Un vehículo para desplazarse debe adquirir energía de alguna fuente y transformarla mediante el motor en energía cinética para que las ruedas giren y se produzca el desplazamiento. Las emisiones de CO2 dependen del tipo de energía consumida y por ello distinguimos entre coches convencionales, eléctricos, e híbridos.

Coches convencionales

Un vehículo convencional adquiere la energía que se encuentra almacenada en un combustible fósil, que se libera mediante la combustión en el interior de un motor térmico convencional. Estos combustibles fósiles son primordialmente derivados del petróleo: gasolina y diésel; aunque también podrían ser biocombustibles, de los que hablaremos más adelante.

Las emisiones de CO2 se producen por la quema del combustible y son expulsadas a través del tubo de escape. La cantidad de CO2 emitida, si atendemos únicamente al tipo del vehículo –y no a la forma de conducción–, depende de la cantidad de energía necesaria para circular y de la eficiencia del motor. La cantidad de energía necesaria depende del peso del vehículo y de su potencia. Por tanto, a mayor potencia y mayor peso, mayor consumo de combustible y mayores emisiones de CO2.

Coches híbridos

Los coches híbridos son automóviles con un doble motor: de combustión interna y eléctrico. Son coches que utilizan el motor eléctrico pero que disponen del motor convencional para complementar las carencias, de potencia y de autonomía, del motor eléctrico, para conseguir unas prestaciones similares a la de un coche convencional. Existen diferentes tipos en función de cómo se recarga la batería y del papel desarrollado por cada uno de los motores. En cualquier caso, son por lo general coches que aprovechan bastante mejor la energía que los convencionales, y que por tanto presentan unas menores emisiones de CO2.

Emisiones debidas a la fabricación de los vehículos

Son las emisiones procedentes del consumo energético necesario para la fabricación del automóvil.

Se trata de una información que aunque no se encuentra disponible ni es facilitada por los fabricantes, es un factor importante en el consumo total de energía y emisiones totales del automóvil durante su vida útil. Sobre todo cuando se estima que fabricar un automóvil consume tanta energía como la que gasta ese mismo vehículo a lo largo de 60.000 kilómetros. Toyota estima que la fabricación equivale a un 28% del consumo total del vehículo durante su vida útil.

De esta manera, el argumento de que cambiar un automóvil por otro que emite menos es positivo se vuelve más complejo si incluimos las emisiones debidas a su fabricación.

Considerar este consumo energético –que lleva aparejado unas emisiones de CO2 muy elevadas–, es un factor importante cuando se decide cambiar de automóvil.

Emisiones de CO2 debidas a la circulación

Son las emisiones procedentes del consumo de energía para la circulación del vehículo.

La mejor forma para saber las emisiones de un automóvil es fijarnos en la información de emisiones de CO2 que da el fabricante. En la página web del IDAE puede encontrarse información muy precisa de las emisiones y el consumo de todos los automóviles que están a la venta.

Hay que tener en cuenta que el rango de emisiones es muy amplio y va desde coches que emiten por debajo de los 100 gramos de CO2 por kilómetro hasta los que emiten más de 400 g/km. La media en los automóviles españoles en 2008 fue de 148 g/km. Utilícese la siguiente tabla como referencia:

g CO2 / km
más de 200 excesivamente contaminante
200-160 muy contaminante
140-160 bastante contaminante
120-140 contaminante
100-120 poco contaminante
menos de 100 gr/km los menos contaminantes

Por último, conviene tener presente que al automóvil es el medio de transporte con mayores emisiones por viajero transportado. Es decir, que el automóvil es el medio de transporte menos eficiente, y que cualquier viaje realizado en transporte público supondrá unas emisiones de CO2 inferiores que si se realizaran en coche. Asimismo, cuanto menos ocupado vaya el automóvil más ineficiente resultará.

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Emisiones GEI de diferentes medios de transporte

Biocombustibles

Los biocombustibles como su propio nombre indica, son combustibles de origen biológico. Los que más posibilidades tienen de ser empleados en los motores de los coches son los que proceden de cultivos energéticos: cereales y remolacha para producción de bioetanol y oleaginosas para producción de biodiésel.

Los biocombustibles despertaron mucho interés por ser de origen renovable y porque parecía que podían reducir las emisiones de CO2 del transporte. Tuvieron un impulso muy fuerte a raíz de que la Unión Europea estudiara la posibilidad de que en el 2020 el 10% de los carburantes fueran biocombustibles.

Pero su interés se vio muy reducido cuando se analizaron a fondo, y surgieron muchas dudas acerca de los supuestos beneficios ambientales que iban a producir. El estudio más detallado ha demostrado que en muchos casos puede ocurrir que realmente no aportaran más energía de la que necesitan para ser obtenidos, y por tanto, no consiguieran reducciones globales de gases de efecto invernadero. Surgieron dudas también acerca de que parte de estos cultivos compitieran por suelos destinados a alimentación o incluso por los mismos cultivos.

Todas estas dudas, junto con otras, hicieron que los biocombustibles actuales –quizá las cosas cambien con los de segunda generación, pero no por el momento– pasaran en general de considerarse una alternativa que solucionara los problemas ambientales del transporte, a ser un posible problema más, por los impactos ambientales y sociales que podría generar el incremento de su utilización.