La ganadería intensiva industrial tiene importantes efectos sociales y medioambientales en todo el mundo. Entre los sociales destacamos la expulsión de campesinos de tierras para plantar monocultivos de cereales u oleaginosas destinadas a la alimentación animal, la desaparición de la ganadería campesina y modos de vida asociados, o la obesidad provocada por un exceso de consumo de carne, entre otros. En este artículo nos centraremos en los impactos medioambientales, entre los que destacamos la contribución a las emisiones de gases de efecto invernadero.

Marta G. Rivera Ferre, Veterinarios sin Fronteras y Universidad Autónoma de Barcelona. El Ecologista nº 54

Una enorme contribución al cambio climático

Un informe de la FAO sobre la ganadería [1] señala que ésta es la principal fuente antropogénica del uso de la tierra. El 26% de la superficie terrestre se dedica a la producción de pasto y el 33% de la superficie agrícola a la producción de grano para piensos. En ambos casos, el avance de la ganadería ha supuesto la deforestación de grandes extensiones de bosques.

Según este estudio, la ganadería es responsable del 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero medidas en equivalentes de CO2. Específicamente es responsable del 9% de las emisiones de CO2 (principalmente por deforestación), el 37% de las emisiones de metano, CH4, (fundamentalmente por la digestión de los rumiantes) y el 65% del óxido nitroso (por el estiércol). Asimismo, emite 2/3 de las emisiones antropogénicas de amoníaco, gas con un papel importante en la lluvia ácida.

La ganadería utiliza el 8% del agua mundial, un elemento cada vez más escaso y para muchos, origen de futuras guerras. Se estima que para producir 1 kg de carne de vacuno intensivo son necesarios 20.000 litros de agua. La ganadería intensiva es, además, la mayor fuente de contaminación del agua, contribuyendo a la eutrofización y degradación de ríos y litorales. Las fuentes de contaminación proceden de las heces, residuos de los piensos (antibióticos, metales pesados), hormonas, así como de los pesticidas y fertilizantes utilizados en los monocultivos de grano para pienso. En EE UU, el ganado es el responsable del 55% de la erosión y sedimentación, el 37% del uso de pesticidas, el 50% del uso de antibióticos y de 1/3 del contenido en nitrógeno y fósforo del agua.

La ganadería intensiva industrial tiene, además, efectos devastadores en la propia biodiversidad animal. Las estimaciones de desaparición de las razas domésticas tradicionales oscilan entre una cada semana o una al mes. En el año 2000 había unas 6.300 razas identificadas y se estima que hasta 2.255 pueden estar en situación de riesgo. En Europa, el 55% de los mamíferos y el 69% de las aves domésticas están en situación de riesgo. La principal causa de esta desaparición es la expansión de la ganadería intensiva, empujada por el control corporativo sobre la genética animal de algunas empresas y por la pérdida de competitividad monetaria de los sistemas extensivos tradicionales y sostenibles de producción animal.

No es lo mismo

Ante estos números, la FAO generaliza determinados problemas a la ganadería en general, sin contextualizar el número de animales que se producen bajo régimen intensivo y extensivo. Por ejemplo, el 50% de la producción mundial de huevos y el 67% de la carne de pollo están industrializadas; 4 razas. Alrededor del 42% de la producción de porcino es industrial; 5 razas. El 67% de la producción mundial de leche proviene de razas de alto rendimiento. En el caso de las emisiones de CO2, el informe incluye la deforestación para la creación de pastos, pero obvia que éstos son a su vez grandes sumideros de CO2 [2]. Igualmente, la ganadería extensiva aprovecha zonas que difícilmente serían utilizables bajo otro sistema agrario.

Las propuestas de la FAO no pasan por plantear una disminución del consumo de carne o del número de animales procedentes de la ganadería intensiva. Sí ofrece algunas soluciones interesantes, como la promoción de los sistemas silvopastoriles, pero las soluciones relacionadas con los impactos de la ganadería intensiva, es decir, la mayoría, son muy tecno-optimistas y pasan por una mayor intensificación del modelo, a través del aumento de la productividad, y una disminución de los residuos, a partir de cambios en los distintos elementos del sistema productivo, como el suplemento a los rumiantes con dietas que reduzcan la fermentación entérica (a base de piensos, que por otro lado favorecen la deforestación, contaminación, uso pesticidas, etc.).

La FAO tiene por norma en sus publicaciones mantener que las demandas del consumidor han de ser satisfechas, por ello, dado el aumento en el consumo de carne, aplaude la intensificación en lugar de la expansión. Es un pez que se muerde la cola. Sí resulta interesante, sin embargo, su propuesta de incluir en los precios las externalidades de la producción de carne. Esto permitiría disminuir la demanda de carne producida de manera intensiva.

Notas

[2] Ver artículo de Belén Acosta y Fco. Díaz Pineda El Ecologista nº 54