Las declaraciones de una concejala sobre la supuesta falta de formación de las mujeres sirve a la autora del texto para desmontar este y otros argumentos que se usan contra las mujeres.

Yolanda Fernández Vargas. Comisión Ecofeminista de Ecologistas en Acción. Revista Ecologista nº 95.

Desde la Ilustración se ha venido recurriendo al tópico de la inferioridad femenina en lo moral, intelectual y físico para relegar a las mujeres a un lugar secundario, justificando esta subordinación como algo natural, debido a su propia condición imperfecta.

Ilustración ©emezetaeme.

Si pensábamos que esa fábula era cosa del pasado y nos parece anacrónica en el siglo XXI, no hay nada mejor que echar un vistazo a los periódicos para comprobar que goza de una salud excelente. En el mes de febrero, la concejala de Córdoba María Jesús Botella hizo unas desafortunadas declaraciones en las que afirmó sin rubor, que la causa de la brecha salarial no está determinada por el género, sino por la falta de formación.

No voy a dirigir mis palabras contra ella como mujer, es lo que espera esa patulea de señores machistas bien asentados en sus privilegios, que se regocijan y disfrutan del espectáculo de vernos pelearnos entre nosotras, como si estuviéramos en una cancha de boxeo, al estilo pressing catch. Bastante tenemos ya con desmontar el mito del patriarcado que fomenta la rivalidad y enemistad entre nosotras. Si algo me ha enseñado el feminismo es a no equivocarme de enemigo.

Pero sí quiero aprovechar esta salida de tono para reflexionar sobre cómo el patriarcado elabora estos discursos y cómo se transmiten a través de las instituciones y desde los esquemas de percepción de hombres y mujeres. Es lo que conocemos como violencia simbólica, que como decía Pierre Bordieu es invisible.

Las propias mujeres se adhieren y se reconocen en estas representaciones políticas y culturales, creadas por otros, los hombres, en los que aceptan la propia inferioridad del sexo femenino como algo corriente. Son aliadas del patriarcado, avatares y colaboradoras necesarias de esta ideología dominante, que para mantenerse nos ha ido inoculando estos mensajes desde la infancia. Por eso algunas mujeres llegan a decir cosas como que nos falta preparación para acceder a un puesto de trabajo más retribuido o que cuando te reúnes con hombres y te haces la rubia, consigues muchísimo más.

No deberían extrañarnos este tipo de comentarios. A fin de cuentas, todas y todos hemos crecido dentro de este sistema y estamos conectadas y conectados al mismo enchufe, aunque los contextos y las experiencias personales sean diferentes en cada momento y lugar.

El patriarcado es como Matrix, una realidad virtual en donde creemos ser libres y vivimos en un sueño colectivo la alucinación de habitar en una sociedad basada en la igualdad y la meritocracia. Lo que nos ha pasado a muchas de nosotras es que el feminismo nos ha liberado. En un momento dado hemos elegimos entre la píldora azul y la píldora roja, entre seguir siendo ciudadanas de segunda o construirnos como sujetos de pleno de derecho.

Ilustración ©emezetaeme.

Como en el mito de la caverna, si somos capaces de liberamos de las ataduras y salimos al exterior de la cueva veremos las cosas tal y como son y no como nos las cuentan. Y frente al supuesto déficit de educación podremos argumentar que las mujeres tienen mayor nivel de formación, repiten o abandonan los estudios menos que los chicos, van más a la universidad y tienen mejor expediente académico.

Existe además en este discurso una parte más sutil y peligrosa, que además se repite como un mantra en multitud de artículos, revistas y talleres de desarrollo del talento: si tú quieres, puedes. En todos ellos se nos culpabiliza a las mujeres de nuestra situación profesional, de ser las únicas responsables de nuestros logros profesionales y nuestros éxitos, sin tener en cuenta el factor determinante de la desigualdad estructural, las opresiones cruzadas, el techo de cristal, la segregación horizontal, la precariedad laboral, las reducciones de jornada por cuidados y otras trabas y barreras que nos empujan hacia abajo como una fuerza centrífuga, aunque nosotras queramos alcanzar la cima del K2.

Muchas mujeres, aún hoy ven cómo sus logros se atribuyen a otros, se banaliza su trabajo, se examina su físico y su forma de vestir en el desempeño de sus funciones o se cuestiona su apariencia externa, para desacreditar sus cualidades y competencias en el ámbito profesional.

Necesitamos más feminismo y nos sobra mucho patriarcado heteronormativo y ambiental. Necesitamos que más mujeres se tomen la píldora roja para desenmascarar esta falsa realidad prefabricada que todavía nos subordina y ver cómo de profunda es su madriguera.