Un repaso a las carencias organizativas que lastran las posibilidades de transformación social.

Pedro Casas, participa en Madrid en movimientos vecinales, educativos, pacifistas. Revista El Ecologista nº 46.

Las grandes movilizaciones de la última década no están suponiendo un claro avance de las propuestas transformadoras. ¿Por qué? El autor analiza las carencias de carácter organizativo y práctico de las que adolecen muchos movimientos sociales, y que están en la base de esta situación.

En los últimos años estamos viviendo un cierto resurgir de los movimientos sociales, ayudado quizás por las movilizaciones del llamado movimiento antiglobalización que han hecho recuperar la esperanza de que el otro mundo necesario es posible.

Pero este leve optimismo se produce en un momento de enorme debilidad organizativa e ideológica del movimiento anticapitalista mundial, que, con la caída del muro de Berlín, mostró la magnitud de sus carencias. En esta situación el idealismo y ciertas corrientes humanitaristas son claramente insuficientes para dotar de estrategias y organización a un movimiento que no se puede limitar a criticar a los poderosos, sino que debe aspirar a eliminar las condiciones de explotación y miseria que sufre la mayor parte de la humanidad. Junto a las carencias de tipo ideológico, los movimiento sociales, particularmente en Madrid, presentan otras de tipo organizativo y práctico, no menos importantes, a las que me quiero referir en estas líneas.

La desilusión, el desinterés y la rutina se han apoderado de muchos dirigentes y movimientos

Hay una falta de convicción en los objetivos del grupo por parte de muchos dirigentes que, lejos de tomarse un descanso para oxigenarse, convierten a la asociación en una estructura burocrática en la que ellos son su principal obstáculo. Con esta actitud no son extrañas negociaciones que no son tales, sino simples traiciones de los representantes sindicales o vecinales, que ya ni intentan movilizar para conseguir acuerdos mejores.

El motor de los cambios son los explotados concienciados y organizados; si no se confía en ellos, y si no se tiene una tremenda convicción en lo que se pretende conseguir, es imposible crear un movimiento potente y transformador.

Informar, concienciar y organizar para vencer

“La gente ya no se mueve por nada” es la frase mágica que casi todo lo justifica. Es verdad que el desarrollo del capitalismo y sus poderosos medios de comunicación y alienación basados en el individualismo explotador dificultan cada vez más las posibilidades de organización y movilización en torno a propuestas emancipatorias, basadas en la solidaridad. Pero no es menos verdad que este desarrollo salvaje del capitalismo, sobre todo tras la caída del muro de Berlín, agrava los problemas, no sólo de las 2/3 partes de la humanidad, en los países dependientes, sino también de capas cada vez más extensas de población de los países dominantes, creando las condiciones objetivas para la movilización.

El capitalismo moderno está extendiendo la precariedad, y reforzando sus mecanismos de control ideológicos, económicos y coercitivos, lo que se traduce en mayores dificultades para la concienciación y organización de los explotados. Y no debemos olvidar tampoco que el fascismo ganó una guerra de tres años en nuestro país, y que, a su término, exterminó a la mayoría de los dirigentes revolucionarios que habían sobrevivido. Los 40 años de dictadura han dejado un poso de apoliticismo, individualismo y desorganización muy fuerte en la población, dándose la extraña situación de que, mientras las organizaciones llamadas mayoritarias están en pleno proceso de institucionalización y de renuncia a ir más allá de esta injusta y pobre democracia, todavía hay muchos trabajadores que todavía las ven con recelo por considerarlas extremistas o politizadas.

Quien aspire a transformar esta sociedad debe afrontar en profundidad una tarea informativa y concienciadora de gran calado, con especial atención a los más jóvenes. Qué pocos activistas se ven repartiendo folletos en la calle, en los lugares de trabajo, en los centros educativos, en los barrios, saliendo con megáfono por las calles, organizando charlas para no iniciados, actuando para que a la población le lleguen mensajes diferentes, y por los canales que realmente podemos controlar nosotros. Y además de divulgar, hay que preparar y organizar a los nuevos dirigentes de hoy y de mañana.

Conocer la fuerza del enemigo no es suficiente: para poder triunfar, hay que conocer también sus debilidades y nuestras capacidades

Dedicarse sólo a magnificar al enemigo, a crear un discurso catastrofista, no sólo es insuficiente, sino contraproducente, pues en vez de movilizar lo que se hace es cohibir, atemorizar. Si tan malo y poderoso es, ¿cómo vamos a derrotarlo? Un buen dirigente es quien, además de denunciar el carácter negativo del capitalismo, nos enseña sus debilidades y el camino y los medios para su superación.

Debemos conocer y analizar bien nuestras limitaciones, nuestras contradicciones, nuestras mezquindades, para superarlas; pero tan importante o más que eso es conocer, además, nuestras capacidades, que son más de las que pensamos. El enemigo nos teme, y por algo será. Nos teme porque somos muchos los perjudicados por sus intereses. Nos teme porque el pueblo, con democracia o si ella, es la fuente de todo poder, y así se ha demostrado en las crisis políticas pasadas y recientes. Tiene miedo del desorden político que podemos ocasionar con nuestra desobediencia; de que sus fuerzas represoras, en un momento determinado, se vuelvan contra ellos, pues del pueblo han salido.

La preparación de las movilizaciones

Para que una movilización tenga posibilidades de éxito tiene que reunir, al menos, las siguientes condiciones: que el problema a reivindicar sea conocido, sentido y sufrido; que haya esperanza en que pueda ser superado, solucionado; que la acción propuesta sea proporcional a la envergadura y urgencia del problema (unas veces se requieren acciones tranquilas, y en otras sólo tienen sentido las radicales); que la convocatoria sea bien conocida por los potenciales participantes, buscando también el momento más adecuado; y que haya confianza en las personas y colectivos convocantes. Además, hay que tener en cuenta que muchas luchas son prolongadas en el tiempo, y que hay que hacer frente en unos casos a la represión, y en otros a la indiferencia, que a veces es más cruel. Por ello se debe planificar una movilización gradual, y con mucha imaginación, para no perder la capacidad movilizadora, y lograr ejercer una presión creciente. Si hay un ejemplo reciente es el de SINTEL, y no sólo su acampada.

Basta analizar un poquito la cantidad de frustrantes movilizaciones que se convocan periódicamente para darse cuenta de las carencias organizativas que arrastran. Si no hay condiciones organizativas o materiales para realizar con éxito una movilización, es mejor no convocarla. De la misma manera que el movimiento obrero sabe que no se puede convocar una huelga sin tener condiciones ciertas de éxito, pues lo contrario sería poner en bandeja al patrón las cabezas de los líderes y acabar con el movimiento, tampoco se debe convocar una manifestación sin unas garantías de éxito, pues desprestigia y desmoviliza al movimiento. Hay que hacer daño, no el ridículo.

Contra el sectarismo imperante, se debe trabajar por la unidad creando alianzas, no excluyendo

Hay que distinguir en cada momento cuál es la contradicción principal y cuáles son las secundarias. Si dejamos que éstas se coloquen en primer plano, nunca avanzaremos.

Existen movilizaciones que no son estrictamente anticapitalistas, pero que contribuyen a dicho fin. En ellas pueden y deben participar grupos, colectivos y personas que no tienen por qué coincidir en el objetivo final. La movilización es un buen criterio de realidad frente a las discusiones estériles de despacho, de asambleas interminables e inútiles. En la calle cada cual se retrata, cada persona y colectivo da la medida de su capacidad, de su voluntad, de sus posibilidades, y cada uno es colocado en su sitio. La hegemonía se conquista en la lucha, demostrando con hechos, y no sólo con palabras o manifiestos, lo justo de los argumentos.

Es necesario erradicar el sectarismo, la prepotencia, las mentes iluminadas, el conmigo o contra mí, que desgraciadamente también practican muchos nefastos líderes de la izquierda social. Tejer redes alternativas y estables, generar confianza, actuar con generosidad, es imprescindible para que el movimiento avance en su conjunto y abandone la permanente confrontación que lo tiene paralizado. Realmente uno duda de que tanto navajazo sea producto sólo de la torpeza de algunos dirigentes.

Pasar del lamento a la exigencia y la imposición

Hemos perdido la perspectiva estratégica, tras el derrumbe de experiencias históricas que encarnaban las ilusiones de millones de trabajadores. Nos hemos instalado en la cultura del lamento. Criticamos lo que se hace (o no se hace) con nuestros dineros públicos, las decisiones injustas, los abusos del patrón, etc. olvidando que está en nuestra mano el que esas cosas no ocurran.

Luchar por la transformación real de las relaciones de poder requiere de mucha organización, mucho coraje, y no menos esfuerzo y dedicación; y quizá por ahí vengan algunos de los problemas. En los países desarrollados, donde la explotación no se sufre en toda su crudeza, el individualismo comodón es muy frecuente, y por ello es más difícil encontrar activistas dispuestos a dedicar su vida, con generosidad, a la noble actividad de la transformación social al servicio de los intereses colectivos.

Vamos a salir de la mediocridad en la que a menudo estamos instalados, convenciéndonos de nuestra capacidad. No nos conformemos con hacerle cosquillas al poder, sino que luchemos resueltos por vencer, con sensatez y construyendo la casa por los cimientos.