Relocalización, cooperación social y democracia radical, bases de un nuevo paradigma.

Ángel Calle Collado [1]. Resumen y adaptación: Elisa Iglesias. Revista El Ecologista nº 63

Es necesario, mediante la cooperación social, cuestionar los pilares de la crisis actual para ofrecer alternativas desde fuera del sistema que la provoca. Territorio, trabajo y sistema agroalimentario son tres ejes que bien pueden servir de base para el desarrollo de cultivos sociales que sean atractivos para la población y para las dinámicas de organizaciones y redes críticas.

Pocas dudas caben acerca de que estamos ante una crisis de civilización, en tanto que las bases morales, económicas, políticas y culturales que sigue propugnando Occidente, en especial los sectores liberales y financieros, no son sostenibles ya, ni siquiera desde un punto de vista energético. Crisis socio-emocional, crisis medioambiental, crisis energética, crisis laboral, crisis alimentaria… ¿Crisis de alternativas?

Lo cierto es que la Tierra sigue moviéndose. La Tierra y sus habitantes. No dejamos de recomponer nuestros vínculos (lenguas, valores, hábitos, instituciones, apoyos, afectos etc.) más cotidianos de cooperación social. Lo cual no impide que construyamos mundos que entren en conflicto, siendo esta crisis o las formas de insolidaridad que se pueden manifestar entre las personas afectadas reflejos de ello. Más aún cuando nos hacemos, o nos hacen, más permeables a la competitividad y menos conscientes de cuán ligados estamos. Creo que sería bueno tener como referente político el desarrollar prácticas y cosmovisiones encaminadas a extender esa cooperación social, y no darla por supuesta, como característica del ser humano o como finalidad intrínseca a un grupo social dado (llámese comunidad, pueblo o multitud). La crisis ecosistémica puede ser una buena oportunidad para ello. Lo es, precisamente, por las oportunidades políticas y socioemocionales que abre, tanto por necesidad de los de abajo, como por una deslegitimación del papel y de los medios que impulsan los de arriba.

Gente dispersa, masas con miedo

Hasta ahora las respuestas a la crisis económica han sido canalizadas o visualizadas a través de repertorios de acción más clásicos. Ya se han constituido muchas plataformas en ciudades y pueblos del Estado español. Ha habido manifestaciones constantes, si bien, no del calado numérico de otras que sí han contado con mayor beneplácito de elites políticas y mediáticas (caso de las guerras en Iraq o las iniciadas por Israel). Es más, los sucesivos expedientes de regulación de empleo han revitalizado la protesta sindical. Pero esta respuesta aún no se dirige en número y en objetivos hacia propósitos de mayor calado, de alterar los pilares de la crisis ecosistémica. En particular, no atiende, o no se compone a través de, otros frentes socioemocionales, alimentarios, medioambientales, patriarcales, de solidaridad internacional, etc.

Pero, ¿qué ocurrirá si el descontento sigue en ascenso, si la crisis financiera sigue reclamando sus víctimas? Difícil aventurarse, pero es posible que, en un primer momento al menos, cobren más fuerza las ideas de orden que de necesidad de un cambio de paradigma ecosistémico. Si unimos descontento, sensación de inseguridad, atomización social y falta de referencia de organizaciones críticas o de redes alternativas capaces de plantear un mayor control en la satisfacción de nuestras necesidades básicas, nos encontramos con escenarios para el auge, principalmente en Europa, de soluciones en clave de extrema derecha. La tangibilidad de otras cuestiones, constituidas en problemas clave por los grandes medios, como la población inmigrante que presiona sobre el mercado laboral o el de la seguridad social, o la necesidad inmediata de apoyar a la gran banca para que fluyan de nuevo las hipotecas, se mueven a favor, en el corto plazo, de ser programas políticos atrayentes y creíbles para los descontentos.

Desconexión

Esta línea propositiva y de pensar la crisis conecta con las ideas de que las bifurcaciones son precisamente eso: apertura de caminos (Wallerstein). Dado que todo no puede ser igual que antes, por la crisis de legitimidad del proyecto neoliberal y los límites biofísicos de Gaia, alguien o alguienes estarán ejercitando ese mundo con menos capitalismo y más sostenibilidad. En los focos al margen del poder hegemónico, suspendidas las barreras y los códigos de la dominación, es posible tejer otros órdenes sociales (E. Thompson), construir un saber no colonizado (Foucault).

Suspendida la conexión forzosa a Matrix es posible dialogar como humanos. De esto nos hablaba, y nos sigue hablando, Samir Amín bajo el epígrafe de la desconexión [2] Dicho de forma resumida, nunca le va mejor al Sur que cuando el Norte está menos presente en su vida, pues es entonces cuando se crean condiciones para un desarrollo desde un saber, una voluntad y una praxis propias, más en sintonía con el pasado y el futuro de los habitantes de países empobrecidos.

La desconexión se alimenta a través de iniciativas de cooperación Sur-Sur. Algunas más institucionales, como ilustra América Latina: construcción del mercado regional ALBA, la asociación de PetroCaribe para financiar proyectos económicos con petróleo a precios más bajos, el estudio de una moneda común; todo ello en el marco de no reproducir un desarrollo con desigualdad sino una imbricación de economías más cooperativas y sociales. Pero también la desconexión se teje al calor de redes sociales que plantean una modificación a gran escala de las subordinaciones a las demandas del Centro. Un ejemplo es La Vía Campesina. Y su crecimiento en Asia y en África. Se ofrece soberanía alimentaria frente a una continuidad de las dinámicas de especialización exportadora al servicio de las elites del Norte y del Sur.

Aquí, en la medida en que la población continúe ligando su supervivencia o sus niveles de consumo a los satisfactores y políticas que generaron la crisis, poco podremos plantearnos. Pero es innegable que ese descontento organizado, mejor dicho coordinado (muchas veces informalmente), podría ser acicate de protestas sociales por una transformación de paradigma. ¿Bastaría la existencia de protestas masivas para un cambio profundo del actual orden social?

La política de los vínculos

Si de respuestas globales y transformadoras hablamos, para la construcción de un metabolismo sociovital que nos aporte dignidad y relaciones más sostenibles con el planeta, las protestas masivas han de tener su correlato en la construcción de otras sociedades, al menos en la puesta en marcha de satisfactores concretos y territorializados de necesidades básicas hoy en manos de la crisis, a través de sus instrumentos (dinero, especialmente no bancario) y sus actores (sector financiero, elites políticas y sindicales en connivencia). Dicho de manera resumida, es la cooperación social puesta a funcionar la que, contraria y no visible a los circuitos dominantes del orden social, suscita demandas no satisfechas que, al desarrollarse a través de iniciativas sociales primero, y al acumularse después, cristalizan en espacios políticos que contestan abiertamente el poder, comenzando por dirigirse al resto de la población descontenta para unirse a un cambio social inclusivo. La historia del movimiento obrero arranca en sus incipientes formas societarias de apoyo y contestación que dieron luego a la implantación de derechos sociales y la articulación de sindicatos.

Pero, más allá de la creencia en la participación de las personas como un derecho social (y vital, si tenemos en cuenta que nacemos y vivimos en red), las dimensiones de la crisis no admiten soluciones centrales y autoritarias. La complejidad nos requiere, particularmente en Occidente, un repensar y un rehacer la construcción de nuestros vínculos, desde los más inmediatos a los que, tengamos conciencia o no, nos ligan a la suerte de este mundo. Sobre todo porque la llamada globalización se ha construido a golpe de complejidad centralista revestida de naturalidad o de lógica que afecta de manera insostenible para nosotros, a la complejidad biofísica del planeta Tierra.

Por ello las alternativas habrán de partir de que atravesamos una crisis global: crisis socioemocional, crisis medioambiental, crisis energética, crisis laboral, crisis alimentaria… Y el cuestionamiento de los pilares de esta crisis, sin el cual no habrá posibilidad de ofrecer alternativas desde fuera de este sistema, requiere una nueva o incentivada política de los vínculos. Es decir, romper la política de las interrupciones vitales. Sustituir la disyunción por la conjunción a la hora de pensar la sociedad y la naturaleza, el ser humano y sus vínculos sociales, las razones y las emociones, los sueños y las realidades. Confluencia de espacios homogéneos, sectoriales, sean locales o globales, para poner en práctica herramientas que sean ya una ilustración de desconexiones vitales que pueden ser colectivizables.

Es lo que podríamos llamar una rebelión de las h.a.ma.c.a.s.: Herramientas de Acción Masiva para Cuidados desde la Auto-gestión Social. [3] Espacios destinados al encuentro y al cultivo social de útiles dirigidos a la satisfacción de nuestras necesidades básicas. Sean estos espacios del tipo que sean: centros, organizaciones, plataformas, convocatorias; formales o informales; etc. Es decir, sin una (nueva o renovada) cultura política que permée cualquier fenómeno de recomposición de nuestros vínculos sociales y se destine a una rebeldía material, afectiva, expresiva y de relaciones con la naturaleza, no podremos pensar en trascender el actual sistema que, no lo olvidemos, gozaba de un capital de legitimidad considerable antes de la crisis.

Trabajo, territorio y alimentos

Y esto, ¿a qué políticas más concretas puede conducirnos? En el actual desorden, existen iniciativas concretas que, junto a problemáticas que vuelven bajo nuevos ropajes (la precariedad laboral), se están convirtiendo en referentes de movilización o de concienciación social, a escala global incluso (dónde vivimos y qué comemos). Trabajo, territorio y sistema agroalimentario son tres ejes que bien pueden servir de base para el desarrollo de cultivos sociales que sean atractivos para la población y para las dinámicas de organizaciones y redes críticas.

La precariedad laboral es hoy uno de los pilares de la precariedad existencial, en consonancia con las nuevas disposiciones del territorio y nuestras pautas de consumo. Pero, precisamente, necesita pensarse en términos vitales, de supervivencia ecosistémica, para no reproducir lo irreproducible: la industrialización depredadora y fuente de desigualdades, las escalas y tecnologías oligopólicas, la producción de la destrucción como paradigma de desarrollo (desde la guerra hasta el despilfarro energético). Del sindicalismo de presión o de reclamación más sectorial, al encuentro en y desde la construcción de economías sociales y ecológicas, en que puedan reconocerse, demandarse y ejercitarse derechos sociales y de cuidados básicos: participación efectiva de la población, con atención a los migrantes; asistencia, reproducción y apoyo social en el centro del hacer político; agricultura de responsabilidad compartida; cooperativas de apoyo económico e incluso financiero, etc. [4]

Habitar y desmercantilizar territorios de forma extensa y profunda, significa recuperarlos para una nueva economía política, moral y ecológica en la que se sienten, reconocen, visibilizan y exploran desafíos frente a lógicas patriarcales. La mayor horizontalidad y la práctica de la deliberación es un manejo aconsejable frente al autoritarismo. La relocalización global (no autárquica o localista) es un camino para reconocer o valorar los cuidados básicos y cotidianos para la vida, esto es, arrancar al capitalismo su ceguera interesada destinada a la dominación y explotación de la naturaleza y, tradicional y culturalmente, de la mujer y de los países del llamado Sur. La vinculación constructiva es lo opuesto a la lógica individualista y abstracta.

En cuanto al sistema agroalimentario, la agroecología se nos introduce como una herramienta de intervención política y medioambiental en los territorios para democratizar el acceso a los recursos naturales y transformar nuestro sistema agroalimentario, que se muestra cada día más oligopólico, artificioso, envenenado y excluyente.

Quedaría por discutir temas candentes en todo proceso de transición social en las sociedades contemporáneas, como la escala de los cambios y el papel del Estado. Sobre lo primero, manifestaré que, desde una política de los vínculos, los nuevos paradigmas de articulación habrán de saberse efímeros si no provienen de una demanda de relocalización y de cooperación social desde abajo. Quizás como siempre, pero más en estos momentos de bifurcación y gran complejidad derivada de la gravedad de la situación y de la interrelación de problemas y territorios (como el manejo de recursos naturales ilustra).

Y sobre lo segundo, quizás también como tantas veces en las revoluciones de todo signo, lo nuevo y lo viejo conviven, al igual que el ejercicio directo del empoderamiento y la representación del mismo. De ahí, que opte por hablar de paraguas públicos: instituciones y normas que faciliten esa relocalización de circuitos materiales, energéticos y políticos. Y que a la vez permitan la emergencia de formas de cooperación social que se certifican desde abajo. Ejemplos de estos paraguas pueden ser las propuestas para un manejo democrático de recursos naturales (como el agua), el desarrollo de sistemas agroalimentarios directamente certificados por consumidores y productores, o la concepción del Estado como un agente social que garantiza ese movimiento social desde abajo. [5]

Implícitamente, pues, no hablamos de un recetario, sino de un paradigma con tres grandes cambios que alimentarían, a la vez que se derivarían, de esta proliferación de cultivos sociales:

- Cambio de paradigma tecnológico en el manejo de recursos naturales: relocalización;
- Cambio de paradigma de la intervención (eco)social: política de los vínculos;
- Cambio de paradigma en la interpretación de lo público y lo común: democracia radical.

El último cambio, la democracia radical, nos lleva a situarnos en una reinterpretación de horizontes políticos que, desde Occidente, podrían leerse en clave de solidaridad, libertad y diversidad. No parece difícil que, en este país, diferentes ríos subterráneos puedan aflorar buscando desarrollar propuestas en este sentido. Al fin y al cabo, la democracia radical constituye un eje aglutinador y galvanizador para las formas de hacer (desde abajo, desde la diversidad) y para el decir (desafección hacia democracias formales) que vienen despertando desde los 90.

La cuestión es saber si somos capaces de desplegar un potencial creativo (actitud, comunicación, experiencia) y un uso constructivo de recursos y referencias (espacios, organizaciones, lenguajes, símbolos) de manera que las personas más afectadas por la crisis puedan sentirse motivadas y llamadas a la construcción de otras sociedades.

Notas y referencias:

Ver mi artículo sobre La producción social de la democracia (radical), disponible en Internet

Notas

[2] En los últimos tiempos desde una óptica menos estatista y más en clave de democracia radical; ver el llamamiento de Bamako desde foros a los que S. Amín contribuye; en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=25934.

[3] Ver mi artículo sobre La producción social de la democracia (radical), disponible en Internet.

[4] Ver número especial sobre “Economía Social, Economía Ecológica”, editado en marzo de 2008 por Libre Pensamiento, Ecologista, Lletra A. .

[5] Algunos trabajos en este sentido: Hilary Wainwrigth, Cómo ocupar el Estado. Experiencias de democracia participativa, Barcelona, Icaria, 2005; Repensar la política, por diversos autores, editado por Icaria y disponible en el TNI (www.tni.org); Calidad de la democracia y protección ambiental en Canarias, Fundación César Manrique, Teguise, Lanzarote, 2006, especialmente trabajos de Federico Aguilera Klink (en Internet); y las aproximaciones de Sousa Santos a esta cuestión.