Para avanzar hacia una movilidad sostenible resulta imprescindible fomentar los desplazamientos a pie y en bicicleta, ya que son los medios de transporte cuyos impactos son más irrelevantes, al igual que su coste económico. Además, son beneficiosos para la salud física y mental de las personas que los practican.

Desplazamientos a pie

Con la excepción de unas pocas calles de los centros urbanos y en algunos barrios residenciales, los viandantes seguimos encontrándose en inferioridad de condiciones frente al resto de medios de transporte. Andar ha sido con diferencia el sistema de movilidad más infravalorado y marginado hasta hace poco en las políticas de transporte, tráfico, urbanismo y seguridad vial.

Los peatones hemos sido históricamente los principales perjudicados por el creciente uso del automóvil, tanto por la pérdida de espacio físico cedido a la calzada, como por la inhibición a caminar por los efectos directos del tráfico –contaminación acústica y del aire– o indirectos –las barreras psicológicas creadas por miedo a ser víctimas de atropellos–.

El resultado ha sido el desarrollo y diseño de ciudades hostiles para el peatón. El trazado continuo de las calzadas para el tráfico, es decir al mismo nivel, y discontinuo para los viandantes en los cruces, o el hecho de que sólo la cuarta parte del espacio de las calles se dedique a las personas y el resto a la circulación o aparcamiento de coches, son ejemplos de la jerarquía vial existente.

Esta situación es aún más grave por cuanto la movilidad a pie siempre ha sido uno de los modos principales de movilidad urbana, sino el mayor. Después de cuarenta años de políticas hostiles y con los índices de motorización más elevados, la movilidad a pie todavía supone más del 35% del modo principal de transporte en ciudad –puede incluso estar al mismo nivel que los desplazamientos realizados en coche–, y no cabe duda de que anteriormente fue muy superior.

Además, caminar es el único sistema de transporte, junto a la bicicleta, que no sólo no produce impacto social o ambiental, sino que resulta beneficioso para la salud de las personas que lo emplean: “andar media hora diaria es el cambio en el estilo de vida que más beneficios reportará a nuestra salud cardiovascular. La bondad de esos 30 minutos está demostrada. Se considera que si todos los españoles siguieran el consejo, los infartos agudos de miocardio se reducirían en alrededor de un 20% al año” [1]. Esos 30 minutos andando equivalen a los 3 km de distancia que constituyen, a su vez, entre un tercio y la mitad de los trayectos urbanos realizados en coche.

La movilidad a pie, por grado de utilización social, por sus beneficios directos e indirectos, debería recuperar el papel social que se le ha negado hasta ahora en las políticas urbanas y de transporte. Fomentar los desplazamientos a pie es una de las mejores alternativas de transporte en la búsqueda de una movilidad sostenible.

Bicicleta

La bicicleta ha sido un medio de transporte hasta hace poco tiempo muy marginado e infravalorado en el Estado español. En países como Holanda, Dinamarca o Alemania, el uso de la bicicleta supone, respectivamente, el 28%, 20% y 12% de los desplazamientos urbanos, mientras que en el Estado español estos valores son muy inferiores y en algunas ciudades prácticamente inexistentes.

Se trata de una tendencia que debería invertirse, como está ocurriendo en muchas ciudades europeas y en algunas españolas, dadas las ventajas que la bicicleta tiene en comparación con otros medios de transporte. Además, la bici constituye una alternativa real a la utilización del automóvil privado en distancias medias, que constituyen la mayor parte de los desplazamientos urbanos.

Las ventajas que presentan las bicicletas benefician tanto al usuario como al resto de ciudadanos. La persona que usa la bicicleta se beneficia por el bajo coste de compra y mantenimiento con respecto a otros medios, por el ahorro de tiempo perdido en atascos, y por la mejora de salud asociada al ejercicio físico que supone. Montar en bicicleta supone un mayor contacto con el entorno, y en contra de lo que se cree no resulta un medio tan arriesgado. “Los que utilizamos la bicicleta de manera habitual para desplazarnos por la ciudad sabemos que es mucho más segura que otros medios. Únicamente se trata de elegir calles anchas con poco tráfico lateral, calles tranquilas, parques, etc. a la hora de planificar un recorrido. Y en cualquier caso desde la bicicleta se tiene una visión más alta que desde un coche, por lo tanto se controla mejor lo que pasa a tu alrededor; la visión también es más amplia, sin hierros, ni cristales; del mismo modo, la maniobrabilidad es mayor, así como la capacidad de reacción, al ser las velocidades que se alcanzan también menores. Un ciclista urbano es capaz de prever los movimientos de los demás elementos del tráfico, en lo que se ha dado en llamar ciclismo defensivo [2].

Para el resto de ciudadanos presenta unos beneficios muy positivos al reducir la contaminación del aire, el consumo de energía y el ruido, así como el consumo de suelo y el riesgo de accidentes graves.

Aunque es cierto que desde hace poco tiempo en algunas ciudades españolas se han construido y ampliado los kilómetros de carriles bici y cada vez son menos las ciudades que reniegan de fomentar su uso, la eficacia de las medidas llevadas a cabo por muchas de ellas dejan mucho que desear: construcción de carriles bici alrededor de la ciudad pero no en su interior, con lo que se limita su utilización a motivos de ocio y a lugares sin repercusión en la movilidad urbana; mal diseño de los carriles bici que se encuentran o mal conectados o directamente sin conectar; falta de accesibilidad a muchos de ellos; inexistencia de aparcamientos para bicicletas…

Sólo construyendo algunos carriles bici, como muchas Administraciones piensan, no se promueve la bicicleta. Aparte de estos carriles bici, existen también otras medidas para potenciar el uso de la bicicleta. La principal, desde luego, como defienden muchos colectivos de ciclistas, es la pacificación del tráfico, lo que permite la coexistencia de automóviles y bicis en la misma calzada. Y, desde luego, resulta necesario integrar estas y otras medidas bajo una percepción integral del transporte, mediante la puesta en práctica de Planes Integrales de Movilidad y Accesibilidad que contemplen a la bicicleta como una alternativa real.

Otra medida, muy en boga en al actualidad, es el sistema público de bicicletas, de alquiler barato o bien gratuitas, que los ayuntamientos ponen a disposición de la ciudadanía por medio de sistemas de registro, algo muy corriente en Europa. Algunas ciudades españolas ya lo han implantado, con buenos resultados, que en algunos casos se pueden calificar de rotundo éxito. Entre sus principales ventajas está el hecho de visibilizar la potencialidad de la bicicleta para los desplazamientos urbanos, y de servir de estímulo para atraer nuevos ciclistas que obliguen a modificar las pautas de movilidad urbanas.

Notas

[1] Roberto Elosúa, del Instituto Municipal de Investigación Médica de Barcelona, durante la primera jornada de trabajo del Congreso Mundial de Cardiología

[2] Juan Merallo “La bicicleta”, El Ecologista, nº 38, invierno 2003/2004