vulnerabilidad.

La ocupación de las llanuras de inundación tiene que adaptarse al grado de peligrosidad existente. Las administraciones no pueden otorgar licencias de construcción y de obras en estas zonas, ya sean fluviales o litorales, debiéndose recalificar como suelos no edificables. De lo contrario las pérdidas en infraestructuras, edificaciones o en vidas, serán inasumibles, lo mismo que si nos decantamos por la ejecución de obras faraónicas.

Estos días escuchamos que nunca se habian visto inundaciones parecidas, o en otros lugares huracanes, sequías, nevadas, la fusión de los hielos (en Cantabria el nivel del mar aumenta 2 mm/año desde 1945). Mucho nos tememos que los eventos climáticos nos darán en el futuro nuevos puntos de referencia y modificarán nuestra percepción de la realidad; lo que creíamos seguro ya no lo es.

Llegados a este punto hemos de preguntarnos si estamos haciendo en nuestro país y en nuestra región lo suficiente según nuestras posibilidades; ante lo que ha ocurrido nos surgen dudas.

No podemos seguir con la cultura de “usar y tirar”, ignorando nuestro entorno, no reduciendo las emisiones ni reutilizando nuestro desechos, sino vertiendo escombros, restos de podas basuras y demás a los cauces de ríos y arroyos como si fueran cloacas. Necesitamos desarrollar las energías renovables, el transporte no contaminante y aumentar la eficiencia energética, integrándonos plenamente en los criterios de la “Economía circular”, con procesos totalmente sostenibles en todas las facetas de nuestro desarrollo.