Ahora que se acerca el tan esperado juicio por la contaminación del Segura en los 90, algo nos dice que deberíamos reflexionar, y bastante, sobre qué es el río Segura. De cómo lo valoremos va a depender el cómo lo tratamos.

Limitándonos a una perspectiva agrícola, quizá veamos un canal de agua para riego, quizá reclamemos el derecho a sus aguas, hasta la que está por venir. Quizá, paradójicamente, negaremos el derecho a recibirla y usarla “aguas abajo”. Quizá nos sonaría a chino lo del “caudal ecológico”: ¿cómo? ¿para los peces y ranas?
Quizá la insaciable sed nos tentaría a exigir la de otros ríos: “total la tiran al mar”.

Si, por otro lado, lo vemos como alguna empresa o ayuntamiento de los 90, quizá nos parezca una gran alcantarilla, cuya corriente se lleva nuestros residuos. Quizá no nos importaría si volvemos sus aguas negras y pestilentes, si en cada salto se forman espumas químicas, o si aparecen peces muertos: ¿acaso había peces?
Quizá negaríamos las consecuencias: aguas sin uso posible y un río moribundo.

Quizá si fuéramos tan “analfabetos ambientales”, desconoceríamos qué es un río, la biodiversidad que alberga y de la que depende su buen estado, los servicios que nos proporciona, y gratis, etc.

Por eso, resulta tan increíble lo que pasó en nuestra tierra hasta hace tan poquito: un río diezmado en el Azud de Ojós para uso doméstico, industrial y agrícola, y que a partir de Archena recibía poco más que vertidos contaminantes y algún afluente igual de contaminado o incluso peor, véase Guadalentín y sus vertidos tóxicos del curtido lorquino.

Pero, si tenemos claro que una empresa no puede basar sus beneficios en tirar sus residuos a nuestros ríos, montes, mares, ni aire, ni en exprimir a su personal, debemos tener claro que ni una cosa ni la otra es posible sin la permisividad, y hasta connivencia, institucional, e incluso social.

Por suerte, en los 90, la sociedad murciana, a través de organizaciones sociales, ambientales y políticas, entre las que estaba Ecologistas en Acción, decidimos que queríamos un río vivo, y no esa cloaca fruto de la pillería empresarial y la desidia institucional.

Así, se organizaron multitud de protestas y decenas de denuncias formales.
Y no debemos despreciar el papel fundamental que jugó esa sociedad: Presionando consiguió que, veinte años después, esa cloaca que hacía saltar las lágrimas, sea hoy un río muy diferente, con más vida, y planteándose incluso un tramo “apto para el baño”, aunque quizá todavía falte para eso.

También, veinte años después, y denuncia judicial de Izquierda Unida mediante, a la que se sumó ProRio, se sientan en el banquillo algunas, no todas, de esas personas que “presuntamente” contribuyeron a esa alcantarilla.
Quizá llegue tarde, pero debemos aspirar a que el juicio acabe con condenas, y que “quien contamine pague”, pero quien lo permita también.
Y sobre todo, debemos aspirar a una tolerancia social e institucional cero. Tanto con vertidos pasados, como con los más recientes, para que no se repitan en el futuro.

¡Por un río vivo!

Imágenes de diferentes momentos de la lucha social entre finales del siglo XX y principios del XXI, protagonizados por diferentes colectivos: