Las declaraciones oficiales de la Consejería de Ganadería justificando la tala de hayas en el Parque Natural Saja-Besaya vuelven a insistir en criterios puramente ingenieriles y economicistas donde están ausentes los más elementales criterios ambientales y científicos en los tratamientos selvícolas.

En primer lugar, porque desafía, en esta nueva demostración de soberbia y prepotencia de la intervención humana sobre el medio, a las propias leyes de la naturaleza y del funcionamiento de los ecosistemas en unos ámbitos que han mantenido un alto grado de naturalidad y tienen sus propios mecanismos de autorregulación y estabilidad para la conservación de la biodiversidad asociada en la flora, la fauna, los suelos y el subsuelo que les son característicos.

En segundo lugar, porque la intervención humana –y más en espacios protegidos como un Parque Natural so pena de contradecir los propios fundamentos de su declaración–– no puede inventarse ecosistemas artificiales ajenos a los rasgos específicos, en este caso, de los hayedos, que no necesitan para nada los clareos y talas de acompañamiento de intereses ajenos a los valores ecológicos que han venido creándose y recreándose a lo largo de miles de años.

En tercer lugar, porque favorecer la «competencia intraespecífica» como pretendido argumento técnico-científico es un invento basado en razonamientos pesudoecológicos que olvidan las interacciones, sinergias y resiliencias internas que se producen entre los distintos componentes de unos bosques cuya vitalidad y equilibrios dinámicos son el mejor laboratorio de observación de los procesos naturales

En cuarto lugar, porque en lo que atañe a la conservación o protección de los hábitats del el oso y el urogallo como uno de los objetivos que justifica la realización de las talas, la Consejería y sus servicios técnicos y de gestión desvían completamente la atención de los auténticos problemas del manejo de estas especies cuya supervivencia está en peligro por la compartimentación biológica y la endogamia genéticas, la ruptura de la continuidad en los corredores biológicos de sus áreas de campeo, anidamiento y distribución, y la degradación y artificialización excesivas del medio que habitan; y que se añaden a unas estrategias de aprovechamiento de pastizales o mantenimiento de la ganadería extensiva incapaces de adoptar sistemas comunes y coordinados de pastoreo en vez de inundar de cercados, pistas y otros obstáculos los montes a no ser que se piense que existe un sector de la población osera, de urogallos o de pícidos y paseriformes forestales singularmente «patosos» que acabarán yendo en procesión a los despachos de la Consejería para dar gracias por los clareos, el fomento del sotobosque –en los hayedos precisamente– y los suplementos alimenticios que les proporciona la mano del hombre.

En quinto lugar, los hayedos, como ocurre también con otro tipo de formaciones vegetales, no deberían sufrir las consecuencias, a estas alturas incomprensible, de las profundas limitaciones que siguen padeciendo las Escuelas de Ingenieros Forestales –y sobre todo de quienes no han sabido incorporar las dimensiones ambientales a su formación específica o a su vocación de gestores, burócratas o políticos– a la hora de distinguir, por un lado, las plantaciones arbóreas –y sobre todo las de las repoblaciones masivas e indiscriminadas de especies arbóreas o monocultivos alóctonos de crecimiento rápido de pinos y eucaliptos con los estragos de todos conocidos– de los bosques, por otro, que encierran, por definición, tratamientos y métodos muy distintos de gestión en relación a su localización, explotación, funciones y finalidades económicas, sociales, recreativas, culturales y ecológicas con un particular cuidado en las compatibilidades o incompatibilidades que sean necesarias en cada caso.

En sexto lugar, porque los aprovechamientos tradicionales de leñas muertas, aparte de su beneficio social y sus métodos más blandos y selectivos, no han afectado nunca a más del 20% de la biomasa ni a su aportación esencial a la microfauna y el humus natural, además de no poner en riesgo ámbitos especialmente frágiles como los que han sido escenario de la localización de las talas –Ocejo y Buciercas– donde las fuertes pendientes, la escorrentía superficial, los fenómenos erosivos o la exposición al viento acabarán castigando mucho más intensamente unas zonas que ya habían sufrido en el pasado talas y aclarados por causas humanas y naturales que dificultarán aún más su regeneración.

En séptimo lugar, porque los procedimientos en que se ha basado la Dirección General de Monte invalidan la decisión adoptada al no haber sido objeto de la información preceptiva del Patronato, ignorar las directrices europeas y el Convenio de Aarhus sobre participación ciudadana en la gestión ambiental, no tener el Plan Rector de Uso y Gestión que exige la Ley, negar las subvenciones contempladas en la normativa vigente para los vecinos y Ayuntamientos del Area de Influencia Socioeconómica, y seguir sin convocar la ampliación de plantillas de guardería e investigación, cubrir las plazas vacantes, y no desarrollar los programas de empleo para la restauración del patrimonio Natural y Cultural y potenciar las marcas sobre los productos agroalimentarios y ganaderos o la oferta turística del Parque

Y en octavo lugar, porque el número de hayas taladas no se corresponde con la realidad ya que hemos podido comprobar una doble numeración que aumenta considerablemente el resultado final de los árboles derribados, mientras que se propicia una comercialización fuera de las poblaciones de los municipios que forman parte del Parque al margen de un estudio sobre la pobreza energética o las familias con necesidades de abastecimiento.