Cada verano los incendios forestales recobran protagonismo y generan una lógica alarma. Y ello no sólo por la destrucción de un importante número de hectáreas forestales, sino también porque el desarrollo urbanístico descontrolado llevado a cabo en las últimas dos décadas en zonas forestales está suponiendo que cada año sean más las personas evacuadas por incendios y mayor el número de casas quemadas, o a punto de quemarse. En buena parte debido a esa alarma, las administraciones vienen aumentando los recursos para lograr la pronta detección y extinción de estos incendios, consiguiendo una cierta reducción en las hectáreas quemadas. Sin embargo, no se prioriza lo más importante: evitar que lleguen a producirse los incendios.

Actualmente las Comunidades Autónomas invierten más del doble en extinción que en prevención. Así, Canarias, Navarra, Baleares o Madrid, dedican a la extinción casi un 200% más que a la prevención. Además, buena parte de los fondos de prevención se dedican a la construcción de las impactantes fajas cortafuegos. El incremento de los medios de extinción ha sido tal que en algunos incendios de este verano ya no podían participar más medios aéreos, por falta de capacidad para coordinarlos simultáneamente.

Sin embargo, los datos de los últimos 10 años demuestran que el número anual de conatos (cuando se quema menos de una hectárea) y de incendios (una hectárea o más) no sólo no se ha reducido sino que incluso ha aumentado, especialmente en Canarias y en las Comunidades del interior peninsular. Ello se ha debido en buena parte a los escasísimos esfuerzos que realizan las Administraciones regionales para acabar con las causas y motivaciones de los incendios forestales, que como bien se sabe desde hace tiempo se deben mayoritariamente a actividades tales como la quema de rastrojos y a las quemas para obtención de pastos.

Aunque son muchos los factores que condicionan la magnitud de los incendios forestales, como por ejemplo el estado y la composición de las masas forestales, es habitual que los medios de comunicación y las Administraciones destaquen las adversas condiciones meteorológicas. Es cierto que por ejemplo este verano, durante la segunda quincena de julio, las altas temperaturas, un elevado grado de sequedad y los fuertes vientos dificultaron mucho la extinción: en esos quince días se produjeron un total de veinte grandes incendios (más de 500 hectáreas). Pero resulta evidente que si no se hubiesen producido tantos incendios en esas fechas, ni las altas temperaturas, ni la sequedad ni el viento los hubieran agravado. Además, la meteorología no es un factor que podamos controlar, más aún teniendo en cuenta el futuro inmediato, con el agravamiento del cambio climático, lo que hace todavía más importante que logremos reducir significativamente el número de conatos y de incendios.

Si no se realizan los necesarios esfuerzos para evitar las causas de la aparición del fuego, las Administraciones nos están condenando a que todos los años los incendios arrasen los montes, y a depender, entre otros factores, de las condiciones meteorológicas y de los servicios de extinción de incendios para que el número de hectáreas quemadas cada año no sea demasiado elevado.