Trabas para la actividad ecologista en Canarias.

Eduardo Acosta, Blog El Oikos. Revista El Ecologista nº 68

Son muchas las estrategias que se utilizan para desprestigiar o dificultar el trabajo ecologista, sobre todo cuando se opone a fuertes intereses económicos. En el artículo se hace un repaso a algunas de las usadas recientemente en Canarias.

“Entonces, digo yo que hoy el movimiento ecologista tiene menos función que antes, en cuanto que en la mayoría de la conciencia de los ciudadanos ya está la sostenibilidad; prácticamente todo el mundo es ecologista por convicción”. Domingo Berriel.
Consejero de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias.
La Opinión. 24.10.10.

Las entrevistas realizadas en el periódico La Opinión de Tenerife a Antonio Plasencia, presidente de la Federación Provincial de Entidades de la Construcción de Santa Cruz de Tenerife (Plasencia: “Yo soy tan ecologista como cualquiera”. La Opinión. 26.07.2010) a Domingo Berriel, Consejero de Medio Ambiente del Gobierno de Canarias (Domingo Berriel: “He plantado muchas papas con un tractor”. La Opinión. 24.10.10) y a Antonio Machado, biólogo y director del Observatorio Medioambiental del Puerto de Granadilla (“Sólo falta Dios para darle el visto bueno al Puerto”. La Opinión. 03.11.2010) sirven de paradigma para entender cómo determinados discursos contribuyen a estigmatizar al movimiento ecologista.

Curiosamente los tres responsables, pertenecientes a distintos estamentos sociales que en teoría defienden intereses disímiles, afirman tener un concepto del ecologismo que coincide en los tres casos. En su interpretación de la realidad identifican el ecologismo con la sensatez, el sentido común y con la necesidad de que en la sociedad deben existir colectivos que supongan un contrapeso frente a otros que generan conductas desarrollistas. Una reflexión sobre el ecologismo muy personal e incluso atinada si no fuera porque confluye en un interés común e idéntico en los tres casos: cualquier idea conservacionista o ecologista no puede obstaculizar la construcción de proyectos considerados –por algunos– estratégicos para la isla. Una contradicción evidente que cuestiona su noción de ecologismo. ¿No debería llamarnos la atención esta coincidencia en la definición del ecologismo así como la sincronía en los intereses de unas instituciones (constructores, Gobierno de Canarias y Observatorio Ambiental) que tienen un origen y un cometido muy diferente en la sociedad?

A pequeña escala, las tres entrevistas son una fuente de información valiosa porque reproducen indicios de una ofensiva que utilizando los medios de comunicación como amplificadores, han desarrollado algunos grupos de comunicación, muchos agentes económicos y demasiadas instituciones públicas en todo el territorio nacional. A saber, todos han buscado y continúan buscando la criminalización del movimiento ecologista o al menos su estigmatización. El fin, evitar que determinados proyectos de infraestructuras se vean obstaculizados en su construcción. Un comportamiento que pone en tela de juicio la calidad de nuestra democracia, e ilumina la existencia de una serie de intereses económicos comunes a unos pocos que han reaccionado en tromba contra aquellos que han osado cuestionarlos.

Cartografía de la estigmatización

Estos indicios podríamos enumerarlos realizando la siguiente cartografía de la estigmatización:

1º- El negacionismo. Los ecologistas son los del ‘no a todo» y los antisistema. Con maquiavélica intención se ha intentado identificar al movimiento ecologista con posturas de rechazo a todas las intervenciones propuestas por agentes públicos y/o privados. La realidad, sin embargo, no avala esta identificación. En la mayoría de los casos el movimiento ecologista parte de una postura positiva. Frente a las intervenciones o proyectos oficiales el ecologismo confronta una postura que se podría definir bajo la máxima sí, pero de otra manera o como mínimo, de acuerdo, vamos a discutirlo. Una postura que por definición se aleja de instalarse en la cultura de la negación. Al contrario, es una invitación al diálogo.

2º- El radicalismo. El movimiento ecologista no dialoga, adopta una postura radical en la defensa de sus intereses y en ese proceso produce un perjuicio a la sociedad. Muy relacionado con lo expuesto anteriormente, se han intentado situar las posturas del ecologismo con posiciones monolíticas, inamovibles. Sin embargo, en la propia esencia del ecologismo está la necesidad de debatir como expresión máxima de la democracia. Si se reivindica el debate es porque existen diferentes propuestas susceptibles de ser discutidas de forma sosegada y argumentada y por tanto no cabe el radicalismo, sinónimo de ausencia de debate.

Sí parece existir, en cambio, cierto radicalismo en el discurso oficial que no ha dado su brazo a torcer adoptando unas posturas autoritarias a la hora de imponer determinados proyectos. En numerosas ocasiones el movimiento ecologista ha solicitado que se debatan otras propuestas alternativas al discurso oficial. La presentación de iniciativas legislativas populares (ILP) es una buena muestra de ello. Canarias y en concreto Tenerife es una de las regiones nacionales donde mas ILP se han presentado (El Rincón de La Orotava, Malpaís de Güimar, Costa de Granadilla, tren al norte de Tenerife…). El Parlamento regional, haciendo gala de posturas que sí podrían catalogarse de inflexibles, sólo ha tomado en consideración dos de ellas y de forma controvertida pues la del espacio natural El Rincón ha sido boicoteada por el propio Gobierno canario. Por tanto, ante la demanda de debate la respuesta ha sido la indiferencia y/o el silencio.

3º- La apropiación. ‘El ecologista soy yo» o más aún ‘yo soy el ecologismo'. En el intento de neutralizar la pujanza del movimiento, existen ciertos comportamientos de algunos actores dirigidos a redefinir el concepto del ecologismo o de lo que se considera ser ecologista, orientando esa redefinición a satisfacer sus intereses. En este proceso cada actor intenta apropiarse de parte del concepto. En concreto aquella parte que está relacionada con las formas ecologistas pero desechando el contenido y el fondo. Se busca usurpar la posición de los ecologistas en la sociedad dotando las propuestas oficiales de una leve pátina verde que contribuye a banalizar el concepto. Es lo que ocurre con los proyectos ferroviarios planteados por el Cabildo en Tenerife y Gran Canaria. Proyectos que pretenden conectar el norte y el sur de las islas mediante líneas ferroviarias de velocidad alta, con trazados paralelos a las actuales infraestructuras viales. En ellos se promocionan los aspectos verdes que pueda tener un medio de transporte colectivo como el tren, para justificar la implantación de unos proyectos que en conjunto generarán una gran afección al territorio donde se pretenden implantar.

4º- La extemporaneidad. El tiempo del ecologismo ha pasado. La gente ya ha asimilado la sostenibilidad. El ecologismo no es necesario. Sorprendente esta modalidad de estigmatización en un momento en el que todos los indicadores ambientales parecen mostrar que estamos inmersos en una profunda crisis ecológica de dimensión colosal y global. El ecologismo no sólo no está pasado de moda sino que indefectiblemente será una de las doctrinas que deberían regir la sociedad del siglo XXI. Ciertamente lo conseguido por este movimiento en las últimas tres décadas ha permitido situar la cuestión en el imaginario de la ciudadanía. Resta aún la parte más relevante y más complicada: introducir el ecologismo en los programas políticos de los partidos que dominan la vida pública.

5º- La mordaza. En la defensa de sus posiciones e ideas, los baluartes del ecologismo en Canarias no han gozado de las mismas plataformas de difusión y visibilidad mediáticas que poseen los patrocinadores de muchos proyectos de corte desarrollista, ya sean estos públicos o privados. A este respecto es un ejercicio ilustrativo contabilizar los artículos de unos y otros que aparecen en los medios de comunicación convencionales. La casi total ausencia en los mismos de voces críticas con muchos proyectos o la falta de un estrado donde este colectivo pueda expresar sus opciones, muestra la escasa diversidad ideológica de los medios de difusión y su ausente cultura democrática. Una censura que pese a todo, y gracias a Internet, no ha logrado silenciar al movimiento, que ha tenido que realizar un esfuerzo extra en la divulgación de su causa.

6º- La criminalización. El culmen de toda esta campaña de desprestigio llega cuando se iguala a los ecologistas con terroristas sociales. Es lo que ha ocurrido por ejemplo, en Reino Unido o EE UU. Según un documento interno del Ministerio de Justicia británico, se incluyen a los ecologistas en una lista de grupos peligrosos para la seguridad nacional junto a otros grupos terroristas como Al Qaeda. (“¿Son los ecologistas unos terroristas?” 20 minutos. 11.02.10.) Sin ir tan lejos, en las islas se les ha tildado de terroristas sociales de forma gratuita y con total impunidad por alguno de estos actores sociales. Una auténtica falacia que ha contribuido a marcar el movimiento de forma negativa. Las acciones del ecologismo han sido desarrolladas de forma absolutamente pacífica. Ante la ausencia de violencia es injusto emplear el término “terrorista”.

Hace mucho tiempo que navegamos a bordo de un navío impulsado, no por la fuerza del viento, sino por la combustión de las propias vigas de madera que apuntalan la estructura de la embarcación, en pos de llegar a no se sabe muy bien qué meta en una carrera competitiva frenética. La estigmatización del movimiento ecologista no contribuye a solucionar este dilema y cuestiona el carácter democrático de nuestra sociedad.