Las reformas de la Política Agraria Común (PAC) de 1992 y 2000 han supuesto un paso importante pero insuficiente hacia la sostenibilidad de la agricultura europea. La retirada obligatoria de tierras, el descenso de los precios garantizados y las medidas agroambientales han limitado la presión sobre el consumo de energía y de productos agroquímicos, pero no sobre la ocupación del territorio.

Desde 1991 se ha producido una caída en el consumo de plaguicidas en la UE, con un repunte ligero a partir de 1996 pero nunca superior a los niveles de finales de los años 80. Pero aún es muy grave la contaminación por nitratos de origen agrario de las aguas subterráneas y superficiales europeas: en 2001, la superficie considerada vulnerable por nitratos alcanzaba el 38% de la UE.

Más territorio cultivado

En los últimos 20 años se ha incrementado la superficie de cultivos herbáceos en Europa, a expensas de los pastizales. Esta disminución de pastos, unida al aumento de la cabaña ganadera de carne, favorecida por las subvenciones europeas a la cabeza de ganado, ha forzado a producir más piensos y forrajes para la alimentación animal fuera de las explotaciones, lo que aumenta la dependencia de las importaciones (soja, maíz, etc.) La destrucción y cultivo de pastizales, muchos de ellos áreas esteparias de alta calidad ambiental, también ha provocado la pérdida de hábitats para fauna y flora muy localizadas y amenazadas, así como serios problemas erosivos, especialmente en el Sur de Europa.

Entre los cultivos permanentes, cabe destacar la situación preocupante del olivar que, propiciado por las ayudas a la producción que recibe, ha sufrido un nuevo incremento de su superficie desde 1995, así como una grave intensificación de su sistema de cultivo. Más del 4% de la superficie total de España está ocupada por olivar, y su cultivo en laderas, con fuerte laboreo, eliminando todo el estrato herbáceo, ocasiona que los olivares pierdan una media de 80 toneladas de suelo por hectárea y año en España, pérdidas similares que se dan en otros cultivos leñosos de secano.

El interés de los agricultores por obtener mayores rendimientos por hectárea y, por tanto, una mayor subvención, ha propiciado que más del 24% del olivar total español y el 34% del andaluz (año 2002) se haya transformado en regadío, con el consiguiente impacto por la excesiva utilización de aguas, ya escasas, en estos terrenos semiáridos. La expansión del olivar también se ha hecho en muchos casos a costa del bosque mediterráneo, roturado para nuevas plantaciones en la última década.

El área de superficie regada en Europa también se ha incrementado de forma continua. Sin embargo, el mayor índice de explotación hídrica europeo corresponde a España, donde cada año se consumen más de una tercera parte de sus recursos de agua. Los regadíos conducen al aumento en la utilización de fertilizantes y plaguicidas y a serios problemas de competencia en la distribución del agua en los países mediterráneos (trasvases y disminución de la calidad y cantidad de las aguas para consumo humano e industrial). El 50% de los humedales europeos se encuentran amenazados o destruidos, especialmente por la sobreexplotación de acuíferos. La intrusión de agua salada en los acuíferos mediterráneos es otro grave problema que amenaza el futuro y la viabilidad de los regadíos intensivos en esta región.

Como dato positivo, cabe destacar que desde 1992 el número de las explotaciones que practican la agricultura ecológica ha aumentado de forma significativa en toda la UE, alcanzando ya casi el 2% de la superficie agraria y el 1% de las explotaciones. Grecia, España, Italia, Austria, Finlandia y Suecia representan casi el 70% de todas las explotaciones ecológicas de la UE. España alberga en la actualidad el 17% de todas las explotaciones ecológicas europeas.

Más ganado estabulado

Las modificaciones en el sector ganadero ocurridas en los últimos 20 años también han sido drásticas tanto en España cono en el resto de la UE. Se han perdido un tercio de las explotaciones mixtas asociadas a sistemas agrícolas, donde los ciclos productivos son más sostenibles y la ganadería es parte complementaria de la agricultura. Paralelamente, se ha especializado la producción ganadera, con un menor número de explotaciones pero de mayor tamaño, más intensificadas y con más cabezas por explotación, hecho especialmente acusado en el sector el vacuno.

También el ganado ovino ha incrementado su censo, promovido, como en el caso del vacuno de carne, por las subvenciones de la PAC a la cabeza de reproductora. En España hemos pasado de un censo de 16 a 23,4 millones de ovejas entre 1986 y 2003.

La mayor especialización y presión ganadera, con una menor superficie agrícola asociada, provoca un incremento de los aportes de nitratos y fosfatos en áreas localizadas. La pérdida de los movimientos ganaderos favorece la desaparición del mosaico pastizal-bosque en las montañas, con el consiguiente empobrecimiento de la biodiversidad y el mayor riesgo de incendios en el Sur de Europa. Se pierden así miles de hectáreas de recursos nutritivos no consumibles directamente por el ser humano en barbechos, pastizales y otras superficies mal llamadas marginales, ahora abandonadas, cultivadas o plantadas con especies arbóreas de crecimiento rápido y dudoso beneficio ecológico.

Los efectos sobre el medio ambiente de la producción porcina intensiva son bien conocidos, con especiales problemas derivados de la difícil eliminación de los purines. El censo de cerdos se ha incrementado de forma continua. El cerdo ibérico, normalmente presentado como una alternativa ecológica que conserva las dehesas, esconde otra realidad. La mayor parte de su ciclo es intensivo, con un periodo limitado de montanera y con serias consecuencias de sobrepastoreo en los frágiles suelos de las dehesas ibéricas.

Hoy en día, las dehesas y otros sistemas silvopastorales mediterráneos mostrados habitualmente como sostenibles, no son sino nuevas granjas semiintensivas donde el 80% de los recursos productivos provienen del exterior para mantener unas cargas ganaderas (ovino, vacuno y porcino) muy superiores a la capacidad de carga, con graves consecuencias sobre la biodiversidad de pastizales, la erosión de suelos y la regeneración del arbolado.

La implantación de la red Natura 2000 supone ya, teóricamente, la protección de miles de hectáreas de dehesas y otros millones de hectáreas de cultivos llamados tradicionales, que deberán conservarse mediante el mantenimiento de la actividad agraria. La conservación de avutardas en España depende del mantenimiento de los cultivos extensivos de cereal en la Península Ibérica, y sin la apertura de pastizales entre los sistema arbolados del Sur de Europa disminuirá el conejo y otras presas de especies tan amenazadas como el lince ibérico o el águila imperial.

Este breve repaso sobre la evolución de la agricultura europea y española en las últimas dos décadas muestra que las modificaciones habidas en la PAC han sido insuficientes para provocar un claro cambio hacia la sostenibilidad de las producciones agropecuarias. La red Natura 2000 carece todavía de un presupuesto fijo y suficiente para la gestión de este enorme territorio, y el desmesurado presupuesto de la PAC manda en cualquier tendencia. Parece evidente la necesidad de reorientar definitivamente la PAC hacia una nueva política que aúne criterios de productividad y sostenibilidad.

Eduardo de Miguel Beascoechea. El Ecologista nº 41