Con motivo de la Marcha Vive el Ebro a su paso por La Rioja, César Mª Aguilar, de Ecologistas en Acción de La Rioja, nos sumerge en una descripción de los valores naturales y culturales de este río en su tramo riojano.

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Paisaje estival del Ebro en Fuenmayor
Foto: César Mª Aguilar

La primavera tardía, el verano y los comienzos del otoño, son buenas fechas si se quiere disfrutar del espectáculo natural que ofrece el río. En una ocasión oí decir a una persona que guía grupos en piragua por el Ebro en Zaragoza, los Ebronautas, que para muchos de sus clientes la primera visión del río desde dentro adquiere el cariz de una “revelación” y que muchos se sentían como si estuvieran navegando por el Amazonas o el Orinoco. A pesar de que pueda sonar exagerado, es posible tener esa sensación en un recorrido desde dentro del cauce. Las aguas del Ebro no son lo que fueron, pero de ahí a pensar que no tienen mucha vida es un error. El río Ebro ha sufrido una gran transformación, principalmente durante la segunda mitad del s.XX y no sólo en la calidad de sus aguas.

El río caudaloso y voraz que se llevaba puentes y pueblos a su paso, fue “domado” con embalses y regulaciones. Sin esos frenos, sus aguas discurrían más rápidas y oxigenadas con un dinamismo de creación y abandono de cauces y renovación de fondos hoy desconocido. En esas condiciones hasta los años 70 hubo truchas en el Ebro. Lo que hoy vemos a su paso por La Rioja es un río de aguas más lentas, ralentizado con numerosas presas y azudes, con caudales regulados, sin espacio para nuevas riberas y con una carga orgánica mayor. Las condiciones han cambiado a las de un curso bajo debido a las frecuentes represas, con más peces de aguas lentas y con predadores de aguas más tranquilas como garzas, cormoranes y nutrias.

Alisos, álamos y tamarices

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Aliso
Foto: César Mª Aguilar

Sobre la superficie del río se descuelgan toda suerte de plantas trepadoras y ramas de árboles que buscan la luminosidad que escasea en los sotos. El recorrido del río Ebro en La Rioja coincide con una transición de los bosques de ribera de gran interés paisajístico. Entre las Conchas de Haro y Logroño el río discurre dentro de meandros encajados en suelos de areniscas y arcillas. En esa ribera, a parte de sauces, chopos o fresnos, son característicos los alisos, árboles propios de climas atlánticos que desaparecerán poco a poco según pasemos Logroño. A partir de esta localidad el paisaje se abre y el río discurre sobre suelos más blandos. El río se va volviendo cada vez más mediterráneo y van tomando presencia los álamos blancos, con sus llamativas cortezas blancas, y los arbustivos tamarices, en los suelos más salinos. En este tramo, con el paso de los años, los meandros han fluctuado a merced de las crecidas dejando un legado de cauces abandonados e islas en diferente estado de formación. En las aguas lentas, carrizos y eneas colonizan las orillas y una cubierta de lentejas de agua flotan a resguardo de las corrientes. Plantas trepadoras como el lúpulo o las “lianas” de la clemátide, se descuelgan de lo alto y en los sitios más soleados aparecen las moras.

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Vides silvestre en la ribera de El Cortijo
Foto: César Mª Aguilar

De vez en cuando uno da con especies que no parecen cuadrar con la vegetación natural que se espera en la ribera. Así ocurre con la familiar presencia de las hojas de parra que trepan el arbolado. A finales del verano esas vides silvestres ya tienen maduros unos racimos que cuelgan hacia el río. En estas riberas rodeadas de huertas y poblaciones, tampoco es raro encontrar higueras, nogales o tomateras que crecen en las playas de gravas, ni tampoco algunos árboles ornamentales como plataneros, acacias, sauces llorones, ailantos o arces negundos. En la mayoría de los casos son presencias puntuales y en sitios degradados, pues existe una fuerte competencia entre la vegetación de ribera por estos fértiles suelos. No obstante, ha habido algunas herbáceas exóticas que sí han tenido éxito y han llegado a invadir las riberas del Ebro. Es el caso del cáñamo acuático (Bidens frondosa) o la grama de agua (Paspalum paspalodes), ambas con origen en el continente americano. La invasión de especies exóticas como éstas constituye una amenaza para biodiversidad ya que compiten y pueden llegar a desplazar a las especies propias de las riberas del Ebro.

Garzas, martinetes y martines pescadores

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Martinete
Foto: César Mª Aguilar

De la fauna de las riberas del Ebro son las aves las que proporcionan más satisfacciones, se las ve y se las oye sin problemas. En los meses estivales cualquier recorrido naturalista por el campo se convierte a partir de media mañana en una lucha contra el calor y la inactividad de la fauna. En las riberas, al frescor del agua, la fauna prolonga su actividad. A lo largo del Ebro se pueden observar durante el verano cinco especies de garzas con regularidad. La mayoría crían en colonias en distintas lagunas de la ribera de La Rioja y Navarra como Las Cañas en Viana, La Grajera en Logroño o El Recuenco en Calahorra. Estas aves y algunas que esporádicamente crían en la propia ribera del Ebro, se dispersan todos los días por el río para alimentarse. Garzas imperiales, garzas reales, garcetas comunes, martinetes y, en menor medida, garcillas bueyeras, pueden observarse en el agua.

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Martín pescador
Fco. Javier Robres

En la ribera también se pueden ver en época estival con mucha facilidad los milanos negros, unas rapaces comunes que suelen estar volando sobre la lámina de agua. Otra sorpresa de las que aguardan en las orillas son los martines pescadores, un “flechazo” de azul turquesa disparado velozmente de una orilla a otra. En realidad son un buen número las aves que se pueden ver en el río, pues el cauce y su ribera son un corredor natural para la fauna. Tanto las que allí crían, como aviones zapadores, oropéndolas o chorlitejos chicos, como las que lo utilizan en diferentes momentos como golondrinas, abejarucos o andarríos grandes, se pueden ver sin dificultades en el río.

Barbos, galápagos y nutrias

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Barbo de Graells
Foto: César Mª Aguilar

Recorrer un río rico en sedimentos como el Ebro hace que nos perdamos lo que ocurre bajo el agua. Sin embargo, a veces es posible ver algunas especies de peces. Una de esas ocasiones se da en los vados de aguas rápidas y poco profundas, donde se agrupan los barbos de Graells. A estos peces autóctonos del Ebro se les encuentra, a contracorriente y en grupo, esperando con la boca abierta lo que la corriente del río puedan llevarles para comer. Con aguas más claras es posible ver cardúmenes de madrillas, peces que se pescaban con redes por su abundancia y que hasta hace algunos años eran los que comíamos en la fiesta de San Bernabé en Logroño. Hoy en esa fiesta ya sólo se ofrecen pequeñas truchas arco-iris de piscifactoría. También en verano se puede ver la freza de las carpas, que en aguas someras sacan sus lomos a la superficie. Pero hablando de peces no podemos olvidar una exótica como el siluro que no es la unica especie introducida. Actualmente en el tramo riojano del Ebro los peces exóticos e invasores ya constituyen la mitad de las especies presentes y son un problema para la conservación de las especies autóctonas, aunque no es este un problema exclusivo de los peces.

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Galapago europeo
Foto: César Mª Aguilar

En el río Ebro hay actualmente tres especies de galápagos, una introducida y dos autóctonas casi extintas, son el galápago de Florida, el europeo y el leproso respectivamente. En algunas ocasiones es posible verlos desde la orilla pues salen a solearse encima de troncos o piedras que asoman del agua. Es un tipo de fauna que hay casi que imaginarla, pues uno ve tirarse un galápago al agua a cierta distancia pero rara vez le da tiempo a saber de cual de ellos se trata. Lo triste de estas y otras especies invasoras del Ebro es que están ahí amenazando la conservación de la fauna y flora autóctona, debido a introducciones, a veces casuales, pero otras muchas intencionadas.

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Huellas de visón europeo
Foto: César Mª Aguilar

Con el resto de mamíferos acuáticos o ribereños hay pocas oportunidades para verlos. Uno sabe, por unas pequeñas huellas con forma de estrella en el barro, de la presencia del visón europeo, un pequeño mustélido casi extinto en Europa que aún vive en nuestras riberas o que tras unos excrementos con olor a pescado sobre una roca estará la nutria, que después de años malos ha conseguido recuperar sus poblaciones también en el Ebro.

Azudes, molinos y centrales hidroeléctricas

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Paisaje otoñal del Ebro en Fuenmayor
Foto: César Mª Aguilar

Pero un trayecto por este río y sus riberas, es también un recorrido por un curso habitado y navegado desde antiguo. El Ebro no sólo tiene naturaleza, también está lleno de historias, como aquella del río navegable hasta el puerto de Varea que cuenta el cronista romano Plinio el Viejo. Barcas sencillas que, como señalan los historiadores, tenían solo las quillas y primeras cuadernas de madera y lo restante tejido con mimbres y cubierto de cueros. Esas embarcaciones de escaso calado permitirían librar más fácilmente los abundantes vados del río e iniciaron una época de comercio fluvial a través del Ebro. Tampoco deja indiferente saber que en el año 859 los vikingos lo remontaron con sus barcos hasta el río Aragón para después llegar por el Arga hasta Pamplona. Pero hoy aquellas navegaciones se verían dificultadas por una multitud de presas y azudes. La interrupción del cauce es especialmente intensa en el tramo riojano del Ebro si lo comparamos con otros como los de Navarra o Aragón. Desde pequeños azudes que pueden rebasarse a pie saliendo de la embarcación, a otros que bloquean completamente el cauce con grandes compuertas como las de la harinera y central hidroeléctrica de “La Isla” en Logroño, aguas arriba del puente de Sagasta.

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Molino en Fuenmayor-La Puebla de Labarca
Foto: César Mª Aguilar

Los azudes más antiguos han desviado caudales durante siglos para los molinos harineros de las orillas, o bien lo han hecho para acequias y canales para regadíos. Hoy casi todos los que alimentaron molinos se dirigen ya a modernas centrales hidroeléctricas, privando al navegante del contacto con esos entornos bucólicos donde se ubicaban. Aún así, hay ocasiones en que uno descubre en las orillas los restos de aquellos imponentes edificios de sillería. Es el caso de los muros del molino del Prior en Logroño o el molino de Fuenmayor donde aún se conservan unas escaleras de piedra hacia el cauce que son una invitación a embarcar y disfrutar de la magia del lugar. Pensar como han soportando durante años las crecidas del Ebro, causa admiración hacia sus constructores y da la medida de unos hombres pertinaces en el aprovechamiento del río.

Vados, puentes y barcas de paso

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Barca de paso Alcanadre-Mendavia en mapas antiguos.

Todos los pueblos que han vivido a las orillas del Ebro han tratado de salvar el río más caudaloso de la Península, buscando vados, construyendo puentes o uniendo sus orillas con barcas de paso. Es sabido que el emplazamiento de la Varea romana fue debido, en buena parte, a la presencia de un vado que permitía cruzar el río con aguas bajas. Pero las poblaciones tuvieron que buscar otras formas menos inciertas para cruzar el río. Aquí, aun puede sentirse le peso de la historia al observar puentes medievales, aún en uso, como los de San Vicente de la Sonsierra o Briñas.

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Casa del Barquero (Azagra-Calahorra)
Foto: César Mª Aguilar

Otros adquieren su encanto por lo que queda de ellos y por el paraje que les envuelve, como el Puente Mantible en Logroño, o los restos de lo que fue un gran acueducto romano en Alcanadre. Pero la construcción de puentes siempre fue costosa y otra alternativa para muchos lugares fueron las barcas de paso. Sin embargo en nuestro tramo del Ebro no ha quedado ninguna de esas embarcaciones que, en algunos casos, permanecieron activas hasta bien entrado el siglo XX.

La presencia de aquellas barcas se puede sentir con sólo echar un vistazo a los mapas que uno maneja para preparar los trayectos. En la toponimia se encuentran muchos parajes de las riberas con referencias a “La Barca”, “El Barco” o a caminos o casas del “Barquero”. Con mapas viejos la cosa mejora. Buscando en la cartografía de La Rioja de los años 20 aparecen entre Haro y Alfaro hasta 8 referencias de barcas de paso, incluso uno puede sorprenderse viéndolas allí dibujadas con el trazo de una pluma. Al recorrer hoy por el río esos parajes, puede verse como un puente vino a sustituirlas en el mismo sitio donde estuvieron, es el caso de las barcas de Baños de Ebro, La Puebla de Labarca o Rincón de Soto.

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Barca de paso en Torres de Berrellén (Zaragoza)
Foto: César Mª Aguilar

Otras veces aún podemos distinguir algo de aquel pasado, como la original casa del barquero en la de Azagra a Calahorra. Pero si no sólo queremos imaginar cómo fueron, sino también verlas y tocarlas, podremos encontrar las más cercanas en Zaragoza en las localidades de Boquiñeni (Barca Virgen del Rosario), Torres de Berrellén (Barca del Castellar) y Sobradiel (Barca de Candespina). Así que es el momento para dejarnos llevar río abajo y ampliar horizontes y paisajes, qué el Ebro nunca entendió de fronteras.